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MUJERES y MEMORIA DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN LA MARGEN IZQUIERDA (y VI)

MUJERES y MEMORIA DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN LA MARGEN IZQUIERDA (y VI)
  1. asd REPRESIÓN EN EL ÁMBITO LABORAL: DEPURACIONES, DESPIDOS, DESTIERROS Y MULTAS

Las depuraciones se dieron de forma generalizada en todo el Estado y en todas las ramas del funcionariado. En el ámbito del Magisterio hubo depuraciones tanto en la zona republicana como en la franquista. La depuración franquista se realizó entre 1936 y 1945, y afectó a todos los maestros de la enseñanza pública y privada, incluida la religiosa y desde la enseñanza primaria a la universitaria. Maestras y maestros identificados con la causa de la República fueron amonestados, suspendidos temporalmente de empleo y sueldo, o bien destituidos de sus plazas.

Los despidos en las fábricas ante cualquier intento de movilización obrera fueron frecuentes. Muchos trabajadores fueron despedidos en las primeras movilizaciones obreras de la dictadura, que reclamaban mejoras salariales y denunciaban la carestí­a de la vida. El marido de Enma Santí­n fue detenido junto con otros compañeros por secundar una huelga en diciembre de 1953. Las consecuencias fueron especialmente dramáticas para ella, que se encontraba al final de su primer embarazo:

«Yo creo que del disgusto aquel me nació el hijo muerto. (…) Porque al fin y al cabo, ¡si no habí­an hecho nada! No pedí­an más que… Si a los empleados les daban ¿por qué no les daban a ellos? Y los despidieron a todos, y a dos les faltaba dos años para la jubilación».     Enma Santí­n (Astrabudua, 1928)

Los trabajadores que de alguna manera destacaban en las protestas eran enviados lejos de Bizkaia durante unos años. Este destierro afectaba a toda la unidad familiar, ya que a menudo implicaba el desplazamiento de la familia, lo que aumentaba su aislamiento social.

  1. REGULACIí“N LEGAL DEL TRABAJO DE LAS MUJERES

En el plano laboral el franquismo supuso un grave retroceso en los derechos de las mujeres. La legislación franquista restringí­a las ocupaciones que las mujeres podí­an desempeñar y establecí­a condiciones discriminatorias para ellas en cuanto al salario. El Fuero del Trabajo de 1938 y las sucesivas Reglamentaciones de Trabajo de cada sector económico imponí­an para las mujeres la excedencia forzosa cuando contraí­an matrimonio[1]. A cambio, la mujer recibí­a una indemnización que se conocí­a como dote y variaba en función de los años trabajados. Sólo era readmitida en la empresa si por viudedad o por incapacidad del marido pasaba a ser «cabeza de familia». De esta manera, la vida laboral de las mujeres quedaba relacionada con la solterí­a.

A pesar de estas restricciones, las mujeres trabajaron en las fábricas y su presencia en sectores económicos tradicionalmente ocupados por los hombres fue relativamente habitual, como recuerda Clara Zabalo, cuyo padre fue encargado en Altos Hornos. Conseguir un trabajo, por precario que fuera, era una necesidad imperiosa para las mujeres cuyos maridos habí­an sido encarcelados o estaban muertos, Además de otras estrategias de subsistencia como el estraperlo o la prostitución, muchas mujeres trabajaron en la limpieza de casas particulares o de empresas.

Las restricciones legislativas sobre el trabajo de las mujeres no desaparecieron hasta la transición a la democracia. A pesar de la progresiva incorporación de las mujeres al mercado laboral las discriminaciones de género persistieron. Sin embargo, la presencia femenina siguió siendo importante en sectores como el comercio, la enseñanza, la sanidad, el servicio doméstico o la limpieza, a menudo sin ninguna regulación formal en los dos últimos.

El control sobre la población femenina también se llevó al plano laboral a través de la Sección Femenina de Falange. Muchas mujeres recuerdan que tanto en grandes empresas como en pequeños comercios o en muchas propias escuelas de aprendices, les exigí­an realizar un curso. Se trataba de la parte teórica del Servicio Social, instaurado en 1937 y destinado a mujeres solteras entre 17 y 35 años. Se publicitaba como obligatorio para acceder a plazas y para obtener cualquier certificado de estudios. Más adelante también se exigí­a como requisito para obtener el pasaporte, el carné de conducir y otras licencias.

