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Una fortaleza única: las Torres de Lutxana

Una fortaleza única: las Torres de Lutxana

guerra-carlista-burcena-311.- Historia

A mediados del siglo Xl, concretamente en 1040 y 1051, los hermanos Lope Galindo Velázquez aparecen como tenentes -algo así­ como gobernadores- de Barakaldo en nombre del rey Garcí­a Sánchez III de Navarra. Estos personajes pertenecí­an a una familia de probable procedencia alavesa, aunque de origen incierto. La leyenda los hace descendientes de un mí­tico conde don Vela, hijo bastardo de un rey de Aragón, que ganarí­a el señorí­o de Ayala del monarca castellano Alfonso VI (1072-1109), pero resulta evidente que las fechas no concuerdan. En cualquier caso durante el siglo XI, y gracias a su apoyo a diferentes monarcas -navarros primero, castellanos después-, los Velázquez lograron hacerse con el importante señorí­o de Ayala (incluyendo Orozko), al que se unirí­an varias tenencias en el Norte de Burgos y Las Encartaciones de Bizkaia. Entre estas últimas se hallaba Barakaldo, por entonces integrado en el valle de Somo­rrostro.

¿Cuáles eran las funciones de los tenentes? Básicamente la defensa del territorio, el manteni­miento de la paz pública, la administración de justicia y la recaudación de impuestos. En pago por estos servicios los monarcas que les habí­an otorgado la tenencia les cedí­an ciertas rentas (diezmos, peajes…), las confiscaciones, indemnizaciones y penas aplicadas a los delincuentes, y unos derechos que pagaban los litigantes de los pleitos. Pero al margen de estos beneficios «legales» era frecuente que los tenentes se apoderasen de los bienes colectivos: montes y aguas fundamentalmente, y tam­bién tierras de cultivo no ocupadas. Así­, parte del territorio que en principio sólo tení­an que adminis­trar en nombre de la corona acababa por convertirse en su propiedad. Esta forma de abuso señorial serí­a de particular trascendencia en el caso de Barakaldo.

Los Velázquez-Ayala debieron mantenerse al frente de la tenencia de Barakaldo hasta el segun­do tercio del siglo XII, cuando Garci Galí­ndez de Ayala repartió entre sus tres herederos todas sus posesiones -con excepción del señorí­o de Ayala, que se mantuvo unido-. Así­, cada uno de los hermanos recibirí­a un tercio de las tierras y derechos familiares en el municipio. Pero poco después la tenencia de Barakaldo pasó a manos de los Haro, señores de Bizkaia.

Este hecho supuso la pérdida de poder en la zona por parte de las dos lí­neas secundarias de la casa de Ayala. Sin embargo, la rama principal logró anticiparse al cambio de tenente y transformar parte del territorio bajo su gobierno en una propiedad de hecho, propiedad que además consiguió hacer extensiva a su condición de administradora de justicia. Es decir, que loque hasta ese momento habí­a sido un señorí­o por delegación, en representación del monarca, se transformó en un señorí­o pleno, en el que el señor aunaba la condición de propietario del suelo y la de administrador de la justicia sobre los hombres que lo ocupaban. Dicho de otra forma, se creó un señorí­o tí­picamente feudal.

Ello explica el que los señores de Ayala fueran dueños hasta el siglo XVI de un tercio de los diezmos de la parroquia de San Vicente y un tercio de los montes del concejo, además de mantener su poder jurisdiccional -con merino propio- sobre 46 «casas censuarias» (es decir, caserí­os construidos sobre tierras de su propiedad).

El centro neurálgico de este pequeño señorí­o de los Ayala debí­a situarse en Burceña. Al menos allí­ poseí­a la familia un palacio en 1328, que para 1384 habí­a sido transformado -signo de los tiempos- en una casa torre. Pero en esta última fecha la «capital» de las posesiones ayalesas habí­a pasado ya a las torres de Luchana : su alcaide era a la vez merino de las «tierras et montes et pasaje  de Tapia  et otros bienes e casas foreras» que los Ayala poseí­an «en la dicha tierra et valles del dicho pueblo (de Barakaldo) et en sus comarcas et sus terminos».

Este cambio estarí­a relacionado con la estratégica disposición de Luchana, en la confluencia de los rí­os Cadagua y Nervión, dos cursos fluviales sobre los que discurrí­a buena parte del comercio terrestre y fluvial-marí­timo vizcaí­no -sobre todo desde la fundación de Bilbao en 1300-. Por otro lado, el lugar era uno de los puntos más estrechos del cauce del Nervión, con lo que desde la torre era fácil controlar el tránsito de cualquier tipo de embarcación.

