Vivienda obrera en Bizkaia

La carencia de vivienda obrera, en Bizkaia, fue un problema preocupante a partir de las últimas décadas del siglo XIX.
Existieron dos zonas totalmente definidas donde la falta de vivienda fue motivo de serios conflictos.
Una es la minera, sin lugar a dudas en este sector se protagonizó la situación más penosa. La otra zona se desarrolla en torno a las grandes factorías, sobre todo en la Margen Izquierda de la Ría del Nervión.
Después de la Guerra Carlista durante la década de 1870, los terrenos de minas de hierro de Bizkaia supusieron un destino para cantidad de temporeros y de familias en busca de un jornal. Los temporeros, acudían sólo durante unos meses al año a trabajar a las minas y regresaban a sus casas para atender a las cosechas.
Pero el hierro atrajo también a numerosas familias sin recursos económicos, que acudieron a trabajar en la extracción de dicho mineral. La oferta de empleo para todos (hombres, mujeres y niños), era una manera de subsistencia para familias que vivían en el umbral de la pobreza. San Salvador del Valle fue el municipio vizcaíno más afectado por el contingente humano que llegó. Muestra de ello fue que en diez años, de 1877 a 1887, creció un 406%.A los mineros varones se les alojaba en barracones levantados por las compañías mineras; a los matrimonios con niños, se procuró alojarlos en habitaciones individuales, pero enseguida se vieron obligados a compartirlas con otras familias e incluso con peones solteros.
Esta situación, con algunas oscilaciones, se mantuvo en toda la zona minera hasta comienzos del siglo XX y, aunque en las primeras décadas del siglo la cantidad del hierro extraído bajó, el número de obreros mineros continuaba siendo muy elevado y la situación de la vivienda no mejoraba.
1.- Barracones mineros
Las primeras viviendas para los obreros mineros vizcaínos, fueron simples chabolas construidas en madera.
Las compañías mineras de finales del siglo XIX se vieron en la obligación de dar alojamiento a sus obreros. Lo hacían a pie de boca de mina, pero como dudaban de la cantidad y de la calidad de la veta encontrada en cada momento, las viviendas debían ser fácilmente desmontables y transportables para evitar gastos de materiales y de tiempo.
Se caracterizaban por ser construcciones muy ligeras, de vida limitada, con grave peligro de incendio y de ínfimo confort. El resultado fue, en su mayoría, construcciones de tablazón tejado a dos aguas, una o dos puertas de acceso y una ventana. En realidad, no estamos desencaminados si decimos que los patronos las consideraban como una herramienta de trabajo, más que como una vivienda.
El procedimiento de construcción era muy sencillo. Lógicamente, no se necesitaba mano de obra especializada para la construcción de semejantes residencias; eran los propios obreros, dirigidos por los capataces, quienes montaban y desmontaban estos barracones. La materia prima era la madera, abundante en la zona. Con ella se realizaba un esqueleto de piezas muy delgadas, montadas en paralelo con una distancia aproximada de unos ochenta centímetros y trabadas entre sí por otras vigas arriostradas para asegurar la indeformabilidad de la estructura. Toda ella se revestía con tablones de madera, que se claveteaban unos a otros sin más complicación.
En cuanto al tamaño y distribución de los barracones, tenían unas dimensiones variables. En Matamoros podían albergar hasta unos 250 mineros, que pagaban 0´25 pesetas al capataz de la mina por el alquiler de la vivienda.
Dicha vivienda se reducía a un espacio para dormir, consistente en una simple tabla sobre el suelo, a la que se denominaba cama caliente, ya que los obreros trabajaban a turnos, la cama nunca estaba vacía, cuando unos se levantaban para ir a trabajar otros se acostaban, no dando tiempo a que se enfriara. En las paredes se clavaban puntas, para colgar las escasas pertenencias de cada trabajador, juntándose las prendas de vestir con los escasos víveres que podían comprar: pan, tocino, cecina…
Cocinaban en un hornillo y por supuesto no había mesas ni sillas; a lo sumo cajones sobre los que sentarse y depositar la comida. Tampoco existían retretes.
Fácil es suponer la suciedad, el abandono y la ausencia de higiene producida por la escasez de espacio, por el hacinamiento, la carencia de agua y, por supuesto, de retretes y de lavabos.
