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Claves industriales

Claves industriales

LA EXPLOTACIÓN DEL HIERRO.

El mineral llegaba a las ferrerí­as transportado en carros o en mulos. Cabe distinguir dos tipos de explotación de las minas, la preindustrial y la industrial. Elhuyart refiriéndose a la primera de ellas en su informe de 1782, la calificaba de anárquica. En Somorrostro, de cuyas veneras se abastecí­a a la ferrerí­a de El Pobal, existí­an aquel año 120 explotaciones, cada una de ellas con 4 o 5 hombres que desarrollaban su actividad comenzando a las 8 o 9 de la mañana, venateaban durante unas dos horas y luego cargaban las caballerí­as y conducí­an el mineral a los puertos. Descansaban hasta las dos, hora en que volví­an a extraer mineral para cargar por segunda vez a las cuatro. Cada uno de ellos extraí­a de 14 a 16 quintales diarios.

Las cargas de mineral en pedazos gruesos se vendí­an en el mismo monte a un real de vellón y por dos cuartos si era en pedazos menudos. El máximo que llegaba a producir el trabajo era de 8 reales diarios.

LOS FERRONES.

En una ferrerí­a mayor trabajaban, según Moguel e Iturriza, las siguientes personas: Un fundidor de masa (urtzailia), dos laminadores o tiradores (ijeliak) y un marmitón o aprendiz (gatzamalea). El jefe de las ferrerí­as mayores era el arotza y en las menores el txikitzale o achicador.

Según Villarreal de Bérriz el acero de Mondragón, verdadero origen del famoso acero toledano, aún se fabricaba a mano a finales del siglo XVI, y fue en esta época cuando se impusieron las herrerí­as de agua, dando lugar a un aumento considerable en la producción.

LA MADERA.

El acopio de madera para elaborar el carbón vegetal se obtení­a en parte de los montes propios y en parte de algunos montes comunales, sobre cuya producción de madera tení­a derecho la ferrerí­a. En ocasiones el abastecimiento no era suficiente y se recurrí­a a la compra a particulares, incluso a importarlo de otras comarcas.

Con preferencia se utilizaba la madera del madroño, denominada borto en Enkarterriak, de donde se deriva la denominación generalizada de «montes bortales» a los dedicados a la producción de madera. Las altas temperaturas que se lograban con esta leña resultaban ideales para los hornos de las ferrerí­as. Evidentemente, también eran muy apreciadas las maderas de roble, haya o encina, y algo menos las de castaño; con nueve sacos de carbón obtenido de las primeras maderas se transformaba medio quintal de hierro, en tanto para la misma cantidad eran necesarios diez sacos de carbón de madera de castaño. Como cabe suponer, el precio del hierro fundido se establecí­a en función del precio del carbón vegetal que se necesitaba para transformarlo.
Los municipios, por medio de alcaldes y regidores, se encargaban de velar por el mantenimiento de estos bosques, elaborando y haciendo cumplir severas normativas, en ocasiones recogidas en el propio Fuero de BIzkaia, limitando las cargas de madera que podí­an extraerse de ellos así­ como la obligación de replantar los montes talados. El carbón vegetal se lograba en las txondorrak o carboneras, semejantes a «metas», con haces de madera superpuestos, y con un hueco de ventilación en el centro, a los que se daba fuego y se dejaba cocer lentamente y sin llama.

El sistema del inglés Abrahan Barby, que permití­a sustituir el carbón vegetal por coque para fundir hierro, se extendió rápidamente, aunque llegarí­a demasiado tarde para beneficio de las ferrerí­as. Los primeros altos hornos construidos en el estado español -el primero en el año 1832- utilizaron el carbón vegetal hasta los años 1848-1850, en que el coque se generalizó. Con este sistema las producciones se incrementaron de forma espectacular.

EL HIERRO.

Bizkaia ha sido una región privilegiada por la abundancia y calidad de sus vetas de mineral de hierro. La cuenca minera de Enkarterriak, y en especial la de los montes de Triano, destacaba dentro de aquella por los que parecí­an inagotables filones de mineral de extraordinaria calidad.