Además, aguas abajo las riberas -especialmente la derecha- eran unas extensas marismas de lí­mites indefinidos, con la excepción del puerto de Portugalete y la cala de Santurtzi. De hecho, el entorno de Luchana era el primer punto en el que ambas orillas adquirí­an suficiente solidez como para asentar unos embarcaderos paralelos. Es por ello que cerca de las torres, en Tapia, se situaba el primer «pasage» o lugar por donde se podí­a cruzar la rí­a en un bote trasbordador. Como cabrí­a esperar, este «pasage de Tapia» era propiedad de los señores de las torres de Luchana. Como contrapartida a esta excelente posición, la fortaleza se hallaba expuesta a las avenidas, a los embates de la mar y a los vientos dominantes en la zona, lo que obligó a realizar periódicas labores de mantenimiento, cuando no verdaderas reconstrucciones.

Si las razones del emplazamiento de las torres de Luchana -la documentación casi siempre las menciona en plural- parecen evidentes, más difí­cil resulta averiguar su origen. Delmas las lleva hasta el siglo XI y las atribuye al mí­tico conde don Vela. Este autor asegura además que «poseemos documentos anteriores al siglo XIII que a ellas se refieren», aunque no especifica de que documentos se trata. Señala también -en esta ocasión basándose en una incierta tradición oral- que desde las torres se cobraban impuestos a los barcos que subí­an al puerto de Bilbao cargados de aceite de ballena, y que para evitar evasiones los alcaides de la fortaleza tendí­an una cadena entre ambas orillas del Nervión.

En realidad, estas exacciones irí­an expresamente en contra de los privilegios de la villa de Bilbao, cuya carta puebla prohibí­a el cobro de peajes «en el nuestro puerto de Portugalete ni en la barra ni en toda la canal», lo que nos hace dudar de que esta noticia sea cierta. Cabe la posibilidad de que antes del año 1300, y dada la ubicación de Luchana, se impusiera desde allí­ algún tipo de tasa, pero adelantemos ya que no hay noticias de la existencia por aquel tiempo de las torres de Luchana. En cuanto a la cadena, tampoco hay dato alguno sobre su existencia -que, por otra parte, hubiera generado constantes pleitos con las anteiglesias de la margen derecha, como sucediera a Portugalete con motivo de sus derechos sobre la rí­a-.

Pese a estos intentos de Delmas por alargar su antigí¼edad, lo cierto es que la primera mención fidedigna de la existencia de las torres es de 1384. En el documento fundacional del convento de Santa Marí­a de Burceña, Fernán Pérez de Ayala se refiere a «las mis torres de Luchana», cuyo alcaide era Juan Cruz de Burceña. Por nuestra parte, creemos que las torres no existí­an en 1328, cuando los cabezaleros -albaceas testamentarios- del recientemente fallecido señor de Ayala vendieron las posesiones familiares en la zona, ni en 1349, cuando Fernán Pérez de Ayala las recuperó, pues en ninguno de los documentos correspondientes se mencionan. Por tanto, pensamos que las torres de Luchana se alzarí­an entre 1349 y 1384.

Sin embargo poco después debieron de realizarse importantes reformas en la fortaleza estando Pedro López de Ayala preso en Portugal tras la batalla de Aljubarrota (1385): «labro su muger (Leonor) la casa fuerte de Baracaldo, e estorvandolo algunos vizcaynos, seña­ladamente el solar de Butron e de Muxica, vinieron en aiuda de Doña Leonor los de Avendaño e todos los de Gamboa».

Parece, por tanto, que los Mújica-Butrón, cabeza del bando oñacino en Bizkaia, no veí­an con buenos ojos la creciente presencia de los Ayala, también oñacinos, en un municipio sobre el que por entonces estaban extendiendo su influencia -de hecho, parece que fueron ellos los que indujeron a parte del vecindario de Barakaldo a solicitar en 1366 la separación del municipio de Somorrostro y su inclusión en la merindad de Uribe-. Curiosamente, la reacción inmediata de la mujer de Pedro López de Ayala fue solicitar la ayuda de los Avendaño, jefes de los gamboinos vizcaí­nos. No sabemos si esta situación llegó a provocar algún enfrentamiento armado, pero adelantemos ya que fue la única vez en la que las torres de Luchana tuvieron algo que ver con las guerras de bandos.

Según Floranes, el fin perseguido por los Ayala al levantar la fortaleza era «dar comunicación a sus vasallos para el comercio del mar» que tení­an tan a la mano, y fijar allí­ un importante almacén para las cargas y descargas. Posiblemente no andaba descaminado este autor, ya que en este punto pretenderí­a Bernardino de Velasco fundar una villa en 1498, y aquí­ intentarí­an una y otra vez los vecinos de Barakaldo establecer un puerto cuando menos desde 1506.