De todo ello resultaron unas condiciones de vida bastante insufribles. Como mostraron los propios mineros al reivindicar una vivienda digna y como quedó patente en los numerosos testimonios de la época. De ellos es de destacar los escritos de médicos, higienistas y arquitectos, quienes denunciaron tal situación, por ser el campo perfecto para infecciones intestinales, de heridas y todo tipo de epidemias.
A pesar de todo, de estas chabolas construidas en las últimas décadas del siglo XIX, fueron surgiendo barrios que aún hoy perduran: La Arboleda, La Reineta, Matamoros, Parcocha y Pedernal. La Reineta en 1884 contaba ya con 329 edificios, mientras que San Salvador del Valle llegaba a los 209 edificios.
2. Primeras reivindicaciones de vivienda digna. Huelga de 1890.
Para 1890 el problema del alojamiento era tan notable que los trabajadores se negaron a continuar viviendo en las condiciones infrahumanas de los barracones de las zonas mineras. El primer punto en las reivindicaciones de la huelga iniciada por los mineros vizcaínos, en mayo de 1890, fue el de la supresión de los barracones en los que vivían.
Aunque la situación más dura se vivía entorno a las zonas mineras, los obreros de las fábricas del Gran Bilbao también sufrieron todo tipo de abusos. Entre ellos vamos a mencionar una práctica habitual de las fábricas, y tambiénde las minas vizcaínas, que se mantuvo hasta la huelga de 1890. Se trata de la recaudación de los alquileres devengados por sus trabajadores, previo acuerdo con los propietarios particulares que los alojaban. El importe era retenido del salario y entregado al arrendador.
Como se ha indicado, eran las propias compañías mineras las que construían lo que llamaron cuarteles. Simples barracones de madera que servían para alojar a los obreros que contrataban.
Los cuarteles estaban regentados por los capataces y contratistas de las minas, que además gobernaban las cantinas, único lugar para comprar los escasos víveres de los que se alimentaban los mineros. La lejanía de las minas respecto a los municipios y a los comercios hacía que las cantinas fueran necesarias para abastecer a los mineros. Pero esta situación dio lugar a tales abusos y desmanes por parte de los contratistas y encargados de las minas, que los mineros protagonizaron una de las primeras huelgas históricas, la de mayo de 1890.
La prensa de la época reflejó en sus páginas lo duro de este capítulo, fundamental en la historia de las reivindicaciones obreras por unas mejores condiciones de vida y vivienda: «Desde las ocho de la mañana empezaron ayer a bajar por los altos de las Conchas, La Salve y Matamoros numerosos grupos de obreros con dirección a Ortuella, donde debían reunirse, gritando en voz alta y todos a coro: ¡Mueran los cuarteles! ¡Viva la huelga! ¡Viva la zona minera! ¡Ocho horas de trabajo!
… A las nueve y media se reunieron en la plaza de Ortuella unos tres mil obreros, los cuales gritaban: ¡Abajo las tiendas obligatorias!
Los huelguistas a aquella hora se dirigieron por la carretera con dirección al Desierto gritando desaforadamente: !Abajo los cuarteles! ¡Fuera las tiendas obligatorias! ¡Viva la unión minera! ¡Mueran los burgueses! ¡Vivan los trabajadores! ¡Viva nuestra bandera!
Al llegar la multitud al crucero de la carretera de Portugalete, unos 50 ó 60 forales y guardias civiles impidieron el paso a los huelguistas.
Estos se empeñaron en pasar violentamente, y entonces las fuerzas cargaron y armaron los fusiles en previsión de lo que pudiera ocurrir. El corneta tocó retirada para indicar que retrocediese la multitud.
Ante esta actitud de las fuerzas, comenzaron a excitarse los ánimos de los huelguistas; en esto que llegaron al cruce de la carretera de Portugalete las dos compañías de Garellano de guarnición en aquella villa, y otras fuerzas de la Guardia civil y forales, todas las cuales se unieron a las que había en dicho cruce haciendo frente a los huelguistas.
Todas estas tropas, a bayoneta calada, hicieron retroceder a la multitud que ascendía a 8.000 o 10.000 mineros los cuales fueron dispersándose por las alturas, ofreciendo aquella masa de hombres un cuadro imponente.
