Minería en El Regato (VII)
Organización del trabajo minero
La disolución de la Compañía Florentino Castalios, arrendataria del coto de Arnabal, obligó a la compañía inglesa a asumir desde 1896 directamente su explotación. Aquellos trabajos relacionados con la comercialización y el transporte corrían a cargo de la propia compañía: técnicos, oficinas, hornos de calcinación, vigilancia, laboratorios, mantenimiento de vías y locomotoras, planos inclinados, cargadero y maniobras en el puerto; el resto de las labores se encomendaba a contratas.
Al contrario que el transporte, la modernización de los trabajos mineros no mereció la atención de las grandes compañías, a pesar del fuerte incremento de los salarios los primeros años de explotación masiva.
Los todavía pequeños costes de extracción hacían preferible emplear hombres que maquinaria. Pero la situación cambiaría a partir de la Primera Guerra Mundial. En 1915 los salarios en Luchana Mining suponían 929.934 pesetas anuales; en 1918 por el mismo concepto superaban el millón y medio, sin haber incrementado la plantilla, lo que haría plantearse la mecanización del laboreo.
Hasta entonces la baja mecanización y la relativa dispersión de las minas obligó al empleo de muchos trabajadores. En su mayoría eran jornaleros o peones que se afanaban como pinches, terraplenistas, picadores, caballistas, oficios que necesitaban escasa cualificación. Tan sólo los empleados en los hornos de calcinación, por la insalubridad y dureza de la carga y descarga de los hornos, y los carpinteros entibadores, martilleros y barrenadores o artificieros podían calificarse como especialistas.
Estos últimos utilizaban una barra de acero cilíndrica de diámetro variable y varios kilos de peso para hacer los agujeros donde introducir la pólvora o dinamita, según el caso.
Directamente relacionado con esta forma de explotación podemos considerar la proliferación de fábricas de dinamita en pueblos mineros, en Santurtzi (1887), Trapagaran, Alonsotegi (Nitramita, 1891) o Barakaldo (Dinamita de Burceña, 1885). Los dueños de esta última (Erhartd) se dedicaron al negocio extractivo en Sopuerta.
Testimonios de la época aseguran que un buen barrenador podía hacer un agujero sobre campanil de unos treinta cm en un cuarto de hora y en media hora si se trataba de rubio (Bourson,1878: pp. 668-669). Su trabajo era muy valorado por los contratistas, ya que del resultado de las voladuras o «tiros» dependía el progreso de las labores.
El troceo de los bloques de roca procedentes de las explosiones se denominaba taqueo. Con esta operación los peones reducían los trozos mineralizados a golpe de maza hasta tamaños inferiores a diez centímetros.
En labores propiamente mineras, Luchana Mining recurría a diferentes contratas Para el arranque, selección de minerales de los terraplenes y lavaderos, construcción de túneles o galerías, etc. Delegando el laboreo conseguía un incremento de la productividad al asignar el control a especialistas en imponer la disciplina y los ritmos de trabajo, cuando no «el abuso explotador». A veces, los contratistas imponían condiciones tan inaceptables (rebaja de salarios, aumentos de jornada, trabajo nocturno, etc.) que causaron conflictos de importancia, al no ser atendidas las quejas obreras. Dos de las huelgas más duras (aparte de las generales) de los jornaleros de Paquita los años de 1903 y 1906 tuvieron este origen.
Las relaciones de la Luchana Mining con los trabajadores quedaban totalmente diluidas. Se despreocupaba de la contratación y del laboreo, sin dejar de controlarlo: «Todos los trabajos, tanto en las canteras, desmontes, terraplenes, asiento de vías, etc., serán llevados por el Contratista de común acuerdo y a completa satisfacción del Ingeniero». Y, en todo momento, debía estar a disposición de la empresa, exigiéndosele que viviera en El Regato o, como muy lejos, en La Arboleda.
Este interés de control estaba más que justificado. La mala explotación del pasado había llegado a provocar corrimientos de la montera o cubierta del monte, impidiendo la progresión de las labores si no se efectuaba previamente una limpieza de los escombros. En Manuela hubo un derrumbamiento tan importante que serían necesarios dos altos de trabajo de una cuadrilla de setenta hombres para volverla a poner en condiciones óptimas de explotación; de ahí las reiteradas exigencias:
El contratista se obliga a separar cuidadosamente los escombros, a mantener limpios los frentes y los suelos de las canteras y a desmontar las tierras, piedras, etc., hasta descubrir el mineral bueno, teniendo especial cuidado que estos trabajos de desmonte se hagan con suficiente antelación y dejen siempre desnudas las caras de las canteras
Luchana Mining, previo inventario, ponía a su disposición los materiales necesarios: vagones, «mesillas», picachos, rastrillos, barrenas, cestos, galas, etc., que debían ser devueltos en iguales condiciones de use a la finalización del contrato.
Para los contratistas, a pesar de tener que depositar fianzas elevadas y la duración anual de los contratos, el margen de beneficio –un 15 por ciento por tonelada extraída– les permitía asumir el riesgo. Cobraban según el tipo de mineral: no era lo mismo arrancar rubio y campanil que carbonato, que necesitaba mayores gastos en explosivos y selección. Así por ejemplo, en 1898, Luchana Mining apreciaba el mineral puesto en los pianos de la compañía por el contratista Raimundo Rivas a 2,375 pesetas la t de rubio, mientras que el carbonato, a pesar de su peor calidad, se pagaba a 2,75 pesetas. Los trabajos de limpieza y desescombro se fijaban a 0,87 pesetas por tonelada.
A veces, no quedaba otro remedio que recurrir a la explotación subterránea o en galería, labores encomendadas también a contratas. En Paquita, explotada en principio por el sistema de cantera, a partir de 1896 se trabajó con galerías «por el considerable gasto y pérdida de tiempo que representaba la limpia de la montera superior», con un espesor medio de treinta metros.
Las labores previas de reconocimiento se realizaban por medio de galerías de 2m de alto y 1,50m de ancho, a 35 pesetas el metro lineal. Una vez hechas las calicatas, si los filones encontrados auguraban una explotación rentable, se procedía a atacar el filón desde varias galerías a distintas alturas, pero intercomunicadas entre sí.
Este sistema de trabajo subterráneo fue bastante común en el valle de El Regato (Elvira, Linda, Paquita), cuyos yacimientos destacaban por la riqueza de carbonatos que suelen presentarse en las capas más profundas, generalizándose los últimos años en toda la minería vizcaína.
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