La audacia política del nacionalismo barakaldés, 1898-1936 (I)
Este artículo da cuenta de la evolución del nacionalismo vasco en Barakaldo en el primer tercio del siglo XX a partir de los resultados obtenidos en una investigación más amplia sobre la derecha de esta localidad. El carácter netamente industrial de Barakaldo y su condición de población de aluvión configurada por sucesivos aportes migratorios proyectan una imagen poco favorable al desarrollo del nacionalismo, como ocurre en general con la Margen Izquierda. Ciertamente, el nacionalismo barakaldés no jugó un papel destacado en los primeros años del movimiento, ni ofreció líderes conocidos a sus organizaciones y su atonía contrastaba con la vitalidad del nacionalismo vizcaíno en otras zonas. Sin embargo, nada justifica que esta imagen se extienda más allá de la primera década del siglo. En 1910, el nacionalismo tenía ya un sólido arraigo asociativo en Barakaldo, una capacidad de movilización social no desdeñable y una creciente presencia política que le llevaría a ser la primera fuerza política de la localidad en pocos años. Pero, además de esta expansión, el interés del nacionalismo barakaldés radica en su capacidad de anticipar líneas de desarrollo en el seno del nacionalismo vasco. Una vez que sus energías se ponían en marcha al servicio de las estrategias marcadas desde el exterior, los nacionalistas barakaldeses pronto desarrollaban las premisas de la movilización en función de su realidad específica y acababan por llegar a audaces conclusiones que iban bastante más allá de las del conjunto del nacionalismo. En tres ocasiones, actuaron como punta de lanza del movimiento nacionalista: en 1918 cambiaron radicalmente de estrategia política y pactaron con los socialistas un equipo de gobierno municipal; a finales de 1922 traspasaron los límites del debate que mantenían comunionistas y aberrianos para plante- ar con el Partido Nacional Vasco un proyecto de nacionalismo laico, democrático y socialmente comprometido; y, finalmente, en 1936 apostaron por la consolidación de un marco democrático compatible con el régimen republicano, basado en la competencia de nacionalistas e izquierdas, que dejaba sin espacio a católicos, carlistas y monárquicos. Puesto que la extensión de este artículo no permite detenerse en el detalle de esta compleja evolución, se ha optado por vertebrarlo a partir de estos tres momentos, tras un primer apartado introductorio. Con esta estructura se pretende subrayar la compleja y dinámica naturaleza del nacionalismo vasco e invitar a que nuevas investigaciones locales enriquezcan la comprensión de un movimiento que no encuentra equivalente en la España del primer tercio de siglo.
EL PRIMER NACIONALISMO BARAKALDÉS, 1898-1916
La aparición del nacionalismo vasco en Barakaldo no supuso una alteración sustancial del juego político, dominado por la gran empresa Altos Hornos. El nacionalismo barakaldés no desempeñó un papel anticaciquil ni antioligárquico, sino que, por el contrario, actuó como una sensibilidad más de las que la fábrica combinaba al frente del poder local. Ahora bien, el nacionalismo presentaba una importante diferencia cualitativa con respecto al resto de las derechas que se fue haciendo cada vez más evidente: su base asociativa. Presionado por esta base, el nacionalismo barakaldés comenzó a plantear desafíos dirigidos a la obtención de mejores posiciones en la coalición de derechas en la que se integraba. El origen de la organización nacionalista en Barakaldo se encuentra en la sociedad Euskalduna, fundada en marzo de 1898 en San Vicente, el núcleo tradicional de la localidad. A pesar del carácter oficialmente recreativo de la sociedad y de que sus socios, unos cuarenta, suponían la mitad de los efectivos de las sociedades republicana y tradicionalista, el nacionalismo barakaldés tuvo pronto representación en el poder político local. En 1901 el presidente de Euskalduna fue elegido concejal, en 1904 eran ya tres los concejales nacionalistas y en 1906 cuatro. La lógica de esta progresión nacionalista no fue la misma que la de Bilbao. En Barakaldo, ni los mecanismos caciquiles habían entrado en crisis, ni la izquierda