Memoria de las barakaldesas en el franquismo a partir del servicio doméstico (I)
Introducción En el mismo centro de Barakaldo hay dos esculturas que recuerdan su pasado industrial; dos esculturas que están forjadas con el mismo material que forjó a Barakaldo tal y como fue, tal y como algunas y algunos lo recordamos: el acero. Me refiero concretamente al Monumento a la Industria y a las Chimeneas de Ibarrola. A pesar de la gran calidad artística e incluso emocional de esas piezas de arte, representan solo una parte del municipio; una parte importante, pero, al fin y al cabo, solo una parte, aunque su ubicación en el corazón barakaldés las convierta en una especie de significante de todo. Ambas figuras aparecen de forma explícita ligadas a la industria y ambas, aunque de una manera más obvia en el Monumento a la Industria, son un tributo hacia los obreros (masculino, plural) que hicieron de Barakaldo lo que es, además de constituir una representación de la masculinidad obrera del Gran Bilbao de la segunda mitad del siglo XX. La valía del obrero se demostraba por su sacrificio al trabajo. Trabajaban en su mayoría en la industria pesada vinculada al hierro y al acero y, como consecuencia, su ocio era un reflejo de la dureza de su trabajo, una exaltación de la virilidad. Por todo ello, en el Monumento a la Industria aparece un fuerte hombre desnudo blandiendo un gran mar- tillo. Sin embargo, Barakaldo no sólo dependió de estos trabajadores industriales: las barakaldesas jugaron un papel fundamental en el desarrollo del municipio. Es cierto que en Barakaldo también hay esculturas en las que se representan a algunas mujeres o a todas en su conjunto. Se encuentra por ejemplo el busto de Clara Campoamor, una mujer excepcional y que, precisamente por su excepcionalidad, aparece simplemente su cabeza. A Rosalía de Castro, en cambio, se la representa de cuerpo entero. No obstante, está sentada leyendo un libro a niños y niñas, destacando la faceta maternal de la pensadora gallega. La última de las esculturas que vamos a comentar es la de Emakume, que constituye un homenaje a todas las mujeres barakaldesas. A diferencia de las otras dos esculturas, esta es más abstractizante. El motivo de que la imagen que proyecte no sea tan definida no es otro que buscar la representación de todas las barakaldesas, no de una en concreto. A pesar de todo, podemos ver cómo Emakume, que aparece sentada, porta una criatura entre sus brazos. La diferencia con el Monumento a la Industria es clara, a los hombres se les homenajea en su faceta de trabajadores, a las mujeres en su faceta de madres. En cualquier pueblo o ciudad las esculturas son importantes ya que fijan hitos urbanos. Los y las habitantes transcurren casi a diario por estas esculturas y se orientan a partir de ellas. Aunque no solemos detenemos a observarlas, emiten un claro mensaje. Visibilizan una realidad, pero invisibilizan otra. En este caso, destacan el trabajo reproductivo de las mujeres y no su trabajo remunerado. Sin embargo, las barakaldesas durante el franquismo y la transición, no solo fueron madres y amas de casa, también fueron trabajadoras. A pesar de las grandes limitaciones laborales franquistas, muchas mujeres no abandonaron el mercado laboral. Fueron modistas, costureras, trabajadoras a domicilio, pupileras…Y por supuesto, trabajadoras de hogar. En este artículo se va a tratar de acceder a la memoria de las mujeres que trabajaron en el servicio doméstico durante el franquismo y la transición. Mujeres que bascularon entre el mercado sumergido de trabajo y el trabajo invisible del hogar. Para ello, nos serviremos de testimonio de cuatro mujeres nacidas entre 1941 y 1960, que trabajaron en el servicio doméstico durante el período que estudiamos y que constituyen en la práctica tres generaciones de trabajadoras de hogar. La fuente oral no solo nos ayuda a aproximarnos al conocimiento de lo que realmente ocurrió, especialmente cuando escasean otro tipo de fuentes, sino que, ante todo, nos permite conocer cómo los sujetos se conciben a sí mismos y en relación al medio que les rodea a partir de las categorías discursivas que tienen a su alcance y a través de las cuales interpretan su entorno.
