
Zuzidun Txakurra (Leyenda)

Cuenta una antigua leyenda barakaldesa que hubo una vez un perro negro cuyos ojos denotaban lo inexplicable y que representaba a un genio, siendo denominado Zuzidún Txakurra, «El Perro de la Tea».
Antaño y en la pequeña colina formada entre San Vicente y la ribera del río Castaños, allí donde el agua dulce se hermana con la salida del río Galindo. Según refieren, se aparecía un enorme y misterioso perro de pelo muy negro, que con una tea encendida en el hocico, aparecía la noche siguiente al fallecimiento de alguien de la localidad barakaldesa.
Los aldeanos nativos de la pequeña aldea «sanvisentarra» estaban asustados y pronto lo pusieron en conocimiento de la máxima autoridad, que entonces era el Clero. El pánico entre los niños era tal que apenas si salían de los caseríos, por el temor a ser mordidos por aquel rabioso animal.
Cierto atardecer y, después de haber rezado el Santo Rosario, se reunieron los aldeanos con el señor Cura bajo el porche de la iglesia, para sacar conclusiones de los sucedidos, a la vez que escuchar los consejos del anciano sacerdote por ser el más capacitado para ello.
– Mire señor Cura. En Sanvi están ocurriendo muchas cosas que no parecen ser del cielo precisamente y todo esto nos tiene confundidos, porque no es normal que un perro porte una tea encendida en el hocico, y que además corretee entre las viñas. -dijo temblando el temeroso Manuel, el pastor.
– ¡No digas tonterías Manu! -Riñó el sacerdote- Todo son tonterías y de seguir así con esas manías vuestras, terminaremos todos locos de remate y lo que es aún peor, condenados a ser pasto de las llamas del Infierno. Tenéis que tener fe, mucha fe si queréis salvar vuestras almas.
– Señor Cura, creo que ya somos muchos los predestinados a ser cocidos en las calderas de «Pedro Botero», porque yo puedo dar fe y jurar que tal perro existe y que lleva un palo encendido entre sus blancos y afilados dientes. -Aseveró Josetxu.
-Es cierto todo lo que dice Josetxu. -Aclaró Nemesio, Yo le vi soltar la antorcha y aullar cual si fuera un Alma en pena que se lleva el Demonio. No contento con todo lo que veía, me acerqué al lugar y pude ver como la fresca y verde hierba estaba chamuscada por el fuego.
– ¡Hijos míos! No tenéis perdón de Dios y os estáis condenando miserablemente. Sólo la ignorancia os hace ver lo que no existe. – Regañó el Cura de San Vicente.
-Está muy bien que Vd. predique las cosas de la iglesia, pero bueno será que nos escuche nuestras vivencias pues son hechos reales y demostrables. -Recalcó con autoridad Josetxu, un casero muy aficionado al txakolí, que sin ninguna duda era uno de los más cultos del barrio a la vez que honrado a carta cabal, pese a que nunca fue bien visto por el Cura. ¡Es más! -continuó- yo he estado muy cerca de haberle cogido con un lazo, pero su loca carrera le hacía perderse entre las aguas de la ría, donde con su zambullida se apagó la madera que llevaba entre los dientes.
– ¡Tonterías! ¡Sólo tonterías! ¡Y nada más que tonterías! -Dijo airadamente el Cura. Tu Josetxu, harías mejor con ir más a Misa y al Rosario y así tendrías más despejada esa calabaza que llevas por cabeza.
– Hace Vd. muy mal señor Cura con regañarle a Josetxu. Es cierto todo cuanto ha dicho, pues yo conseguí retener al txakurra empleando procedimientos cristianos y, así pude enterarme de que el negro animal sólo era en realidad el alma de un difunto, que habiendo robado -en vida- a su vecina, había muerto sin confesión y se había condenado. Tras complacer al difunto en algunas peticiones, el perro desapareció con las orejas bajas y el rabo entre las patas. Esta es toda la verdad de todas las apariciones. -aseguró Zacarías.
– «Zaca» tú eres peor que Josetxu y con eso que has dicho ya es más que suficiente para estar condenado. Sois todos muy malos – refunfuñó el señor Cura.
– Pues que sea lo que Dios quiera, pero yo nunca fui embustero y mi conciencia está muy tranquila -dijo Zacarías.
Después de finalizar el diálogo, todos los aldeanos quedaron conformes. Bueno, todos no. El Cura se retiró sin despedirse y murmurando se adentró en la iglesia para rezar por todos aquellos descarriados feligreses de su Parroquia. La verdad es que de estos ocurridos sólo nos ha quedado la leyenda -¿Verdad ó mentira?- del ZUIZIDUN TXAKURRA, «El perro de la tea».
Carlos Ibáñez
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