En 1447 Luchana y el resto de las posesiones y derechos de los Ayala en Barakaldo pasaron a manos de los Velasco, condes de Haro y condestables de Castilla. La causa de esta transferencia fue, según se recordaba en 1500, «por trueco y cambio de las torres de Luchana que hizo el conde de Haro con Pedro López de Ayala por un juro y fanegas de pan en renta en la merindad de la Bureba».

2.- Descripción de las Torres

Contamos con tres descripciones parciales de las torres de Luchana, que corresponden a las condiciones de las obras de restauración redactadas en 1604, al apeo de las posesiones de los Velasco realizado en 1621 y al peritaje de los daños causados por una avenida en 1752. Pero sobre todo tenemos un testimonio gráfico de gran valor: la Vista de Luchana dibujada por Luis Paret y Alcázar en 1785.

Estos documentos nos presentan un verdadero castillo, con un desarrollo muy superior al habi­tual en las torres fuertes vizcaí­nas. Su núcleo era una voluminosa torre. El piso bajo, que resulta invisible en el dibujo, servirí­a de bodega. El primero serí­a el nivel residencial, muy elevado, del que solo pueden apreciarseunos luceros altos que servirí­an para iluminar la parte superior de la estancia. Inmediatamente por encima de éstos una amplia ventana geminada (¿adintelada?) corresponderí­a al segundo piso, posiblemente un amplio salón. Finalmente, varios vanos adintelados delatan la existencia de un camarote, bastante inusual en este tipo de construcciones. Se cubrí­a todo mediante un tejado piramidal.

Esta torre estaba rodeada por una muralla «con sus dos barbacanas del lado del mediodí­a, y su fosa a puente levadizo por el dicho lado, que es por el lado principal donde entran a la dicha fortaleza por tierra». Además de estas «barbacanas», tal vez dos torres semicirculares flanqueando el puente, existí­a otro acceso al castillo: un portillo con «su escala, y su embarcadero por la parte de la mar, con su puerta a escudo de armas en un cubo que está sobre la dicha escala». Es decir, una poterna hacia la rí­a, defendida posiblemente por una ladronera muy desarrollada o por una torrecilla, ya que estaba dotada de ventanas y almenado.

Pero el elemento más original de esta fortaleza era la segunda torre, a la que sin duda se debe el plural que casi siempre incluye el nombre del conjunto: una torre albarrana (separada del resto del castillo), aunque por lo que se aprecia en el dibujo de Paret no era totalmente exenta, ya que se adosaba al muro exterior al lado de la poterna. De volumen muy vertical, con tres alturas en corres­pondencia con las de la torre principal y un remate en matacán almenado y cubierto a cuatro aguas. Pueden verse sendas ventanas abiertas en los pisos primero y segundo -el bajo parece hermético-, y sabemos que contaba con otras «dos ventanas principales» hacia la rí­a. El acceso a esta torre se realizaba a través de un «pasadizo» sostenido por un arco escarzano.

La reforma de 1604 no supuso muchos cambios en este peculiar conjunto, centrándose en la albarrana y la poterna. La torre se recalzó en dos de sus fachadas hasta la altura de 20 pies (+- 5,57 metros), se repararon algunas «quiebras», se añadieron dos arcos ciegos de descarga en el lado de la rí­a y se desmontó y reinstaló el almacenaje. Las condiciones especificaban que cada piedra de las de la primera hilada de los nuevos cimientos habí­a de tener «dos pies y medio (+-0,75) de lecho o más, e de cinco en cinco pies (+-1,50) sus tizones suficientes que tengan a tres pies y medio (+-1) de largo y el ancho necesario».

La escalera y su defensa fueron también desmantelados y repuestos, exigiéndose que aquella tuviera «el mismo cí­rculo (¿era redonda?) y planta que agora tiene», y que las piezas de sus primeras gradas tuvieran un mí­nimo de una vara (+-0,83) de largo.

Toda la obra tení­a que ser realizada con sillerí­a, pero en concreto la aplicada en los 12 pies (+-3,65) inferiores del recalce «ha de ser piedra de los términos de Ganguren o Galdácano, que es piedra recia e no gastadiza, y no ha de tener salitre ni otra calidad gastadiza para el agua, sol e aire». Es decir, se exigí­a el uso de piedra caliza de la sierra de Ganguren, situada a unos 12 kilómetros de Luchana, que al parecer resultaba la más resistente a los embates de los agentes erosivos. Mucho más importante debió de ser la reforma del interior del edificio: si la canterí­a se remató en 9.900 reales, la carpinterí­a alcanzó los 16.280. Según Delmas, que no transcribe las condiciones de esta parte de la obra pese a considerarlas de mayor importancia que las de la canterí­a, se estipula­ba «la elaboración de hermosas entablaciones de madera de castaño bien seco, para el suelo del salón y cuartos destinados a S.E., las de aforro para las paredes, algunas vigas de los techos artesonados para suplir a las viejas y dañadas por la carcoma; una puerta de roble enchapada y sujeta con barras de hierro y otras obras de mayor coste en la escalera principal».

