
Barakaldo en el siglo XX: la sociabilidad masculina

Todos los autores coinciden al afirmar la importancia de la taberna y, en general, de los establecimientos de bebidas, como el lugar por excelencia donde transcurría buena parte de la vida de los trabajadores masculinos. Las malas condiciones de la vivienda contribuyeron a convertir a la taberna y el café en los lugares de ocio propios de las clases populares. Allí acudía la mayor parte de la población obrera para pasar su escaso tiempo libre, jugando, bebiendo y cantando colectivamente, evadiéndose de la realidad. También podía constituir un espacio de formación y de discusión político-social, a través del debate o la lectura o, más frecuentemente, a principios de siglo, la audición de periódicos políticos, deportivos o «sociales». De este modo, la taberna era el ámbito donde se creaban y reproducían referentes culturales básicos (músicas y canciones, estereotipos, ideología y creencias dominantes, etcétera) en la vida cotidiana de los obreros. Existía toda una jerarquía en este ámbito, que iba desde las más humildes tabernas frecuentadas por los peones, hasta los cafés a los que acudían artesanos, trabajadores cualificados y empleados. El mismo ayuntamiento reforzaba la diferenciación, al establecer, en 1914, que las tabernas cerrasen a las 10 de la noche (a las 9 desde octubre a marzo), mientras que los Salones-cafés lo hiciesen a las 11 y 9, dependiendo del mes.
Aunque la taberna no fuera el único escenario del ocio obrero (también se desarrollaron, por ejemplo, las salas de billar, donde acudían trabajadores y aprendices jóvenes), se demostró que era la más adecuada a las posibilidades de ocio de la clase obrera, tanto en lo referente a horarios como a posibilidades económicas, limitaciones que sí presentaban otros espacios. La taberna no era únicamente el lugar donde se bebía o se jugaba. El tabernero podía servir de prestamista, de contratador de empleo, de amigo e, incluso, de cómplice político. En la taberna se celebraban todos o casi todos los acontecimientos de la vida: los ritos de paso, el cobro de la paga, las alegrías y las penas. López Llamosas lo expresaba de forma tajante: «En ella se cita la gente; en ellas da pie a que se la trate por sí misma, que es como mejor nos gusta ser tratados; en ellas se abre espita a la paz, al sosiego de la comunidad. Su misión en la comarca, en lo que afecta al orden social, es vital». Es más, la taberna podía sustituir al centro social en momentos de represión política o en épocas de penuria que impedían a los socios dotarse de un espacio propio. Diversas sociedades baracaldesas celebraban sus reuniones en cafés y restaurantes; ya casi en nuestros días, en 1976, la Asociación de Familias de El Regato tenía su sede en el restaurante Ezkauriatza, mientras que la Asociación de Vecinos Bide Onera de Beurko residía en el bar Ocón.
Los establecimientos de bebidas también fueron el núcleo en torno al cual se desarrollaron diversas formas de conflictividad social, más próximas a la delincuencia común que a la protesta organizada o espontánea de las clases populares y trabajadoras. El abuso en el consumo del alcohol, tanto dentro como fuera del lugar de trabajo, favoreció las peleas y los desórdenes callejeros. La existencia de una alta concentración de trabajadores masculinos solteros y la cercanía del puerto propició asimismo la aparición de centros de prostitución». Diversos periódicos de los años 20 denunciaron el incremento de las casas de citas, tanto en Barakaldo, como en la vecina Erandio, tras un aumento del control de las mismas en Bilbao’. Marineros» y mineros, especialmente, frecuentaban establecimientos de esa índole situados en la parte baja de la anteiglesia. En las épocas de bonanza económica no faltaron tampoco las salas de juego. Todo un submundo se estableció en Barakaido a la sombra de la industrialización, encontrando en la inadaptación de muchos de los protagonistas de ésta, en las duras condiciones de trabajo de los mismos y en la debilidad del control social existente en la anteiglesia, el caldo de cultivo necesario para su desarrollo.
Aún más, incluso las presiones externas para modificar los hábitos de consumo del tiempo libre popular y las frecuentes alusiones en la prensa baracaldesa a la cantidad de bares y tabernas, a las grandes cantidades de vino que se consumían en la anteiglesia, y a la mala calidad del mismo, poco pudieron hacer contra la taberna. Los mismos espacios (casinos, centros regionales, batzokis, ateneos o casas del pueblo) que pretendían ofrecer una propuesta alternativa de vivir el tiempo libre alejada de la taberna; esto es, los centros vinculados a actividades o identificaciones políticas, sindicales, sociales, a aficiones o instrucciones, también tuvieron que recurrir a un espacio dedicado a café o bar, para poder atraer nuevos socios.
Deporte organizado y excursionismo eran ofertas impulsadas por sectores enfrentados ideológicamente pero que coincidieron en su deseo de separar a los trabajadores de formas de ocio vinculadas con el alcohol, los juegos de azar y en ocasiones la prostitución, alejadas del modelo de vida establecido por la doctrina cristiana, pero también del ideal de «obrero consciente», impulsado por socialistas y, sobre todo, por los militantes anarquistas. Otras instancias, como la Diputación insistieron, desde muy temprano, en las degradantes consecuencias físicas del alcoholismo»’.
Mikel Aizpuru
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