suponía una amenaza política seria, pues republicanos y socialistas no pasaron de un concejal, cuando lo tuvieron, en la primera década del siglo. La modernización política bilbaína no tuvo reflejo en el vecino Barakaldo, donde el poder político local siguió siendo monopolio de unos notables tradicionales de filiación política fluctuante que ejercían sus cargos a la sombra del gran poder fáctico en la localidad: Altos Hornos. La fábrica controlaba la política local y combinaba los diferentes sectores de la derecha en una coa- lición que dirigía el ayuntamiento, dando lugar a lo que los republicanos denominaban la “mayoría innominada, incolora, tocada de extraños influjos”. El nacionalismo barakaldés no alteró estas pautas de funcionamiento, ni desempeñó ninguna función antioligárquica, ni anticaciquil; constituía una sensibilidad más de ese conjunto de fuerzas vivas sobre el que arbitraba Altos Hornos y se beneficiaba de sus prácticas. Muestra de ello es que el concejal nacionalista por San Vicente obtuviese siempre el mismo número de votos que conservadores o católicos, circunstancia que ni siquiera un copo perfectamente organizado podría hacer posible sin manipulación del sufragio. En el mismo sentido, la elección del primer concejal nacionalista por Retuerto en 1903 respondía a una negociación entre los notables de barrio, a través del Sindicato Agrícola; de hecho, los nacionalistas de este barrio tuvieron concejal antes de tener batzoki. Además, los escasos concejales nacionalistas no constituyeron una minoría marginada, sino que, por el contrario, consiguieron buenas posiciones en los equipos de gobierno: tercera y cuarta tenencias de alcaldía en el ayuntamiento de 1904. Esta integración en las redes y prácticas tradicionales parece paradójica, dadas las radicales y novedosas implicaciones políticas del ideario nacionalista. Sin embargo, no lo es tanto si se distingue entre la apelación nacionalista y los contenidos ideológicos sustantivos aso- ciados a ella. En la práctica, el primer nacionalismo barakaldés era un integrismo de referencia étnica. Las colaboraciones de los nacionalistas barakaldeses en la prensa bilbaína perfilan una síntesis ideológica basada en la religión y la xenofobia que se oponía beligerantemente a cualquier manifestación local de los procesos de democratización o secularización. En este sentido, el discurso de este primer nacionalismo se centraba en atacar y ridiculizar a demócratas, republicanos y socialistas, mientras la reivindicación nacionalista permanecía en un segundo plano como un subproducto de la identificación de estos sectores con la inmigración no vasca. La cuestión nacional aparecía subsidiariamente en la medida en que ese orden tradicional que se defendía era amenazado por la “bestia exótica” que convertía la localidad en “pocilga inmunda donde toda mala pasión es engendrada, y donde tienen asiento el ponzoñoso virus de la irreligiosidad y cualquier clase de ideas disolventes, haciendo huir avergonzado todo sentimiento noble”. La apelación nacionalista estaba, pues, subordinada a estos contenidos sustantivos integristas que constituían los criterios de definición de la comunidad nacionalista y guiaban su práctica política cotidiana. Este substrato integrista y xenófobo no constituía un elemento de fractura con el resto de las derechas. Por el contrario, era compartido por los diferentes grupos herederos del tradicionalismo y, ante los desafíos políticos y sociales de la izquierda, comenzaba a ser bien visto por los dinásticos. De hecho, diferentes indicios parecen apuntar a que en estos primeros años la adscripción nacionalista no era excluyente políticamente y que existía una franja de confluencia en torno a los actos nacionalistas mucho más amplia de lo que cabría esperar de la estricta reivindicación nacional. El fundador y principal animador del batzoki de Retuerto en 1906, Juan Francisco Tierra, se integraba con posterioridad en la candidatura conservadora para las provinciales de 1913. Francisco Echave, concejal elegido en 1909 como nacionalista, se definía en 1921 como católico. De manera similar, Aberri recordaba al católico Rodolfo Loizaga el haber sido “tan