Minería en El Regato (IX)
Los poblados mineros
El desarrollo industrial y la demanda de jornaleros sin especial capacitación para trabajar en obras de infraestructuras y en la minería atrajeron, en primer lugar, a muchos vizcaínos de lugares donde, una vez desaparecidas las industrial tradicionales (carboneo, ferrerías), se produjo un excedente de mano de obra: Gordejuela, Zalla, Gí¼eñes, Carranza, Orozko, etc., pueblos que, en 1887, tenían menos habitantes que treinta años atrás. También hubo una importante inmigración del valle de Ayala y otras comarcas alavesas, así como de jornaleros de Mena donde, en 1885, ya faltaban brazos para la agricultura.
No todos estos hombres abandonaban sus pueblos definitivamente; un buen porcentaje regresaba a sus casas familiares en las épocas de cosecha y de siembra. Eran los llamados temporeros.
En algunos municipios la mayoría de la población se ocupaba en las minas, pero en Barakaldo apenas suponla un pequeño porcentaje radicado, sobre todo, en Luchana, Retuerto, El Regato y Alonsotegi. Su número fluctuaba de un año a otro, dependiendo de las empresas que trabajaran y de la situación del sector. En 1903, por ejemplo, de los 11.411 mineros de la provincia, 897 residían en la anteiglesia; cinco años después, según la estadística de Inspección de Trabajo, las sociedades empleadoras eran Luchana Mining, Orconera, Franco-Belga y Eugenio Solano (contratista de Anton), sumando entre las cuatro 824 trabajadores, lo que suponla casi un 22 por ciento de los 3.797 asalariados de Barakaldo, porcentaje que descendería paulatinamente.
En nuestro pueblo tan solo el lugar de Arnabal del valle de El Regato reunía las condiciones de un barrio minero. En 1887, sus 273 habitantes (82 por ciento varones), la mayoría transeúntes, vivían en tres edificios de una planta, probablemente barracones de madera o cuarteles, muy próximos a los tajos, de modo que apenas tardaran en llegar a su puesto de trabajo. En estos barracones en manos de las empresas, de contratistas o de simples capataces se obligaba a los mineros a alojarse en condiciones increíbles de hacinamiento e insalubridad.
Las chabolas, sin apenas ventilación, carecían de cualquier mobiliario, a excepción de un buen número de camastros; tampoco disponían de agua, lavabos y retretes. Ni las ordenanzas municipales de construcción, ni el Reglamento de policía e higiene que debe regir en la zona minera o fabril de los municipios de Baracaldo, Sestao… (1886), propuesto por la Junta Provincial de Sanidad y la Comisión de Patronos Mineros, ni el llama-do «pacto de Loma» (1890), ni las ocasionales inspecciones de sanidad, se cumplían demasiado.
Todavía en 1896, La Lucha de Clases publicaba un informe del inspector de sanidad en el que se denunciaba que: «Los cuarteles del señor (Tomas) Santurtún necesitan modificaciones; en el departamento de las 14 camas, hay que disminuirlas a diez y aumentarse la ventilación; en el de doce camas, reducirlas a siete aumentando también la ventilación; en el departamento en que hay tres camas, prohibición absoluta de que duerma nadie, así como también en el que hay trece camas, reducirlas a seis, por no reunir las condiciones higiénicas necesarias.
Ahora bien, en 1903, los cuarteles, chabolas, cuevas y barracones eran casi una excepción. Luchana Mining disponía entonces de varias casas de una, dos y tres plantas para albergue de sus obreros en Luchana, Arnabal y El Regato (Casanueva). Ahora bien, si tenemos en cuenta que alojaban a muchos de ellos y a sus familias, no solucionaron el hacinamiento As)», los diez edificios del enclave de Arnabal cobijaban en 1910 a 271 personas.
Estos pequeños poblados estaban situados en pleno monte, en parajes inhóspitos y aislados, deshabitados hasta entonces: Matamoros, La Arboleda, Saratxo (Gí¼eñes), Arnabal, Burzako, La Felicidad, Elvira (Galdames), etc., no tenían más comunicación con los núcleos de Barakaldo, Trapagaran, Galdames o Gí¼eñes, que los propios trenes mineros y algunas sendas y caminos.
