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Desarrollo industrial y crecimiento urbano

Desarrollo industrial y crecimiento urbano

El desarrollo industrial moderno de Barakaldo se inicia con la fundación en 1854 de la empresa siderúrgica Nuestra Señora del Carmen, que, en 1882 se convertirí­a en Altos Hornos de Bilbao, uno de los embriones de Altos Hornos de Vizcaya. Esta última empresa que lideró, casi en forma de monopolio, el sec­tor siderúrgico español, fue resultado de la fusión entre 1901 y 1902 de la ante­dicha AHB, la Vizcaya y la Iberia (ambas empresas estaban situadas en Sestao)’. Las cifras de la fusión fueron espectaculares para la época: El capital representado en la Sociedad Anónima fue de 32.500.000 pesetas, dividido en 65.000 acciones de 500 pesetas cada una; y además de los 7 altos hornos y más de 6.000 obreros, la empresa incluí­a los cotos mineros de la Orconera y la Franco Belga. Los beneficios del primer años, bajo la dirección de Pedro de Abrí­squeta y la presidencia del Consejo de Administración de Tomas de Zubiria e Ybarra, fueron de 10.437.396 pesetas.

Los principales impulsores de AHV pertenecí­an a la familia Ybarra. Entre los múltiples negocios de esta saga empresarial y polí­tica se incluyen, asimis­mo, empresas que si bien no están en Barakaldo, por su proximidad a la antei­llesia fabril, han tenido también gran importancia para el desarrollo de esta última. Así­, los Ybarra pertenecí­an al Consejo de Administración de la Sociedad Española de Contrucción Naval que absorbió en 1919 a los astille­ros del Nervión; y el marqués de Arriluce de Ybarra y sus colaboradores más directos protagonizaron las negociaciones para la fundación de General Eléctrica Española (1929) o para la instalación de Babcock Wilcox en Vizcaya (1918), empresa en la que AHV participó con un 8,5% de las accio­nes.

AHV no fue la única empresa baracaldesa. El número de factorí­as indus­triales y mineras incluidas en 1908 en el censo municipal era de 14. La más importante era obviamente AHV con 2.660 trabajadores y le seguí­an los ferrocarriles mineros de la Luchana Mining (con 479 trabajadores) y la Orconera Iron Ore (263). Las siguientes empresas en importancia eran la fábrica de hilados de Rica Hermanos (85) y Alambres del Cadagua (51). El resto no superaba los 50 empleados por factorí­a. Sólo 99 de los 3.782 trabajadores eran mujeres y 55 de ellas trabajaban en la fábrica de hilados. Por lo que parece, esta división entre gran empresa e industria de pequeño tama­ño también se correspondió, como mí­nimo en la primera fase de la industria­lización, con la consolidación de dos modelos obreros: el proletariado inmi­grante empleado en A.H.V y sociedades semejantes, que permanecí­a más o menos aislado en el barrio de Desierto y los trabajadores locales. Estos últi­mos complementaban su actividad en las fábricas menores con tareas agrí­­colas y mantení­an de forma estrecha sus lazos con la sociedad tradicional. El paso del tiempo, sin embargo, consolidó el primer modelo, mientras diluí­a, sin hacerlo desaparecer de forma completa el segundo. La excepción a este doble modelo, además de los poblados mineros fue la fábrica de hilados Rica, situada primero en Irauregui y, desde 1916 en Arbuyo, cuyos primeros trabajadores provení­an de Valladolid, lugar de origen de los propietarios y viví­an en un entorno semirural, en un contexto próximo a las colonias indus­triales tí­picas de Cataluña.

Las razones fundamentales para la concentración fabril que se produjo en Barakaldo en aquellos momentos están relacionadas con su accesibilidad a una de las materias primas necesarias, el mineral de hierro, a través de los ferrocarriles mineros que atravesaban Barakaldo para llegar bien a las empresas siderúrgicas o a los muelles. En segundo lugar, esos mismos mue­lles posibilitaban un acceso cómodo para la importación del carbón y la exportación, tanto del mineral, como de los productos transformados. La existencia de grandes espacios sin edificar, consecuencia del proceso de desecación de las riberas de los rí­os que atravesaban la zona, fue el tercer gran factor para la localización de la industria en Barakaldo o sus proximi­dades. Tras esta primera expansión, a lo largo de los años siguientes, la anteiglesia conoció un proceso de consolidación de las grandes empresas ya existentes, la creación de otras nuevas y una diversificación relativa de su tejido industrial.