asiduo concurrente en otros tiempos a jiras y fiestas nacionalistas”, cuando en 1921 reprimía como alcalde las manifestaciones festivas nacionalistas. Evidentemente, los nacionalistas barakaldeses hablaban del derecho de los vascos a autogobernarse y criticaban el dominio español, pero esta particularidad no era percibida como una línea de fractura funda- mental por el resto de las derechas. En 1905, el director de Aberri, Santiago Meabe, proclamaba abiertamente en un mitin en Retuerto su antiespañolismo y reclamaba un nacionalismo “de acción para arrancar a la fuerza lo que por derecho nos corresponde”. Sin embargo, los jóvenes republicanos que intentaron reventar el acto fueron detenidos por la guardia municipal y su denuncia ante el gobernador (“pues ante todo son españoles que no pueden sufrir tamaños insultos”) fue desautorizada por el alcalde, quien expresaba su confianza en el presidente del batzoki y cuarto teniente de alcalde. La especificidad del nacionalismo barakaldés no provenía tanto de una práctica política novedosa o diferenciada del resto de las derechas como de su lugar en el juego de oposiciones en el seno de las fuerzas vivas locales. Todos los concejales nacionalistas procedían de un sector muy delimitado de la sociedad barakaldesa: eran labradores que trabajaban sus propias tierras. Suponían el correlato local de esa “pequeña burguesía urbana bilbaína ligada a actividades ‘preindustriales’ o mercantiles tradicionales, amenazadas por el orden económico emergente” que Mees, de Pablo y Rodríguez establecen como la primera base del nacionalismo en la capital. En realidad, más que por el orden económico emergente en sí, en Barakaldo estos sectores se veían amenazados por sus consecuencias culturales, ideológicas y simbólicas, de un lado, y por las políticas, de otro. La insistencia en una invasión de gentes extrañas que corrompían las formas de vida y costumbres tradicionales deja claro el trauma que supuso para estos grupos la súbita transformación de Barakaldo. Pero además de esta conciencia de fortaleza asediada en el orden cultural y simbólico, el primer nacionalismo barakaldés respondía también a una lógica polí- tica concreta: la representación de la sociedad tradicional tras la deserción de sus líderes naturales. Resulta significativo en este sentido que no se encuentre entre los primeros nacionalistas a ningún representante de las élites locales tradicionales. Éstas, básicamente propietarios agrícolas, se habían vinculado a la transformación industrial a través del suculento negocio inmobiliario que implicó la construcción ex-novo del barrio de El Desierto, que se convirtió en el núcleo central del moderno Barakaldo. En este sentido, el ayuntamiento del cambio de siglo era una ver- dadera república de propietarios que gestionaban en su propio beneficio competencias tan importantes como las relativas a urbanización y salubridad. Políticamente, estos sectores habían emitido su canto de cisne como fuerzas independientes en los últimos años de siglo XIX con el desafío planteado a la creciente intervención de Altos Hornos a través de la publicación de La Ortiga Barakaldesa. A principios de siglo, su adscripción política era básicamente dinástica, pero su liderazgo político sobre la sociedad local era ya más simbólico que real frente al poder de la fábrica. A pesar de la unidad de acción con las derechas y de no cuestionar las prácticas políticas establecidas, el nacionalismo aportaba una novedad cualitativa trascendental, pues sería el germen de la posterior división: su base asociativa. Hasta 1905, la sociedad Euskalduna de San Vicente fue la única entidad nacionalista en la localidad, pero a partir de esta fecha el asociacionismo nacionalista vivió una notable expansión que le llevó a cubrir casi todos los núcleos del extenso término municipal. En 1906 se fundó el batzoki de Retuerto, aunque ya hay noticias de su funcionamiento desde 1905, en 1907 la Juventud Vasca, en 1908 el batzoki de Alonsótegui y a finales de 1910 el de Burceña. Quedaba así establecida en el cambio de década la estructura asociativa del nacionalismo barakaldés, que no se ampliaría hasta mucho después con la fundación