Las fuerzas de Garellano, de la guardia civil y de los forales tomaron alturas desplegadas de guerrilla.
Los huelguistas seguían gritando: ¡Mueran los contratistas! ¡Viva la huelga! ¡Abajo los cuarteles! ¡Ocho horas de trabajo! ¡Leña contra la burguesía! ¡Vivan los mineros!
Ante estos gritos y estas amenazas se llegó a temer que ocurriera un serio conflicto.
Los ánimos de los trabajadores se hallaban excitadísimos.
El vecindario de Ortuella, asomado a los balcones estaba muy alarmado.
El vocerío y la algarabía crecía por momentos. Las fuerzas seguían ocupando las alturas en las mejores posiciones y dispuestas a la defensa, en caso de que fuera necesario tomar medidas severas.
En el Desierto
Al llegar nosotros al Desierto a las tres y media vimos el movimiento que en aquel instante existía en la zona fabril, donde también en las fábricas había ocurrido algo extraordinario.
La gente corría por todas partes, y una multitud inmensa se arremolinaba en la carretera junto a la Sociedad Cooperativa.
Lo sucedido allí fue que un grupo de treinta o cuarenta mineros, que sin ser vistos por las tropas había dado la vuelta por Nocedal, se dirigió a las fábricas de La Bizkaia, Los Astilleros del Nervión y Altos Hornos, excitando a los obreros de todas ellas a que abandonaran los trabajos.
En la Bizkaia
En esta fábrica las cosas revistieron mayor gravedad.
Un numeroso grupo de huelguistas se dirigió a dicho establecimiento fabril que estaba custodiado por algunas fuerzas de la guardia civil y forales intentaron entrar en él.
Quisieron impedirlo dichas fuerzas, y entonces la multitud empezó a pedradas con los guardias, los cuales se vieron precisados a hacer fuego con los huelguistas, resultando un muerto y siete heridos.
Un guardia foral recibió una pedrada en la cabeza que le hirió gravemente. Inmediatamente los trabajadores de los dos primeros establecimientos fabriles se declararon en huelga, dirigiéndose a la fábrica de Altos Hornos, cuyos obreros, al toque de una campana, dejaron los trabajos inmediatamente y se unieron a los huelguistas.
Hay que advertir que la fábrica de Altos Hornos fue asaltada por parte del muelle por los huelguistas, los cuales obligaron a los operarios a que se les unieran.
La huelga en aquel momento tomaba proporciones alarmantes.
Los huelguistas de las fábricas mencionadas, en número de unos 4.000 ó 5.000, se dirigieron por la carretera, unos con dirección a Sestao y otros hacia Rájeta, con objeto de que se unieran a ellos los operarios de la fundición que hay en este último punto.
Al día siguiente eran los huelguistas más de 21.000, por lo que las fuerzas del orden público llamaron al General Loma, para que acabara con el levantamiento y se declaró el estado de guerra.
A pesar de todo, el día 16, los huelguistas conseguían parar el trabajo en numerosos puntos de la capital: Olaveaga, fábricas de la Ría y muelles de carga y descarga.
Los representantes de los obreros pudieron reunirse con el General Loma, quien visitó los barracones y quedó completamente asqueado por tales habitáculos, comentando: «estas casas no son ni para cerdos».
Pero la situación, cuatro años después, continuaba siendo la misma. Como veremos en capítulos sucesivos, las soluciones fueron lentas y los objetivos tardaron en plasmarse en realidades.
Casas Baratas
Toda esta situación generó unas condiciones propicias para que instituciones, médicos higienistas y arquitectos se pusieran de acuerdo para encontrar un modelo de vivienda para las clases trabajadoras. Esto dio lugar a las viviendas conocidas como Casas Baratas, cuyas características marcaron una tipología de vivienda muy notable en el País Vasco. Casas unifamiliares, pareadas o adosadas, con un pequeño jardín y un huerto.
Interior distribuido, al menos, en cocina, retrete y tres dormitorios.
3.- Retretes, sanidad y mortandad laboral
El modo de evacuación de las excretas en la zona minera merece análisis independiente, porque fue causa directa de denuncias de obreros, médicos e higienistas.