Entre los cambios más importantes que se aprecian en 1923 tenernos la fuerte reducción de empleados en la minerí­a. Luchana Mining pasó de 479 empleados a 64 y la Orconera de 263 a 198: el espectacular incremento de Rica, SA, que ocupaba 545 obreros, mujeres en su mayorí­a, frente a los 85 de 1907 y la aparición de un fuerte sector quí­mico, con empresas como S.A. Española La Dinamita (173 empleados) fundada en 1912, Legiisse y Cí­a, la Sociedad General de Industria y Comercio y la Sociedad de Productos Cerámicos (110). Existí­an, además, empresas de transformados metálicos y bienes de consumo. Destaca, en una época de efervescencia económica, que AHV mantuviese un número estable de trabajadores y la expansión geográfi­ca de la industria por varias zonas del municipio: por Desierto y el cauce infe­rior del Cadagua fundamentalmente. La progresiva sustitución del carbón por la electricidad como fuente de energí­a para la industria trajo consigo la construcción de varias centrales eléctricas gracias a un abastecimiento senci­llo de materias primas. La Central Térmica de Burceña se construyó en 1907 y en 1927 el edificio llgner de AHV. Otros rasgos del periodo fueron la ampliación de la capacidad productiva, la introducción de nueva maquinaria y, como consecuencia de todo lo anterior, el aumento del tamaño de las empresas y el grado de concentración industrial.

A la hora de entender el crecimiento de Barakaldo tenemos que reparar, además de en el propio desarrollo local, en el producido en las localidades próximas, Bilbao y Sestao fundamentalmente. No es de extrañar, por lo tanto, que cuando en abril de 1882 se inauguró el Tranví­a de Bilbao a Santurce, la lí­nea sólo llegase hasta Desierto en un primer momento. El primer servicio del tranví­a se iniciaba a las cinco y diez de la mañana, lo que indica clara mente su orientación hacia la población trabajadora. Poco tiempo después, en 1888, se abrió el Ferrocarril de Bilbao a Portugalete. Ambos medios de trans­porte tuvieron un notable movimiento de viajeros y tráfico de mercancí­as. El ferrocarril tuvo 1.871.487 viajeros el año 1897, de los que la estación de Barakaldo vio entrar a 285.131 personas, mientras que Bilbao expedí­a 779.281 billetes. La mayor parte de la facturación baracaldesa correspondió, además, a los billetes de 3ª clase, los utilizados por la clase trabajadora. Estas cifras y, sobre todo, los 6.001.868 viajeros movilizados gracias al tran­ví­a en 1920 nos indican que el desplazamiento de trabajadores a lugares de trabajo más o menos alejados dejaba de ser un hecho aislado para convertir­se en una acción cotidiana.

La principal consecuencia del desarrollo industrial de Barakaldo fue su conversión en una ciudad industrial, caracterizada por el espectacular cre­cimiento de su población que se ha multiplicado varí­as veces a lo largo de la mayor parte del siglo XX y un crecimiento desordenado de su trazado urbano.

El crecimiento demográfico tuvo una primera fase de expansión en la segun­da mitad del siglo XIX, periodo en el que la población baracaldesa se multipli­có por cinco, pasando de los 2.369 habitantes a los 15.013. Este proceso tuvo una menor intensidad en el primer tercio del siglo XX ya que «sólo» dobló su población. El aumento, además, fue sustancialmente significativo en las déca­das de 1910 y 1920.

Estas cifras sitúan a Barakaldo como el municipio más poblado del ámbito territorial vizcaí­no, después de Bilbao. El aumento poblacional no se trató de un fenómeno aislado, porque localidades vecinas como Sestao experimentaron un crecimiento aún mayor, 384 habitantes en 1857, 18.625 en 1940.

La progresión demográfica fue consecuencia tanto del crecimiento vegetati­vo, esto es, la relación entre la natalidad y la mortalidad, como del saldo migra­torio:

Año Población Crecimiento

Vegetativo

Saldo

Natural

Saldo

Migratorio

1910 19.249 4.236 3.619 617
1920 26.906 7.657 4.212 3.445
1930 34.209 303 4.982 2.321
1940 36.165 1.956 2.623 -667

Los datos nos ofrecen una imagen ní­tida de la evolución de esta época: crecimiento vegetativo y saldo natural positivos, mientras que la inmigra­ción, muy importante en las dos décadas intermedias, se convirtió en emi­gración en la década de 1930 como consecuencia de la crisis económica de ese periodo y de la Guerra Civil. Se trata, por lo demás, de un proceso cuyo ritmo es paralelo al que estaba experimentando el conjunto de la provincia de Vizcaya.

