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La derecha en Barakaldo (1931-1936)

La derecha en Barakaldo (1931-1936)

La II República.

La proclamación de la República implicaba dos importantes novedades en la polí­tica española: la afirmación de un marco democrático y la voluntad de abordar reformas sociales estructurales. Estas novedades planteaban a las derechas estudiadas hasta el momento la necesidad de definir su postura ante estas reformas y el desafí­o de adecuarse a la polí­tica de masas que se consolidaba. El nacionalismo vasco reunificado, por su parte, estaba a gran distancia en penetración social y capacitación polí­tica. Además, el integrismo antiliberal y reaccionario de su ideologí­a se perfilaba como un lastre para su adecuación al nuevo marco democrático.

Sin embargo, en contra de lo que este juego de imágenes podrí­a hacer esperar, fueron los nacionalistas vascos quienes acabaron encontrando su lugar en el nuevo marco republicano, definiendo su posición ante las reformas a realizar y adecuándose a la polí­tica de masas.

El nacionalismo vasco, tras su beligerante alianza inicial con la ultraderecha antirepublicana, derivó hacia el centro polí­tico y acabó por establecer una entente cordial con el reformismo de las izquierdas y el marco democrático. Consiguió erigir un movimiento de masas sin precedentes en las derechas españolas que prometí­a consolidar un marco polí­tico autónomo que conjurase el peligro de la guerra civil.

 

3.1.- La búsqueda de un lugar en la República.

 

La fiesta republicana

Los dí­as posteriores a las elecciones municipales fueron los de una multitudinaria fiesta cí­vica que enmarcó la proclamación de la República. En Barakaldo, e mismo dí­a de las elecciones a las ocho de la noche una manifestación de jóvenes recorrió la población con una gran pancarta a favor de la República. Varios disparos salieron de la manifestación cuando la Guardia Civil intentó disolverla, «siendo preciso emplear las armas para disolverlos», según el gobernador civil. Este incidente, que se saldó con tres heridos, provocó la protesta del bloque antimonárquico ante «los desmanes de la fuerza pública que, sin motivo que lo justificase, disparó contra el pueblo».

No se tienen noticias de sucesos el dí­a 13, cuando en diferentes lugares del paí­s numerosas manifestaciones presionaban a las autoridades para el traspaso de poderes.

Sí­ que se ajustan a la perfección con las pautas vizcaí­nas los acontecimientos del dí­a 14. A las siete y media de la tarde, cuando ya se habí­a proclamado la República en Eibar a primera hora de la mañana y al mediodí­a en Barcelona, pero no todaví­a en Madrid, siguiendo la pauta de lo sucedido media hora antes en Bilbao, una manifestación salió de la Casa del Pueblo portando banderas republicanas, socialistas y nacionalistas y se encaminó hací­a el ayuntamiento6. Allí­, los concejales electos del bloque antimonárquico, constituidos en Comité Republicano Revolucionario, más un concejal del PNV, solicitaron la vara municipal «en representación del régimen republicano imperante en España». El alcalde Rodolfo de Loizaga realizó el simbólico traspaso de poderes haciendo constar que cedí­a ante «la fuerza naciente, con su protesta consiguiente».

Posteriormente los concejales del Comité se dirigieron a la multitud desde el balcón del ayuntamiento y la banda de música ejecutó La Marsellesa, La Internacional y el Gernikako Arbola.

El acompañamiento musical ilustraba las tradiciones polí­ticas que se sumaban al acta fundacional del nuevo régimen: el republicanismo, el socialismo y el nacionalismo vasco, en principio reducido a los disidentes de izquierda que se encuadraban en ANV, pero con la presencia de un concejal del PNV. El consenso entre las tres tradiciones polí­ticas pareció funcionar durante los primeros dí­as, en los que presumiblemente el PNV se integró en las reuniones informales de las que surgieron los acuerdos provisionales.

La principal preocupación de los nuevos gobernantes fue evitar que la exaltación multitudinaria saliera de los lí­mites del traspaso pací­fico y festivo del poder. Así­, en Barakaldo se acordó formar grupos de jóvenes demócratas para mantener el orden y los concejales electos acompañaron a la Guardia Civil a su cuartel con el fin de evitar altercados. Igualmente, el socialista Eustaquio Cañas hací­a saber a los religiosos que no habí­a motivos para temer nada y aconsejaba que siguiesen con sus prácticas habituales.

En esta sesión provisional se acordó también la destitución de un empleado destacado por sus irregularidades y su filiación españolista9. Precisamente este empleado iba protagonizar un luctuoso suceso con el que de nuevo Barakaldo se desmarcaba de la tranquilidad general. Según el relato de El Liberal, increpado por un conocido sobre el fin de su situación privilegiada, el empleado disparó contra éste y huyó disparando por la calle. En su huida hirió a una mujer y congregó a una multitud en su persecución que le acorraló en un barracón de Altos Hornos. El desenlace del incidente resulta confuso, ya que mientras de la crónica de El Liberal se desprende un linchamiento mortal10, el mismo empleado aparecerá con posterioridad batallando por su reingreso y finalmente entre las ví­ctimas de la represión de retaguardia durante la guerra civil. En todo caso, el indicente ilustra la tensión con que viví­an el cambio determinados elementos cercanos a la derecha monárquica.

La normalización del traspaso de poderes se consolidó en la siguiente sesión municipal. El dí­a 18 se produjo la integración oficial de los herederos de los  monárquicos, ahora bajo el rótulo de católicos, en la normalidad institucional republicana. El hecho de que en la constitución formal sólo se hiciera mención de la minorí­a católica refuerza la idea expresada con anterioridad de que el PNV ya se habí­a incorporado en los dí­as previos al consenso republicano. La presencia de los jeldikes se vio incrementada por la adscripción a la minorí­a del PNV de Antonio del Casal, elegido en la candidatura católica. De esta manera, se igualaba la correlación de fuerzas de derechas en el ayuntamiento con cuatro regidores para cada minorí­a.

El resultado de las votaciones para la constitución del equipo de gobierno ilustra la existencia de divergencias en el seno de la coalición vencedora a la vez que la de apoyos al margen de su grupo. Estos resultados no permiten establecer una interpretación definitiva, pero parece plausible postular el apoyo de al menos dos nacionalistas al equipo y la disidencia de un miembro de ANV. Finalmente, el alcalde accidental, el veterano republicano radical Simón Beltrán, era confirmado como alcalde.

Ocupaba la primera tenencia el también veterano socialista Evaristo Fernández. La segunda, tercera y cuarta correspondí­an a un aeneuvista, un socialista y un republicano, respectivamente; ANV conseguí­a la primera sindicatura y los socialistas la segunda.

La situación de parálisis de las derechas en Barakaldo, a pesar de la implantación de un partido como el PNV, era más que evidente. Ciertamente los nacionalistas habí­an presentado una candidatura propia a las municipales, pero se trataba de una opción de los nacionalistas de los barrios. En el casco urbano, el conjunto de la derecha, incluyendo personalidades nacionalistas, se habí­a replegado hacia los valores básicos comunes en una única candidatura, entre ellos el catolicismo que le daba nombre.

A falta de prensa local, la actuación de los concejales electos por esta minorí­a constituye el principal indicador de la actitud de esta derecha ante el nuevo régimen. La mayorí­a de esta derecha olvidaba sus antiguos rótulos polí­ticos, se autoproclamaba minorí­a católica y adoptaba un posibilismo similar al de los católicos de otros lugares.

Así­, a la invitación del alcalde para que «con su amor al pueblo contribuyan al engrandecimiento y progreso de Baracaldo y de rechazo cooperen a la consolidación de la República», el maurista Juan de Arizón, destacado representante de la derecha de Altos Hornos, respondí­a declarando que «desde el momento en que se hallan presentes en la sesión es porque muestran su acatamiento al nuevo Régimen constituido; que cree un deber colaborar en él como católico universal, que es Régimen de justicia y orden; que es incuestionable que la Nación quiso la República el dí­a doce de Abril y por tanto le da la bienvenida y se pone a la disposición del Ayuntamiento para trabajar por el engrandecimiento de la Patria, Regiones y pueblo de Baracaldo, siempre que la República salvaguarde el orden, la justicia y la libertad«. La derecha posibilista optaba, pues, por la misma aceptación condicionada en ambas localidades.

Frente a esta opción de la mayorí­a de los concejales, la ausencia del anterior alcalde, Rodolfo de Loizaga, que continuó sin asistir durante todo el periodo, ilustraba las resistencias de una parte de la derecha ante el nuevo régimen. En el otro extremo, Antonio del Casal se desmarcaba de la candidatura por la que habí­a sido elegido y se añadí­a a la minorí­a del PNV. Sin embargo, del Casal y otro concejal cercano a la sensibilidad nacionalista fueron los primeros en retirarse de la comisión encargada de revisar la actuación de los ayuntamientos de la Dictadura, presidida por el nacionalista burcetarra Baltasar de Amezaga, cuando socialistas y republicanos intentaron vetar la participación de los concejales monárquicos y católicos. La incorporación de los nacionalistas del núcleo urbano al consenso republicano no estaba tan clara como su adscripción polí­tica hací­a pensar y, en todo caso, no puede extenderse al resto de las bases tradicionales del nacionalismo.

Si se prescinde del batzoki de Burceña, el único referente del nacionalismo vasco en el casco urbano era la Juventud Vasca de ANV, aliada con los republicanos. Tampoco en Barakaldo la derecha nacionalista más apegada a la defensa social y religiosa parecí­a demasiado dispuesta a despegarse de esos valores básicos diferenciándose del resto de la derecha en función de su nacionalismo. La implantación institucional del nacionalismo ortodoxo continuó siendo durante estos primeros meses prácticamente nula. El nacionalismo ortodoxo no existí­a en el núcleo urbano de Barakaldo y no fue hasta junio de 1931 que se convocó una reunión de los antiguos socios de la veterana Euskalduna de San Vicente. Según Camino, el dí­a 13 de este mes, dos semanas antes de las elecciones constituyentes, se produjo la reconstitución de esta sociedad. En realidad, la actitud de la dirección central del PNV en los primeros meses de la República no ofreció estí­mulos para la diferenciación polí­tica del resto de la derecha. Su postura inicial fue de beligerancia contra la coalición reformista que inspiraba la República en alianza con la ultraderecha antirepublicana.

Esta primera alianza del PNV constituyó una contradicción con su estrategia en el resto del periodo republicano y su interpretación ha tendido a quedar desdibujada por los acontecimientos posteriores. Tradicionalmente, en la explicación de la evolución del PNV durante la República, se ha partido de la premisa de la indiferencia peneuvista ante el nuevo régimen y se ha subsumido la actitud del PNV bajo la lógica de la consecución de un estatuto de autonomí­a. Recientemente, Santiago de Pablo, Ludger Mees y José A. Rodriguez han dado un paso más allá y llegan a afirman incluso que «la proclamación del nuevo régimen vení­a a suscitar ilusionantes expectativas»28. Desde esta perspectiva esta primera alianza del nacionalismo ortodoxo aparece como un tremendo error táctico que llevó al PNV a ser instrumentalizado por los tradicionalistas en contradicción con sus convicciones y tradiciones.

Esta proyección hacia el pasado del resultado final de la evolución del PNV obliga a recurrir a explicaciones ad hoc para neutralizar elementos como la Coalición del Estella que chirrí­an notablemente en el modelo que se dibuja. Hacer recaer el peso de una explicación en una incongruencia entre lo que una fuerza polí­tica pretendí­a y lo que realmente tiene poco sentido historiográfico. Resulta preferible plantearse si lo que se hizo no era realmente congruente con los objetivos que se pretendí­an. Ello obliga a centrar la atención en cuál era realmente el orden de prioridades del PNV en la primavera de 1931.

Puede establecerse que la consecución de la autonomí­a o la independencia constituí­a una prioridad de primer orden para el PNV, tal como defendí­an los autores anteriormente citados.

En el discurso nacionalista, autonomí­a e independencia no limitaban su campo de significación a las cuestiones formales o institucionales de organización del poder; eran inseparables de un conjunto de proposiciones substantivas que configuraban el Euskadi mí­tico y esencialista. Por tanto, para el PNV el mayor o menor grado de autonomí­a o independencia se hallaba en relación directa con el grado de cumplimiento de este ideal esencialista. El Paí­s Vasco no serí­a más o menos autónomo o independiente en función del nivel competencial de un hipotético gobierno, sino en función del grado en que la sociedad vasca se adecuase a ese Euskadi mí­tico. Puesto que valores como la religión, el antiliberalismo y el orden social eran inseparables de la idea de la libertad de Euskadi que tení­an los nacionalistas, fue la defensa de estos valores lo que confirió lógica a la actuación del PNV. Dado que estos valores se encontraban directamente amenazados por el reformismo republicano, su alianza con la ultraderecha antirepublicana, lejos de un error de evaluación, aparece como el correlato lógico de los planteamientos del nacionalismo ortodoxo.

En realidad, ni siquiera el más primario interés partidista por conseguir las mayores cotas de poder en el nuevo autogobierno conferirí­a la lógica que se pretende a la actuación del PNV. La representación paritaria de las provincias y el sistema de elección indirecto que establecí­a el proyecto de la Sociedad de Estudios Vascos (propuesta base de discusión aceptada por los partidos de izquierda) aseguraba una hegemoní­a acaparante de la derecha en la futura cámara autónoma. Incluso en el peor de los casos, en caso de aceptarse las enmiendas de las izquierdas sobre el sufragio universal directo y la representación proporcional de las provincias, esta hegemoní­a derechista estaba más que asegurada. De hecho, si se extrapolasen al modelo de estatuto de las izquierdas los resultados de las elecciones de junio de 1931, se obtendrí­a unos 59 diputados derechistas frente a una paupérrima representación de la izquierda de unos 21 diputados.

En la primavera de 1931, las izquierdas triunfantes estaban dispuestas a considerar un estatuto que, incluso en su versión más izquierdista, ofrecí­a al conjunto de la derecha, y concretamente al nacionalismo vasco, grandes posibilidades de dominio polí­tico. Y ello a pesar del centralismo que teóricamente presidí­a su ideologí­a y de que, a diferencia del catalanismo triunfante, el PNV no habí­a participado en el Pacto de San Sebastián y presentaba una ideologí­a abiertamente derechista y casi integrista en muchos aspectos. Sin embargo, el PNV despreció las posibilidades que ofrecí­a este escenario y se alió con los enemigos del nuevo régimen. Postular que lo hizo atendiendo a la consecución de la autonomí­a en su sentido actual parece poco congruente.

Tampoco puede explicarse la actitud del PNV arguyendo la tradicional contradicción entre su práctica autonomista y su programa independentista. Ciertamente el horizonte independentista no se veí­a colmado con el marco competencial que el Estado republicano estaba dispuesto a ceder. Sin embargo, el propio proyecto de la SEV distaba de ser cauteloso en este terreno al presuponer una forma federal de Estado y establecer la soberaní­a compartida29. Por otro lado, la reivindicación de mayores cuotas de autogobierno habrí­a llevado lógicamente a la defensa en solitario de otro proyecto de estatuto o a la inhibición en beneficio de la lucha independentista, pero difí­cilmente a la alianza con carlistas, monárquicos y católicos, herederos de una sólida tradición ideológica españolista y de una larga práctica polí­tica claramente centralista y antinacionalista.

Sólo la defensa de los contenidos substantivos del Euskadi esencialista de los nacionalistas ortodoxos puede explicar su actitud, aunque la retórica nacionalista tienda a oscurecer esta realidad. Las dos reivindicaciones básicas que cimentaron la alianza en torno al estatuto de Estella (independencia religiosa y enseñanza) no pueden ser reducidas a una cuestión de reivindicación competencial. La polí­tica religiosa y la enseñanza constituí­an piezas claves del programa reformista que habí­a conseguido triunfar tras la caí­da de la Monarquí­a. Cuestionar elementos como el sufragio universal, la separación de poderes, la igualdad de los ciudadanos, la secularización del Estado y la reforma del sistema educativo en la España de 1931 no suponí­a una divergencia sobre el modelo de organización territorial del Estado, constituí­a una declaración de guerra al proyecto reformista que inspiraba la República. Y esta fue la opción que tomó el PNV.

En lógica consonancia con los contenidos substantivos que asociaba a la idea de Euskadi, el PNV sumó su nada despreciable capacidad de movilización social a la movilización general de las derechas antirepublicanas y antidemocráticas con el objetivo de impedir la consolidación del proyecto reformista republicano. Aunque la consecución del estatuto de Estella fuese el elemento aglutinante, es difí­cil negar que el movimiento de alcaldes iba más allá de tal objetivo, manifiestamente imposible de conseguir dada la correlación de fuerzas existente.

Por tanto, la candidatura electoral que uní­a a nacionalistas, católicos y carlistas en las elecciones constituyentes de junio de 1931 trascendí­a con mucho la cuestión autonómica y se perfilaba como la candidatura de todos aquéllos que se oponí­an al reformismo republicano. Era un frente antirepublicano.

Definir a la derecha católico-monárquica como «un interesado compañero de viaje», como hacen de Pablo, Mees y Rodriguez30, además de la valoración peyorativa, lleva implí­cita una acusación de instrumentalización y maquiavelismo polí­tico que tiende a desdibujar la naturaleza de la Coalición de Estella. Por primera vez, cada uno desde una trayectoria diferente, nacionalistas y católico-monárquicos coincidí­an en concebir el autogobierno como baluarte del universo ideológico que propugnaban. Por primera vez, para la derecha vasca no nacionalista España habí­a dejado de ser la garantí­a de la pervivencia del mundo que defendí­an. España se habí­a hecho republicana y laica, mientras que Euzkadi se perfilaba como el referente de una nueva sí­ntesis. Habí­an tenido que pasar más de treinta años para que la derecha vasca no nacionalista se aviniera a reconocer la operatividad de la propuesta sabiniana.