Si bien es cierto, que incluso en muchas viviendas del centro Bilbaino no existían en aquel momento los retretes como hoy los entendemos, (sobre todo por la carencia de agua corriente en muchos distritos de Bilbao), el asunto de las deposiciones, en zonas de una gran concentración humana, como era el caso de la minera, fue motivo de gravísimos problemas higiénicos.
Son abundantes los documentos escritos que se conservan, en los que se describen la insalubridad de las casas de los mineros. Probablemente fueron las peores de la época, así las describe el periódico El Socialista:
Los barracones son nauseabundos alojamientos que más parecen viviendas de bestias, donde los infelices viven a centenares, mucho peor que en los presidios.
En este periódico abundan los números, en donde se hacen descripciones de vida de los mineros, sirviendo primero como denuncia ante la sociedad, y segundo como modo de reflexión y de concienciación para el levantamiento del proletariado. De la siguiente manera, hacían la reseña sobre los barracones en el número noventa y cinco de El Socialista: son cuevas o malas casuchas construidas de madera y piedras, buenas si acaso para irracionales, pero impropias de todo punto para ser habitadas por personas. Sin embargo allí descansan, echados en malos jergones, sin más abrigo que el que llevan puesto y muchas veces empapados por el agua que ha caído sobre ellos durante el trabajo, una porción de obreros.
El interior contaba con una cocina y dependiendo del tamaño una o dos habitaciones a modo de barracón, en las que llegaban a dormir hasta 42 personas, en 21 camas. En ningún caso existía letrinas y tampoco espacio destinado para aseo. No había agua corriente.
Contamos con testimonios como el del médico higienista del municipio minero de San Salvador del Valle, García Vergara:
Las habitaciones son casi siempre reducidas, hasta el punto de que puede decirse que hay verdadero hacinamiento,… en ellos se procura colocar el mayor número posible de camas, con distintos turnos para dormir… Tedio y compasión me ha dado cuando por mi ministerio he tenido que entrar en alguno de esos cuartos que teniendo apenas cabida para dos o tres personas a lo más, se albergaban uno o dos matrimonios con su prole y algún peón, que contra toda regla de pudor y buena educación, comen y duermen casi juntos, todos revueltos cual gitanos.
Desde luego estas condiciones de vida fueron causa directa de la elevada mortalidad dada en estos municipios.
Según Pilar Pérez Fernández la tasa de mortandad en la zona minera durante la década de 1877 a 1887, fue la más elevada de Bizkaia, superando incluso a los municipios industriales como Bilbao.
La causa de las muertes era debida no a brotes epidémicos, que por supuesto se llevaron muchas vidas, ni a accidentes laborales que también acabó con muchos mineros, sino a enfermedades comunes como colitis, gastroenteritis, disentería, etc., cuyo proceso se alargaba excesivamente, provocadas por la insalubridad de las condiciones de vida, la ausencia de limpeza y por la falta de defensas de una población mal alimentada.
Uno de los motivos principales que ocasionaba las enfermedades gástricas era la ausencia de agua y de retretes.
Como se ha indicado, la zona minera constituía un centro de población obrera muy considerable. No era cuestión de que cada uno fuera a realizar sus necesidades fisiológicas campo através. Por lo que el asunto de las excreta, lo solucionaron animando a los mineros a que realizaran sus deposiciones en un cajón de madera colocado para tal uso. Normalmente se colocaba en el exterior de cada barracón y, en el mejor de los casos, se protegía de las miradas por unas paredes de tablas de madera.
La limpieza de dicho cajón y la evacuación de las excretas se realizaba dos veces por semana. Esta labor la realizaba un obrero al que denominaban el mierdero.
No es difícil imaginar que ésta forma de limpieza, debió ser nauseabunda y por supuesto nefasta. Sirvió de campo de abono a las abundantes epidemias tifoideas, viruela y cólera.
Ejemplo de esta vivencia lo forma el pueblo de la Arboleda, que surgió de un grupo de chabolas que se comenzaron a levantar en 1877, hasta llegar a constituirse en el principal núcleo minero de la zona.
Ante la grave situación higiénica que se produce sobre todo con la epidemia de 1885 de cólera (se mantuvo durante 57 días y mató a 243 mineros), y debido a las presiones obreras, las instituciones comienzan a idear soluciones.