El crecimiento vegetativo fue una constante de esta fase, porque el especta­cular descenso de la tasa de natalidad (44,31 por mil en 1910, 13,71 en 1940) estuvo acompañado de un proceso parecido en lo que respecta a la mortalidad (21,85 %c en 1910, 9,24 % en 1940). En el primer caso, el descenso del núme­ro de nacidos obedece a varias razones, entre las que destacamos una mayor esperanza de vida de los recién nacidos, una mayor conciencia de los padres de su responsabilidad en el cuidado de los hijos, el deseo de mantener el nivel de vida familiar y la irrupción de valores sociales y culturales que disociaban las relaciones sexuales de la procreación, introduciendo diversos tipos de medidas anticonceptivas.

En lo que respecta a la caí­da de la mortalidad, ésta se empezó a notar a nivel general en la primera década de siglo, mientras que en la segunda se produje­ron algunas intermitencias agravadas por la espectacular epidemia de gripe de 1918-20. Entre las causas, nos encontramos con enfermedades del aparato res­piratorio y del aparato digestivo. Destaca, en cualquier caso, el peso importan­te de la mortalidad infantil, ya que entre 1920 y 1935 el 36,74% de los falleci­mientos correspondí­a a niños y niñas de entre cero y cuatro años. 30 años antes suponí­an nada menos que el 58,47% de la mortalidad. Las causas se extendí­­an desde el hacinamiento y la insalubridad de viviendas, espacios públicos y fábricas, hasta la falta de agua potable y la creciente contaminación del aire y del agua, pasando por el alcoholismo, la falta de higiene personal o la insufi­ciencia de los recursos económicos de buena parte de la población que hací­a que los varones adultos consumiesen una dieta mejor, al ser los principales apartadores de ingresos para la familia. La atenuación de la mortalidad fue consecuencia, en grado diverso, de las mejoras realizadas en la higiene por la sanidad municipal, incluyendo la labor instructiva de los médicos locales, del aumento del nivel de vida y, por tanto, de la alimentación, del progreso de las condiciones de la vivienda y de los propios avances médicos. Si en 1890 la esperanza de vida al nacer era 22,8 años y de 41,4 años a los 5 años, en 1930 era de 53,9 años al nacer y de 59,5 años a los 5 años.

El otro elemento fundamental para explicar el crecimiento de Barakaldo es el aporte migratorio. í‰ste fue espectacular en el decenio 1877-1887, ya que el 82,97% del crecimiento poblacional de ese periodo fue consecuencia de la inmigración. No poseemos estudios detallados de las caracterí­sticas de esa inmigración en nuestra localidad, salvo para el periodo 1877-1910, pero es razonable suponer que sus rasgos son semejantes a los del conjunto del área metropolitana de Bilbao estudiados por el equipo dirigido por Manuel González Portilla. Los inmigrantes constituyeron el soporte básico que susten tó el crecimiento económico vizcaí­no. Se trataba de hombres (56%) y mujeres (44%) relativamente jóvenes (82,3% con menos de 44 años). Conviene señalar, en ese sentido, frente a la imagen de una emigración casi exclusivamente mas­culina, la importante presencia femenina en una zona eminentemente fabril. Entre las que llegaron a Barakaldo entre 1890 y 1910 la mayor parte estaban casadas (58,50%) o eran viudas (10,80%). Abundaban también los niños meno­res de cuatro años, lo que certifica la existencia de una emigración de tipo fami­liar. Los inmigrantes procedí­an de zonas rurales más o menos próximas (menos de 50 km) transportados, entre otros medios, gracias al ferrocarril de La Robla y se dedicaron básicamente al trabajo industrial (82%), como jornaleros, peo­nes y especialistas. Vizcaya, el norte de Burgos, Santander, ílava, Guipúzcoa, Navarra y, en menor medida, otras zonas de Castilla y León como Valladolid, aportaron las mayores cantidades. El hecho de la concentración en Barakaldo de la industria siderometalúrgica provocó que muchos de ellos ya fuesen obre­ros y especialistas cualificados, antes de emplearse en las fábricas baracaldesas. Factores económicos, estrategias familiares, facilidades para la movilidad y la consolidación de redes migratorias fueron los principales elementos que carac­terizaron la emigración a la rí­a del ibaizabal.