Llegados a este punto, la clave para entender la evolución polí­tica del PNV en los años republicanos radica en el proceso por el cual preferencias de segundo orden como las cuestiones formales de ampliación del autogobierno desplazaron a los contenidos substantivos y acabaron por mutar la polí­tica nacionalista, y en qué medida lo hicieron.

 

Las elecciones constituyentes de 1931

La candidatura de la Coalición de Estella reservaba para el PNV los cuatro candidatos de la circunscripción de Vizcaya-capital, en la que se integraba Barakaldo.

Ante la inhibición de las fuerzas monárquicas, la candidatura suponí­a para el PNV la oportunidad única de erigirse en el referente polí­tico de las fuerzas de orden y especialmente de las masas católicas. Este carácter conservador se veí­a reforzado por la clara extracción burguesa de estos candidatos31. Contaba además a su favor con la fragmentación que se produjo en el campo de la izquierda al desgajarse ANV del bloque republicano-socialista para competir en solitario y al aparecer por la izquierda la candidatura del partido comunista.

La oportunidad fue bien aprovechada en el conjunto del Paí­s Vasco. No sólo el PNV conseguí­a seis diputados, sino que la derecha católica en su globalidad salí­a victoriosa con 15 diputados frente a los nueve de izquierda, a diferencia de lo que ocurrí­a en el resto de las provincias españolas.

Sin embargo, la situación fue diametralmente distinta en Barakaldo. La candidatura de Estella apenas conseguí­a igualar los votos obtenidos por católicos y PNV en las municipales de abril.

Una primera interpretación de estos resultados partirí­a de la suposición de que la derecha no nacionalista se retrajo en esta elección. Mas esta es una premisa muy poco verosí­mil. En primer lugar, no habí­a razones de peso para que las bases conservadoras y católicas se retrajesen en una elección tan trascendental como la constituyente, máxime cuando los candidatos del PNV formaban parte de una beligerante oposición al reformismo republicano. Además, a escala barakaldesa, la candidatura de Estella entroncaba directamente con la dinámica de convergencia de derechas que se habí­a impuesto en el núcleo urbano en las elecciones municipales en detrimento de la opción independiente que habí­a significado el PNV de los barrios. En segundo lugar, este retraimiento derechista implicarí­a que tanto la totalidad de los nuevos votantes fruto de la ampliación del censo electoral como buena parte de los abstencionistas de abril de 1931 pasarí­an a votar a la izquierda. Una expansión del voto izquierdista sobre tales supuestos tampoco parece demasiado probable.

La solución a la aparente paradoja pasa por establecer de dónde procedí­an los votos de ANV. Teóricamente, estos votos habrí­an de provenir del bloque antidinástico de las municipales de abril, en el que ANV se integró y por el que obtuvo sus concejales.

Sin embargo, el voto de socialistas, republicanos y comunistas no sólo no se vio afectado por la salida de ANV, sino que incluso aumentó en tres puntos con respecto a los resultados del bloque (51,6% a 54%). Un análisis más detallado muestra que eran pocas las secciones donde los socialistas, republicanos y comunistas obtuvieron un número de votos inferior al del bloque. Concretamente, la quinta de Desierto y la segunda y tercera de San Vicente. Mantener que los votos de ANV procedí­an del bloque antidinástico implicarí­a el estancamiento del número absoluto y un ligero retroceso porcentual del voto de la derecha y una expansión de nada menos que del 35% del voto de la izquierda (21,9% a 18,9% y 51,6% a 60,6%, respectivamente). De nuevo, esta hipótesis sólo serí­a sostenible en el caso de que tanto los nuevos votantes como los abstencionistas de abril votaran en masa a la izquierda.

Esta suposición se ve invalidada por la tabla siguiente que recoge el resultado de correlacionar estas dos variables con los resultados electorales de cada candidatura. Las únicas correlaciones significativas se dan con la candidatura de Estella, y en menor grado con el PCE. La incorporación de nuevos votantes perjudicó a la candidatura de Estella, mientras parecí­a favorecer a los comunistas. Este resultado parece lógico si atendemos a la incorporación de un electorado joven. Sin embargo, ocurrí­a lo contario con el aumento de la participación. La candidatura de Estella obtení­a mejores resultados en aquellas secciones en que más aumentaba la participación. De ahí­ que parezca difí­cil mantener que la derecha se retrajo en la elección.

Las consideraciones anteriores apuntan a la hipótesis de que ANV estuvo sobrevalorada en el bloque antidinástico de abril y que la mayorí­a de sus votos de junio no provení­an de este bloque (pues no existí­an), sino de la candidatura del PNV a las municipales, e incluso de las candidaturas católicas en el caso de El Desierto donde éste no se presentó en abril. Así­, ANV en solitario captarí­a en junio un porcentaje del voto nacionalista que no la habí­a votado cuando se presentó integrada en el bloque antimonárquico en abril.

Comparando los resultados de las municipales de abril y las constituyentes de junio observamos que la candidatura de Estella mantiene una alta correlación con los votos del PNV en abril. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que en las municipales los nacionalistas no se habí­an presentado en El Desierto y que los monárquicos no lo habí­an hecho en Burceña, por lo que la variable realmente significativa serí­a la suma de los votos nacionalistas y de la derecha no nacionalista. Esta es la variable con la que la candidatura de Estella mantiene una correlación mayor, nada menos que un 0,95. Estella, por tanto, recogí­a los votos de la derecha con independencia de la adscripción nacional, de la misma manera que lo habí­an hecho en abril nacionalistas y monárquicos en aquellos distritos en que se presentaban en solitario, es decir, Burceña y El Desierto, respectivamente. No ocurre lo mismo con las candidaturas que compusieron en abril el bloque antimonárquico. La correlación entre la suma de estas candidaturas y el bloque es alta (0,86). Sin embargo, esta correlación no se ve afectada por la inclusión o no de los votos de ANV en el conjunto de fuerzas que se correlaciona con el bloque, cosa que no pasa  con el PCE. Este es un primer indicio de que los votos aneuvistas de junio no habí­an sido centrales para el bloque en abril. Pero lo realmente significativo es que se obtiene una correlación mayor (0,90) sumando los votos de ANV a los de Estella y correlacionándolos con los resultados de la derecha en abril. Por lo tanto, los votos de ANV parecen provenir en mayor grado del conjunto de votantes que en abril no votó por el bloque antidinástico.

La afirmación anterior no puede aplicarse sin embargo a todas las secciones. Ya se indicó que en San Vicente los resultados de la izquierda se resintieron por la separación de ANV. Esta circunstancia no es de extrañar si se tiene en cuenta que San Vicente representa una desviación notable de la media del voto aneuvista. Los votos de ANV se situaban entre el cuatro y el seis por ciento en todas las secciones con la excepción de las tres de San Vicente (20%, 15% y 8,6%) y la primera de Burceña (10%). Estas eran las secciones donde ANV concentraba su fuerza y dónde habí­a aportado votos al bloque antidinástico. De hecho, si se prescinde de estas secciones tan desviadas del comportamiento medio la correlación entre la suma de votos de ANV y Estella en junio y la derecha y PNV en abril se intensifica (0,963).

Otro procedimiento más rudimentario para llegar a la misma conclusión consiste en sumar los porcentajes sobre voto emitido de cada candidatura. Con la excepción del distrito de San Vicente, la suma de PNV y derecha en abril es prácticamente idéntica a la de Estella y ANV en junio. Por lo tanto, votantes nacionalistas que se habí­an resistido a votar al bloque antidinástico en abril preferí­an en junio votar a ANV que a la candidatura de Estella.

En realidad, este trasvase de votos del PNV de abril a ANV en junio no era un fenómeno sorprendente, si se prescinde de los resultados en el resto de Vizcaya y de lo que se sabe que ocurrió después. La apuesta del PNV por una coalición derechista, católica y antirepublicana como la de Estella tení­a grandes posibilidades de éxito allí­ donde el partido habí­a conseguido recomponer y dirigir la comunidad nacionalista. Sin embargo, en los contextos en que la evolución de la antigua comunidad sometí­a a ésta a tensiones entre las diferentes lí­neas posibles de desarrollo, la alianza con los otrora enemigos debilitaba la posición del PNV. Este era el caso de Barakaldo, donde la opción tomada por el PNV habí­a de ser cuestionada por dos motivos. En primer lugar, porque una dinámica genéricamente de derechas diluí­a la especificidad del partido como referente polí­tico, condicionaba su reorganización y, en consecuencia, dificultaba la consolidación de la comunidad nacionalista. En segundo lugar, porque la vieja matriz originaria del nacionalismo estaba fuertemente erosionada en una localidad que habí­a traspasado incluso el marco de las escisiones históricas (Partido Nacional).

La estrategia del PNV en Barakaldo dejaba multitud de flancos abiertos para el partido. En primer lugar, dejaba en el casco urbano una comunidad nacionalista huérfana que sólo contaba con el referente de la Juventud Vasca para las actividades asociativas que le eran caracterí­sticas. En segundo lugar, suponí­a un decantamiento claro hacia una de las opciones españolas en lucha que situaba en disponibilidad de ser atraí­dos por ANV tanto a los que no estaban dispuestos a sumarse al movilización antirepublicana como a los que se mantení­an en las posiciones tradicionales de independencia y exclusividad del movimiento nacionalista. En este sentido, es importante tener en cuenta que ANV satisfací­a en junio ambas sensibilidades puesto que, a la vez que mantení­a su carácter progresista, se presentaba a las elecciones desvinculada de la izquierda y era, en consecuencia, el único partido nacionalista que se presentaba en solitario recogiendo la antigua tradición nacionalista de ni unos ni otros.

Su posterior fracaso no debe ocultar que en los primeros meses republicanos ANV era un serio competidor del PNV por el liderazgo nacionalista en Barakaldo, y cabe hipotetizar que en otras zonas urbanas. Partí­a con ventaja organizativa, no mantení­a ninguna ambigua relación con aquéllos que vení­an gobernando la provincia y la localidad desde hací­a décadas, su ideologí­a progresista se avení­a con el signo de los tiempos, aparecí­a libre del lastre de su alianza con izquierda y, por tanto, recogí­a la herencia de la independencia polí­tica tradicional del nacionalismo y, finalmente, era el único partido nacionalista victorioso, con importante presencia y en el poder en los ayuntamientos de Bilbao y Barakaldo.

De la comparación entre las elecciones de abril y junio en Barakaldo se desprenden dos conclusiones básicas. Primero, que como defiende de la Granja, el voto de ANV procedí­a del campo nacionalista, no de la izquierda, pero también, y segundo, que esta transición del voto nacionalista se produjo en Barakaldo en su mayor parte con posterioridad a las elecciones municipales. Los votantes aneuvistas de junio no habí­an apoyado al nuevo partido en su alianza con el bloque (con excepción de San Vicente), sino que habí­an votado a la candidatura del PNV en las municipales de abril, e incluso a la católica allí­ donde éste no se presentaba. La fuerza de ANV en Barakaldo habí­a estado, por tanto, sobrevalorada en el bloque antidinástico y eran los resultados positivos de esta sobrevaloración la causa de que, una vez desligada de los compromisos con la izquierda, ANV se perfilara para muchos nacionalistas como el partido nacionalista de futuro.

En Barakaldo se habí­a llegado a la situación de mayorí­a de edad del nacionalismo en la que cabí­a la posibilidad de una evolución similar a la catalana. Una parte importante de la comunidad nacionalista se habí­a desprendido ya de los conservadores contenidos sustantivos ligados a la apelación nacionalista. La sí­ntesis sabiniana se habí­a agotado y la defensa de la nación vasca ya no era incompatible con ser demócrata, reformista e incluso partidario de la secularización.

Ciertamente, el 8,3% del voto emitido que habí­a conseguido ANV no era precisamente un resultado esperanzador, pero tampoco para su rival, el PNV, dibujaban los resultados electorales de Barakaldo un panorama demasiado halagí¼eño. Con un 23% del voto emitido, la candidatura de Estella no conseguí­a ni obtener los mismos votos que la suma de las derechas de abril, retroceso que porcentualmente implicaba la pérdida de más de 8 puntos. De hecho, si consideramos que la candidatura católico-monárquica habí­a obtenido en abril un 16% de votos, resulta difí­cil asegurar que con el 7% restante el PNV ganara el pulso a ANV por el liderazgo nacionalista. El gran handicap para el PNV en Barakaldo era el grado de desarrollo y complejidad alcanzado por la comunidad nacionalista que impedí­a que el partido contara a la vez con el apoyo nacionalista y con el de la derecha católica no nacionalista. Sin embargo, no era esta la situación en el conjunto del Paí­s Vasco, ni siquiera en la ciudad de Bilbao. Por ello, la evolución de la comunidad nacionalista en Barakaldo volví­a a verse, como en 1923, en ví­a muerta ante la desconexión con el resto del Paí­s Vasco.

 

La reconstrucción de las derechas

A pesar de esta probable derrota inicial por el liderazgo nacionalista, las elecciones de junio revelaban que el PNV contaba con muchas más posibilidades que su competidor de cara al futuro. En primer lugar, el apoyo de las bases católicas y conservadoras era un inmenso potencial de futuro si el partido conseguí­a erigirse en su referente polí­tico, a la manera en que lo era el catalanismo conservador, convirtiendo el apoyo coyuntural en base electoral. En segundo lugar, sólo el PNV podí­a conjugar esta expansión fuera de su base tradicional con el mantenimiento del voto nacionalista. El colapso de los mecanismos tradicionales de acceso al poder de los monárquicos y su consiguiente desorganización permití­an al PNV una potencial expansión hacia la derecha no nacionalista. Por el contrario, ni la fortaleza del PSOE permití­a una expansión similar de ANV hacia la izquierda, ni las caracterí­sticas de la comunidad nacionalista una apelación a las bases de la izquierda no nacionalista. Además, la clave del éxito coyuntural de ANV era también la clave de su fracaso. Era el protagonismo obtenido por su alianza con la izquierda lo que habí­a conferido al partido los visos de rival solvente en la lucha por el liderazgo nacionalista, pero sólo a condición de que rompiera tal alianza y se presentara en solitario. Sin embargo, ni siquiera sus mejores resultados en solitario bastaban para asegurar la presencia institucional necesaria para continuar con éxito su pugna. La implantación del PNV en la Vizcaya rural y su capacidad de pacto con la derecha minimizaban los resultados del nacionalismo progresista incluso a escala vizcaí­no. De ahí­, que, superados los primeros momentos de debilidad, el escenario se convirtiese en claramente favorable para el PNV, incluso en Barakaldo. Dos habí­an de ser sus prioridades básicas: atraer a su seno a las masas católicas y conservadoras y consolidar la comunidad nacionalista recuperando a los coyunturales tránsfugas.

La reconstrucción organizativa del PNV en Barakaldo fue un proceso significativamente lento. El inicial impulso reorganizador que siguió a la caí­da de Primo de Rivera se habí­a limitado, como se indicó con anterioridad, a Alonsótegui y Burceña, donde bastó la supresión de las prohibiciones gubernativas para que los antiguos batzokis renaciesen. No fue este el caso del resto del término y destacadamente del núcleo urbano. ANV llevaba la delantera asociativa incluso en zonas de tradicional dominio nacionalista como Retuerto, donde en septiembre de 1931 el nuevo partido constituí­a un Eusko-Etxea. Esta fecha muestra que, a pesar de su fracaso electoral, ANV continuaba constituyendo un desafí­o al PNV. De hecho, la mayorí­a de las bajas del nacionalismo ortodoxo se concentran en dos periodos que coinciden con el nacimiento de Eusko-Etxeas.

El primer grupo de bajas, en abril de 1931, afectó al batzoki de Burceña a consecuencia de la fundación del Eusko-Etxea de Cruces. El hecho de que sólo se registraran 10 bajas y que estos nombres no se encontraran en el grupo fundador del Eusko-Etxea indica que el núcleo impulsor de ANV en Cruces era ajeno al PNV del periodo republicano. Sin embargo, el hecho de que cinco de estas bajas fueran expulsiones muestra que el nuevo partido tení­a capacidad para provocar conflictos en el seno del partido ortodoxo. Además, números de afiliación tan bajos como el 21, 23, 24 o 32 revelan su atractivo para sectores muy activos del nacionalismo.

La siguiente crisis se produjo en el verano de 1931 en relación con la mencionada fundación del Eusko-Etxea de Retuerto y afectó especialmente al batzoki del Regato, en el que debí­an de encuadrarse los nacionalistas de Retuerto a falta de centro propio. Entre julio y septiembre, 27 nacionalistas abandonaron el partido. Esta crisis tení­a mayor incidencia que la de Cruces, ya que en este caso sí­ que ANV se nutrió básicamente de una escisión del PNV, tal y como indica el hecho de que el secretario, el vicesecretario, el tesorero y un vocal del nuevo centro fuesen bajas del batzoki del Regato. Además, 19 bajas en un batzoki que unos meses después tendrí­a 56 socios apunta a una incidencia importante.

El caso de Retuerto es revelador de las contradicciones que afectaban a la reconstrucción del nacionalismo ortodoxo. El hecho de que una parte significativa de los hombres que se habí­an afiliado al PNV con la llegada de la República estuvieran dispuestos a sumarse a los efectivos de un partido ya fracasado electoralmente revela un desacuerdo profundo con la lí­nea seguida por el nacionalismo ortodoxo. De nuevo, la estrategia antirepublicana de alianza con la ultraderecha seguida por el PNV en los primeros meses de la República aparecí­a como un importante handicap para su expansión en Barakaldo.

