La tenencia de Huart (1040) Primeros indicios de ocupación medieval en Barakaldo (I)
En algunas ocasiones un simple paseo a pie por muchas de las calles de nuestros pueblos nos puede acercar a imágenes del pasado. Suelen ser recuerdos propios de nuestra infancia con calles ligeramente distintas, con viejos edificios, el humo de las fábricas y con una ocupación de espacios diferente a la actual. Posiblemente si preguntamos a nuestros mayores por sus recuerdos nos acerquen a un entorno distinto. Nos sorprenderían con referencias a lugares libres de ocupación, con campos en zonas en los que ahora hay barriadas de casas, con humedales en franjas ocupadas por centros comerciales y arroyos en espacios saturados por modernos viales. Nos pondrían, en definitiva, frente a un paisaje distinto; menos intervenido por nuestra mano.
La labor de muchos investigadores es intentar hacer ese camino regresivo. Estudiando el paisaje que tenemos en la actualidad, el que conocemos y que nos es tan familiar; debemos intentar analizar su evolución, sus alteraciones, pudiendo llegar a delimitar posibles localizaciones de elementos patrimoniales. En un entorno tan antropizado como puede ser la Margen Izquierda es una tarea apasionante y bella imaginar todo nuestro territorio sin ninguno de los elementos que podemos observar en la actualidad. Intentemos borrar nuestras calles, nuestras casas, las carreteras, las fábricas y polígonos, etc; y probemos a especular cómo sería la Vega de Ansio durante la Edad Media, hace más de 1.000 años.
Por poner sólo un ejemplo. La Edad Media en Bizkaia se suele identificar con las torres como centros de organización y control del territorio durante la lucha de bandos; siendo elementos muy característicos del paisaje medieval vizcaíno a partir de las primeras décadas del Siglo XIV. Barakaldo conserva todavía ejemplos tardíos que recuerdan este periodo de conflictividad medieval, como la torre palacio de Susunaga o el Palacio Zubileta, ambos del XVI. También contamos con investigaciones que nos acercan a torres desaparecidas como la Torre de Burceña, el cadalso de Landaburu y Torre de Lutxana con documentación desde el Siglo XIV; la Torre de Uribarri y Zuazo del XV; y otras torres documentadas a partir del Siglo XIV como la Torre de Aranguren, Beurco, Cruces, Bengolea, y un largo etc.
La pregunta que nos hacemos muchos arqueólogos dedicados a la Edad Media es relativamente sencilla. ¿Conservamos en nuestros municipios indicios, referencias o pistas de ocupación medieval anterior?
Para contestar esta y otras cuestiones los historiadores contamos con un sinfín de fuentes de información. Desde la propia documentación histórica de la época hasta los nombres que han perdurado en nuestro territorio (la toponimia) pasando por el propio paisaje y las huellas que hemos dejado en él. Aun así, los datos con los que contamos siguen siendo escuetos. Sin embargo nos permiten acercarnos a un entorno y a un paisaje en época medieval muy diferente al actual.
Todavía sorprende a mucha gente que se acerca a nuestras excavaciones las referencias a que nuestros pueblos hayan estado ocupados durante la Edad Media por dispersas barriadas muy diferentes a las actuales. Y que nuestras actuales casas y bloques de pisos fuesen hace más de mil años sencillas construcciones de madera muy similares a cabañas.
Solo en los últimos años, la arqueología vizcaína ha permitido documentar los primeros indicios claros a construcciones de tipo doméstico identificadas como granjas, unidades domésticas o aldeas medievales. El registro que nos ha quedado de ellas son unas sencillas marcas de agujeros de poste, y algunos suelos adscritos que se pueden identificar como evidencias de la existencia de simples edificaciones de madera. En todas las actuaciones arqueológicas realizadas en nuestro territorio en los últimos años podemos contar con los dedos de las manos las excavaciones en las
que se ha localizado este tipo de registro.
Cuando identificamos estas evidencias rápidamente ponemos estos datos en comparación con otros de nuestro entorno. Es entonces cuando intuimos la existencia en nuestra tierra de un poblamiento semidisperso constituido por simples granjas agropecuarias.
Estas evolucionarán a partir del siglo VIII en aldeas gracias a la actividad de élites aristocráticas que imponen nuevos sistemas de explotación y ocupación. Las casas que ocuparíamos entonces serían sencillas construcciones de madera rodeadas por unos mínimos campos de cultivo en los que la única construcción de entidad sería una pequeña ermita de reducidas dimensiones rodeada de los bosques y de los recursos de la comunidad.
Si en la actualidad poseemos los datos aportados por el desarrollo de la disciplina arqueológica, no era así hace 20 años pues sólo se solían utilizar las escasas reseñas aportados por registro textual. Y en este caso concreto, Las Encartaciones salían mal paradas al considerarlas una unidad, tanto histórica como geográfica, que pecaba de cierto trato diferenciado en relación al resto de Bizkaia. De hecho, históricamente se ha solido considerar a Las Encartaciones como un territorio con personalidad histórica propia ya desde el siglo XI y caracterizado además por una amplia autonomía.