Treinta años más tarde, la situación habí­a cambiado ligeramente. Los emi­grantes seguí­an siendo jóvenes, la diferencia entre hombres y mujeres se habí­a reducido a sólo 2 puntos y, tras Vizcaya y Burgos, Valladolid se convirtió en la provincia que mayor porcentaje de emigración aportó al conjunto de la provin­cia. Uno de los cambios significativos fue el crecimiento de los desplazamien­tos interiores. de la zona minera a la zona industrial y de ésta a Bilbao y los municipios del Abra. Muestra de la importancia del fenómeno migratorio es que el 77% de la población activa baracaldesa estuviera formado por inmigran­tes provenientes tanto de la misma Vizcaya, como del resto del Paí­s Vasco y de otras zonas de España.

En el caso de Barakaldo, se produjo, además, un reforzamiento del carácter industrial de la anteiglesia. Si entre 1887-1890 el porcentaje de jornaleros industriales (naturales e inmigrantes) fue del 75%, en el periodo 1920-35 cons­tituí­a el 84%, mientras que el 12,73% de labradores se habí­a reducido al 0,62%. Se trataba, además, de una mano de obra muy masculinizada, ya que constituí­­an el 92,3% de la población activa, por sólo un 7,7% representado por las muje­res. Mientras que la inmensa mayorí­a de los hombres eran jornaleros industria les, en el caso femenino esta actividad suponí­a el 35,40% de las mujeres que trabajaban y compartí­a protagonismo con el sector de la servidumbre (32%), actividades liberales (20,35%) y costureras (5,31%). Muchas mujeres casadas, además, de las tareas del hogar, desarrollaban otras actividades productivas en el hogar a través de mecanismos diversos, como realización de trabajos de montaje a media jornada y, sobre todo, como lavanderas o admitiendo huéspe­des en su domicilio.

El inicio de la transformación del modelo familiar fue una de las derivacio­nes de la nueva estructura demográfica. Se produjo un crecimiento del número de familias nucleares (las formadas por los padres y los hijos) que pasó del 70% en 1825 al 79% en 1920-35, y, en menor medida, las familias extensas (aque­llas que acogí­an algún familiar próximo al matrimonio), que pasaron del 14,40% al 16,20%. El número de estructuras múltiples compuesta por abuelos, padres e hijos, por el contrario, experimentaron un fuerte descenso, bajando del 9,11% al 1,03% y también lo hicieron, aunque en menor proporción, los hoga­res formados por una sola persona, del 6% al 3,72%. El cambio fue producto de la sustitución del tipo de vivienda (el barracón o el piso en lugar del case­rí­o) y, sobre todo, del tipo de actividad económica, ya que el paso de la dedica­ción agraria a la industrial hací­a innecesaria la concentración de personas en un único hogar. Otras transformaciones significativas fueron el descenso del celi­bato definitivo y una ligera elevación de la edad de acceso al matrimonio que pasó de los 24 años para los hombres en 1890 a los 28 años en 1935 y de los 22 años de las mujeres a los 25 años. Dos razones contribuyen a explicar este último proceso: el aumento de las expectativas que hací­an más exigentes las condiciones económicas para llegar al matrimonio y las dificultades económi­cas de la década de 1930 que afectaron especialmente a los trabajadores indus­triales. La llegada de inmigrantes no supuso, por otra parte, que se produjese una mezcla excesiva entre nativos e inmigrantes en esta fase. Los datos del con­junto de los municipios de la Rí­a indican que en 1935 casi el 72% de las muje­res nativas estaban casadas con nativos del mismo municipio o del resto del Paí­s Vasco.

Otra de las consecuencias fundamentales de la expansión industrial y del aumento poblacional fue un desarrollo urbano caracterizado por la incapaci­dad de los diferentes proyectos de planificación urbaní­stica para prever y absorber el crecimiento demográfico de la anteiglesia. Así­, los planes de 1890. 1907, 1917-19 y 1926 fueron desbordados por la edificación, más o menos incontrolada. El futuro urbaní­stico de la anteiglesia se caracterizó por «la anarquí­a, la especulación y la absoluta supeditación de las viviendas a los intereses de la industria, muestra de la cual era la concentración ferroviaria que atravesaba la población en varios puntos y creaban un fuerte efecto barrera. Los intentos de la corporación para regular el trazado urbano fueron constantemente anulados por la iniciativa privada y los intereses de los pro­pietarios de terrenos, y sólo consiguieron éxitos limitados en el realineamien­to de las calles, las obras de saneamiento y en la definición del nuevo centro administrativo y social, situado en la que, desde 1908, se denominó Plaza de los Fueros. Desierto era el barrio que concentraba prácticamente la mitad de la población baracaldesa, seguido por Landáburu, San Vicente y Burceña.

