El euskera en barakaldo, el testimonio de Bonaparte (IV)
El euskera de Barakaldo y su entorno
El contenido de las cartas enviadas por José Antonio de Uriarte a Louis Lucien Bonaparte dejan, inevitablemente, un poso de insatisfacción. Es verdad que resulta interesante conocer, aunque sea de forma tan breve como la que en ellas se exponía, la situación del euskera en los barrios de Barakaldo, pero sin duda nos hubiese gustado que fueran más extensas, y que la descripción se enriqueciese con muchos más datos: sus peculiaridades, expresiones populares, fórmulas de comunicación, voces infantiles, nombres de plantas y animales, semejanzas y diferencias con las comarcas inmediatas y, en fin, un largo etcétera de respuestas a las preguntas que hoy día podemos hacernos sobre el uso euskera en la anteiglesia y que, desgraciadamente, se quedarán, en su mayor parte, sin respuesta.
Sin embargo, nuestra labor consiste en tratar de hallar la manera de resolver, en la medida de lo posible, esa situación y arrojar luz sobre esas cuestiones acudiendo a todos los medios que hallamos a nuestra disposición.
En primera instancia, posiblemente uno de los objetivos más interesantes que se nos plantean respecto al euskera hablado en Barakaldo es el de establecer su ámbito lingüístico-histórico-cultural y encontrar afinidades y diferencias con los lugares de su entorno, para de esta manera poder estudiarlo utilizando su concordancia en un espectro geográfico más amplio. La herramienta ideal sería, qué duda cabe, disponer de testimonios escritos pero estos son prácticamente inexistentes, por ello nos centraremos en el uso de la toponimia histórica.
Con este fin conviene concretar primero el escenario geográfico que debemos asignar a Barakaldo, analizar su historia y toponimia y compararla con la de otros lugares. Para ello plantearemos una breve introducción histórica sin la cual no se entenderían adecuadamente las semejanzas y las divergencias que bosquejaremos. De todas formas, antes aún de plantear esa cuestión es conveniente hacer una reflexión importante acerca de nuestra forma de contemplar y observar materias como la que ahora nos ocupa. Se trata de la necesidad de evitar presuponer que la sociedad actual, con sus divisiones comarcales, políticas y culturales, debiera haber sido siempre así, sin contrastes ni cambios. Ya Caro Baroja señalaba esta cuestión cuando escribía lo siguiente: “contemplando, por ejemplo, la fisonomía lingüística del N. de la Península, se han visto las grandes diferencias que hay entre vascos, montañeses, asturianos y gallegos. Y estas diferencias actuales se han proyectado al pasado adornadas con unas pocas y malas observaciones psicológicas, de suerte que es muy difícil convencer a la gente de que desde los orígenes vascos, montañeses, asturianos y gallegos no tenían los mismos caracteres que ahora”2. Creo que esta observación es válida incluso para entornos más pequeños que los apuntados, y que podrían aplicarse hasta dentro de un mismo valle, por ejemplo, el de Somorrostro, de manera que su realidad actual (en este caso referida a la lengua y a la toponimia) no es, necesariamente, fiel reflejo de su –llamémosle- origen histórico. Estas y otras razones semejantes deben tenerse en cuenta ante el panorama histórico que, sucintamente, describiremos a continuación y, por tanto, nos limitaremos a intentar dar una imagen que pensamos que se corresponde con los datos que conocemos y, en la medida de lo posible, libre de prejuicios de cualquier tipo.
Los primeros apuntes sobre Barakaldo, su comarca y los pueblos que la rodeaban se los debemos a los historiadores romanos, pero son tan escuetos y poco concretos en sus descripciones que es mejor no detenerse demasiado en ellos. Nos limitaremos a quedarnos con el dato de que el actual territorio de Barakaldo, y desde él hasta Laredo, se consideraba perteneciente al pueblo de los autrigones, el cual limitaba al occidente con los cántabros y al oriente con los várdulos. Su ciudad más importante en la costa era Flaviobriga, identificada como el actual Castro Urdiales. De su idioma, o idiomas, apenas sabemos nada, y de su paso por la Alta Edad Media (s. v-x) solo hay pequeñas noticias que no consiguen despejar la oscuridad histórica de estos años.