La minorí­a vasco-navarra en las Cortes, en la que se integró el PNV, desarrolló en un primer momento sus presupuestos de beligerancia antirepublicana. Actos como  la despedida multitudinaria a sus diputados en Guernica en julio de 1931, donde los diputados no nacionalistas realizaron beligerantes discursos antirepublicanos, y su primera actuación en las Cortes le confirió rápidamente una imagen de profundo reaccionarismo que le valió apelativos de «caverní­cola» y similares. Su retirada de las Cortes en protesta por las medidas laicizadoras no contribuyó a modificar esta imagen. No fue hasta finales de año que el PNV se desvinculó de esta beligerancia antirepublicana. La vuelta a las Cortes de los diputados nacionalistas y su votación favorable a Alcalá Zamora como presidente de la República constituyeron una declaración en toda regla de un giro corpernicano hacia una estrategia posibilista de aceptación del marco constitucional republicano.

La explicación de este cambio radical de estrategia es una cuestión clave para entender el proceso de transformación del movimiento nacionalista durante la República.

De la Granja señala que, una vez enterrado el estatuto de Estella, la colaboración con los jeldikes perdí­a su razón de ser para los carlistas: «conseguir el Concordato vasco y ser instrumento contra la República», mientras que «para el Partido Nacionalista, lo esencial era la autonomí­a y lo accesorio una facultad concreta, incluso la concordataria». Sin embargo, como ya se argumentó con anterioridad, resulta problemático argí¼ir esta distinción como factor explicativo del cambio de estrategia del PNV.

La distinción entre la cuestión primordial (la autonomí­a entendida como delegación de poderes por parte del estado central) y lo accesorio (sus contenidos substantivos) fue la nueva estrategia del PNV, la ví­a que permitió una actuación posibilista en el marco republicano; no la razón de la alianza con los carlistas, puesto que esta alianza era manifiestamente contradictoria con tal distinción, tal y como se expuso. En realidad, dar cuenta de la actitud del PNV en junio a partir de su nueva estrategia de diciembre conlleva el peligro de confundir el efecto con la causa. La cuestión es por qué un partido que vení­a negando y negó hasta la saciedad tal distinción en favor de la indisolubilidad de la autonomí­a y sus contenidos concretos, y actuó conscientemente en consecuencia (sin errores tácticos), pasó en cuestión de meses a negar tal presupuesto básico.

Un factor básico a no perder de vista es que este cambio estratégico no supuso una rectificación de una lí­nea de actuación exitosa. De hecho, no se produjo hasta que el fracaso de la estrategia inicial era notorio. Tras las elecciones y la aprobación de la Constitución, la República se habí­a consolidado y la estrategia implí­cita en la coalición de Estella habí­a fracasado; no se habí­a conseguido evitar la implantación de una República democrática y secularizante. De ello era tan conscientes los carlistas como los jeldikes. La cuestión era qué opción tomar tras este fracaso: mantenerse intransigente en los contenidos substantivos, como defendí­an los carlistas, o acomodarse a la situación cambiando las prioridades y aprovechando las buenas expectativas para objetivos menos maximalistas que ofrecí­a la situación. Al reintegrarse a las Cortes y sumarse a los votos favorables a Alcalá Zamora, los seis diputados del PNV no decidí­an en una reñida elección el rumbo a seguir por el nuevo régimen ni su consolidación. Simplemente anunciaban su decisión de llevar a cabo una polí­tica posibilista y lo hací­an de la manera más coherente con ella. Ya que no habí­an podido impedir la consolidación republicana y no pensaban continuar una oposición beligerante en este sentido, mostraban su buen criterio congraciándose con los vencedores.

Queda pendiente el interrogante acerca de las razones que llevaron al PNV a desdeñar la invitación de sus compañeros de coalición a mantenerse en la postura de abierta beligerancia. Diferentes factores de orden práctico e ideológico habrí­an jugado en este sentido. Un elemento sin duda importante era que la continuación de la beligerancia antirepublicana entraba en contradicción con la práctica posibilista que caracterizaba al partido. En realidad el PNV nunca la abandonó. En 1931 simplemente tomó partido en una crisis abierta; una vez resuelta la crisis con la consolidación republicana el posibilismo volvió a imponerse.

Este posibilismo nacionalista no era ajeno a una consideración de orden muy práctico. La oposición radical al régimen imperante implicaba la ilegalidad y la represión. Hasta un cierto punto, la represión constituí­a un estí­mulo para el PNV, puesto que cimentaba y movilizaba a la comunidad nacionalista. Sin embargo, como habí­a mostrado la Dictadura de Primo de Rivera, pasado un determinado punto que tení­a más que ver con la prohibición de las sociedades y la prensa que con los procesos y los encarcelamientos de activistas, la comunidad nacionalista quedaba huérfana y paralizada. La estrategia de recreación de toda una nación embrionaria en el seno del partido (partido comunidad)40 necesitaba de unas garantí­a mí­nimas de libertad de asociación y actuación polí­tica que solo la legalidad otorgaba. Una vez conseguido esto, una cierta dosis de animadversión por parte del Estado no era contraproducente.

Por otro lado, un cambio en las prioridades ofrecí­a mucho a los nacionalistas a diferencia de lo que ofrecí­a a los carlistas. El caso catalán mostraba que bajo el régimen republicano se podí­a conseguir un nivel nada despreciable de autogobierno y, además, que el ejercicio de tal autogobierno redundaba en la consolidación del partido que lo lideraba. Por otro lado, el creciente españolismo antidemocrático que habí­a venido inspirando a la derecha hasta culminar en la Dictadura de Primo y el compromiso progresista y republicano del catalanismo mayoritario creaba un clima favorable y conferí­a un halo de legitimidad republicana a las reivindicaciones autonomistas, aunque ni la trayectoria ni la ideologí­a de sus promotores jeldikes tuvieran nada que ver con el catalanismo de izquierdas. De ahí­ que el prestigio del catalanismo fuera tan favorable para los nacionalistas vascos, más allá del precedente que habí­a establecido con su Estatuto.

Pero las ventajas que ofrecí­a la nueva situación no acababan en la probable consecución de un estatuto de autonomí­a. La aceptación del marco republicano ofrecí­a al PNV la posibilidad de convertirse en el gran partido de las derechas vascas, dados los obstáculos a que se enfrentaban sus directos competidores. La República dejaba sencillamente inertes a los monárquicos alfonsinos pues perdí­an su privilegiada relación con el Estado que habí­a constituido uno de los pilares de su poder. El otro, la oligarquí­a vizcaí­na, bastante tení­a con conjurar los efectos del cambio en el terreno socio-laboral.

Los carlistas no eran un serio adversario en Vizcaya y cabí­a la posibilidad de aprovechar a favor del partido las debilidades inherentes a su postura de beligerancia antirepublicana, sobre todo si el PNV conseguí­a hacerse con el previsible autogobierno y, a partir de él, consolidar su posición en todas las provincias vascas. Además, los hábitos de participación polí­tica de las masas católicas también habí­an de reciclarse en apoyo electoral al PNV, puesto que, por muy beligerante que fuera la Iglesia, las normas eclesiásticas instaban al voto a las candidaturas católicas con mayores posibilidades. En definitiva, el PNV se perfilaba como una fuerza de futuro frente a las limitaciones de sus competidores de derechas.

Mas la explicación del giro estratégico del PNV no puede agotarse en el estudio de las posibilidades ofrecidas por la estructura de oportunidades polí­ticas; es necesario hacer referencia a su evaluación por parte de aquéllos que tení­an poder de decisión. La evolución hacia el posibilismo republicano se veí­a favorecida por esa generación que se incorporó a la dirección del partido tras la Dictadura41. La progresiva independencia de conceptos como autonomí­a o independencia de la sí­ntesis substantiva sabiniana tení­a cabida en el horizonte intelectual de hombres como Aguirre o Irujo, que podí­an así­ propugnar la reformulación de la estrategia polí­tica del partido tras una evaluación de las circunstancias en que éste se encontraba desde nuevas prioridades. Resulta inimaginable, por ejemplo, que un integrista de mentalidad decimonónica como Luis Arana, a la sazón presidente del partido, pudiera pilotar este tipo de evoluciones, sencillamente porque para su principal prioridad el nuevo escenario no ofrecí­a posibilidades, sino más bien lo contrario.

Es en este resquebrajamiento del taciturno tradicionalismo integrista de los viejos jeldikes donde radica la clave de la explicación de la famosa evolución demócratacristiana del PNV. No se trata de que los nacionalistas del PNV renunciaran a unos planeamientos religiosos casi integristas, ni al racismo, ni al antiliberalismo, sino que a la altura de 1932, la coyuntura polí­tica favorecí­a un cambio de acentos, de tal manera que cuestiones absolutamente subordinadas cobraban relativa autonomí­a y podí­an constituir elementos importantes a la hora de evaluar la situación para diseñar una práctica polí­tica que a su vez, en la medida en que se revelaba exitosa, habí­a de acelerar estos cambios.

Finalmente, existe un último factor entre los condicionantes del cambio de estrategia cuya importancia se revela para el caso de Barakaldo, pero cuya incidencia en general es casi imposible evaluar. En Barakaldo, donde la matriz nacionalista se habí­a visto sometida a serias tensiones y donde existí­an diferentes sensibilidades nacionalistas con prioridades propias, la estrategia antirepublicana de alianza con los carlistas constituí­a un importante freno al desarrollo del partido. Por un lado, remití­a a un tipo de movilización genérica de las derechas que diluí­a al PNV como opción especí­fica y, por tanto, la necesidad de su diferenciación institucional. Por otro, entraba en conflicto con aquellas bases del nacionalismo que no compartí­an tal subordinación reaccionaria. No es posible establecer hasta qué punto esta situación era generalizable, como mí­nimo a otros contextos urbanos. En los primeros años republicanos el nacionalismo vasco vivió una importante expansión que lo convirtió en el más importante movimiento de masas del Paí­s Vasco. Sin embargo, no se conoce el ritmo con que se reconstruyó y expandió organizativamente este movimiento.

¿Fue éste un proceso lineal desde la caí­da de la Dictadura o se produjo un relativo estancamiento en el primer año? El estudio de José M. Tápiz permite conocer la compleja estructura interna del partido y su implantación territorial, pero la inexistencia de series documentales completas impide a su autor detallar el ritmo de su expansión organizativa y, por tanto, dar respuesta a esta cuestión. Los escasos estudios locales disponibles tampoco permiten avanzar mucho más. En un localidad de fuerte arraigo nacionalista como Bermeo, el batzoki no se reconstituyó hasta una fecha tan tardí­a como abril de 1931, casi coincidiendo con las elecciones. Igualmente en Amorebieta-Etxano el proceso fue todaví­a más lento y la reapertura se postergó hasta mayo de 1931. Los estudios sobre Durango y Plencia no abordan este tema, ni tampoco las alianzas electorales nacionalistas en las municipales.

En todo caso, de haberse producido un estancamiento similar al barakaldés, éste no serí­a un factor desdeñable a la hora de enmarcar el cambio estratégico del partido. En Barakaldo este estancamiento se produjo y la expansión hacia un movimiento de masas sin precedentes no se aceleró hasta después del giro estratégico del PNV. Hasta junio de 1931 no se reconstituyó la histórica Euskalduna de San Vicente. Tras esta refundación, el proceso se estancó de nuevo hasta finales de 1932, con la excepción de la constitución a principios de este año del batzoki del Regato y los comentarios de que se estaba reorganizando el Batzoki de Retuerto a partir de unos 90 afiliados al PNV.

En abril de 1932, Euskalduna contaba con 182 socios, el batzoki de Burceña con 159 y el del Regato con 56. Euskalduna y Burceña tení­an además su organización femenina, Emakume Abertzale Batza, con 107 y 105 socias respectivamente. Los datos revelan la muy desigual implantación del nacionalismo ortodoxo en el término municipal, caracterí­stica tradicional del nacionalismo barakaldés que en estos momentos era especialmente relevante. Mientras tres batzokis cubrí­an a los 10.000 habitantes que habitaban fuera del núcleo urbano, con porcentajes de afiliación de un socio por cada 21 habitantes en Burceña y 26 en Regato, sólo Euskalduna constituí­a el punto de referencia nacionalista para los casi 25.000 habitantes del núcleo urbano. A mediados de 1932, en un contexto de movilización polí­tica sin precedentes, ni siquiera habí­a conseguido el PNV reconstituir su entramado asociativo anterior a la Dictadura.

Después de la fundación del batzoki del Regato, los batzokis seguí­an encuadrando a 397 socios y como mucho podrí­a elevarse la militancia a 480, suponiendo que los 90 afiliados que promoví­an el batzoki de Retuerto no estuviesen contabilizados en los anteriores. Del verano de 1931 a la primavera de 1932, por tanto, a pesar de sus importantes efectivos, el nacionalismo mostraba un estancamiento.

El gran salto hasta constituir un movimiento sin precedentes en la localidad se produjo con posterioridad a esta fecha. En diciembre de 1932, el PNV contaba con 684 afiliados, datos del ayuntamiento de enero de 1933 cifraban en 1018 los socios de batzokis y en 219 las emakumes46 y datos más realistas del propio PNV para enero de 1934 establecí­an 906 socios de batokis y 596 emakumes, sin contabilizar el batzoki del Regato.

Esta expansión se basó en la consolidación institucional del PNV completando y ampliando su red de batzokis y en el éxito de Emakume Abertzale Batza a la hora de encuadrar a las mujeres nacionalistas.

Según Camino, en abril de 1932 se fundó la sociedad Instrucción y Recreo con el fin de construir un nuevo batzoki para el núcleo urbano. Diferentes personalidades nacionalistas formalizaron la inscripción de la sociedad ante notario con un capital social de 16.500 pesetas y se emitieron 1000 obligaciones de 1000 pesetas. En junio de 1933 se produjo la inauguración de este Eusko-batjokija de Barakaldo en el Paseo de los Fueros, que continuamente se confunde con su matriz originaria en Euskalduna.

Este batzoki fue el vertebrador de la expansión nacionalista en el núcleo urbano. De los escasos 182 socios de Euskalduna en abril de 1932 habí­a pasado a 436 a finales de 1933.

La reconstrucción continuó con la refundación del batozki de Retuerto que debió de producirse a finales de 1932, y con la fundación del batzoki de Lutxana en septiembre de 1933. Así­, pues, en septiembre de 1933, el PNV no sólo habí­a logrado reconstruir la red asociativa del nacionalismo histórico, sino que la ampliaba con nuevos batzokis como éste de Lutxana.

Por otro lado, los batzokis eran el centro de un movimiento más amplio. Los batzokis nacionalistas ofrecí­an espacios de sociabilidad especí­ficos como las secciones de jóvenes (gaztetxus) o de excursionistas (mendigoxales). En este sentido, el mayor éxito del PNV durante la República fue su capacidad para movilizar un amplio número de mujeres a través de Emakume Abertzale Batza, que a finales de 1933 rozaba en Barakaldo las 600 afiliadas. Así­, un nuevo batzoki como el de Luchana no sólo contaba con 150 socios, sino que encuadraba a 100 emakumes, 120 gastetxus y 20 mendigoxales.

El talón de Aquiles de este amplio movimiento social en Barakaldo era su organización sindical. A pesar de contar con el apoyo de ambas ramas del nacionalismo barakaldés, STV no logró trasladar al campo sindical la vitalidad que los nacionalistas mostraban en el ámbito polí­tico y societario en general. En abril de 1932, un solidario se quejaba de que, a pesar de disponer ya de locales, «no podemos llegar siquiera al medio millar [de afiliados], cifra para mi insignificante dado el abolengo nacionalista  de este pueblo». A comienzos de 1933, los 325 afiliados que recogí­a el estadillo municipal situaban al sindicato nacionalista en un modesto lugar frente a los 940 del sindicato anarcosindicalista El Yunque o los 2408 del socialista Sindicato Metalúrgico y esto sin tener en cuenta que estos dos últimos eran sindicatos especializados, mientras que STV se dirigí­a a todos los asalariados. STV no rompí­a con el estrecho margen de afiliación del sindicalismo católico. De hecho, ni siquiera privaba a éstos de su espacio.

El Sindicato Obrero Católico Metalúrgico y el Centro Católico Obrero, con 100 y 180 afiliados respectivamente, mantení­an su espacio frente a los nacionalistas.

Al margen de la fiabilidad de estas cifras, parece claro que a comienzos de 1933 el nacionalismo ortodoxo habí­a conseguido imponerse en Barakaldo sobre su competidor de ANV. Dos eran las claves de su victoria: su implantación en los barrios y las emakumes. Si se prescinde de estos dos elementos y se reduce el análisis a la militancia masculina del núcleo urbano, la distancia entre ambas ramas del movimiento se acorta considerablemente. La vitalidad de ANV en San Vicente y el Desierto se mantuvo a pesar del restringido espacio polí­tico del nuevo partido. En febrero de 1933 la Juventud Vasca inauguraba su nuevo edificio con una multiplicidad de actos en los que marcaban su carácter liberal y laico frente al nacionalismo ortodoxo.

El nacionalismo vasco tení­a serias dificultades para conseguir ser referente polí­tico en Barakaldo. A la derecha de PNV, sólo los carlistas mantení­an una actividad societaria. Un listado de socios sin fecha, pero de este periodo, situaba en 290 los militantes masculinos de Sociedad Tradicionalista78, que mantuvo una permanente actividad durante los años de la República a través de conferencias y diversos actos. Las conferencias carlistas solí­an convocar a unas doscientas personas, mientras que la asistencia a sus veladas teatrales rondaba el medio millar. Incluso en actos puntuales como el banquete-mitin celebrado en diciembre de 1932 el tradicionalismo barakaldés podí­a movilizar a unas mil personas o mil doscientas en otra conferencia de abril de 1933.

Entre los carlistas y los nacionalistas, el movimiento católico barakaldés vivió durante los dos primeros años de la República una significativa revitalización.