  1. REPRESIí“N A TRAVí‰S DE LA RELIGIí“N Y LA MORAL

Durante la dictadura de Franco la Iglesia católica disfrutó de una posición privilegiada que garantizaba la hegemoní­a del catolicismo en todos los órdenes de la sociedad. Además de un amplí­simo margen de libertad para sus actividades religiosas, la Iglesia obtuvo el apoyo económico del Estado, la representación en los organismos estatales como las Cortes y el Consejo de Estado, y penetró en múltiples organizaciones oficiales como el Ejército, la Organización Sindical, la Sección Femenina de Falange y el Frente de Juventudes. También fue importante su intervención directa en el gobierno, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, ya que con la derrota de los totalitarismos en Europa, la Iglesia se convirtió en el único apoyo externo del régimen de Franco.

A todo ello hay que añadir el poder casi absoluto de la Iglesia en la enseñanza, la prensa y las asociaciones de laicos. Entre éstas, la Acción Católica jugó un papel importantí­simo en hacer presentes sus consignas en todas las parroquias urbanas o rurales.

La España de los años 40 y 50 será la del Nacionalcatolicismo por excelencia, de manera que la religiosidad oficial ocupará en exclusiva todos los espacios públicos. La Iglesia católica se empeñarí­a en la moralización de la sociedad, a la vez que exaltaba la figura de Franco y de su «cruzada» antiliberal y anticomunista. En ese propósito las mujeres serán el objetivo principal y se les hará responsables de la moral de toda la sociedad. El ideal de mujer recatada y pura se traducirá en una especial obsesión por el pecado:

«¡Es que era terrible, todo era pecado! No habí­a más que sexto mandamiento. Y entonces lo viví­as como el que lavaba a mano, como no veí­a otra cosa…» Juli Gorosábel (Bilbao, 1933)

La preocupación por la moral de la juventud derivará en verdaderas cruzadas contra el baile moderno, y se extendí­a también a la indumentaria. Llevar una falda demasiado estrecha o corta podí­a comportar una amonestación en público por parte de algunos curas:

«Al ponerte de rodillas en el suelo con una falda tubo, que entonces empezaban, pues se ve un poquito más allá de la rodilla. «¡Que somos hombres…!»- decí­a desde el púlpito – «¡… los que estamos detrás!».»     Juli Gorosábel (Bilbao, 1933)

La figura del cura será una autoridad incuestionable que ejercerá un poder a menudo arbitrario, particularmente sobre las mujeres. Negar la comunión era un modo de reafirmar su autoridad:

«Se le puso en la cabeza que no habí­a que atarse un nudo al tul. Entonces las chicas jóvenes en lugar de mantilla llevábamos un tul. Pero por la calle, subí­as a Santa Marí­a, hací­a viento o lo que sea y te lo atabas, era más cómodo, porque salí­as desde casa con el tul o la mantilla puesta. (…) Y pasó dos veces sin darme la comunión. ¡Tú fí­jate, una chavala…! Que ahora igual te levantas, pero entonces… ¡Madre mí­a! Y cuando ya a la tercera vez le pareció, dice «¡ese nudo del cuello! Yo me lo solté (…) ¡Y además, que no sabí­as qué pasaba!»       Juli Gorosábel (Bilbao, 1933)

El control de la vestimenta, encubierto como búsqueda del «decoro» y las «buenas costumbres» era parte de la represión sobre la moral sexual que se impuso de forma generalizada en la sociedad española hasta los años sesenta, afectando a las decisiones sobre el cuerpo de la mujer en relación a su placer y a su fertilidad. Los propios alcaldes y personas afines regularon aspectos de la moral tan personales como la forma de vestir, tanto con ordenanzas como con verdaderos comandos de vigilancia y castigo:

Rosario –»El peor alcalde de todos los pueblos de aquí­, Llaneza, el de Barakaldo.  Juan – (…) Y fí­jate a qué extremo tan dictatorial llegaba el tí­o, que no dejaba andar a las mujeres sin medias. Ni a los hombres en mangas de camisa. ¡En pleno verano! (…) Y entre Llaneza, don Simón y el jefe de alguaciles de Barakaldo de aquel entonces, que yo no sé cómo era pero le llamaban Sor Josefa. Siempre iba con la vara así­, muy remilgadito, muy preparadito, pero no caerí­as en sus manos, que (…)