Es muy probable que los cambios generados en los pueblos a través de los años condujesen a la comarca en que se asienta Barakaldo a una situación plurilingüe en la que, si la toponimia histórica que conocemos (no la actual, sino la que podría fijarse en los años anteriores a las cartas de Uriarte) fuese de alguna manera extrapolable a, digamos, inicios de la Baja Edad Media, nos indicaría que existía una población asentada en una realidad euskaldun, básicamente monolingüe aunque con ciertos grupos que conocían el latín (eclesiásticos y funcionarios) y otros que por sus labores como, por ejemplo, mercaderes, marinos o militares, debían tener conocimiento de algún romance y sabrían expresarse en él. Además, esa misma toponimia nos habla de una temprana romanización del noreste del valle de Somorrosto.
Es precisamente la Baja Edad Media el tiempo en que ya podríamos concretar con cierta base de datos fiables la relación de Barakaldo con lo que constituye un entorno cultural que se irá moldeando y clarificando hasta llegar al presente. Algunos autores (Porras Arboledas; Sojo y Lomba) estiman que, en torno al siglo XII, el espacio limitado por los ríos Cadagua y Asón se hallaba diferenciado del resto agrupándose en torno al nombre de Bezio y gobernándose por el denominado “Fuero de Bezio”, consistente en un conjunto de normas y leyes que se mantuvo vigente en algunos aspectos, como el referido a las sucesiones, hasta el siglo XIX. En torno al siglo XIV este espacio se dividió en dos merindades, una de ellas, la más occidental que limitaba con el Asón, mantuvo el nombre y se denominó “merindad de Bezio”, y la otra, al Oriente y con límite en el Cadagua, se corresponde con la “merindad de Las Encartaciones”, en la que se incluía Barakaldo. Ambas merindades se han considerado históricamente vizcaínas, aunque con gobiernos diferenciados: el merino mayor de Castilla -en un tiempo la casa de Santillana- nombraba al merino de Bezio, mientras que el señor de Bizkaia nombraba al de Las Encartaciones (normalmente al mayor de la casa de Abellaneda). A mediados del siglo XIV se produjeron en estas comarcas tres cambios importantes: el primero en el año 1322, cuando María Díaz de Haro fundó la villa de Portugalete; el segundo poco antes del año 1351, en el que Samano y Guriezo, valles situados en el centro de Bezio, protestaron a Pedro I porque se les había sacado de esta jurisdicción para integrarlos en la de Castro Urdiales; y el tercero en 1366, cuando don Tello, señor de Bizkaia, accedió a la petición de Barakaldo, que alegó no tener un fuero propio con el que regirse, para integrarlo en el ordenamiento general de Bizkaia. El historiador Lope García de Salazar nos informa de que, efectivamente, este valle fue tierra encartada: “La tierra de Varacaldo de antigüedad de tiempo inmemorial fue de la jurediçión e Señorío de la Encartaçión, segund que lo era de SomoRostro, e con ella aujan montes, e aguas e yerbas…”.3
Desconocemos por qué se crearon las dos merindades, la de Bezio y la de Las Encartaciones, aunque una razón bastante probable es que esta acción viniese determinada porque sus límites definían a su vez otro límite, el existente entre la tierra del rey de Castilla y la del señor de Bizkaia, como se contempla en la carta puebla de Portugalete, en la que se cita el río Lombar (posiblemente el río de la Suma, que nace en la Loma, en Santullán) al establecer el territorio que se otorgaba a la villa: “…desde Vrdayuay fasta el viso de la mar, e sobre Aruelçaga e dende a Vrbel e fermoso e dende a la loma e dende a collado çereso e dende a río Lonuar, por donde se parte el término del rey fasta en Portogalete…”4.
Desde estos años las dos merindades van tomando caminos diferenciados, que se visualizan perfectamente cuando se constituyen en zonas de influencia de dos bandos antagónicos: la parcialidad gamboina, representada en Bezio -y en la mayor parte de Castilla- por el condestable de Castilla, y la parcialidad oñacina, liderada por la casa de Aiara, que apoyada por los Muñatones, es predominante desde Aiara (Araba) hasta Somorrostro. Esta última nos interesa especialmente porque es la que durante generaciones, primero con los Salcedo y después con sus sucesores los Aiara, integra a Barakaldo en una corriente política y cultural que, según Micaela Portilla era, en el momento de mayor expansión, la comprendida entre “la salida al puerto de Colindres y a las riberas de Somorrostro y Baracaldo desde el valle burgalés de Mena a través de las tierras de Tudela, sobre Arceniega y Llanteno, junto a Quejana”5.
Esta afinidad cultural se halla presente aún hoy día y ha sido señalada frecuentemente: “Al Norte de la Llanada, hacia el Oeste, la provincia de Alava desciende hacia la depresión vasca por los valles de Ayala y Llodio, por los que enlaza directamente con las Encartaciones vizcaínas, y con las que comparte cultura, toponimia y antroponimia…” (Actas de las Juntas Generales de Alava).