Diferentes organizaciones como las congregaciones, la Asociación de Antiguos Alumnos Salesianos o la Asociación Católica de Padres de Familia vehicularon la movilización católica contra las medidas laicizadoras de la República. De hecho, a juicio de Plata, el robustecimiento de la Acción Católica y asociaciones afines fue la respuesta de los católicos neutros a las República.

Esta dinamización del movimiento católico barakaldés se tradujo en 1933 en la eclosión de la prensa católica. En marzo de 1933 aparecí­a el Eco de la mujer católica de periodicidad mensual, el bisemanario El amigo de los niños y de los mayores y Espigas de periodicidad irregular. Coincidí­a esta eclosión con el momento de máxima tensión de la opinión católica vizcaí­na a consecuencia de la decisión del ayuntamiento de Bilbao de demoler el monumento al Sagrado Corazón construido durante la Dictadura.

Este pujante movimiento católico era un capital polí­tico que todas las opciones de la derecha barakaldesa pretendieron atraer. La pugna más sonora era la que mantení­an carlistas y nacionalistas; pero este enfrentamiento abierto no debe ocultar que tradicionalmente estos católicos neutros habí­an sido la base electoral de los monárquicos y que éstos seguí­an contando con ellos para las futuras contiendas electorales, a pesar de no disponer de organización institucional durante toda la República. El catolicismo barakaldés se convirtió así­ durante el periodo republicano en el terreno de batalla de diferentes opciones polí­ticas que aspiraban a erigirse en su referente polí­tico. Con ello no quiere decirse simplemente que aspiraran a captar el voto de los católicos, sino que pretendí­an convertirse en la voz de los católicos actuando en tanto que católicos.

Esta puntualización es especialmente necesaria en Barakaldo, puesto que el grupo de centro-izquierda como ANV nunca ocultó las convicciones católicas de sus dirigentes y buena parte de sus bases. Por ello, criticaba abiertamente actuaciones como la no intervención de la banda municipal en un baile el dí­a de Viernes Santo forzada por la izquierda («sectarios liberticidas»). Sin embargo, su distancia ante la estrategia de los partidos de la derecha quedaba claramente ilustrada en su crí­tica al carácter nacionalcatólico del Aberri Eguna del PNV del año 1933: «como dijo el mártir de Abando: Euzkadi es la Patria de los vascos, no como algunos han llegado a figurarse que, Euskadi es la patria de los católicos. La religión es universal y Jesucristo dio su sangre en el Gólgota por todos los pecadores».

Las distinciones que ANV establecí­a entre polí­tica y religión no eran de recibo entre la derecha barakaldesa. Los referentes polí­ticos en pugna pretendí­an erigirse en la expresión lógica y última del catolicismo, convirtiendo el voto a su partido en un resultado automático de la opción religiosa.

Desde la proclamación de la República, los carlistas tení­an claro que su opción polí­tica era la expresión consecuente del sentir católico. Así­, el carlista Agustí­n de Tellerí­a concluí­a su multitudinaria conferencia en 1932 «confiando en el buen sentido de los católicos, de que éstos, por persuasión pasarán a engrosar las filas del tradicionalismo, de los soldados de Cristo, cuyo emblema es la Cruz». Ciertamente, los carlistas sintonizaban ampliamente con los planteamientos del catolicismo social local.

Muestra de esta sintoní­a era la fiesta de fraternidad cristiana celebrada en la fábrica del carlista José M..Garay, concejal en varias ocasiones durante la Restauración. La doctrina social de la Iglesia como remedio mágico al conflicto social aparecí­a, además, en casi todas sus conferencias, desde las monográficas dedicadas al tema como la del carlista local Angel Basterrechea sobre «los grandes errores sociales» a las crí­ticas que

Ignacio Arroyo Abaitua dirigí­a a «algunos patronos que se llaman católicos y en cambio niegan a sus obreros una subida de jornal que les permita vivir con decoro».

El problema radicaba en que estos planteamientos no les alejaban demasiado de los nacionalistas, quienes también compartí­an este tipo de discurso. Entre las razones que los nacionalistas esgrimí­an desde Euzkadi para sumarse con entusiasmo al homenaje de 1935 al recién nombrado Obispo de Pamplona destacaban «por ser el obispo obrero, hijo de obrero, como tantos de nosotros, con una inmensa preocupación por la justicia social, amante como ninguno del obrero y de sus hijos por considerarles como verdaderos hermanos». Exactamente lo mismo que, como se verá, proclamó el Obispo durante el homenaje.

Un proyecto prototí­pico del catolicismo social local como la Casa Social Salesiana tení­a como padrino al ya mencionado carlista José M. Garay, pero su arquitecto, Benito Areso, aparece en 1936 como presidente del Batzoki de Barakaldo.

Sin duda, existí­a una distinción entre los nacionalistas y los carlistas en cuanto al catolicismo social que compartí­an. Mientras los primeros se quedaban en la cuestión ideológica, los segundos, sin apartarse radicalmente del marco, incidí­an también en las condiciones materiales. El sindicato nacionalista STV marcaba la diferencia entre las declaraciones retóricas y la acción práctica. De la misma manera que lo hací­an las propuestas socialcristianas defendidas en las Cortes por los diputados nacionalistas en 1935, que no contaron con el apoyo de la CEDA. Pero esto sucedí­a cuando la ruptura del PNV con La Gaceta del Norte y el resto de la derecha ya se habí­a producido, y el nacionalismo se alejaba de sus planteamientos de los primeros años republicanos.

Además, el panorama se complicaba cuando una parte de los llamados católicos neutros respondió a estas presiones para la alineación polí­tica apostando por una fuerza polí­tica autónoma: Acción Popular. En marzo de 1933, en una reunión a la que asistieron unos 25 individuos86, se eligió un comité organizador que daba por concluidas sus tareas a mediados de abril. Para esta fecha ya contaba la nueva formación con sus estatutos aprobados por el Gobierno Civil y procedí­a a su constitución con la asistencia de 50 socios. Era el primer centro del partido de Gil Robles en Vizcaya, ya que hasta junio de 1934 no se fundó el centro de Bilbao.

En Acción Popular convergí­an buena parte de las clases medias-altas de la localidad que tradicionalmente habí­an tutelado el movimiento católico y los dirigentes del sindicalismo católico local. Figuraban en su junta médicos, altos empleados de Altos Hornos e ingenieros, todos ellos con rentas anuales elevadas, acompañados de los dirigentes del Sindicato Católico Obrero Metalúrgico, posteriormente Sindicato Católico Siderúrgico, de mucha menor significación social. Sin embargo, más allá de la influencia que esta apuesta polí­tica pudo tener en la eclosión de la prensa católica local, el centro Acción Popular no tuvo prácticamente actuación pública en Barakaldo.

En resumen, las diferencias entre los referentes polí­ticos que se ofrecí­an a los católicos barakaldeses no estribaban, por tanto, en la manera de abordar la cuestión social. Tampoco parecí­an radicar en la renovación litúrgica, si tenemos en cuenta que del mencionado homenaje al Obispo de Pamplona el acto que más impresionó al corresponsal de Euzkadi fue la misa solemne sólo para hombres. La cuestión clave era la postura adoptada ante la República. La propuesta de los carlistas era clara. Los católicos debí­an sumarse a la beligerancia antirepublicana que defendí­a el tradicionalismo, «para volver a teñir de rojo la franja morada, que actualmente ostenta la bandera nacional, y luchando contra la República si se opone a ello», como expresaba Jesús Elizalde en 1932. Los nacionalistas y la misma Acción Popular optaban por el posibilismo, acatando el marco republicano. Como explicaba en 1933 Pedro de Basaldua en el Batzoki de Barakaldo, «para implantar el nacionalismo en España se pueden seguir dos procedimientos, uno de acción directa que es el que siguen los sindicalistas y anarquistas y otro el de la ví­a legal o sea sometiéndose en todo a las leyes». Aunque este posibilismo no implicaba la renuncia a la desobediencia, ya que «los vascos no tienen por qué cumplir leyes que son dictadas por el paí­s opresor y por lo tanto al no cumplirlas no se salen de la legalidad».

El mismo Pedro de Basaldua, posteriormente secretario del lehendakari Aguirre, era un ejemplo de los estrechos lazos que uní­an a los dirigentes nacionalistas al mundo católico, a la vez, que de la resistencia de este mundo a tomar una definición polí­tica uní­voca. Pedro de Basaldua se habí­a movido preferentemente en el ámbito de las organizaciones católicas y compaginó esta actividad con su evolución hací­a el nacionalismo. De ahí­ que en 1933 alternara las conferencias en el Centro Católico Obrero con la propaganda en el Batzoki de Barakaldo y una creciente actividad nacionalista que, tras su paso por la cárcel de Larrinaga, le confirió en 1934 una notable popularidad. Pedro de Basaldua pertenecí­a a una de esas familias de clase media-alta que en Barakaldo se habí­an mantenido alejadas del nacionalismo y que gravitaban en torno al catolicismo neutro de Urquijo y La Gaceta del Norte. Su padre, industrial y contratista, habí­a sido presidente en los años veinte del Centro Católico Obrero; su tí­a, Angela Pinedo Axpe, era la presidenta de la Acción Católica Femenina y la impulsora de su Eco. El hijo de ésta, el ingeniero José M. de Basaldua Pinedo, era en 1933 el inspirador de Acción Popular. Una rama de la familia, por tanto, habí­a optado por Gil  Robles como el referente polí­tico natural de la tradición católica. El mismo Pedro no parecí­a muy alejado de las opciones de su primo en el momento de proclamarse la República, pues habí­a sido candidato en las elecciones municipales de 1931, pero no por el PNV, sino por la candidatura católico-derechista.

La tendencia que se detecta entre estas familias de clases media-alta estaba más en consonancia con la opción de Pedro de Basaldua que con la de su primo José M. Esta evolución perfilaba al PNV como la opción de futuro para liderar el campo católico. Existí­a, en primer lugar, un factor táctico o coyuntural. Descartada la abierta beligerancia antirepublicana de los carlistas, el tradicional tacticismo católico que propugnaba el voto para las opciones con más posibilidades de ganar jugaba claramente a favor del PNV, especialmente en 1933 cuando hasta La Gaceta del Norte defendió el voto para los nacionalistas. Pero existí­a, además, una evolución más profunda que afectaba a las familias de clase media-alta, componente caracterí­stico de las tradicionales fuerzas vivas locales. Se trataba de una evolución generacional que llevaba a los miembros más jóvenes de estas familias de tradición católica al nacionalismo.

Un ejemplo de esta evolución lo constituye la familia Sagastagoitia. Domingo Sagastagoitia Aboitiz (n. 1847), excombatiente carlista, era un alto empleado de AHV con una larga trayectoria polí­tica en el ayuntamiento de Barakaldo. Concejal en los periodos 1885-89, 1893-97 y 1905-1910, fue alcalde en 1895 y primer teniente de alcalde de 1905 a 1910. Su definición polí­tica habí­a sido la de católico, católico neutro o católico de Urquijo según el momento, y habí­a presidido el Centro Católico Obrero en diferentes periodos desde 1904 a 1928. De hecho, fue como presidente de esta institución que se integró en 1928 en el Comité que preparaba el Homenaje a Primo de Rivera. Era, por tanto, un representante prototí­pico de las fuerzas vivas que habí­an dirigido la localidad bajo la tutela de Altos Hornos durante la Restauración.

El protagonismo polí­tico de la familia se mantuvo bajo la República, cuando sus hijos tomaron el relevo, pero ahora bajo progresiva adscripción nacionalista. Una adscripción tardí­a, sin embargo, puesto que todos ellos habí­an nacido en la década de los 80 y rondaban la cincuentena. En 1931, su hijo, Eloy de Sagastagoitia Iza (n. 1882), un empleado con uno de los ingresos anuales más altos de la localidad (10.000 pts), parecí­a seguir el camino de unidad de derechas tradicionales marcado por su padre al resultar elegido concejal por la candidatura de católicos de la derecha, en la que figuraba también Pedro de Basaldua. Ello no obstó para que en 1933 apareciese como vicetesorero del batzoki de Barakaldo. Su hermano mayor José Ignacio (n.1879) era tesorero en 1934 del mismo batzoki, cargo que habí­a ocupado su hermano menor, Gregorio (n.1889), en 1933, a la vez que continuaba en el Centro Católico Obrero en 1936.

Si en esta generación de los hijos todaví­a se detectaban vacilaciones en los momentos claves, o en todo caso, no existí­a una militancia notoria en el campo nacionalista con anterioridad al periodo republicano, en la generación de lo nietos la adscripción al PNV era completa. Un hijo de José Ignacio era secretario del Barakaldo’ko Buru Batzar en 1931-32, otro hijo era vocal de STV y pasó por la cárcel de Larrinaga en 1934 y una hija secretaria de las Emakumes barakaldesas (otra era monja). El mayor de los 11 hijos de Eloy era también socio del Batzoki de Barakaldo.

En los Sagastagoitia se constata, por tanto, la evolución táctica y generacional de un linaje de las fuerzas vivas (todos empleados) hacia el PNV; la misma evolución de una rama de los Basaldua. Son pocas las familias de las que se dispone de tantos datos, y por tanto, pueden no ser representativas, pero no deja de ser significativo que no se detecten evoluciones a la inversa o hacia el carlismo. Ningún miembro de una tradicional familia nacionalista se pasó al carlismo ví­a catolicismo, mientras que sí­ que parecen detectarse casos en sentido opuesto. El joven arquitecto, ya mencionado, Benito Areso era sobrino de un jaimista concejal en los últimos años de la Dictadura y candidato en las municipales de 1931 por los católicos de la derecha.

Esta tendencia perfilaba a los nacionalistas como la opción de futuro de la derecha, tanto por atraer progresivamente a los católicos como por la incidencia que empezaba a tener en ese estrato de clase-media alta donde hasta el momento no habí­an tenido influencia.

Las elecciones de 1933

Las elecciones a Cortes de 1933 supusieron el momento álgido del PNV en este proceso de ampliación de sus bases electorales, tanto a derecha como a izquierda. La clave de este éxito radicó en la capacidad para captar a la vez el apoyo de los católicos neutros y de los nacionalistas de centro-izquierda de ANV. Esto fue posible gracias al triunfo que habí­a supuesto sólo una semana antes de las elecciones el referéndum sobre el Estatuto. En tanto que primera fuerza polí­tica católica, el PNV podí­a aspirar a conseguir los votos de los católicos y de la derecha en general; en tanto que fuerza que habí­a liderado la elaboración del Estatuto, podí­a reclamar los votos de los nacionalistas de ANV. El problema era como conjugar las dos posibles estrategias (frente católico, frente nacionalista) a la vez.

Diferentes factores llevaban a ANV a buscar la alianza con el PNV en lugar de con la izquierda. Junto al PNV, los nacionalistas de ANV habí­an colaborado en las movilizaciones nacionalistas y habí­an sido también ví­ctimas de la represión gubernamental contra el nacionalismo vasco del año 1933. En el caso de Barakaldo, este acercamiento al PNV se vio acompañado del enfrentamiento violento con las izquierdas.

El 5 de mayo, tras la exitosa huelga general convocada por STV en Bilbao y la margen izquierda, la Juventud Vasca de Barakaldo fue tiroteada. A pesar de haber sido las ví­ctimas de la agresión, seis aneuvistas fueron detenidos y la Juventud clausurada por haberse encontrado armas en su interior89. Este suceso remite a la violencia polí­tica latente en la localidad protagonizada por los grupos de acción armados de las distintas opciones polí­ticas, entre las que, según de la Granja, se encontraba también ANV.

Habiéndose deteriorado las relaciones con la izquierda hasta este punto, no era de extrañar que las posibles estrategias electorales de ANV se limitaran al ámbito  nacionalista. La asamblea local estableció el siguiente orden de preferencias para las negociaciones electorales con el PNV. En primer lugar, una coalición de PNV, ANV y Partido Radical, que se habí­a comprometido con el Estatuto; en segundo lugar, un frente nacionalista; y, finalmente, la libertad de voto91. En términos similares se pronunció la asamblea vizcaí­na del partido. Las negociaciones, sin embargo, no dieron fruto y, finalmente, a pesar de las acusaciones de deslealtad y mala fe a los jeldikes, acabaron recomendando el voto para el PNV.

La intransigencia aneuvista ante una candidatura que incluyera a personalidades católico-conservadores fue el argumento jeldike para romper las negociaciones. Tanto La Gaceta del Norte como El Nervión vení­an defendiendo una única candidatura católica, es decir, una reedición de la candidatura de Estella, cómo mí­nimo para el distrito de la capital. Sin embargo, tampoco en esta lí­nea las negociaciones electorales del PNV dieron fruto. La derecha no nacionalista acabó presentando una candidatura que incluí­a a monárquicos y tradicionalistas. Las escasas posibilidades de esta candidatura eran evidentes, ya que La Gaceta del Norte, no sólo apoyó a los nacionalistas siguiendo las directrices eclesiásticas de votar a la opción con mayores posibilidades, sino que además conminó a la candidatura de la derecha a retirarse.

La única referencia a las actividades de apoyo a esta candidatura en Barakaldo es un telegrama del bloque de derechas pidiendo protección al Ministro de la Gobernación «para evitar tener que defenderse por sí­ mismos». Pedro Elí­as, que  firmaba el telegrama como presidente de este bloque de derechas, era un ingeniero de Altos Hornos que habí­a sido jefe de la Unión Patriótica. Sin ningún tipo de estructura asociativa, la actividad monárquica en Barakaldo seguí­a dependiendo de las personalidades tradicionales y destacadamente del poder de la empresa Altos Hornos. No en vano, Gabriel Zubirí­a, presidente de AHV, habí­a sido el director de la juventud monárquica en 1930. Resulta significativo que la misma La Gaceta del Norte, que  apoyaba a los nacionalistas, calificase a los atacados como católicos, subrayando que, a pesar de su propia opción, el catolicismo local constituí­a la base casi natural de la derecha no nacionalista.