Tradicionalmente se explotaron tres tipos de mineral: la vena -o hematí­es roja-, con una pureza entre el 49 y 61 por 100. Se trata de la única que resultaba aprovechable en las antiguas ferrerí­as o haizeolak. El campanil -oxido férrico anhidro- que se presenta en estructuras cristalinas, con una pureza entre el 52 y 59 por 100. El rubio -hematites parda- con una pureza entre el 49 y 59 por 100. Cuando estos minerales comenzaron a escasear y los nuevos métodos de reducción permitieron usar otros de menor calidad comenzó a emplearse el hierro espático y carbonato ferroso, cuyos í­ndices de hierro metálico oscilaban entre el 42 y 49 por 100.

El trabajo artesanal del hierro tení­a su principal cometido en la elaboración de gran variedad de herrajes y herramientas: clavazones, aperos de labranza, anclas, palanquetas, hachas, ollas de hierro, verjas… En algunos lugares se crearon industrias especializadas, destacando las destinadas a la fabricación de armas. Cuando, en el año 1480, los turcos amenzaron el reino de Sicilia, todas las ferrerí­as vascas se dedicaron a la elaboración en exclusiva de lanzas, paveses, lombardas y cerbatanas. En años sucesivos los encargos de armas blancas y de fuego a Bizkaia y Gipuzkoa por los Reyes Católicos fueron abundantes. En Bizkaia se cobraron buena fama las fabricaciones de ballestas y lanzas. Durango destacó en varias manufacturas del hierro, especialmente en la guarnicionerí­a de espadas, Elorrio por las picas… En Gipuzkoa destacaron las famosas fábricas de aceros y armas de Eibar, Placencia y Mondragón, cuya antigí¼edad se remonta a tiempos de Felipe II. Por cierto, que según Bowles, el acero de las famosas espadas toledanas se extraí­a de una mina existente a una legua de Mondragón. La construcción de armas de fuego tuvo su centro neurálgico en el siglo XVIII en los talleres de Eibar, Placencia, Elgoibar, Mondragón, Ermua y Bolibar, que se repartí­an el trabajo con una especialidad en cada localidad, cañoneros, llaveros, cajeros o «arreeros». De todos ellos los más artí­sticos eran los talleres dedicados al damasquinado de los cañones. La culminación de esta especialidad armera tuvo su referencia más notable en la creación, en 1573, de la Fábrica de armas blancas y de fuego portátiles de guerra de la villa de Placencia, que centralizó los trabajos en armerí­a.

ALTOS HORNOS.

La Revista Financiera del «Banco de Vizcaya», correspondiente al año 1951, apuntaba: «En el curso de este rí­o (rí­o Somorrostro), a siete kilómetros aguas arriba, se halla enclavada una vieja ferrerí­a, conocida por la Ferrerí­a del Poval, propiedad, hasta época reciente, de los marqueses de Villarí­as. De esta ferrerí­a se llevó, como cosa simbólica, el fuego con el que se encendió el primer horno alto de la Sociedad Altos Hornos de Vizcaya. Este fuego quiso ser, y fue, el nexo de estas dos edades de nuestra famosa industria siderúrgica vizcaí­na, que en la más antigua de las dos fraguó la vena, obteniendo tan buenos productos que todaví­a en nuestros dí­as se denomina en Inglaterra «bilbo» un hierro o acero de ciertas caracterí­sticas…»

DE LAS FERRERíAS A LOS ALTOS HORNOS.

El número de ferrerí­as existente en Bizkaia fue muy numeroso. En el año 1658, según Pedro de Medina, se contaban 107 ferrerí­as mayores y 70 menores que elaboraban 100.000 quintales de mineral (según Villarreal de Berriz cada ferrerí­a labraba, en la primera mitad del siglo XVIII, 250 arrobas cada semana). Este número es muy semejante al aportado en 1792 por Iturriza, que sumaba 178 ferrerí­as, de las que 24 correspondí­an a la comarca encartada. Sin embargo, muchas de ellas dejarí­an de funcionar inmediatamente. En 1796 no quedaban más que 142, y en 1800 desaparecieron 25. Un informe del año 1807 reducí­a la cifra a 116. Enkarterriak, participando en el descenso, aún mantení­a varias en funcionamiento: tres correspondí­an al concejo de Muskiz, y labraban 300 quintales anuales cada una. Balmaseda solo tení­a una ferrerí­a en su territorio. Galdames, Gueñes, Zalla, Sopuerta y Artzentales contaban dos ferrerí­as en cada concejo. Turtzios tres y Gordexola y Karrantza cinco.
En estos años el trabajo se especializó y, en un informe de 1810, ya se diferenciaba claramente la labor de las ferrerí­as y la de las «fábricas». Las fábricas eran las siguientes: fanderí­as, destinadas a cortar hierro y fabricar clavazón de dos a ocho pulgadas, existí­an dos en Barakaldo y una en Basauri. Martinetes, destinados a relabrar hierro, existentes dos en Abando, dos en Arrigorriaga, y una en Begoña, Etxebarri, Basauri, Gueñes y Zalla. Fábricas de hierro colado, solo existí­a una, con gran capacidad de producción, en Basauri, destinada a la fundición de hierro colado. Fábricas de herradura y clavo, existí­an varias en Bizkaia pero únicamente se consideraba de importancia a la de Otxandio, que surtí­a a «gran parte del reino». Fábricas de hornos de reververo para acero, una cercana a Bilbao y dos en Durango.
La decadencia vino acompañada por el impulso que registrado en otros paí­ses, especialmente Inglaterra, que a finales del siglo XVII ya triplicaba la producción española. Las causas de este descenso continuo son múltiples. El informe de 1783 elaborado por Elhuyart para la Real Sociedad Bascongada de Amigos del Paí­s, achaca a la indiferencia por la técnica y la holgazanerí­a ser los principales causantes del mal.
EL OCASO DE LAS FERRERíAS.