Las normas que se editan para acordonar la epidemia son rigurosas y duras, prohibiéndose la salida de la zona minera a cualquier persona para evitar la propagación, para lo que se pidió la fuerza del ejército. Es interesante la adopción de una medida higiénica que hasta entonces no se había tenido en cuenta: el de las excretas humanas y la colocación de retretes en los puestos de trabajo, obligando a los obreros a depositar sus deyecciones en ellos bajo multa de 5 pesetas a quien no lo hiciera.
Esta epidemia también fue la causa de que se realizara, un año después en 1886, un proyecto para organizar el sistema de desagí¼es y excusados de todas las viviendas que albergaban a los mineros, el proyecto tenía el objetivo y el título de Higienizar Triano. Se solicitó el concurso de Willian Gill, miembro del Instituto de Ingenieros civiles de Inglaterra, pero el proyecto no prosperó, y aunque el mencionado ingeniero persentó una propuesta nunca llegó a realizarse. En el mismo año se publicó en Bilbao un libro sobre higiene doméstica, su autor era un médico higienista inglés, el doctor Teale, su obra fue traducida al castellano y editada en la Villa bilbaína con el nombre de La salud en peligro en las casas mal acondicionadas. En él se muestran 70 láminas con un texto explicativo de las soluciones y modelos en cuanto a desagí¼es y sanitarios así como a su instalación.
Por otro lado, también en 1886 las autoridades publican Reglamento de Policía e Higiene que debe regir en la Zona Minera o Fabril de los municipios de Baracaldo, Sestao, Portugalete, Santurce, San Julián de Musques, Galdames, San Salvador del Valle y Abanto y Ciervana.
En él se especificaba, entre otros artículos, que no se consentían dormitorios para personas de diferente sexo excepto matrimonios y los hijos menores de diez años. Que no se permitían más de dos personas en una misma cama. También se hace mención a los excusados, indicando que al menos debía existir uno por cada veinte personas. El sistema que se aconsejaba adoptar era el de mantener separadas las aguas sucias de las inmundicias sólidas, de manera que pudieran recogerse estas últimas en el estado más seco posible.
Para la recepción de escrementos y basuras secas de casa, el reglamento disponía de un croquis que se debía seguir para construir en cada casa, se trataba de un depósito impermeable de poca profundidad, elevado sobre el terreno todo lo posible, y no debería ser de mayor tamaño que el necesario para contener las inmundicias correspondientes a una semana. El reglamento señalaba, en otros artículos, que los excusados debían estar fuera de las casas y los receptáculos debían vaciarse por lo menos una vez cada ocho días
Al igual que ocurrió en el caso inglés, tanto las autoridades políticas como los empresarios se vieron obligados, por las presiones descritas, a dar respuesta a las demandas solicitadas, pero realmente hubo que obligarles muy seriamente como se desprende de las numerosas huelgas que protagonizaron los mineros y los obreros de las factorías vascas.
Al Gobierno le costaba promulgar leyes en este sentido, y los patronos de la Cuenca Minera vasca distaban mucho de ser filántropos paternalistas que cuidaran de sus obreros. Es más, se unieron y formaron el Círculo Minero, para defender sus intereses sin tener en cuenta los de los obreros, más bien, en contraposición a ellos.
Las leyes que el Círculo Minero promulgó, todavía en 1903, eran draconianas para los asalariados. Testimonios al respecto, como el que cuenta Facundo Perezagua de lo vivido cuando trabajaba en la zona minera, debían producir verdaderos escalofríos. Así se desprende de la Ley de Accidentes promulgada por los patronos:
… Antes del 90, en los cuarteles mineros, se leían extraños carteles como éste: Por dos piernas, 40 duros; por dos brazos, 20; por dos manos 10.
Dicho cartel, indicaba la cantidad que cobraban los obreros en caso de accidente y amputación de una extremidad.
La seguridad en el trabajo, fue una constante reivindicación no sólo en la Cuenca Minera sino también en todos los pueblos industriales de Bizkaia. Comenzaron en las últimas décadas del siglo XIX y continuaron en los años de 1920, siendo motivo de movilizaciones obreras a través de manifestaciones y huelgas.