El PNV, por su parte, concurrió finalmente en solitario a las elecciones, sin que ello supusiera ningún fracaso para los jeldikes. De la Granja establece que «el PNV negoció a dos bandas: con la derecha católica y el centro» y «no tuvo voluntad de llegar a una alianza electoral y se sirvió de ANV para echarles la culpa de la ruptura de sus acuerdos con los radicales y con los católicos, porque prefirió acudir en solitario a las elecciones para rentabilizar por completo el reciente éxito del Estatuto». Así­, pues, «el PNV, sin hacer concesiones, obtuvo los apoyos de La Gaceta del Norte y de ANV».

En la triangulización que volví­a a presidir la vida polí­tica vasca, el PNV, consciente de la excelente coyuntura, aparecí­a como una fuerza centrista, ajena a las estridencias de ambos extremos. Un artí­culo significativamente titulado «Por qué votaré la candidatura nacionalista sin ser vasco» ilustraba que el pragmatismo nacionalista llegaba en esta ocasión a substituir el originario antimaketismo por apelaciones a los inmigrantes en las que subrayaba su carácter demócrata-cristiano y su condición de dique contenedor de la izquierda: «Porqué elegí­ libremente este paí­s para crear en él mi familia y mi hogar, atraí­do por su belleza natural y por la nobleza y laboriosidad de los vascos» «Porque el Partido Nacionalista Vasco no pretende imponer fuera de su patria ni ideas ni formas de gobierno y es tradicionalmente demócrata y cristiano» «Porque trata, heroicamente, de detener la invasión de demagogias exóticas que quieren cambiar sus leyes y sus instituciones».

Con el 31% de los votos, el PNV se convertí­a en 1933 en el primer partido del Paí­s Vasco y conseguí­a 12 de los 16 diputados en liza. A pesar de su recuperación, la derecha no nacionalista habí­a de conformarse con dos actas para los tradicionalistas y una para Renovación Española. La izquierda, por su parte, sólo conseguí­a las minorí­as por Vizcaya-capital, donde fueron elegidos diputados Prieto y Azaña.

En Barakaldo, los resultados de las elecciones supusieron una espectacular recuperación de voto conjunto de la derecha. La derecha no nacionalista, que concurrí­a por primera vez en solitario a unas elecciones republicanas, conseguí­a el 11% de los votos. El PNV, por su parte, alcanzaba el 37%. El crecimiento nacionalista en relación a los resultados de 1931 era más que notable, máxime cuando en aquella ocasión representaba a toda la derecha en la llamada Coalición de Estella. La izquierda, por su parte, cosechó los peores resultados de la etapa republicana. Izquierda y derecha prácticamente empataron en esta elección.

Posteriormente a las elecciones, estalló una agria polémica entre Euzkadi y Tierra Vasca sobre el destino de los votos de ANV. Un primer indicio del compromiso de los aeneuvistas con la candidatura jeldike es la continuación de la violencia que le enfrentaba a la izquierda. En la tarde del dí­a de elecciones, grupos de izquierda dispararon contra miembros de ANV en un bar y por la noche la Juventud Vasca fue ametrallada de nuevo99. Como en mayo, el incidente se resolvió con la detención de la junta directiva de la Juventud y un segundo cierre de la entidad, ante las protestas de los aneuvistas que señalaban al juez municipal, hijo del primer teniente de alcalde socialista, como dirigente de los grupos de acción de la izquierda.

Este ataque provocó también la repulsa del PNV, «más cuando durante toda la jornada del domingo nuestros compatriotas de Acción laboraron con tanto entusiasmo como que más en favor del triunfo de la candidatura patriota». Sin embargo, rápidamente el PNV se aprestó a minimizar el apoyo recibido. En abierta polémica con Tierra Vasca, desmentí­an los jeldikes que hubieran existido 2000 papeletas con el sello de ANV, «no llegaron a 200». Cuatro dí­as después aceptaban que éstas habí­an sido cerca de 600, es decir, la mitad de la fuerza electoral que estimaban a los aneuvistas.

Aun descontando el apoyo recibido de derecha e izquierda, estos resultados no dejaban de ser un éxito para el PNV. Y es que, como concluí­a Langille, «ha llovido mucho desde 1931 (…) En dicha época el Partido Nacionalista Vasco, no contaba en toda la anteiglesia más que con un solo batzoki y el número sus afiliados no llegaba a 300. Ahora 7 batzokis con un millar de afiliados, mil mujeres…».

3.2.- Bases sociales y electorales

En las elecciones de 1933 el nacionalismo vasco habí­a concluido en Barakaldo el proceso de expansión y reorganización iniciado tras el desconcierto que siguió a la proclamación republicana. Habí­a consolidado su presencia institucional y sus bases electorales y parecí­an derivar hacia el centro del espacio polí­tico, más por contraste con lo que pasaba en el resto de España que por evolución ideológica.

Antes de continuar con el hilo cronológico, se realizará un análisis de qué grupos sociales encuadraban estas opciones y qué grupos les votaban, es decir, el anclaje social de cada opción.

Antes de abordar este análisis de las bases sociales y electorales de los distintos grupos de las derechas locales es necesario realizar algunas consideraciones sobre los criterios de clasificación utilizados. La escala social que se utiliza se ha establecido a partir de las profesiones recogidas en los padrones municipales. Sólo para algunos casos puntuales se dispone de otro tipo de información como la fiscal. A partir de la profesión se han establecido los siguientes grupos socio-profesionales:

a) clases altas, que engloba a propietarios, profesionales liberales (abogados, médicos, etc) y altos empleados como ingenieros o gerentes.

b) clases medias, incluyendo tanto a los grupos mesocráticos independientes (comerciantes, industriales, contratistas, etc.) como a los dependientes (empleados, funcionarios, etc)

c) oficios, que agrupa a artesanos como herreros, zapateros, carpinteros, etc.

d) clases bajas, que incluye a todos los trabajadores, ya sean especializados o no.

e) labradores

Toda clasificación social se enfrenta a multitud de objeciones tanto por los lí­mites de cada categorí­a como por la vaguedad e imprecisión de las fuentes en que se basa. Las categorí­as utilizadas para este estudio pretenden simplemente ser operativas. Intentan ser homogéneas para permitir la comparación, a la vez que dar cuenta de las fronteras sociales existentes en ambas localidades.

Barakaldo era una población fruto de la inmigración de obreros que trabajaban en grandes industrias como Altos Hornos de Vizcaya. Era una localidad dividida básicamente entre trabajadores de fábrica y empleados (77,5% y 8,8%, respectivamente). La presencia de propietarios y rentistas era mí­nima, (0,12 %); igualmente la de clase alta (0,67%). Las clases medias independientes llegaban al 3,5% y en oficios al 2,95%. Un 10% son labradores.

 

Las bases sociales

El primer obstáculo al que se enfrenta el análisis de las bases sociales de las diferentes fuerzas polí­ticas es la falta de homogeneidad de las muestras sobre las que se trabaja, ya sea por su tamaño o por la forma en que se han obtenido. Las muestras se han elaborado a partir de las juntas de las sociedades locales, de los candidatos a concejal o de las personas que por algún motivo aparecen en la documentación trabajada. Su tratamiento acrí­tico implica un riesgo de distorsión notable, ya que la parcialidad de la fuente puede trasladarse al análisis. No puede compararse una muestra de militantes de ANV obtenida a partir de la juntas de las Eusko-Etxeas más las listas parciales de sus fundadores con una muestra del PNV obtenida sólo a partir de las juntas de los batzokis.

Los hombres que integraban las juntas o los candidatos no necesariamente tienen por qué ser socialmente representativos de los militantes. Por el contrario, parece plausible la existencia entre los integrantes de las juntas de una sobrerrepresentación de hombres procedentes de las clases medias o altas, ya fuera por relevancia social, educación o simplemente hábito de actuación en la esfera pública. Por ello, se ha optado por reducir la comparación a muestras de integrantes de las juntas de las sociedades polí­ticas. Las conclusiones refieren, pues, al perfil social de los dirigentes locales. En los casos en que se tiene más información se hace un análisis aparte. Sólo para la Sociedad Tradicionalista de Barakaldo se dispone de un listado completo de sus socios.

Por otro lado, el tamaño de las muestras oscila notablemente. Ni todas las opciones tení­an la misma implantación, ni se han encontrado las series completas de juntas para toda la República. En el caso de Acción Popular esto no representa un grave problema. Se trataba de una opción minoritaria en ambas localidades que, además, casi no dejó rastro de actividad. En este sentido, los 15 hombres de Barakaldo que fundaron el centro de este partido resultan bastante significativos del grupo social que representaban. No ocurre lo mismo con opciones de mucha mayor implantación como el nacionalismo vasco. En este caso, la carencia de información sobre años o barrios puede introducir distorsiones.

La información sobre las personas que forman las muestras se ha obtenido básicamente a partir de los padrones municipales que se han completado con otras fuentes como censos electorales, listados de contribuyentes, etc.

PERFIL SOCIAL

Frente al carácter mesocrático del resto de las opciones, el nacionalismo ortodoxo aparece como una opción claramente interclasista con un notable peso de las clases bajas. El 66.6% de los dirigentes locales del PNV procedí­a de las clases bajas, de los cuales un 53.8% aparecí­a en las fuentes consultadas como jornaleros u obreros. Este peso de los trabajadores perfila al nacionalismo como un movimiento claramente popular, pues cabrí­a suponer que este porcentaje se ampliarí­a todaví­a más en la militancia. El otro componente fundamental de las bases sociales nacionalistas serí­an las clases medias, destacadamente las dependientes. La presencia de las clases medias (29.4%) dobla el porcentaje de este grupo sobre la población barakaldesa (12.2 %), pero esta desproporción es mucho menor en este caso que en el resto de las opciones de la derecha local. Un 2.5% de clases altas entre los dirigentes nacionalistas constituye un dato revelador de ese progresivo desembarco de la burguesí­a local en el nacionalismo durante la República que se ha comentado con anterioridad. En resumen, pues, el análisis de la composición social del grupo dirigente local nacionalista presenta la imagen de un movimiento en el que las clases medias y altas están sobrerrepresentadas, pero que a la vez, cubre todo el espectro social en un amplio frente interclasista.

Por contraste, se subraya el carácter mesocrático de los dirigentes del resto de las opciones de la derecha. Incluso en el tradicionalismo, cuyo arraigo popular en el Paí­s Vasco es destacado por diferentes autores, destaca la presencia hegemónica de las clases medias dependientes. El carlismo barakaldés era un movimiento dirigido por empleados (60%) que sólo contaba con un 27% de obreros entre sus dirigentes.

Mucho más elitista era el movimiento católico. El hecho de que la presencia de las clases bajas entre sus dirigentes superase ligeramente la de los carlistas no cuestiona esta caracterización. El 32% de trabajadores es un efecto de la composición de la muestra, ya que se han incluido las juntas del Sindicato Católico Siderúrgico. Aún así­, destaca entre los dirigentes católicos la notoria sobrerrepresentación de las clases altas, nada menos que un 9.6%. Esta fuerte implicación refuerza la idea ya expuesta de la tradicional tutela de la burguesí­a local sobre el mundo católico. De hecho, el mundo católico era y habí­a sido el único ámbito de actuación posible para estos grupos burgueses no nacionalistas o carlistas, ya que no existió durante la República una sociedad monárquica local. Se subraya así­ la í­ntima relación entre mundo católico local y orden burgués. Una simbiosis tradicionalmente expresada en clave monárquica que a la altura de la República quedaba huérfana en cuanto a su adscripción polí­tica.

La continuación lógica de esta simbiosis entre catolicismo y burguesí­a local era Acción Popular. Un análisis de sus 15 dirigentes revela la hegemoní­a de las clases medias y altas. Un 23% de clases altas apunta a que Acción Popular era la opción polí­tica por la que más decididamente apostó este grupo social. Como ya se indicó, los dos obreros que alternan con este grupo de ingenieros industriales, médicos y altos empleados de AHV eran dirigentes del sindicalismo católico con los que habí­a que contar necesariamente si se pretendí­a conseguir un cierto calado social para el nuevo partido.

En resumen, pues, puede concluirse que en todos los grupos de la derecha local  las clases medias estaban sobrerrepresentadas en relación a su porcentaje sobre la población. Sin embargo, esta sobrerrepresentación no impide que las diferentes opciones se puedan ordenar a lo largo de una escala que irí­a desde el movimiento más popular que era el nacionalismo hasta Acción Popular que aparece como un grupo claramente burgués. Esta ordenación se ve confirmada si, en lugar de atender a la profesión, se tienen en cuenta los ingresos anuales declarados en el Padrón Municipal de 1930.

Desde este criterio, el carácter popular del nacionalismo queda incluso amplificado, pues el 46.9% de sus dirigentes no supera las 2.500 pts anuales. Esta cantidad se corresponde con un jornal de unas 8 pesetas diarias que es lo solí­an declarar la mayorí­a de los jornaleros en el padrón municipal. El 59% no pasa de las 3000 pts anuales que abren la franja de confluencia entre los obreros especializados y los empleados bajos. Además, el 92% está por debajo de las 4000 pts. anuales que constituí­a el salario de los empleados medios, entre ellos algunos maestros.

En contraste a este carácter popular del nacionalismo, el grupo dirigente carlista se perfila más mesocrático. Sólo un 29% de ellos está por debajo de las 2.500 pts frente al 46% de los nacionalistas y un 25% supera las 4.000 frente al 8% nacionalista. En el caso de los católicos el contraste es más acusado. No se trata sólo de que el 50% de los dirigentes católicos supere las 4.000 pts., sino que además un 25% está por encima de las 6.000 pts. que constituí­an el salario anual de los altos empleados y de los profesionales liberales mejor remunerados. Téngase en cuenta que esta cantidad era la declarada por la mayorí­a de los ingenieros y que las 8.000 pts anuales sólo las superaban los miembros de las familias propietarias tradicionales y algún fabricante. En este sentido, el que los católicos cuenten entre sus dirigentes con alguna persona que declara ganar 10.000 pts. marca la pauta del carácter eminentemente burgués del movimiento católico barakaldés.

Otro criterio para reforzar la caracterización social llevada a cabo es el del servicio doméstico. El tener criada en la casa era el distintivo evidente de que una familia pertenecí­a a la clase media o alta. Es cierto que no existí­a una relación directa entre ingresos y servicio, es decir, que unas familias podí­an no tener servicio teniendo ingresos superiores a otras que lo tení­an. Pero el hecho de que algunas familias estuviesen dispuestas a pasar estrecheces por no renunciar a su criada revela que el servicio doméstico constituye un criterio de primer orden de lo que podrí­a denominarse conciencia de clase media. Desde este criterio, la graduación anteriormente establecida no sufre alteración. Un 7.5% de los dirigentes nacionalistas tiene servicio doméstico y un 8.3% de los carlistas, frente al 15% de los católicos y el 20% de Acción Popular.

Así­, pues, parece claro que existí­a una diferencia clara en función de la penetración social de las diferentes opciones de la derecha barakaldesa. Frente al carácter burgués o pequeño burgués de carlistas, católicos y Acción Popular, el nacionalismo ortodoxo aparecí­a como un frente interclasista con notable arraigo popular.

Establecida así­ su diferencia en cuanto a la extracción social de sus dirigentes con el resto de las derechas, la cuestión serí­a establecer qué le diferenciaba de su competidor de centro izquierda ANV. A primera vista, el grupo dirigente de ANV parece más popular que el del PNV.

Sin embargo, la diferencia fundamental estriba en que ningún miembro de las clases altas participa en ANV. Esta ausencia se deja sentir en los ingresos de los dirigentes aneuvistas. Ninguno de ellos gana más de 5.000 pts. anuales, mientras que cerca de un 8% de los nacionalistas del PNV lo hace. Pero más allá de este dato, el porcentaje de clases medias es similar en ambos partidos nacionalistas y el grupo dirigente de ANV tiene incluso mejor situación económica que sus competidores ortodoxos. El hecho de que un 21% de los aneuvistas ingrese entre 4.000 y 5.000 pts. anuales sitúa al 78% del grupo por debajo de las 3.500 pts. anuales frente al 86% de los nacionalistas del PNV. Un 10% de dirigentes con servicio doméstico confirma esta imagen de una base social de ANV similar a la del PNV. En realidad, apenas se aprecian diferencias en relación al perfil social de los dirigentes de ANV y PNV, aunque ciertamente el porcentaje de casos sin datos es mayor en ANV. Este resultado no es sorprendente. Como señala de la Granja, ANV era una escisión del nacionalismo y se nutrí­a de sus efectivos. Las razones de la escisión eran ideológicas y no suponí­an la expresión de intereses de diferentes grupos sociales. Nacionalistas ortodoxos y aneuvistas competí­an por las mismas bases y recogí­an los mismos hábitos de movilización.

Hasta el momento se ha venido trabajando con muestras restringidas a los dirigentes con el fin de realizar una comparación sobre realidades homogéneas. Pero existen datos para constituir muestras más amplias que permitan avanzar en la caracterización social de la militancia.

La única muestra completa de militantes de la que disponemos refiere a los tradicionalistas. Se cuenta con un listado de socios de la Sociedad Tradicionalista, probablemente del año 1934, que incluye la profesión de buena parte de los 290 socios.

Los datos de este listado son coherentes con la parte del fichero de afiliados que se conserva en el Archivo Histórico Nacional de Salamanca y que abarca las fichas de la

M a la Z.

