
MUJERES y MEMORIA DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN LA MARGEN IZQUIERDA (III)

La represión política llevada a cabo por el ejército franquista incluyó detenciones, encarcelamientos y fusilamientos entre la población vencida, además de la huída hacia el exilio de miles de hombres y mujeres vascas ante el avance de las tropas rebeldes. En términos numéricos se fusiló a muchos más hombres que a mujeres. Las mujeres sufrieron esta forma de represión por ser identificadas como socialistas, comunistas o nacionalistas o por ser familiares de varones señalados como enemigos por el régimen franquista. En muchos casos no tenían una implicación política especial ni filiación o formación política, sino que habían destacado por sus opiniones o por la forma de expresarlas en momentos de exaltación. En Sestao, por ejemplo, fusilaron a dos mujeres porque – como dice Juan Villanueva – «gritaban»:
«En Urbinaga mataron a dos mujeres. Una me parece que se llamaba Anita. Y la otra Berta. (…) Cuando la guerra, mataron a un cura de la Campa porque se marchó con algún batallón de nacionalistas y le habían cogido. Y cuando se oían estas cosas en el barrio pues esas gritaban, «¡había que colgarlos a todos!»… Por sus gritos y sus cosas. Fusilaron a esas dos. Dos pobres mujeres (…). Era gente de pueblo. Muy del pueblo además, y quizás hasta con pocas luces, no muy destacadas. Pero como de la Arboleda había salido la Pasionaria, Dolores Ibarruri, pues hicieron ver que éstas eran como la Pasionaria, pero en Urbinaga.» Juan Villanueva (Sestao, 1928)
Sólo en Bilbao fueron fusiladas quince mujeres, y algunas más en pueblos de alrededor como Sestao (3), Barakaldo (1), Santurtzi (1) o Basauri (1)[1]. Muchas otras fueron encarceladas y tras juicios sin ninguna garantía les fue impuesta la pena de muerte. Años más tarde, en el contexto de una política dirigida a rebajar la saturación en las cárceles franquistas y los problemas sanitarios que eso conllevaba, muchas fueron indultadas. Aún así la pena de muerte que pesó sobre ellas actuó como una terrible forma de tortura psicológica.
Puesto que las prisiones existentes no podían dar cabida a los miles de mujeres presas se habilitaron con este fin colegios, seminarios, conventos o casas particulares. En Bizkaia existieron al menos cuatro prisiones. Una es la conocida como «chalet de Orue», en el actual barrio de Santutxu. Era la residencia de una familia nacionalista que huyó con la entrada de las tropas franquistas y en su interior se hacinaron entre 600 y 700 reclusas en los primeros años del franquismo.
La prisión de Saturraran había sido un seminario y se encontraba en el límite entre Bizkaia y Gipuzkoa. Abierta entre 1937 y 1944 se internó en ella entre 1.500 y 2.000 presas. En Amorebieta, entre 1939 y 1947 se habilitó el Convento de las Carmelitas, actual colegio El Carmelo que, como Saturraran, era atendido por monjas. Durante el año 1940 el Convento de las hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana de Nevers, en Durango fue expropiado por el régimen franquista para usarlo como prisión. Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl asumieron la vigilancia de las mujeres presas.
Muchas mujeres fueron encarceladas junto con sus hijos de corta edad o dieron a luz en la propia prisión. A sus propias penalidades se añadían las de los menores, aunque la responsabilidad por su crianza se convertía en un aliciente para resistir. Por otro lado, el Estado podía arrebatarles a sus hijos e hijas a partir de los tres años si lo consideraba conveniente, de manera que las madres vivían bajo presión y angustia permanentes.
Las penosas condiciones de hacinamiento, falta de higiene y subalimentación, y las enfermedades y epidemias consecuentes en las cárceles franquistas han sido descritas por numerosas supervivientes. A esto se añade un ambiente de incomunicación opresivo, tanto durante las visitas como en el día a día, las torturas psicológicas y los castigos físicos (que incluyen abusos sexuales). Todo esto supuso el aumento de la mortalidad entre las internas y sus hijos e hijas: en Saturraran fallecieron 116 mujeres y 55 niños y niñas, y en Amorebieta se ha constatado el registro de 39 mujeres fallecidas y un bebé.