La historia oral es la fuente que penetra en las capas de la memoria ya que, cuando una persona narra su memoria, está mostrando el sentido de sí misma a lo largo del tiempo. Las muchachas del servicio. No se puede entender qué significó el servicio doméstico en el franquismo sin tener en cuenta el período anterior, La II República. Durante el período democrático, al igual que ocurrió con la situación legislativa general de las mujeres, se produjo de forma simultánea un importante avance formal y una grave incoherencia con res- pecto al servicio doméstico. La Ley de Contrato de Trabajo de 21 de noviembre de 1931 extendía las relaciones laborales al servicio doméstico a través de la estipulación del contrato de trabajo. Sin embargo, no se aportó una noción jurídica para su delimitación, y a partir de entonces, la mayor parte de disposiciones laborales incurrieron en la incoherencia de dejar al margen del articulado al servicio doméstico. Sin embargo, el hecho de que se reconociera como trabajo una actividad de carácter doméstico sin ánimo de lucro y que, al mismo tiempo, se dejaran relegadas a las muchachas en muchos aspectos de las leyes laborales impulsó por primera vez en el estado la sindicación de las sirvientas. En 1932, la UGT en su Congreso Nacional, siguiendo las directrices marcadas por la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, solicitó su reglamentación. Fue la CNT quien en mayor medida impulsó la integración de las sirvientas, que empezaron a denominarse empleadas del servicio doméstico en aras de un clima democrático e integrador. En diferentes ciudades, principalmente en Andalucía, pero también en otras como en Zaragoza, las criadas que se denominaban empleadas del servicio doméstico organizaron numerosas huelgas y movilizaciones con el objetivo de mejorar su situación laboral. Sin duda las imágenes de las criadas, descritas por aquel entonces como sujetos pasivos, reivindicando sus derechos suscitaron un gran recelo entre las clases acomodadas. Tal es así, que la huelga de criadas fijó una de las representaciones más recurrentes de las transgresiones que debían ser castigadas en la represión de posguerra. Después de la Guerra Civil, varias circunstancias distorsionaron las posibilidades de las mujeres en el mercado laboral. Junto a las dificultades socioeconómicas de la posguerra, agravadas por el aislamiento las dificultades socioeconómicas de la posguerra, agravadas por el aislamiento internacional, cabe señalar las características propias de un régimen autoritario y conservador que derogó la legislación igualitaria desarrollada por la República y que impuso el modelo del ama de casa. Se redujeron notablemente los puestos de trabajo a los que tenían acceso las mujeres, se desincentivó el trabajo de la mujer casada y se les prohibieron ciertos trabajos. Ante estas circunstancias, los trabajos a los que las mujeres de clases humildes pudieron optar quedaron muy reducidos y, con ello, cualquier posibilidad de promoción y autonomía. El servicio doméstico fue uno de los escasos trabajos femeninos que aumentó tras la contienda, hasta dar lugar a la “edad de oro del servicio doméstico” en la España contemporánea. Este crecimiento fue acompañado por el aumento artificial de los servicios, sobre todo aquéllos vinculados al Estado. A menudo se suele indicar que las circunstancias económicas fueron las que condujeron a la domesticación de las mujeres, es decir, a la consagración de estas a la esfera doméstica. Sin querer restar la importancia de la crisis económica de posguerra, confiar en este argumento dotaría de una inocencia de la que carecieron las élites franquistas: la domesticación de las mujeres respondió fundamentalmente a criterios ideológicos. No importaba que las mujeres trabajaran, de hecho, sabían que era necesario para levantar la situación de posguerra, pero querían que lo hicieran en y a domicilio y de manera que nunca igualase las condiciones laborales de los varones. De la misma manera, la identidad de “trabajador” recaería sobre el padre de familia, configurando así una sociedad de Ganadores de pan y Amas de casa. No obstante, como Pilar Pérez Fuentes demostró y