La principal dificultad para la obtención del perfil social de los militantes carlistas a partir de este listado estriba en el peso (21,7%) del epí­grafe sin trabajo en la profesión. Este porcentaje no responde a una incidencia desmesurada del paro entre los tradicionalistas, sino al parecer a la inclusión en el listado de individuos prácticamente adolescentes. Al menos esto es lo que se deduce al consultar la fecha de nacimiento en otras fuentes. Se ha intentado reducir la incertidumbre que plantea esta categorí­a a partir de otras fuentes, y se ha prescindido del resto añadiéndolos en el apartado sin datos. De esta forma, el perfil social se calcula a partir de las tres cuartas partes de la muestra, si bien cabe esperar que esta limitación no afecte significativamente a los resultados, pues, como se indicó, la mayorí­a de los excluidos parecen ser adolescentes, normalmente hijos de militantes de los que sí­ se dispone de datos.

La militancia carlista en Barakaldo confirma en buena parte el perfil de sus dirigentes, aunque en clave más popular. El peso de las clases altas entre los dirigentes se reduce entre los militantes (3% a 1,8%) y el de clases bajas se amplí­a (33% a 50%), pero, aún así­, las clases medias siguen siendo el componente más relevante de la militancia carlista (44%). Nótese que ni siquiera atendiendo a su militancia el tradicionalismo barakaldés supera en presencia de clases bajas al grupo dirigente nacionalista.

Se dispone de otro listado completo de militantes para ANV. Sin embargo, no se trata de un listado general de socios, sino estrictamente de los nombres de los 51 fundadores en 1931 del centro de ANV en el barrio de Cruces. La muestra es, por tanto, mucho más parcial que la de los tradicionalistas, puesto que nos restringe a un solo barrio y, además, a un barrio que no formaba parte del casco urbano. En este caso, el contraste con el perfil social de los dirigentes es notable, ya que las clases medias casi desaparecen (2,6% frente al 29,4% entre los dirigentes) y las clases bajas se convierten prácticamente en la categorí­a única (94,7%). La presencia de trabajadores entre los fundadores de ANV en Cruces es por tanto masiva, pero este dato debe ponerse en relación con la composición social del barrio. De hecho, los trabajadores monopolizaban en exclusiva la junta del Eusko Etxea de Cruces de 19333, mientas que sabemos por la muestra de dirigentes que esto no ocurrí­a en el conjunto de la localidad.

No se ha encontrado ningún listado completo de militantes del PNV. En su lugar se ha confeccionado una muestra de 164 individuos a partir de diversas fuentes que incluye concejales, dirigentes o militantes citados por cualquier razón. El análisis de esta muestra confirma el carácter popular e interclasista del nacionalismo. A diferencia de los casos anteriores, esta muestra no populariza el perfil social con respecto a los dirigentes, sino que incluye a otros grupos sociales como los labradores no presentes entre los dirigentes.

Tras este análisis de la base social de las derechas locales es posible realizar un somera radiografí­a de la adscripción polí­tica de los grupos sociales medios y altos en Barakaldo, atendiendo al padrón de 1930. Para ello se ha tenido en cuenta a las personas que declaraban ingresar más de 4.000 pts anuales, que como se señaló marcaba la frontera de los empleados medios. Dentro de este grupo se han establecido diferentes franjas de ingresos. No debe olvidarse que cualquier panorámica de la localidad ha de hacerse diferenciando sus diferentes núcleos. Se excluye Burceña porque no hay datos completos.

En El Desierto, el casco urbano moderno, sólo ocho personas superaban las 10.000 pts. anuales. De ellos, dos eran monárquicos y uno católico. No habí­a, por tanto, nacionalistas activos entre el estrato social superior del moderno Barakaldo. Sobre las 21 personas que declaraban entre 7.000 y 9.999 pts anuales se dispone de la filiación de siete. De ellos, tres son monárquicos y tres católicos; del séptimo se sabe que era considerado adicto por los nacionalistas. Menos representativo es el tramo comprendido entre las 6.999 y las 5.000 pts, pues estaba compuesto por 107 personas de las que sólo se conoce la filiación polí­tica de 17. En todo caso, el predominio de católicos y monárquicos era notorio. Entre ellos se empieza a encontrar ya a algún carlista, un republicano y sólo a dos nacionalistas (un militante y un farmacéutico considerado adicto). En el estrato más bajo (4.999 – 4.000) esta proporción varí­a, ya que de 17 personas con datos sobre un total de 92 se identifica a tres nacionalistas y tres republicanos. Los católicos, sin embargo, siguen constituyendo el subgrupo más numeroso. Las clases medias del Desierto eran, por tanto, mayoritariamente católicomonárquicas, con una presencia muy escasa de nacionalistas activos, similar a la de republicanos.

La situación era diferente en San Vicente, el viejo centro de Barakaldo. Sólo los hermanos Begoña Careaga superaban las 10.000 pts, y ambos eran monárquicos. Predominaban también estos entre la franja de 9.999 a 7.000 pts (dos monárquicos y un futuro combatiente carlista sobre un total de seis). Sin embargo, los nacionalistas eran mayoritarios en el siguiente tramo (tres nacionalistas y un católico sobre un total de 13).

Igualmente, eran mayorí­a los nacionalistas en el último tramo. Los nacionalistas contaban, por tanto, con numerosos efectivos entre la clase media de San Vicente, en contraste con su debilidad en el Desierto.

Retuerto, finalmente, presentaba un perfil similar al de San Vicente; monárquicos en la cúspide, presencia creciente de nacionalistas a medida que se desciende en la escala de ingresos.

Teniendo en cuenta que la mayorí­a de las clases medias y altas, al igual que el resto de la población, residí­a en el Desierto, puede concluirse que la adscripción polí­tica mayoritaria de las clases medias-altas de Barakaldo era católico-monárquica y que los nacionalistas sólo contaban con elementos polí­ticamente activos reducidos entre los estratos inferiores de estos grupos y, además, localizados en Retuerto y San Vicente.

EDAD

El grupo dirigente del catolicismo barakaldés destaca por su avanzada edad. El 40% de los dirigentes católicos habí­an nacido antes 1891, es decir, tení­a más de cuarenta años en el momento de proclamarse la República, frente al 23% del PNV, el 11% de ANV y el 10% de los tradicionalistas. Incluso, más de un 18% de los católicos tení­a más de cincuenta años en esa fecha, mientras que este porcentaje se reducí­a al 10% para el PNV, al 2,8% para ANV y a ninguno para los tradicionalistas. Ningún dirigente católico contaba con menos de 25 años en 1931, mientras este grupo representaba más de una cuarta parte de los dirigentes carlistas, el 22% de los jeldikes y el 14% de ANV.

Los datos por grupos de edad muestran que el PNV era la fuerza polí­tica que abarcaba un más amplio espectro de edades. Los dirigentes jeldikes tendí­an a ser más jóvenes que la militancia que representaban. En contraste con esta difusión nacionalista, el grueso de los dirigentes tradicionalistas se situaba entre los 40 y los 21 años en el momento de la proclamación republicana. La militancia carlista era todaví­a más joven con casi un 30% menor de 20 años en 1931.

Si el perfil social de los jeldikes no parecí­a diferenciarlos en exceso de sus competidores de ANV, las dos ramas del nacionalismo sí­ que se diferenciaban en función de la edad. No era tanto que los dirigentes aneuvistas fueran más jóvenes que los jeldikes (apenas un año de media), sino que tendí­an a concentrarse en unos grupos de edad frente a la difusión tanto por arriba como por abajo de los jeldikes. El 74% de los dirigentes de ANV tení­a entre 40 y 26 años en 1931, siendo el grupo más numeroso 37% los que contaban entre 31 y 26 años al proclamarse la República. Tras este grupo de edad existe un abismo importante.

Puede resultar un tanto aventurado, pero no carece de sentido suponer que los dirigentes de ANV eran básicamente los miembros de la Juventud Vasca promotores del Partido Nacional. De hecho, este grupo más numeroso contarí­a de 18 a 23 años en el momento del golpe de Estado del general Primo de Rivera y el grueso de los dirigentes no superarí­a los 32 años en esa fecha. Esta caracterí­stica no es extensible a la militancia de Cruces. Los fundadores de ANV de Cruces tení­an una media de 28 años y el 46% de ellos no superaba los 25. Eran, por tanto, bastante más jóvenes que los dirigentes en general.

Lugar de nacimiento de los dirigentes

Los fundadores de Acción Popular, por su parte, se concentraban exclusivamente en los grupos de edad comprendidos entre los 40 y los 26 años en 1931, es decir, 42 y 28 en el momento de fundarse la agrupación.

En resumen, la principal conclusión que se desprende de la comparación en función de la edad es que el PNV era la fuerza más representativa de todos los grupos edad, tanto en lo referente a dirigentes como a militancia, mientras el resto de las opciones presenta perfiles más decantados hacia grupos de edad concretos.

LUGAR DE NACIMIENTO

Finalmente, merece la pena detenerse en el análisis de una última variable que diferencia claramente a las opciones de la derecha local. Se trata de la procedencia geográfica de estos dirigentes. La graduación que habí­amos obtenido en la escala social se repite en este caso. Casi la mitad de los dirigentes católicos no eran vascos de nacimiento, mientras que los efectivos del nacionalismo, como cabí­a esperar, eran todos vascos o de origen vasco, aunque nacidos fuera del Paí­s Vasco. Entre ambas opciones, tres cuartos de los carlistas eran vascos. Esta clara diferenciación en la composición de los partidos polí­ticos de la derecha barakaldesa según lugar de nacimiento resultará determinante para el estudio de su base electoral. El lugar de nacimiento constituye, por tanto, una variable diferenciadora de la base social de los distintos grupos de la derecha barakaldesa.

La similitud de la base social de las dos ramas nacionalista es total en cuanto al lugar de nacimiento. A pesar de la superación teórica del antimaketismo, todos los dirigentes de ANV eran vascos al igual que los del PNV.

El viraje hacia el centro del nacionalismo vasco.

Mientras el catalanismo conservador comenzaba su suicido polí­tico endureciendo sus posiciones, el nacionalismo vasco evolucionaba en dirección contraria.

A partir de 1933 se inició un periodo de ruptura con el resto de la derecha vasca que condujo al PNV a la aceptación del marco republicano y a la revisión de su práctica derivando hacia el centro polí­tico. Un año después de las elecciones de 1933, la diferenciación del PNV del resto de los grupos de la derecha vasca habí­a evolucionado hacia la abierta ruptura. La explicación de esta evolución radica en el bloqueo del Estatuto Vasco en las Cortes dominadas por la derecha y, a escala vasca, en el conflicto de los ayuntamientos con el gobierno.

Tras haber sido plebiscitado, el proyecto de Estatuto Vasco fue, en palabras de de la Granja, torpedeado por las nuevas cortes de mayorí­a cedista y radical. La cuestión alavesa empantanó su tramitación y el Estatuto quedó paralizado en junio de 1934 al abandonar los diputados nacionalistas las Cortes en solidaridad con los diputados de la esquerra. Esta segunda retirada sintetizaba la importante evolución que habí­a vivido el partido en sólo dos años. En primer lugar, el motivo de la retirada ya no era la oposición al reformismo republicano, sino, por el contrario, la oposición al antireformismo que inspiraba a la derecha española. En segundo, sus acompañantes ya no eran la ultraderecha, sino los catalanistas de izquierda. Estaba claro que la defensa de los contenidos substantivos asociados a la sí­ntesis sabiniana, ya no dirigí­an la estrategí­a nacionalista. La autonomí­a entendida como transferencia formal de poder habí­a pasado a ser la prioridad. Una prioridad que la derecha española no estaba dispuesta a satisfacer.

El origen del conflicto de los ayuntamientos estaba en la invasión del Concierto Económico por parte del ministro de Hacienda con un nuevo impuesto sobre la renta y sobre todo con la prohibición de gravar el vino, cuando este gravamen constituí­a un renglón clave para las haciendas locales vascas. El conflicto se radicalizó por la actitud del ministro de Gobernación y del gobernador civil de Vizcaya. Los ayuntamientos vascos se reunieron a principios de julio de 1934 en Bilbao y eligieron representantes para una Comisión Ejecutiva Permanente, a pesar de la presencia policial. Este desafí­o provocó la destitución del alcalde de Bilbao y de cinco de sus tenientes de alcalde. El 2 se septiembre se celebró una asamblea en Zumárraga, donde intervinieron Prieto y diputados de la ERC, además del PNV. La carga policial en Guernica al dí­a siguiente avivó el conflicto y llevó a la aprobación de un acuerdo de dimisión de todos los ayuntamientos vascos, medida que se cumplió en casi todos los de Vizcaya y Guipúzcoa.

Durante estos meses el PNV habí­a pasado del enfrentamiento a la colaboración con la izquierda en una movilización conjunta de oposición al gobierno. De la Granja afirma que durante el verano de 1934 la ruptura con la derecha fue total. La fisura más grave fue la que se produjo entre los jeldikes y La Gaceta del Norte, que en un primer momento habí­a visto con buenos ojos el movimiento de los ayuntamientos, pero que se retiró y pasó a combatirlo al apuntarse la izquierda. El PNV recibió durí­simos ataques de la derecha durante todo este periodo.

Esta ruptura con las derechas y la convergencia práctica con la izquierda, forzó al PNV a definir doctrinalmente su especificidad frente a unos y a otros. Se creaba así­ una coyuntura que favorecí­a el desarrollo de los componentes demócrata-cristianos latentes en el partido. Es en este contexto que los nacionalistas vascos planteaban en 1935 sus propuestas social-cristianas acerca del salario familiar y la participación de los obreros en los beneficios de las empresas en unas Cortes abiertamente antireformistas.

La excepcionalidad

En el Paí­s Vasco, la crisis institucional no arrancó de la intervención gubernativa, sino de las dimisiones de los concejales en protesta ante el conflicto del  vino. En Barakaldo, dimitieron todos los concejales del PNV, de ANV y los socialistas, con la excepción del Primer teniente de alcalde, el veterano Evaristo Fernandez. Sólo permanecieron en sus cargos los republicanos y los católicos independientes. A estas dimisiones, que quedaron convertidas en suspensiones, se añadió la crisis interna de los republicanos en 1934. Ya desde agosto cuatro concejales radicales habí­an retirado su confianza al alcalde por ser «varios los actos puramente administrativos resueltos por el señor Beltrán del disgusto de los ediles exponentes».

La crisis municipal se iba a ver amplificada como consecuencia de los sucesos de octubre de 1934. La huelga general de octubre tuvo en la margen izquierda un carácter violento e insurreccional. En Portugalete resultó muerto un suboficial de la  Guardia civil y en Barakaldo los huelguistas se apoderaron del ayuntamiento, abierto por el concejal de ANV, Miguel de Abasolo. La represión gubernamental amplió el enfrentamiento que ya vení­a desde el conflicto del vino. A finales de 1935, la situación del ayuntamiento era poco menos que caótica. En noviembre el alcalde se dirigí­a al gobernador pidiendo el nombramiento de un teniente de alcalde que pudiera substituirle en sus ausencias como gestor de la Diputación. El primer teniente, el socialista Evaristo Fernandez, no habí­a dimitido, pero no acudí­a al ayuntamiento; el segundo, el aneuvista Miguel de Abasolo, estaba suspendido y condenado a 8 años de inhabilitación; el tercero, el socialista Cañas, estaba además preso en Granada por «incitación a la rebelión y tener indicios racionales para sospechar que ha sido agente de enlace entre las organizaciones en la revolución de Asturias, Vizcaya y Andalucí­a»69 aprovechando su empleo de representante de la cooperativa socialista Alfa de Eibar; y el cuarto, un radical, habí­a renunciado por trabajar en Bilbao.

El PNV se encontraba aislado de la derecha y fuera del poder local por las dimisiones. Sin embargo, esto no suponí­a ninguna crisis para el nacionalismo vasco. El PNV no tení­a como objetivo la defensa de los intereses de las fuerzas vivas en las instituciones y no dependí­a de su presencia en ellas ni del resto de la derecha para seguir existiendo. Contaba con la fuerza de un impresionante movimiento social que encuadraba y dirigí­a. Durante estos meses, los nacionalistas se replegaron en la ampliación y consolidación del movimiento. Frente al aislamiento polí­tico prevalecí­a la voluntad nacionalista de transcender el estricto ámbito de la polí­tica para encuadrar bajo la influencia del partido otros aspectos de la realidad de sus seguidores. La formulación del corresponsal de Euzkadi en Barakaldo, Langille, ilustra este carácter de partido-comunidad con voluntad totalizante que Granja atribuye al PNV 70: «Bien seguro estoy de que de no ser yo nacionalista me servirí­a para mi preocupación este abarcar todos los ramos y trabajar en todos ellos con singular actividad, como el nacionalismo viene trabajando en su corta vida».

El enfrentamiento con el gobierno y la represión cimentaban la movilización de las bases nacionalistas y apuntalaban su expansión en Barakaldo. En el marco de la búsqueda del «verdadero sentido de la hermandad racial» que pretendí­a conseguir el PNV, Langille anunciaba que la emakumes intentaban establecer un consultorio para los solidarios parados y sus familiares con medicamentos gratuitos y que, para ello, contaban ya con cuatro enfermeras y doce en preparación. Con la acción de sus mujeres el nacionalismo ortodoxo local reforzaba uno de sus flancos más débiles: el social. El consultorio habrí­a de instalarse en los nuevos locales de STV, cuya inauguración estaba prevista para octubre. Con motivo de tal acontecimiento, se preveí­an solemnes actos que habí­an de reforzar la comunidad nacionalista local y que incluí­an misa solemne, bendición de los locales, mitin y banquete. Como en periodos anteriores, los proyectos de afirmación nacionalista habí­an de enfrentarse con la suspensión por orden gubernativa.

Habiendo encauzado el tema sindicalista, el nacionalismo local se atreví­a en estos meses a encarar otra actividad clave para la perpetuación y expansión de la comunidad nacionalista: las ikastolas. Por primera vez, encontramos formulaciones en Barakaldo acerca de la importancia de la lengua para la comunidad nacionalista.