Parece, por tanto, que se trató de dotar a la fortaleza de ciertas comodidades -incluso se forraron de madera algunas paredes-, pero con una información tan escueta nos es imposible concretar nada, excepto el hecho de que la estructura interior era lí­gnea, como era usual en todas las construcciones del momento. Con posterioridad, las torres de Luchana no debieron de sufrir grandes transformaciones hasta llegado el siglo XIX. La única obra importante que conocemos, la de 1752, fue en realidad una recuperación mimética de la parte derruida por una avenida, aunque engrosando ligeramente la ci­mentación.

3.- íšltimos avatares

Poco después, en 1778, eran descritas como «un castillejo llamado el fuerte de Luchana, que antes pertenecí­a a la casa de los Marqueses de Solana, los que por un descuido han privado a su casa de este privilegio o posesión (?)».

Pero las torres fueron incendiadas durante la Guerra de la Independencia, tras la que fueron abandonadas. Con la promulgación de la ley de vinculaciones de 1820 los Velasco decidieron venderlas: las adquirió por 56.931 reales y 2 maravedí­es un vecino de Barakaldo, Felipe de Murga, que las convirtió en una explotación agropecuaria. En 1821 fueron utilizadas como cuartel, lo mismo que en 1836, durante la Primera Guerra Carlista, fecha en la que sufrieron también los efectos de la batalla de Luchana, que hicieron desaparecer definitivamente la torre albarrana.

Finalmente, en 1871 los restos de las torres de Luchana fueron adquiridos por la Luchiana Mining Company, que las derribó para instalar en aquel asentamiento un cargadero de mineral.

De esta forma desaparecí­a una fortaleza que por su tipologí­a y por algunos de sus elementos formales, como las «barbacanas» y sobre todo, la torre albarrana, era único en Bizkaia. Pero además este edificio presentaba otra caracterí­stica bastante excepcional en el Señorí­o: no era una torre residencial, sino un castillo de guarnición destinado a proteger/dominar un pequeño señorí­o -con su alcaide-merino, cárcel…- y quizás a servir de base a ciertas actividades comerciales.

De hecho, las torres de Luchana nunca tuvieron nada que ver con las guerras de bandos, excepción hecha de la agitación que motivó su construcción, lo que nos lleva a pensar que su guarnición se hallaba al margen de estas luchas. Las tierras bajo su control estaban sometidas a un régimen jurí­dico y econó­mico perfectamente definido y cerrado, que no admití­a la intromisión de alguien ajeno a ellas, como eran los banderizos. Así­, y al margen de la violencia que les rodeaba, los ocupantes de las torres de Luchana se limitaban a controlar el señorí­o de los Ayala -luego los Velasco- en Barakaldo.

Escrito por Juan M. González Cembellí­n

3 Comentarios

  1. juantxu

    Como en tantos otros lugares en los que se hacen reconstrucciones, y ya que en Barakaldo apenas quedan edificios antiguos y los que pocos que quedan (casas jardin lutxana, casa torre zuazo etc…) se destruyen, al igual que el patrimonio industrial (cargaderos, zona altos hornos …), pienso que seria una gran idea reconstruir las Torres de Lutxana, tomando referencias de grabados y documentos antiguos. En el se podrian hacer equipamientos, sala de actos, exposiciones etc. y teniendo en cuenta la zona en la que se encontraba, zona bajo puente Rontegi, se conseguiria revitalizar la zona con una infraestructura atrayante, asi como reforzar el sentimiento de los Barakaldeses/as hacia su pueblo, ya que pocos jovenes y tambien mayores saben que en su pueblo hubo uno de los castillos mas peculiares de la historia de Bizkaia, y no solo fabricas y centros comerciales.

  2. Ezagutu Barakaldo

    No es mala la idea aunque quizá excesivamente costosa dado que no se conserva ni el más mí­nimo resto. Bien es verdad que el lugar serí­a excelente.

  3. David

    La urbanización de las futuras torres de lo que ahora es Fertiberia acerca el Baracaldo residencial a la rí­a. Cuando estén construí­das será cuestión de tiempo que se desarrolle un paseo junto a la rí­a, y entonces aparecerán los cimientos de las torres. Entonces será el momento de promover una iniciativa tan acertada. ¿Costoso? Con los medios y técnica actuales deberí­amos ser capaces de reproducir mejor y más barato algo que ya se construyó hace cientos de años ¿O eran mejores los constructores de la edad media?

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