Retomando el asunto de los retretes, decir que La Arboleda, en 1904, contaba con 20 calles y 150 casas en las que había 2.553 almas, lo que da una media de 17´2 personas por casa. Cada casa contaba con un excusado como el descrito (o sea un cajón), pero todavía no existían los pozos negros, por lo que había que retirar los mencionados cajones, de manera manual. Esta labor se continuaba realizando dos veces por semana, por el mierdero lo que provocaba un ambiente en la zona, insalubre, hediondo con emanaciones nada gratas. Así lo hemos encontrado descrito en la prensa de la época:
…si el aspecto exterior de aquellas viviendas es repugnante, el interior es de lo más triste que puede verse. Habitaciones de tablas con cuartos reducidos donde viven hacinados seres humanos sin apenas luz, pues las ventanas son estrechísimas, en el interior de aquellas viviendas se hace insoportable la vida a los cinco minutos, tal es el hedor que allí se siente.
Sobre todo las enfermedades infecciosas del aparato digestivo descendieron rápidamente con la traída de aguas, con el servicio de alcantarillado y con los lavaderos públicos.
Pero el agua llegó muy lentamente, si tenemos en cuenta, que el líquido elemento no llegó al Hospital Minero de Triano hasta 1897 y la electricidad hasta 1902, podemos hacernos una idea de por qué los mineros en la década de 1910 continuaban manifestándose.
Las reivindicaciones comenzaron a sensibilizar a la opinión pública de manera que médicos, ingenieros y arquitectos apoyaron la instalación del inodoro en las viviendas. Se desarrollaron diferentes modelos y sistemas de evacuación. Así las cosas, podemos decir que los logros no se empezaron a notar hasta que entró en vigencia la primera legislación de casas baratas (1911). Que contempló como obligatorio la instalación del retrete provisto de su sifón y correcta instalación de desagí¼e. En este aspecto, es interesante observar el interés que presentaban los arquitectos y las instituciones por dar soluciones ágiles. De forma que los proyectos arquitectónicos realizados por los diferentes arquitectos de casas baratas, adjuntaban a las plantas y alzados los dibujos de los retretes y el sistema de desagí¼e que se debía utilizar.
Por lo tanto, todas las viviendas construídas bajo las leyes de casas baratas en Bizkaia, tuvieron retrete, excepcionalmente tenían lavabo y la mayoría carecían de bañera o en su defecto tampoco tenían ducha. El modelo en cuanto a planta y alzado era prácticamente el mismo. Se trataba de un espacio estrecho y alargado, la mayoría de las veces no alcanzaba el metro y medio de ancho. El reglamento indicaba que debían tener al menos 0´50 metros cúbicos y una ventana que diera a patio o al exterior. El inodoro debía estar al fondo del estrecho espacio y debajo de la ventana.
Hemos tenido la suerte de poder visitar el interior de viviendas que se mantenían sin modificar, y debemos de reseñar que a este elemento higiénico le acompañaba el alicatado de las paredes y las baldosas del suelo. Todo ello suponía un elemento más del confort y facilitaba la limpieza y desinfección de dicha estancia. Además se procuró utilizar elementos de calidad, y muchos de los suelos estaban decorados con grecas bicolores y en algunos casos hay retretes que tienen baldosas polícromas con cuatro colores. Para las paredes siempre se eligió el blanco esmaltado en los azulejos.
Mientras que el inodoro, en las primeras décadas de siglo XX en Bizkaia, se contemplaba como una necesidad dentro de cada vivienda, no ocurría lo mismo con los elementos de baño o ducha. Como se ha indicado las casas baratas, en general, no consideraban la instalación de bañera, ducha y ni siquiera del lavabo. Los obreros, para su higiene personal, continuaban acudiendo a las duchas públicas de sus municipios, y en su defecto se lavaban por partes en un barreño en la cocina de casa.
La bañera, la ducha y el lavabo se consideraban instrumentos higiénicos que se asociaban a un lujo, del que sólo podían disfrutar los moradores de las grandes viviendas burguesas. A este respecto apuntar que, la fabricación nacional de las mencionadas piezas era escasa, excepto en retretes. Paulatinamente se comenzó a abrir comercio en este sector sobre todo en la década de los años veinte, siendo pionera la firma de José González Serrano, posteriormente en la década de los años 30 aparecerá la marca Roca. Pero las capas sociales más pudientes importaron los sanitarios, preferentemente de Inglaterra, siendo las marcas Doulton y Shanks unas de las más solicitadas.
Ana Julia Gómez Gómez
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