Defendí­a Langille que «es la lengua el pensamiento de la raza, por ser su forma genuina de expresar los conceptos e ideas. Raza y lengua están tan í­ntimamente ligadas que la afinidad de la primera se demuestra por la afinidad de la segunda. Sin embargo, los lamentos y apelaciones del corresponsal del Euzkadi al racismo local permiten suponer que la escuela vasca local no habí­a conseguido satisfacer las expectativas de los nacionalistas. La ikastola barakaldesa, para cuyo funcionamiento se habí­an reservado locales ya en el diseño del nuevo batzoki, no superó los 40 alumnos y en 1935 descendió a 35.

La voluntad nacionalista de constituir un embrión del futuro Estado vasco llevaba a los nacionalistas barakaldeses a encarar, incluso, la organización de los intercambios comerciales. Así­, Langille daba cuenta del éxito de las gestiones realizadas para vender en Barakaldo el trigo y la paja de los agricultores ribereños, «labor positiva de acercamiento entre las mismas necesidades de hermanos de la propia sangre, que anteriormente distanciados y sin apenas conocerse, se unen hoy con apretado abrazo al grito poderoso del genio de la raza».

Esta estrategia de consolidación del movimiento nacionalista subrayando sus caracterí­sticas especí­ficas en cada uno de los ámbitos de la realidad social tení­a como contrapartida la ruptura de lazos con el resto los sectores de derecha cuyo voto el nacionalismo intentado capitalizar. Sin embargo, el nacionalismo seguí­a manteniendo sus puentes con el amplio catolicismo neutro sin definir polí­ticamente. Cualquier católico de la época, escandalizado por el lamentable estado de la moralidad pública y los peligros de las nuevas diversiones de masas, hubiera coincidido con el diagnóstico del corresponsal de Euzkadi: «estamos llegando a un extremo intolerable. Recientemente, en ese mismo cine, se pusieron en la pantalla unos gráficos de propaganda soviética. Antes y ahora, inmoralidades, desnudeces y groserí­as a todo pasto. Y ello para público de ambos sexos y de todas las edades».

No en vano, Langille se inscribí­a entre «todos aquéllos que propugnamos porque la familia cristiana sea célula viva sobre la que se asiente como un sillar firme la nueva sociedad» y avisaba: «¡Padre y madre vascos!. En estos momentos en que un materialismo grosero quiere corromper el alma de tus hijos para más tarde apoderarse de ellos, percátate del peligro que esto supone y acostúmbrales a las sanas costumbres en las que se criaron nuestros mayores».

El problema era si esta coincidencia de planteamientos habí­a de bastar para que los católicos aceptasen como solución a su descontento actos de clara filiación nacionalista como la jira de Santa Agueda, que daba pie a Langille a realizar las formulaciones anteriores. Mas no por ello cejaban los nacionalistas en su empeño. Es significativo que en un contexto de ruptura polí­tica e institucional como el de 1935, el único acto en el que los nacionalistas participasen con el resto de las fuerzas derechas fuese el homenaje al Obispo de Pamplona, el barakaldés Marcelino Olaechea.

La iniciativa habí­a provenido de la Asociación de Antiguos Alumnos Salesianos.

A instancias de ésta, el ayuntamiento radical acordó en su momento la felicitación al nuevo obispo con motivo de su nombramiento8y colaboró en los actos de homenaje a través de la minorí­a católica, en la que el alcalde delegó la representación del consistorio. El carácter no nacionalista de quienes impulsaban el acto y su oficialismo no constituyeron un obstáculo para que Euzkadi se volcase en el homenaje con exhortaciones obreristas.

El catolicismo barakaldés también se habí­a reorganizado jerárquicamente, como ya se indicó, en torno a la Acción Católica. Sin embargo, este encuadramiento se traducí­a más en una en la inhibición polí­tica que en un encauzamiento de la opinión católica hacia alguna de las opciones existentes. Se han encontrado las series de la prensa católica local desde 1933 hasta agosto de 1935. A diferencia de La Gaceta del Norte o de otras publicaciones católicas locales, la prensa católica barakaldesa se limitaba a cuestiones de catequesis, sin entrar en comentarios de actualidad o artí­culos de opinión polí­tica. No pretendí­a, por tanto, constituirse en guí­a para la actuación polí­tica de los católicos. Sólo algún que otro comentario o noticia indica que la prensa católica local mostraba simpatí­a por el decreto de Dollfuss en Austria que restablecí­a la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas y se congratulaba ante el concordato alemán que aseguraba la libertad a la Iglesia católica para autorregularse con mantenimiento de la enseñanza religiosa. En este sentido, la creencia de que la Iglesia poseí­a derechos anteriores a la cualquier formulación estatal, y que, en consecuencia, el Estado debí­a respetar su primací­a en estas cuestiones, constituí­a la premisa de la percepción de la prensa católica local de la situación polí­tica internacional. En esto coincidí­a plenamente con la lí­nea editorial de La Gaceta del Norte que sí­ que trataba profusamente estos temas o con La Defensa de Vilanova.

Ahora bien, no iba más allá en cuanto a la concreción de un programa polí­tico genérico, ni en cuanto a medidas concretas de polí­tica local.

Tampoco habí­a propuestas polí­ticas concretas en la percepción de las tensiones sociales por parte del catolicismo barakaldes. Los planteamientos del catolicismo barakaldés sobre la cuestión social no diferí­an en exceso de los de La Defensa: las tensiones sociales se reducí­an a una mera cuestión ideológica El problema no era tanto una determinada distribución de los recursos materiales como la negativa de los trabajadores a aceptarla.

«Con la cuestión social empezó el abandono de la fe religiosas; aumentó cuando fue creciendo la irreligión; y cesará cuando los hombres vuelvan los ojos a Cristo y acaten sus preceptos, cuando sea efectivo el reino de la caridad y de la justicia […]¡Obrero! reflexiona; si se hubiesen practicado siempre esas dos virtudes ni tú tendrí­as de qué quejarte del patrono, ni el patrono tendrí­a porqué quejarse de ti».

Las tensiones sociales eran, por tanto, consecuencia del abandono por parte de los obreros de la religión; el retorno de las masas obreras a la Iglesia católica establecerí­a la paz social, el «reino de la caridad y la justicia». En realidad no hay manera de saber cómo se conseguirí­a tal objetivo, puesto que la vinculación entre religión y paz social constituí­a un axioma del pensamiento social católico que nunca se explicaba. Ello induce a pensar que básicamente por la aceptación de los trabajadores de sus condiciones de vida y trabajo. De ahí­, la insistencia en la religión como dique contenedor de las pasiones materialistas. En este sentido, El amigo de los niños y de los mayores daba cuenta entusiasta en 1934 de la fiesta de fraternidad cristiana el dí­a del Sagrado Corazón en la fábrica de José M. Garay concluyendo que «bien saben todos los patronos y obreros de la sociedad y las industrias que o vuelven a los caminos de Cristo, y para ello tienen que recristianizarse y expulsar de sí­ todo lo que no esté en el espí­ritu de Cristo, o el socialismo se hará dueño de ellas».

Insistí­a la prensa católica local en que «en ningún lado como en el reino de Cristo se encontrará amor al obrero, respeto a su dignidad de hombre y de cristiano, respeto a su trabajo». Amor, dignidad y respeto eran las ofertas del catolicismo social a los trabajadores. La reducción de la cuestión social a términos ideológicos o psicológicos ya señalada no puede estar más clara.

Este tipo de catolicismo social presidí­a el discurso de la prensa católica de la localidad. Incluso el recién nombrado Obispo de Pamplona, Marcelino Olaechea, proclamaba en el Gran Cinema en 1935 «que bajo la sotana guardará siempre la blusa del obrero, por ser hijo de un humilde trabajador». Estas continuas apelaciones a los obreros reflejaba la preocupación del catolicismo local por no perder la influencia que todaví­a retení­a sobre sectores de las clases trabajadoras y su empeño por recuperarla en el resto como único medio de frenar las doctrinas socialistas. Sin embargo, decí­a poco acerca de a cuál de las opciones polí­ticas en lucha que pretendí­an ser la voz de los católicos debí­an votar éstos.

Ni siquiera después de acontecimientos tan graves como los de octubre de 1934 se pronunciaba la prensa católica local por soluciones polí­ticas concretas. El único artí­culo dedicado a estos sucesos daba cuenta del horror con que los católicos contemplaban estos hechos con una metáfora paradigmática del tipo de percepción de las tensiones sociales expuesta con anterioridad: «la fiera humana, sin ley ni freno religioso ni civil, ha dado rienda suelta a todos sus más bajos instintos que se han cebado con inaudita saña en cuanto han encontrado ante sí­ en su criminal desbordamiento». Sin embargo, la conclusión de artí­culo, lejos de proponer medidas socio-económicas o polí­ticas, reafirmaba la necesidad de una reconquista ideológica del pueblo, en la lí­nea de los principios inspiradores de la Acción Católica: «oremos por los descarriados y envenenados por las más iní­cuas propagandas, para que se conviertan; execremos la perversa maldad de los repulsivos inductores; y vayamos decididamente al pueblo para ahogar sus rencores con la superabundancia de nuestro amor cristiano».

Los ideólogos del catolicismo barakaldes todaví­a confiaban en sustraer al pueblo de la influencia contaminante de las ideas exóticas, reconduciéndolo hací­a un catolicismo sinónimo de justicia y paz social. Los católicos vilanoveses, por su parte, parecí­an haber arrojado ya la toalla en este empeño y reclamaban la intervención del Ejército. El contraste no podí­a ser mayor.

 

Las elecciones de 1936

Mientras el catalanismo conservador (y la derecha catalana que habí­a representando durante tantos años) parecí­a diluirse en el discurso radical de las españolas, el nacionalismo vasco seguí­a el camino inverso, colocándose en solitario entre los dos grandes bloques polí­ticos en pugna. Esta postura le valió una renovada animadversión del resto de la derecha vasca que ampliaba la ruptura iniciada en 1933. Pero las presiones más importantes para que el nacionalismo se plegara a un frente de derechas provinieron del catolicismo, incluido el mismo Vaticano. A pesar de ello, el PNV se mantuvo en su negativa a llegar a un acuerdo electoral con el resto de las derechas vascas. Un paso tan drástico obligó al nacionalismo vasco a justificar decididamente su actuación. La salida fue la insistencia en un programa social-cristiano reformista propio y diferenciado del espí­ritu antirreformista y reaccionario de las derechas. Culminaba, así­, una evolución hacia el centro polí­tico inversa a la que habí­an seguido muchos sectores de la derecha en el resto de España. Se trata de la conocida «evolución democráta-cristiana» del PNV, cuya explicación constituye uno de los desafí­os más importantes para la historiografí­a sobre el nacionalismo vasco.

Como señala de la Granja diferentes factores jugaron un papel decisivo en esta evolución: una nueva generación de dirigentes, el peso creciente del sindicato STV y la misma práctica democrática a lo largo de la República. La propia realidad de un movimiento interclasista de masas actuando en un marco democrático estaba disolviendo los referentes tradicionales de la sí­ntesis sabiniana y posibilitando nuevas conexiones anteriormente impensables como las existentes entre la apelación nacional y democracia o entre la apelación católica y la reforma social. Estos elementos bastarí­an para construir un modelo explicativo de la evolución del PNV hací­a la democracia-cristiana. Podrí­a afirmarse que las transformaciones en el seno del partido le convertirí­an en prácticamente incompatible con el resto de las derechas a la altura de 1936. De ello, se concluirí­a, en palabras de Tusell, que si bien «no se podí­a decir todaví­a, propiamente, que el PNV fuera un partido demócrata-cristiano […], estaba ya muy cerca de la democracia cristiana y su evolución se completó rápidamente en años venideros».

Sin embargo, este modelo explicativo da más cuenta de las condiciones que hicieron posible el cambio que del mismo cambio y, sobre todo, de su rapidez. El movimiento se habí­a reorganizado apenas cinco años antes en la más estricta ortodoxia sin concesiones a los crí­ticos que, como se sabe, tuvieron que abandonar el partido para fundar la minoritaria ANV; las presiones de STV no consiguieron que se celebrase el esperado congreso para definir la doctrina nacionalista ante los problemas económicos-sociales; la dificultad para renovar los postulados tradicionales era notoria; los jóvenes diputados no eran los únicos dirigentes del partido, etc. Serí­a necesario variar los acentos en el modelo explicativo para cuenta de una evolución del PNV hacia planteamientos demócrata-cristianos menos lineal y más acorde con la complejidad del movimiento nacionalista a finales de la República.

La hipótesis es que las transformaciones en el seno del movimiento no estaban todaví­a lo bastante maduras como para imponer un cambio de programa. La cuestión era mucho más compleja. Se trataba más bien de un afloramiento de lí­neas de desarrollo que no tení­an por qué ser mayoritarias, pero que se vieron favorecidas y potenciadas por una coyuntura polí­tica concreta: el bloqueo de un frente de orden derechista como consecuencia de la ruptura con el resto de las fuerzas de la derecha. Una ruptura que no encontraba su explicación en la evolución ideológica del PNV, sino en el ámbito de la práctica polí­tica.

En este sentido, como señala de la Granja, la cuestión clave era el Estatuto. La tradicional práctica posibilista del PNV acabó convirtiendo el Estatuto vasco»(cualquiera que fuera y con quien fuese preciso) [en] su objetivo inmediato y el eje de su polí­tica electoral y de alianzas». Puesto que la experiencia del bienio habí­a demostrado la hostilidad de las derechas hacia la autonomí­a vasca, el abismo entre la derecha y el PNV se ampliaba. En la medida en que el frente derechista quedaba descartado, el PNV se veí­a impelido a formular una oferta especí­fica que subrayara sus diferencias con la derecha, pero dejase clara su distancia con la izquierda. Esta oferta tení­a, además, que conjurar las previsibles consecuencias electorales de la ruptura con los católicos neutros de La Gaceta. En consecuencia, la coyuntura favorecí­a el protagonismo de los elementos social-cristianos y demócratas del partido. No se trataba de oportunismo ni de manipulación por parte de la cúspide del PNV para salir de la difí­cil situación polí­tica en que se encontraba. Estos sectores existí­an realmente en el partido y su existencia indica que los procesos de transformación cualitativa mencionados anteriormente estaban produciéndose en el seno  del movimiento nacionalista. Por el contario, de no haberse producido estos cambios a lo largo de los años republicanos, el PNV podrí­a haber retornado al tradicional discurso de afirmación nacionalista como manera de eludir las graves cuestiones que se estaban debatiendo en las elecciones de 1936, tal y como habí­a hecho en Barakaldo en la municipales de 1931. Ahora bien, el programa demócrata-cristiano era la consecuencia y no la causa de la ruptura con la derecha.

Ante el discurso nacionalista barakaldés en la campaña electoral se tiene la sensación de que no se está diciendo nada nuevo, pero que por primera vez se está diciendo en serio. En primer lugar, los nacionalistas debí­an defenderse de las acusaciones de estar favoreciendo a la izquierda con su negativa a integrarse en un frente de derechas. A ello respondí­a Langille insistiendo en el carácter de dique contra las izquierdas que siempre habí­a desempeñado el PNV y acusando al Frente Popular de no dar publicidad en la campaña a sus principios marxistas. Pero los artí­culos del corresponsal de Euzkadi en Barakaldo se dirigí­an mucho más a marcar combativamente las diferencias con la derecha que con la izquierda.

Las premisas sobre las que se habí­an construido los frentes de derecha anteriores se volví­an ahora contra los nacionalistas que se veí­an obligados a dejar clara su voluntad de no alterar el orden social. Sin embargo, se afirmaba de manera clara que eso no significaba una aceptación de la situación socio-económica existente: los trabajadores tení­an reivindicaciones justas que habí­a que atender. Los nacionalistas afirmaban explí­citamente que defensa del orden y reformismo social no eran incompatibles, y daba la sensación de que no lo hací­an, como hasta al momento, para salir del paso. Con tal afirmación los nacionalistas estaban atentando contra una de las premisas más básicas y primarias de la socialización polí­tica de las bases electorales de la derecha, un elemento casi emocional que los propios nacionalistas habí­an explotado en profundidad en anteriores contiendas electorales. La doctrina social de la Iglesia habrí­a de conjurar ese desasosiego.

Así­, en palabras del corresponsal de Euzkadi en Barakaldo: «No nos atajen por ahí­ las llamadas derechas: no pretenda n decir de nosotros que en esta forma, alentando a las clases humildes en sus justas reivindicaciones, alentamos la subversión, el desorden, la anarquí­a. Las doctrinas que nosotros explicamos en este aspecto  son las doctrinas emanadas de la misma cátedra de San Pedro».

En realidad, nada de lo que se estaba propugnando era nuevo, ni siquiera privativo de los nacionalistas. Como hemos expuesto, el movimiento católico barakaldés a través de su prensa defendí­a estos mismos planteamientos. Sin embargo, el hecho de que el PNV se viese situado a la defensiva y obligado a reiterar una y otra vez lo que en teorí­a era sabido y compartido por todos los católicos refuerza la sospecha ya expresada de que el discurso social de los católicos era para la mayorí­a de ellos una mera coartada para mantener las cosas tal y como estaban; algo que habí­a que decir para no parecer retrógrado, pero poco más que un desideratum de regeneración moral del obrero. El que algunos católicos realmente creyeran que no estarí­a mal corregir algunos abusos no bastaba para cambiar postulados mucho más primarios de defensa del orden social; de la misma manera que las normas eclesiásticas que teóricamente habí­an de guiar el comportamiento de los católicos no conseguí­an despegar a los católicos neutros de los postulados de la ultraderecha vasca.