del batzoki de El Regato en 1922. Esta expansión tuvo importantes consecuencias sobre la naturaleza del nacionalismo en los siguientes años. En primer lugar, implicaba una redistribución del equilibrio entre los barrios. Si en 1909 todavía el 45% del voto nacionalista procedía de San Vicente, en 1915 esta proporción se había reducido al 19% y algo similar ocurría con los concejales. Además, este nuevo voto nacionalista se concentraba en los distritos que escapaban al control directo de Altos Hornos y que, por tanto, se iban abriendo progresivamente a la competencia electoral con la izquierda, especialmente a partir de la formación de la Conjunción republicano-socialista en 1909. Paralelamente, se produjo un cambio de adscripción social de los concejales nacionalistas que resulta revelador de lo que estaba sucediendo en la base. Entre 1910 y 1917 los labradores prácticamente desaparecieron del grupo municipal nacionalista y dejaron paso a las clases medias y, especialmente, las clases medias independientes (comerciantes, industriales, contratistas). La expansión del nacionalismo local, en compleja relación de amor y odio con Altos Hornos, parecía coincidir, pues, con su adopción por una parte de las clases medias urbanas. El nacionalismo barakaldés estaba dejando de ser la expresión defensiva de un sector concreto de la sociedad tradicional, capaz de compaginar la radicalidad de su discurso con una actuación práctica de acuerdo con el resto de las élites locales, para convertirse en un movimiento mesocrático definido por criterios políticos. Esta nueva realidad que se afirmaba progresivamente dio lugar a notables tensiones en el seno del nacionalismo barakaldés. Los nuevos nacionalistas presionaron por obtener mejores posiciones en las combinaciones electorales y se enfrentaron al sector más tradicional partidario de mantener las prácticas anteriores. No en vano, estos nuevos nacionalistas constituían en los barrios el principal baluarte contra la izquierda y su ofensiva a través de la Conjunción republicano-socialista. La tensión entre ambos sectores fue en aumento y en 1913 y 1915 llegaron a enfrentarse electoralmente en Retuerto. En el mismo sentido, en 1916 los nacionalistas de los barrios votaron un equipo de gobierno municipal alternativo al pactado por los dirigentes tradicionales, aunque finalmente fueron éstos los que salieron beneficiados del desafío. La frustración de estos nuevos nacionalistas de los barrios ante la capacidad de maniobra y manipulación de los notables locales y la fábrica fue introduciendo en el discurso del nacionalismo local la
denuncia de las prácticas caciquiles, un elemento inexistente en la primera década del siglo. Además de estas tensiones planteadas por sectores del nacionalismo, la evolución política vizcaína añadía un nuevo elemento de fricción en el seno de la coalición de derechas en el cambio de década. El proyecto de Fernando M. de Ibarra, estrechamente vinculado a Altos Hornos, para acabar con la desorganización política de los dinásticos vizcaínos a través de un partido conservador se traducía a escala local en que la fábrica se decantaba por potenciar su propia opción política en lugar de arbitrar, como venía haciendo hasta el momento, entre las diferentes sensibilidades de derechas. Así, en 1912 se fundó en Barakaldo un Círculo Conservador, según los nacionalistas, a partir de los empleados de Altos Hornos. Todos estos cambios fueron perfilando al nacionalismo como una opción diferenciada y progresivamente excluyente en el seno de la mayoría innominada en contraste con la unidad de acción de jaimistas, católicos y conservadores. De hecho, a partir de 1913 los nacionalistas dejaron de verse beneficiados por las prácticas caciquiles (se prescindió de sus candidatos en el copo de San Vicente) y su presencia en la coalición de derechas pasó a depender de su fuerza electoral real. Esta pérdida del favor de la fábrica se tradujo en un continuado descenso de su presencia política, desde los ocho concejales en 1912 a los cinco en 1916.
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ANTONIO FCO. CANALES SERRANO
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