Rosario – Yo veí­a cuándo estaba el alguacil en el fielato. Tení­amos que esperar a que marcharí­a para poder salir de casa sin medias. Yo iba a coser a Bilbao. Salí­a de casa y cuando desaparecí­a el alguacil echábamos a correr, una vez llegar al puente ya podí­amos ir – ya estábamos en Bilbao – sin medias.»      

Juan Villanueva (Sestao, 1928), Rosario Ortiz (Barakaldo, 1930)

 La recatolización de la sociedad por el régimen franquista suponí­a, entre otras muchas cosas, eliminar el matrimonio civil y el divorcio, permitidos durante la Segunda República. Por eso la regulación del matrimonio civil y el divorcio serán considerados un avance fundamental en las libertades civiles, que romperá el monopolio de la Iglesia sobre la moral de la ciudadaní­a.

A finales de los sesenta, en paralelo a la apertura de la sociedad española al desarrollismo y a las migraciones a Europa, comienzan a romperse tabúes y a abrirse posibilidades como las relaciones sexuales fuera del matrimonio, el uso elegido de anticonceptivos o el matrimonio civil. Sin embargo, la presión sobre la población y en especial sobre las mujeres en un sentido moralizador, seguirá siendo un elemento presente en la vida cotidiana:

» Yo he estado en una cafeterí­a aquí­, en Valparaí­so, no se me olvidará en la vida, dándonos un beso y nos pasaron un papel diciendo que por favor que guardáramos las formas, y te estoy hablando del año 1972. (…) Tení­as que liberarte de las autoridades y de la familia con respecto a tener una vida sexual libre (…). Yo empecé a hacer el acto sexual cuando tuve la pí­ldora (…) (Me casé) en 1973, una crí­a todaví­a, y lo hice por lo civil. En Sestao el primer casamiento civil después de la guerra y la República.»      Arantza Garaikoetxea (Sestao, 1949)

 CONCLUSIí“N

La represión especí­fica hacia las mujeres se concretó en castigos públicos como el rapado del pelo, la purga con aceite de ricino o la obligación de limpiar determinados lugares, como iglesias o escuelas; y en la violencia sexual que sufrieron tanto en los centros de detención como durante la ocupación de las tropas franquistas. Más allá de la eliminación fí­sica de las mujeres consideradas especialmente peligrosas, se pretendí­a la anulación psicológica de toda posible oponente.

Se castigaba a las mujeres por su vinculación familiar, o por haberse inmiscuido en el ámbito de lo polí­tico y público, contrariamente al ideal de mujer que el franquismo – por medio de Falange y de la Iglesia – vení­a a imponer. La moral se impuso a través de autoridades civiles, que estrecharon el control sobre la indumentaria y otros muchos aspectos de la vida cotidiana.

Las mujeres, además de ser ellas mismas presas en la cárceles, prestaron apoyo a los hombres encarcelados y sacaron adelante a sus familias en condiciones de gran precariedad económica, desafiando el control del régimen con estrategias como el estraperlo. En las últimas décadas del franquismo las mujeres se movilizaron tanto por motivos polí­ticos como económicos y sociales, participando activamente tanto desde estructuras organizadas como en resistencias informales, y sufrieron la represión policial así­ como el acoso de grupos de extrema derecha.

En este artí­culo no ha sido posible analizar todos los aspectos de la represión vivida por las mujeres durante la guerra y el franquismo, pero se ha intentado ofrecer parte de la memoria colectiva sobre esa etapa de nuestra historia que todaví­a permanece.

[1]           «El Estado se compromete a ejercer una acción constante y eficaz en defensa del trabajador, su vida y su trabajo. (…) En especial prohibirá el trabajo nocturno de las mujeres y niños, regulará el trabajo a domicilio y liberará a la mujer casada del taller y de la fábrica.» Fuero del Trabajo, 9 de Marzo de 1938.

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Actualizado el 25 de junio de 2024

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