Los barrios más alejados del núcleo industrial, salvo los de la zona minera, no experimentaron transformaciones sustanciales hasta la década de 1920, momento en que se produjeron una incipiente integración entre las diferentes zonas de la anteiglesia y la aprobación del proyecto de ensanche diseñado por el arquitecto Ismael de Gorostiza. El proyecto, además de fijar los nuevos volú­menes de edificabilidad, estableció las bases sobre las que se sustentó la gran expansión de mediados de siglo mediante el diseño de nuevas calles, como la calle Elcano y la reforma, prolongación y alineación de numerosas ví­as y espa­cios urbanos. Se trataba, en cualquier caso, de una solución parcial porque planteaba un tipo de edificio al que sólo podí­a acceder el sector de población que menos problemas tení­a para conseguir una vivienda.

La construcción de las fábricas implicaba frecuentemente que en sus alrede­dores se erigiesen viviendas, de distintos tipos y calidad, para sus trabajadores de tal forma que pudiesen acudir en un breve lapso de tiempo al lugar de traba­jo con el mero recordatorio del cuerno o la sirena de la fábrica. En un primer momento, la edificación de las viviendas recayó en los propios patronos (AHV especialmente), debido a la escasa oferta existente y también como estrategia de fijación y disciplinamiento de la mano de obra, ya que la concesión de las viviendas, aunque fuese en alquiler, estaba condicionada a la buena conducta de los trabajadores, dentro y fuera de la fábrica. No faltó tampoco una intención altruista que buscaba mejorar de la situación de los trabajadores o la preocupa­ción paternalista por el bienestar de los mismos. La insuficiencia de la oferta realizada por fábricas o minas animó a otro tipo de iniciativas a introducirse en dicho mercado, muchas veces en connivencia con las propias empresas. Ya desde finales del siglo XIX, esa tarea recayó en manos de promotores privados y grupos de particulares.

La mayor parte de la población habitaba viviendas en régimen de alquiler, lo que alimentó a un nutrido grupo de propietarios que encontró en la construc­ción de pisos para alquiler un saneado negocio. De hecho, hasta 1890 AHB retení­a directamente los alquileres de los jornales, controlando así­ a los traba­jadores y ofreciendo una garantí­a segura a los dueños de las habitaciones. Entre éstos destacan las sociedades de Francisco de Arana y Lupardo, que controla­ba 250 viviendas en Barakaldo en 1893, de Juan Antonio Zunzunegui (54 viviendas) y de Francisco Martí­nez Rodas (58 viviendas), los hermanos Olaso, Dioní­sio con 63 y Gregorio con 49, íngel Urí­a también con 49 y las señoritas de Echávarri con 21. Entre ellos se encontraban tanto empresarios de distintos ramos (Arana y Martí­nez Radas), no necesariamente baracaldeses, como pro­pietarios tradicionales de la anteiglesia que aprovecharon la coyuntura para introducirse en el mercado inmobiliario y que no desdeñaron los cargos muni­cipales. La carestí­a de los alquileres provocó la ocupación de todo tipo de locales, incluidos sótanos, que no reuní­an unas mí­nimas condiciones de higie­ne (sin cloacas, sin retretes, sin agua) o habitabilidad, la subdivisión de las ya de por sí­ pequeñas superficies de las viviendas y la admisión de inquilinos y pupilos. Todo ello provocó el hacinamiento de la población, lo que unido a la degradación ocasionada por la acumulación de basuras, el estancamiento de las aguas residuales o la falta de ventilación, facilitó la rápida propagación de las enfermedades epidémicas que causaron la alta mortalidad citada unas páginas atrás.

No tenemos datos precisos del número de viviendas en alquiler para el pri­mer tercio del siglo XX, pero sí­ sabemos que se produjo un incremento signi­ficativo del grado de concentración de la propiedad, y aunque los pequeños propietarios continuaron siendo mayoritarios, su porcentaje proporcional des­cendió. La construcción de viviendas baratas para obreros se inició en los años 20, no sin que poco antes, en 1915, la Asociación de Propietarios de Baracaldo manifestase su oposición a una barriada promovida por AHV. La construcción de Casas Baratas, un modelo de poblamiento de baja intensidad en una zona densamente poblada y reservada a los trabajadores con mayor nivel adquisiti­vo, no llegó, en ningún caso, a solucionar el problema de la vivienda obrera. De este modo, el problema del impago del alquiler y los desahucios consiguientes fue una constante de todo el periodo y dio lugar a diferentes protestas que estu­diaremos en el apartado dedicado a los movimientos ciudadanos.

Mikel Aizpuru

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Actualizado el 05 de noviembre de 2024

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