aquí también se hará, esas amas de casa también “ganaron el pan”. Bajo ese prisma, es lógico pensar que uno de los trabajos ideales fuera el servicio doméstico ya que relegaba a mujeres que se iniciaban en el mercado laboral al cuidado de los hogares. Si bien esta afirmación es cierta, el interés por propulsar el servicio doméstico iba más allá. El orden quebrantado durante la República y la Guerra Civil debía ser repuesto, y uno de los medios ideales para hacerlo era el servicio doméstico. Bajo la óptica de las personas adeptas a la dictadura, el servicio doméstico debía dejar de ser un trabajo para convertirse en un “servicio” de mutua voluntad (por parte de las sirvientas y de las familias “contratantes”), y de esa manera también se retornaría al “orden natural”, una sociedad dividida entre quienes sirven y quienes son servidos y servidas. Las personas adeptas al régimen vinculaban de una manera que parecía inequívoca el servicio doméstico con la pobreza y, a su vez, la pobreza con quienes habían perdido la Guerra Civil. Para restaurar el orden quebrantado, era necesario que se educara o reeducara a las capas más humildes de la población, y en especial a las mujeres, en la obediencia y en la abnegación. ¿Cómo se realizó esta reeducación? Por una parte, el régimen contaba con sus propios medios para redimir a estas mujeres de la otra España que consistía precisamente en el servicio doméstico. Muchas de las mujeres que se quedaron viudas tras la guerra y que en gran parte sufrieron la expropiación de tierras y de su vivienda, acudieron al servicio doméstico como internas. De esta manera, al menos iban a tener cubierta la manutención, sobre todo teniendo en cuenta que sus expectativas laborales habían quedado diezmadas con la nueva legalidad. Igualmente, trabajando para una familia que guardara una mejor relación con el régimen o que fuera abiertamente adepta, podía procurar cierta seguridad. Muchas de estas mujeres tuvieron que dejar a sus hijos e hijas a cargo del Auxilio Social para así poder servir a otras familias7. A su vez, el Auxilio Social preparaba a las niñas que estaban bajo su tutela para que fueran futuras sirvientas. Este dato es muy importante, ya que nos indica que el horizonte social que el franquismo tenía previsto para las chicas pobres era que lo siguieran siendo y, por tanto, que reprodujeran el mismo status social del que partieron en posguerra. Y es que, a las mujeres, especialmente a las de las capas más humildes, se las educaba en la resignación. Debían conformarse con la situación que la vida les había deparado y no debían cambiarla ya que esta respondía al orden “natural” o incluso a un orden de carácter divino. De tal manera, las hijas de las “caídas”, de las presas políticas, de las personas represaliadas, es decir, las hijas de los vencidos y las vencidas iban a ser quienes sirvieran en casa de quienes habían vencido. No quiero decir con esto que todas las sirvientas fueran hijas de republicanos y republicanas, pero todas tenían una característica en común muy ligada a quienes perdieron la guerra: la pobreza. Por otra parte, encontramos la reeducación y domesticación a través de instituciones religiosas. La estrecha relación entre asociaciones católicas y el servicio doméstico venía de la segunda mitad del siglo XIX, a través especialmente de obras como Las Adoratrices, las Escuelas Dominicales y especialmente las Esclavas del Servicio Doméstico. A las muchachas venidas del campo que acudían a estas obras se las instruía para que tuvieran una recia moral con el fin de que no pudieran caer en lo que escondían las luces de la ciudad. Sin embargo, a esta labor de instrucción durante el primer franquismo se le sumó la reordenación y la justificación del orden social. La Iglesia comprendía el apostolado con las sirvientas como un ejercicio necesario: inculcar valores cristianos a las sirvientas era una garantía de futuro para que éstas, cuando se casaran, pudieran recatolizar el hogar obrero. Esta formación en la obediencia de la criada tenía un sentido puramente práctico, ya que criadas obedientes educarían a la mano de obra en la sumisión y en el respeto al orden preestablecido.