A medida que las zonas ocupadas por el ejército golpista se ampliaban y cambiaban las líneas de los frentes, se habilitaban nuevas prisiones y se desplazaba a las prisioneras. Asimismo, la política de aislamiento social de la población considerada como enemiga se concretaba en quitar el sustento económico y laboral y en la dispersión carcelaria: a cientos de kilómetros de distancia las redes de apoyo solidarias e intrafamiliares actúan con mucha dificultad. Por este motivo las mujeres presas en Bizkaia, como en cualquier otra provincia, procedían de casi todas las regiones de España. Por ejemplo, de las 39 mujeres fallecidas en la prisión de Amorebieta entre 1938 y 1946, había nueve de Toledo, cinco de Madrid, cuatro de Badajoz, tres de Ciudad Real, de Guadalajara y de Málaga, dos de Castellón y de Gerona, y una de Jaén, León, Orense, Oviedo, Santander, Sevilla y Bizkaia[2].
Los argumentos de detención y condena esgrimidos por las instituciones franquistas no sugieren tanto motivos penales como excusas para lograr detenciones masivas que buscaban someter, si no aniquilar, a la población favorable a los cambios sociales que se intentaron durante la Segunda República. Muchas mujeres fueron presas por su militancia en partidos de izquierda, por haber participado en actos políticos o bien por estar presentes en proyectos de mejoras sociales. Acudir a una concentración socialista en los Fueros (Barakaldo) con un brazalete rojo y gritar a favor de la República es la acusación a la que se enfrentó la tía de Palmira Merino y por la que pasó dos años en Saturraran. Aunque la madre de Encarnación no militaba formalmente en ningún partido, la familia era identificada como socialista por los vecinos y ese fue su argumento para ser denunciada ante las nuevas autoridades.
En muchas ocasiones el régimen franquista justificó el encarcelamiento por las ideas políticas de los varones de la familia. A menudo se detenía a las mujeres cuando no se podía localizar a éstos o cuando no se encontraba a la persona denunciada. También como medida de presión psicológica hacia la parte de la familia que había escapado:
«Como no estaba (mi tía) se llevaron a mi abuela que era su hermana (…). ¡Y estuvo dos años en la cárcel! Después cogieron a mi tía, que tenía un bebé, y se la llevaron con bebé y todo, pero ¡no soltaron a mi abuela!…» Palmira Merino (Sestao, 1944)
Los juicios, si se celebraban, no tenían garantías. Teresa, nacida en Lemona en 1914, afirma que el testimonio de la denuncia prevalecía sobre la declaración de la detenida y era lo único considerado en el juicio.
Las mujeres encarceladas eran sometidas a la reeducación política a través de la religión. De forma obligada se participaba en misas, procesiones, confesiones y diversos actos religiosos que tenían un marcado carácter político.
Las mujeres vivieron la experiencia de la cárcel en carne propia y también a través del encarcelamiento de otros familiares, ya que solían ser las encargadas de visitarles y de prestarles apoyo material. Viajaban a los destinos donde los familiares eran trasladados, tanto a prisiones como a Batallones de Trabajadores, buscaron avales de personas afines al régimen para lograr la puesta en libertad de sus familiares y, si el familiar preso moría, reclamaban el cuerpo para enterrarlo con dignidad.
[1] Datos obtenidos del listado oficial de víctimas y desaparecidos de la Guerra Civil del Gobierno Vasco. http://www.jusap.ejgv.euskadi.net/r47contmh2/es/contenidos/informacion/listado_personas_desaparecidas/es_memoria/j_listado_personas_desaparecidas.html
[2] Datos tomados de la web Ahaztuak: http://ahaztuak1936-1977.blogspot.com.es/2007/03/relacion-de-mujeres-fallecidas-en-la.html
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