En teorí­a, los católicos tendrí­an que votar al PNV tanto por coherencia con sus postulados sociales como por ser el partido católico con más posibilidades de ganar. Sin embargo, los nacionalistas tení­an plena conciencia de que éste no iba a ser el voto de la mayorí­a de los católicos neutros y se veí­an obligados a reiterar unos argumentos en teorí­a compartidos por todos. Era la frustración ante esta paradójica situación lo que llevaba a los nacionalistas a denunciar por primera vez el papel que, en la práctica, el catolicismo jugaba como coartada de intereses sociales y polí­ticos concretos: los nacionalistas «quieren la religión para defenderla y tú quieres la religión para defenderte».

El discurso del nuevo presidente del batzoki de Barakaldo en su toma de posesión a los pocos dí­as de las elecciones ilustraba esta situación. Como ya se señaló, Benito Areso estaba muy ligado al catolicismo local y habí­a sido el autor del proyecto de la Casa Social Salesiana, empresa presidida por el fabricante local José M. de Garay, carlista muy activo en el mundo católico. Ello no impedí­a que Areso marcase con claridad las distancias con respecto a sus compañeros del movimiento católico: «Me reafirmo en estos momentos en mis principios cristianos y vascos. Pero, entended lo bien, no haré nunca de mi cristianismo arma ofensiva de combate, no me serviré nunca de él para salvar intereses egoí­stas […] Y para terminar, tengamos en cuentas siempre  que vivimos en un ambiente obrero, cuyas reivindicaciones justas debemos en todo momento apoyar».

Las denuncias nacionalistas de instrumentalización de la religión por parte de la derecha marcaban un punto sin retorno en las pautas de movilización polí­tica de las  bases electorales de las derechas barakaldesas. En el lema que presidí­a la campaña nacionalista («¡Civilización cristiana! ¡Libertad patria! ¡Justicia social!»116) la apelación a la religión ya no remití­a a su sentido tradicional, sino que adquirí­a su significado a partir de los otros dos componentes: la apelación nacionalista y la social.

La apelación nacionalista remití­a a la consecución del Estatuto, que como vimos se habí­a convertido en el objetivo prioritario del PNV. Los avatares que el proyecto estatutario habí­a sufrido durante los años anteriores habí­an transformado también los referentes tradicionales de esta apelación. La reivindicación del autogobierno ya no evocaba al antiliberalismo combativo de 1931 y a la defensa de un mundo corporativo tradicional, sino que parecí­a resignada o reconciliada con el marco republicano, incluso cuando era previsible una victoria de la izquierda.

La apelación a la justicia social diferenciaba a los nacionalistas del resto de la derecha al afirmar su voluntad reformista. En este sentido, puesto que el programa social del PNV nunca se habí­a llegado a definir con claridad, el discurso del sindicato nacionalista, STV, era la referencia. Como señalaba desde Barakaldo, Onzale: «¡Profesional vasco! T ú que te percataste, por vivir en ambiente obrero, como ningún otro, que el actual régimen capitalista, basado en los principios del liberalismo, es falso, pues trata al trabajo del ser humano como una simple mercancí­a…» [vota la candidatura del PNV]» por cristiana y por ser vasca cumple en todo los postulados que Solidaridad mantiene…» .

En el mismo sentido, Langille oponí­a a la promesas del Frente Popular, las mejoras concretas que los nacionalistas defendí­an para los obreros como la participación en los beneficios de las empresas y el salario familiar.

Subordinada a estas dos apelaciones, la defensa de la civilización cristiana adquirí­a unos sentidos muy diferentes a los que habí­a tenido con anterioridad. Los nacionalistas ofrecí­an a los católicos la defensa de los principios cristianos en las Cortes y aplicación de la doctrina social de la Iglesia; pero poca cosa de lo que cualquier católico medio, incluidos vení­a entendiendo por defensa de la civilización cristiana, es decir, supresión de una Constitución laica, subordinación del Estado a la Iglesia, imposición coactiva de los principios católicos a toda la sociedad, supresión de las reformas sociales, etc.

Todos estos sentidos tradicionales se veí­an recogidos y, aún, radicalizados en la apelación religiosa de La Gaceta del Norte. Frente a la moderación nacionalista, el portavoz de los católicos neutros se añadí­a al discurso apocalí­tico de la derecha no nacionalista.

Carecemos de fuentes para estudiar la actitud de esta derecha en Barkaldo durante la campaña electoral, pero todo hace suponer que sus personalidades se centraron en las dimensiones prácticas de la contienda electoral, dejando la propaganda a los medios de comunicación de la capital. La propaganda electoral de la derecha vasca no nacionalista partí­a de la premisa de que el paí­s se encontraba al borde de la revolución y de que eran necesarios remedios contundentes para evitar este peligro. La Gaceta del Norte traducí­a estos al lenguaje católico clamando «¡Todos a una, en la Cruzada contrarevolucionaria!».

 

El oasis barakaldés

El nacionalismo vasco aguantó relativamente bien la bipolarización electoral. Ciertamente, bajaba de un porcentaje de voto emitido del 31% en 1933 a un 23%, pero seguí­a siendo la fuerza más votada en Vizcaya-provincia y en Guipúzoca, además de superar a la derecha no nacionalista en Vizcaya-capital. Tras la segunda vuelta, el PNV obtuvo nueve diputados (perdí­a tres en relación a 1933), mientras que el resto de las derechas habí­a que conformarse con ocho (dos menos) y la izquierda ganaba cinco y se situaba en siete. Además, el PNV seguí­a siendo a distancia el primer partido vasco, ya que el resto de las fuerzas polí­ticas se presentaban en coalición.

La pérdida de votos que sufrieron los nacionalistas en estas elecciones muestra que para la mayorí­a de los católicos los referentes de la apelación religiosa seguí­an siendo los que defendí­a La Gaceta del Norte y su traducción polí­tica la ultraderecha, carlista o monárquica. El PNV habí­a salido claramente derrotado en la batalla que mantuvo con estas opciones de la derecha por capitalizar el voto de las masas católicas. De hecho, las formulaciones en clave demócrata-cristiana de los nacionalistas sólo habrí­an servido para tranquilizar la conciencia de los votantes para los que pesaba más el nacionalismo que el catolicismo.

El problema para el PNV fue que este nuevo discurso tampoco consiguió retener a los votantes que se le habí­an añadido por la izquierda en 1933. Desde 1934, ANV habí­a vivido una evolución hacia la izquierda que se saldó en enero de 1936 con el abandono del partido de sus fundadores. En febrero de 1936, ANV se integró en el Frente Popular en ílava, Navarra y Guipúzcoa. En Vizcaya, la pretensión aeneuvista de colocar un candidato propio frustó esta integración. Así­, pues, ANV en Vizcaya se vio como en 1933 en la difí­cil tesitura de presentar una candidatura en solitario, con nulas posibilidades de éxito, o proclamar la libertad de voto; y, como en 1933, esta fue la opción tomada. La crisis que en Barakaldo produjo la posterior integración de ANV en el Frente Popular vizcaí­no muestra que la preferencia por la alianza con la izquierda en lugar del frente nacionalista no contaba con la unanimidad entre los militantes de la localidad. Sin embargo, la libertad de voto concedida operaba en un contexto bastante diferenciado de la situación de 1933: el partido no colaboraba con la candidatura del PNV, sino más bien con la del Frente Popular, y tanto su discurso como los actos en que participaba favorecí­an también a este último.

Los resultados de las elecciones de febrero de 1936 en Barakaldo muestran que el revés electoral del PNV fue considerable. Los jeldikes perdieron más del 20% de los votos obtenidos en 1933, en un momento, además, en que el censo y la participación electoral se habí­an ampliado.

La derecha no nacionalista, por su parte, se hací­a con el 15 % de los votos emitidos (50% de incremento con respecto a 1933) y el Frente Popular con el 58% (casi un 30% de incremento con respecto al voto total de todas las izquierdas en las anteriores elecciones).

Una frase de Langille resumí­a la resignación con que los nacionalistas asumí­an unos resultados esperados: «Seamos sinceros con nosotros mismos: Hemos luchado y nos han ganado». Pero el reconocimiento de esta derrota no habí­a de cambiar la estrategia peneuvista. El PNV mantuvo tras las elecciones una entente cordial con las izquierdas que se manifestó en el voto favorable a Azaña como presidente del gobierno, a favor de la destitución de Alcalá Zamora y, finalmente, a Azaña para la Presidencia de la República.

Con ello conseguí­a la reactivación decidida del proceso autonómico paralizado por las derechas en el bienio anterior. Pero esta entente cordial no se podí­a reducir al mero tacticismo. Abrí­a posibilidades de un nuevo consenso polí­tico, un marco de funcionamiento bastante alejado de la realidad española y catalana por el que en Barakaldo los nacionalistas apostaron audazmente.

Como se señaló anteriormente, la victoria del Frente Popular acababa con la excepcionalidad instaurada por la intervención gubernamental en los ayuntamientos. De alguna manera, la reincorporación de los concejales destituidos a sus cargos vení­a a reeditar la fiesta republicana de 1931. Al igual que en esta fecha, una manifestación de simpatizantes del Frente Popular acompañó en Barakaldo a los ediles y se reprodujeron los discursos desde el balcón consistorial. Pero en esta ocasión, entre los que reintegraban rodeados del aura democrática, entre los que no habí­an colaborado con los traidores al espí­ritu republicano, estaban los concejales nacionalistas.

La reintegración de los concejales cesados con motivo del conflicto de los ayuntamientos no habí­a de resolver el bloqueo polí­tico del consistorio barakaldés que ya duraba casi dos años. Los concejales socialistas se declararon incompatibles con los concejales que habí­an permanecido en sus cargos durante el conflicto (radicales, republicanos independientes y católicos) y se retiraron del ayuntamiento. Posteriormente lo hicieron los nacionalistas de la derecha y los de la izquierda. El ayuntamiento llegó a la parálisis total cuando también se negaron a desempeñar sus funciones el resto de los concejales, «todos los cuales alegan hallarse coaccionados por la hostilidad manifiesta de los partidos polí­ticos que integran el llamado Frente Popular». Concluí­a el secretario municipal su informe al gobernador expresando su preocupación por los conatos de manifestación contra estos concejales que «fácilmente pueden degenerar en alteraciones del orden público».

Con esta declaración de hostilidades a sus antiguos socios republicanos, los socialistas consiguieron forzar un nuevo consenso polí­tico que ilustraba el clima polí­tico surgido en el Paí­s Vasco tras el bienio negro. Un acuerdo entre las fuerzas que habí­an sostenido el conflicto de los ayuntamientos, es decir, PSOE, ANV y PNV, permitió la normalización institucional del ayuntamiento. El 10 de marzo se convocaba una sesión para destituir al alcalde y proceder al nombramiento de un nuevo equipo de gobierno. El socialista Eustaquio Cañas, preso en Granada a consecuencia de los sucesos de octubre de 1934, ocupaba la alcaldí­a. Otro socialista retení­a la primera tenencia; el aeneuvista Miguel de Abasolo se mantení­a en la segunda, y el PNV se incorporaba en la tercera. La cuarta y una de las sindicaturas eran para los socialistas, y la otra sindicatura para ANV.

Las bases de este nuevo consenso aparecí­an en la moción conjunta que socialistas y nacionalistas (de ambas tendencias) presentaron en la siguiente sesión. La moción contení­a una serie de declaraciones generales de carácter vasquista como la defensa del Concierto Económico, la autonomí­a municipal o , incluso, «el anhelo de derogación de la ley de 1839, destructora de la libertad originaria de nuestro pueblo». Pero, además, contení­a un programa de normalización institucional con el que se pretendí­a dar solución al  problema vasco: elecciones municipales, elecciones para las diputaciones («fin del vergonzante periodo de gestoras») y aprobación inmediata en las Cortes del Estatuto vasco plebiscitado en 1933. Se trataba, en definitiva, de un programa coherente de actuaciones para normalizar la situación en el Paí­s Vasco y consolidar un marco polí­tico democrático.

En Barakaldo, pues, la entente cordiale que el PNV mantení­a con el Frente Popular daba un paso cualitativo para transformarse en coalición de gobierno. En los meses que siguieron hasta la guerra civil, el discurso del corresponsal nacionalista se avení­a a este acuerdo con las izquierdas «propugnando en todo momento un espí­ritu de colaboración, de convivencia, entre los diversos partidos polí­ticos, y apelando en su favor al bien común y a los «principios de equidad y de justicia, sin dejarse arrastrar por afanes bastardos de partido o de venganza». Con ello, los jeldikes se desligaban definitivamente del resto de la derecha con quienes, sólo cinco años antes, habí­an formado una combativo frente contra la República. La ruptura con la derecha se habí­a consumado. En lo polí­tico nada podí­an esperar los nacionalistas de ella. Habí­an que seguir conjurando, sin embargo, el peso de tradicionales apelaciones como la religiosa. En la lí­nea del discurso mantenido en la campaña electoral, la exposición de Langille no podí­a ser más clara al respecto: ¡»Venimos propugnando en todo momento un espí­ritu de colaboración, de convivencia, entre los diversos partidos polí­ticos […] Bien sé que existen personas que se alarman ante toda innovación de carácter social o económica y en sus gritos desaforados muchas veces sacan a relucir el problema religioso como medio para escudarse contra las normas de la justicia. No debemos ser nosotros nunca los que de tal manera procedamos; en nombre de esos mismos principios religiosos que legí­timamente podemos sustentar, defendamos siempre todo principio de justicia, sea cual fuera la persona o entidad que los defienda».

El alcance de la apuesta nacionalista quedó claro cuando el gobierno Azaña convocó elecciones municipales con un nuevo sistema que incluí­a la antevotación del alcalde. El carácter mayoritario de la nueva fórmula que impelí­a a los partidos a coaligarse para no perder la alcaldí­a o quedar fuera del municipio hizo que el nacionalismo vasco hubiera de enfrentarse de nuevo al espinoso tema de las alianzas electorales. En muchas localidades, los nacionalistas buscaron el apoyo de la derecha para sus candidatos, como  en Bilbao; en otras ciudades, como San Sebastián, monárquicos y nacionalistas apoyaron a un católico; mientras en Vitoria algunos jeldikes defendieron la unión católica. En Barakaldo la opción nacionalista fue bastante más audaz y mostraba su apuesta por recrear un nuevo modelo de funcionamiento polí­tico en torno a las fuerzas que habí­an secundado el conflicto del vino y que gobernaban en el ayuntamiento, marginando a la derecha no nacionalista y católicos neutros. Sobre el transfondo de aceptación recí­proca de las reglas del juego, nacionalistas e izquierda se batirí­an electoralmente y la derecha y los católicos neutros habrí­an de plegarse previsiblemente a votar a los primeros. El punto débil de esta nueva estrategia eran los nacionalistas de ANV. Si los nutridos efectivos aeneuvistas de la localidad se aliaban con la izquierda, al PNV no le quedarí­a más remedio que buscar el apoyo de la derecha y los católicos. La prueba de la importancia que los jeldikes daban a la creación de un único frente nacionalista fue la generosa oferta que realizaron a ANV: la alcaldí­a para el aeneuvista Miguel de Abasolo y el 50% del resto de la candidatura. Que esta oferta era un regalo envenenado se vio rápidamente.

La Asamblea de Delegados de Vizcaya de ANV habí­a aprobado el ingreso en el Frente Popular con motivo de estas elecciones. El comité municipal de Barakaldo votó en contra y se negó a acatar el acuerdo de la Asamblea. Esta actitud provocó un grave cisma en el partido, que provocó la expulsión del comité municipal indisciplinado. Las Eusko-Etxeas de Burceña, el Regato y Retuerto se alinearon con la dirección del partido y la Juventud Vasca de El Desierto apoyó al comité municipal cesado. A la rebeldí­a de la sociedad mayoritaria en la localidad se añadieron los concejales aeneuvistas, circunstancia que provocó que el ANV expulsase también a su minorí­a municipal.

Esta crisis está en el origen de la fundación en ví­speras de la guerra civil de Acción Autónoma Vasca, en la que se integraron los expulsados.

Las elecciones fueron suspendidas a principios de abril, pero llegó a celebrarse la antevotación para alcalde. El socialista Leonardo Calderón venció al nacionalista Miguel de Abasolo, mas la distancia entre ambos (58% a 41%) no fue tan grande como harí­an esperar los resultados de las elecciones de febrero. Dado que el candidato de la izquierda obtuvo un porcentaje de voto similar al de febrero, la pregunta que se plantea es de dónde salieron los votos de Abasolo. ¿Se trataba de un efecto de la abstención (41% frente al 22% de febrero), o realmente la estrategia jeldike tuvo éxito y consiguió atraer a la derecha y a los nacionalistas de izquierda?

El final de un largo trayecto.

En las semanas previas al estallido de la guerra civil el PNV habí­a pasado de posiciones integristas y antiliberales a un compromiso con el marco democrático republicano. La reivindicación nacionalista se habí­a impuesto sobre el resto de elementos ideológicos de la sí­ntesis sabiniana originaria. En Barakaldo, incluso habí­a conseguido someter a la derecha no nacionalista obligándola a replegarse tras las candidaturas nacionalistas. Se abrí­a la posibilidad del desarrollo del marco democrático sobre la base de la competencia entre dos grandes bloques polí­ticos: el nacionalismo y la izquierda. En el

Paí­s Vasco, el cambio de prioridades nacionalista habí­a convertido al movimiento nacionalista en un elemento clave para la consolidación del sistema polí­tico. No resulta descabellado aventurar que la derecha no nacionalista hubiera tenido que plegarse a la coordinación nacionalista en los años venideros. En todo caso, en los últimos años republicanos, el nacionalismo vasco no habí­a contribuido a la fractura social que acabarí­a emergiendo violentamente en la guerra civil.

Antonio Fco. Canales Serrano

1 comentario

  1. Luki Gómez

    Gracias.Antonio

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