Se suele aceptar como fecha de desaparición de las ferrerí­as de Bizkaia el año 1867, aunque es verdad que algún caso aislado, como este de El Pobal, que ya habí­an dejado de fundir, se mantuvieron como talleres de forja hasta que, en 1885 se cerró en Bizkaia la última fábrica de clavos y cadenas en que se seguí­an métodos tradicionales. Su final era inevitable, ya que estos establecimientos quedarí­an pronto obsoletos y desbordados por los de la nueva era industrial que se iniciaba. En junio de 1841 se creó la sociedad Santa Ana de Bolueta, impulsada por Romualdo Arellano, Tomás de Epalza y Joaquí­n de Mazas. En 1848 se instaló en esta fábrica, sobre la antigua ferrerí­a del mismo nombre, el primer horno alto al carbón vegetal de Bizkaia (en 1860 añadirí­a dos más) y el segundo en 1854, en la fábrica Nuestra Señora del Carmen de Barakaldo, de los hermanos Ybarra. Al año siguiente, en 1855, el Carmen obtuvo la medalla de oro en la Exposición Universal de Parí­s por la calidad extremadamente dulce de sus hierros, obtenidos por los nuevos procedimientos que hací­an dulce al hierro colado, quemando parte del carbón en hornos de reverbero. En estas fechas una flotilla de la compañí­a traí­a hulla de Asturias. Es una fecha importante pues en ese año de 1855 Henry Bessemer patentó su procedimiento para producir el acero por decarburación del lingote de hierro, que pronto se utilizará en las fábricas bizkainas. También tenemos noticias de que, en estas fechas (año 1860), el alquiler de la ferrerí­a, la casa y el molino de El Pobal proporcionaba una renta anual de 5.500 reales. La mayor parte de esta cantidad serí­a debida a la ferrerí­a y vivienda, al menos guiándonos por el dato de que el cercano molino de Bilotxi producí­a en el mismo año una renta anual de 500 reales.
En 1882 se construyó en Sestao, a iniciativa de Victor Chavarri y Pedro de Gandarias, la fábrica La Vizcaya, con tres hornos altos, tres convertidores y cuatro hornos Martin-Siemens, que junto con la ya citada del Carmen y la Compañí­a Iberia de Sestao constituyeron la base de la Sociedad Altos Hornos de Vizcaya, creada en abril de 1902 con un capital de 32.750.000 pesetas. Completaron la nueva industria siderúrgica, que sustituí­a a las fábricas ferronas, las tres fábricas de Federico Echevarrí­a (Santa Agueda, Castrejana y Rekalde) y la Compañí­a Anónima Basconia, en Basauri, a iniciativa, entre otros, de los ya citados Victor Chávarri y Pedro de Gandarias, destinada a fabricar acero y hojalata. La ferrerí­a de El Pobal, totalmente anacrónica, cesó en su actividad en 1952 y, poco después, en el año 1966, pasó a poder de la Diputación de Bizkaia. Precisamente, el que mantuviese su actividad hasta fechas tan cercanas, permitió que fuese la que mejor se habí­a conservado de las ferrerí­as bizkainas.

 

Goio Bañales

 

 

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Actualizado el 25 de junio de 2024

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