Atendiendo al contexto histórico que hemos relatado podría pensarse que esta hipótesis es correcta: Barakaldo, considerado históricamente como parte del Somorrostro encartado, debe compartir historia, cultura e idioma con los valles del hinterland ayalés.
Bezio
Muchos especialistas en toponimia se han percatado de las grandes similitudes que comparten en esta materia el oriente de la actual Cantabria y el occidente vizcaino. Curiosamente achacan o justifican esta similitud por una supuesta influencia cántabra sobre estos territorios y para ellos exponen gran cantidad de ejemplos en los que las relaciones de topónimos se presentan como natural e indudablemente cántabros.
Pienso que es un error.
Viene a cuento recordar nuevamente la afirmación de Julio Caro Baroja que copiaba más arriba: pretendemos juzgar con la realidad actual hechos y circunstancias del pasado, pensando que responden a una realidad inmutable. Algo parecido sucede en este caso. Hoy día muy pocos podrían dudar de que los territorios situados desde la muga de Bizkaia hasta el río Asón sean considerados parte integrante de la actual realidad político cultural de Cantabria. Pero esa misma idea planteada hace menos de 200 años hacia atrás hubiese sido inmediatamente rechazada de plano por la mayor parte de esos mismos pueblos.
La toponimia de la mitad occidental de Las Encartaciones y la de los pueblos que compusieron el antiguo valle de Bezio que dio origen a las dos merindades antes señaladas, la de Bezio y la de Las Encartaciones, responde a un romance con peculiaridades bien definidas y características de esta zona, en algunos casos presentando topónimos específicos de ella que no se encuentran repetidos prácticamente en ningún otro lugar.
Hay un ejemplo que nos parece paradigmático, Laiseca. Son varios los autores que se han detenido a examinar este topónimo y sus variantes6. Lo más curioso es que todos han coincidido en señalar que el ámbito en que se hallan repartidas está limitado al espacio que antes hemos indicado, pero olvidan concretar que es coincidente con el término general de Bezio. Dicho en otras palabras, el norte y la costa de la antigua autrigonia: La Iseca (Voto, Guriezo), Iseca Nueva, Iseca Vieja, Isequilla (Liendo), Laiseca (en Rasines, Karrantza, Villaverde, Artzentales, Balmaseda, Sámano), La Isequilla (Zalla), Laiseca de Arriba y Laiseca de Abajo (Galdames), Laiseca (Gordexola).
Probablemente desconocen los que hemos hallado correspondientes a: San Pedro de Abanto que se encuentra en las formas Las Disecas, Isecas, Disecas, Lisecas, Desecas y Alisecas; a Ortuella, en la forma Aliseca y Eliseca; a Santurtzi, en la forma Las Ysecas, Lisecas, Visecas, Laiseca, Yzeca, Ysecas.
Es decir, con un solo topónimo hemos recorrido prácticamente todos los pueblos de la merindad de Bezio y de las Encartaciones. Lo asombroso es que no se halla (al menos en los estudios que conocemos), fuera de estos límites. Alberto Rodríguez reconoce que se hallan limitados a un espacio concreto: “no solo los topónimos mayores enunciados, sino todos los topónimos menores recogidos han sido localizados en la parte Oriental de Cantabria” (Toponimia Mayor, p. 210). Este hecho y el que también existan en Las Encartaciones inclina, a su entender, la balanza “a favor de que la explicación de iseca como préstamo del vasco”, que se traduciría por acequia o desagüe. Sin embargo, hay que decir que en realidad es un préstamo árabe, ya que al igual que acequia deriva del árabe hispánico assáqya, y este del árabe clásico sāqiyah ‘irrigadora’. La cuestión no es tanto su origen inicial, el árabe, si no el idioma de trasmisión que hizo, entre otras cosas, que en lugar de una zeta tengamos una ese.
El mismo trabajo encomiable de Alberto Rodríguez nos ofrece también la posibilidad de visualizar la característica diferencial de Bezio con respecto a Cantabria por simple contraposición. Basta observar en qué lugares se distribuyen los topónimos recogidos para comprobar que son pocos los que incluyen a Bezio en el espacio general. Por ejemplo, la raíz “Busta” extendidísima por Cantabria no tiene –hasta donde conocemos- ni una sola correspondencia en Bezio. Ni otras comunes y con varios derivados en el resto de la provincia como Cándano, Cieza, Cilla, Concha, Dueso, Gándara, Quejo, Vejo.
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