No obstante, sabemos que no solo las obras dedicadas a las sirvientas se encargaron de la reordenación de las muchachas desfavorecidas y, por ende, de la clase trabajadora. A través de la experiencia de nuestras entrevistadas sabemos que desde algunas escuelas regulares se conducía a las niñas de familias humildes hacia el servicio doméstico, como explica Josefa Costa Acedo. La familia de Josefa quedó dividida tras el 18 de julio de 1939, la rama paterna había apoyado el golpe militar, mientras que la materna había permanecido fiel al régimen democrático. Cuando acabó la guerra, a los abuelos maternos les fueron expropiados sus bienes y varios tíos fueron encarcelados. Ante esa situación y con el miedo a futuras represalias, los abuelos de Josefa decidieron emigrar a Barakaldo y años después los padres de Josefa hicieron lo mismo. Josefa nos cuenta cómo a su llegada a la villa, su abuela la llevó a un colegio donde básicamente le enseñaron a servir: “Mi abuela – cuenta Josefa – me metió a las Salesianas para que aprendiera a planchar y eso que enseñaban, pero a mí en vez de enseñarme me pusieron a trabajar. Ese colegio era de pago y no pagábamos… La única que me enseñó un poco fue una monja muy buena, pero las demás me ponían a limpiar. Pero al poco cambiaron del colegio a la monja yo ya me marché y ya me puso mi madre a servir.
En este fragmento, Josefa explica cómo había un tipo de alumnas, las de pago o las señoritas, que accedían a una educación muy enclavada en parámetros de género del franquismo pero cierta educación al fin y al cabo, y cómo para otro tipo de alumnas, las gratuitas, la educación era de carácter gracioso, supeditado a la buena voluntad de las docentes. Este relato nos remite a la clasificación de las niñas mediante la escuela. Así se establecían dos tipos de alumnas, las de pago o señoritas, y las gratuitas o antoñitas, que tenían una educación menos esmerada y a menudo se les solía encargar la limpieza de las instalaciones. Era indispensable enseñar a las niñas a que aceptaran y asumieran la clase social a la que pertenecían y a que actuaran de acuerdo a ello. Si la educación franquista era un modelo de reproducción social, donde primaban las relaciones de poder sobre las del saber, debemos pensar que el servicio doméstico era su máximo exponente. A través de aprender a planchar o a cocinar, le estaban enseñando a saber obedecer y a ser una buena criada, porque el destino de las pobres y de las iletradas era casi irremediablemente (y sobre todo en el contexto urbano) el servicio doméstico, o por lo menos así lo entendía el discurso oficial. Teniendo en cuenta lo anterior, nos podemos preguntar cómo fue el servicio domé tico en estos primeros años de la dictadura. El servicio doméstico no estuvo regulado en el franquismo. A las trabajadoras del sector se las excluyó de la Ley sobre descanso dominical de 1940; de la Orden de aplicación del Plus Familiar; del Decreto sobre Accidentes de Trabajo de 1944 y de la Ley del subsidio Familiar y el Subsidio de Vejez en 1940. También se excluyó al servicio doméstico de la Ley de Contratos de Trabajo de 1944, aunque aquí si se definió lo que se entendía por servicio doméstico, precisamente como una actividad que se prestaba “mediante el jornal, sueldo, salario o remuneración de otro género o sin ella”. En el proyecto nacional católico, el servicio en los hogares era un aspecto intrínseco a la organización de los hogares, e incumbía exclusivamente a las familias; lo fiaba al ámbito privado, tanto su trato como su regulación, confiaba así en los buenos usos y prácticas que se llevaran a cabo dentro de un ambiente católico. Teóricamente el Estado no debía intervenir en su regulación, ya que afectaría a un pilar fundamental de control social del régimen, la familia. Por omisión se estaba relegando a una ingente cantidad de mujeres al limbo jurídico de la economía sumergida y a su total invisibilización. La mayor parte de mujeres que entraban en el servicio doméstico durante los cuarenta, cincuenta y sesenta lo hacían de chica para todo. Sus tareas iban desde la preparación de la comida, la limpieza de la casa o el cuidado de niñas y niños.
Tomado de Revista K Barakaldo Aldizkaria 4
Eider de Dios Fernández
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