La realidad no es exactamente así pues Las Encartaciones no es una unidad cultural absoluta sino que es la suma de un conjunto de espacios con personalidad y características propias que han compartido una identidad política común pero no una unidad cultural plena, algo que ha de tenerse en cuenta a la hora de realizar estudios de todo tipo.
Esta concepción unitaria en los estudios históricos creemos que viene en parte originada, además de por su carácter diferenciador ejemplificado en las Juntas de Avellaneda, por las prontas referencias textuales que hacen mención a relaciones con gentes venidas del Sur. Es el caso de la Crónica de Alfonso III que cita para mediados del siglo VIII la repoblación de Karrantza y Sopuerta con gentes venidas del Ebro y del Duero. Esta temprana referencia textual puede ponernos sobre la pista de un dominio claro de la monarquía astur sobre la comarca -algo que probablemente no es correcto- y que ha podido provocar que algunos investigadores hayan conceptualizada a Las Encartaciones como un territorio más próximo a la influencia occidental, dando menor importancia a otras influencias.
A día de hoy, sabemos que esto no es correcto pues observamos que esas influencias occidentales están presentes en el occidente encartado pero no tanto en zonas centrales, en el valle del Cadagua o en grandes zonas de la actual margen izquierda. La realidad es, por tanto, mucho más diversa de lo que a veces se ha explicado.
Tampoco la arqueología ha aportado en las últimas décadas el mismo caudal de información que en el resto del territorio pese a tener la primera excavación de Arqueología Medieval realizada en Bizkaia como es la necrópolis y templo del siglo X de la Cerrada de Ranes en Zierbena.
Así, durante muchos años las únicas evidencias materiales del pasado medieval de esta región eran, junto a la magnífica estela recuperada en Zierbena, otra procedente de la necrópolis de La Casería (Trapagaran), el tímpano románico de la iglesia de San Jorge de Santurtzi o la ventana monolítica de la ermita de San Lorenzo Bermejillo de Gueñes. Catálogo reducido para una región, Las Encartaciones históricas, que ocupa 573 km 2 (casi un 26% de toda la superficie de Bizkaia incluyendo el territorio cántabro de Valle de Villaverde).
A esto debemos sumar la falta de una visión clara del punto de partida: la herencia del mundo romano. En este caso concreto, los pocos indicios que tenemos del periodo antiguo apuntan a un tipo de poblamiento condicionado en todo momento por los recursos que ofrece nuestro territorio a sus propias gentes y a las de fuera. Roma se acercó a Las Encartaciones interesada en la explotación de los recursos minerales que se querían controlar desde los centros de poder y de administración exógenos (la cercana Colonia romana de Flaviobriga) pudiendo provocar el cambio de los asentamientos rurales en altura (los Castros) a otro tipo de localizaciones, hasta la fecha desconocidos, posiblemente cercanos a otros sistemas de explotación de los recursos circundantes.
Y es que la huella dejada por Roma en Las Encartaciones se caracteriza por las evidencias de explotaciones minerales de hierro, como en los montes de Triano mencionado por Plinio, y su propio paso hacia la costa por la calzada Pisoraca-Flaviobriga. El resto de evidencias son ocupaciones escasamente documentadas en los castros encartados, en cuevas y noticias de hallazgos casuales de materiales.
Respecto al tipo de poblamiento surgido tras la caída del imperio, podríamos hablar de continuidad, posiblemente hasta finales del VIII, de uso de los recursos que le son conocidos desde la etapa romana o incluso desde la protohistoria.
Por otro lado, estos asentamientos se encuentran geográficamente alejados de los centros embrionarios de poder que están surgiendo a su alrededor. Al Este con una sociedad estructurada y jerarquizada como muestran algunas necrópolis influenciadas por lo merovingio y por lo franco -y también por la primitiva corte navarra-; y al Oeste por la embrionaria corte Asturiana (posiblemente muy unida al territorio cántabro); y al Sur por una sociedad a todas luces hermética pero con poderes emergentes que derivarán en el nacimiento de Castilla.
Aun así, hasta la fecha no se han localizado necrópolis, estelas o materiales atribuibles al “fenómeno franco o merovingio”, como sucede en zonas tan cercanas como Artziniega, Arrigorriaga, Finaga, etc. Sin embargo, dado el estado de la investigación, no debemos desechar la posibilidad de que en Las Encartaciones aparezcan elementos de este tipo si consideramos la cercanía a los núcleos documentados en Bizkaia como en el Duranguesado y Finaga, Cantabria y Ayala. En este último, por ejemplo, se encuentra Nuestra Señora de la Encina de Artziniega en la que se localizaron una serie de estructuras pertenecientes a un poblamiento tardorromano fechado entre los siglos V y VI, posteriormente alterado por un pequeño recinto rectangular que supuestamente puede identificarse como una primera iglesia altomedieval.
José Ángel Fernández Carvajal
Tomado de Kbarakaldo4
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