Aunque la prosperidad vizcaína fuera deudora de la explotación minera, la comarca apenas sacaba partido de su riqueza. Y, a pesar de los ingresos que reportaban a las arcas provinciales las elevadas tarifas del tren de Triano, y a las finanzas municipales los arbitrios sobre el consumo de los mineros, a las autoridades «no se les acomoda invertir ninguna cantidad para atender las imperiosas necesidades de estas poblaciones nacientes» (Goenaga, 1883: pp. 54-55).Muchas veces se llegaba al extremo que refleja la siguiente petición de los vecinos de Arnabal al Ayuntamiento en la primera década del siglo XX:
Los subscritos se ven en la imprescindible necesidad cuando tienen que conducir un cadáver al cementerio del Regato, de pedir permiso a la Luchana Mining Company para bajarle por los pianos inclinados, teniendo por lo tanto que suspender dicha compañía todo movimiento de los mismos.
Por otro lado, los patronos mineros es posible que temieran la temporalidad y brevedad de las explotaciones, como señalaba Lazurtegui. No era el caso, desde luego, de las grandes empresas, Orconera o FrancoBelga, con contratos de arrendamiento de larga duración. Pero lo cierto es que las primeras inversiones de carácter social tardaron en llegar, y se dirigieron hacia aquellos servicios que podían apartar a los pobres e «inocentes trabajadores» de las malas influencias, protegiéndoles de quienes rechazaban el orden establecido.
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Pionera, en este aspecto, seria la donación de Orconera de las campanas para San Ignacio de Retuerto en 1879. Más tarde, en el espacio minero propiamente dicho, proliferaron pequeñas ermitas, restauradas o construidas por empresas y mineros: San Sebastian (Saratxo), Santa Quiteria (Samunde), San Bernabé (Castaños), San Antolín (Irauregi), San Martín (Alonsótegi), Santa Lucia (El Regato), La Magdalena (Galdames), etc. De todos modos, fueron los propios pueblos quienes aportaron mayores recursos en la erección de las parroquias de El Regato (1887) y La Arboleda. Pero el anticlericalismo y la irreligiosidad entre los habitantes de la cuenca minera siguió siendo común, provocando en múltiples ocasiones actos violentos contra lo sagrado, sus símbolos y representantes.
Los hombres
Las míseras condiciones de vida de los mineros, la carencia de servicios que atendieran sus necesidades y la imposibilidad de mejorar por si mismos su situación por la desmedida ambición patronal, tan solo interesada en incrementar sus beneficios, les animó a asociarse en sindicatos y fundar agrupaciones de resistencia y socialistas. Una de las primeras asociaciones de este tipo se constituyó en La Arboleda en 1888, formada exclusivamente por jornaleros de las minas.
El relativo éxito obtenido por los trabajadores en la huelga general de 1890, estimuló la creación de una agrupación en El Regato al ario siguiente. Pero el pago de cuotas, la temporalidad de la mayoría de los jornaleros, el despido de los afiliados a sociedades de clase y la crisis de 1894/95 impidieron un funcionamiento estable, si bien parecía resucitar de vez en cuando para coordinar una petición laboral concreta, desapareciendo inmediatamente después.
La patronal negaba cualquier representatividad a las sociedades obreras, porque apenas contaban con el diez por ciento de afiliación. Realmente sus efectivos eran muy escasos, aunque en Barakaldo, en 1906, estaban organizados 360 trabajadores, casi el 30 por ciento del total provincial. El número afiliados sufría grandes variaciones, creciendo de forma importante en épocas de conflicto.
Posiblemente, la conciencia de su debilidad influirla en la violencia de las huelgas. Las graves alteraciones del orden público forzaban a intervenir al Gobierno, que enviaba fuerzas del ejército para mantener el orden. Curiosamente la actitud de los mandos militares fue favorable a las principales demandas obreras, sobre todo, en las huelgas generales de 1890, 1903 y 1910.
A los contratistas y empresarios les parecieron injustas las resoluciones de los mandos militares, por lo que insistían ante Gobierno, y Diputación para que se dotara a la zona de fuerza armada suficiente, capaz de reprimir las coacciones del pequeño grupo de agitadores socialistas que provocaban las huelgas, y de garantizar el orden y la libertad de trabajo.
Por lo menos dese 1891 se venía planteando que algún cuerpo armado se instalara en la zona de Arnabal, punto relativamente alejado de la recién creada casa-cuartel de La Arboleda (Matamoros) costeada por Orconera Iron Ore. Pero el establecimiento del cuartel de la Guardia Civil en Arnabal no se hizo efectivo hasta 1904, cuando la compañía cedió al Ministerio de Gobernación un edificio para alojar varios números del cuerpo armado. Desde luego, no parece casual que el convenio se firmara poco después del protagonismo alcanzado por los trabajadores de Luchana Mining en las huelgas parciales de 1902 y en la general de 1903.
La progresiva fijeza y afianzamiento de los obreros (en 1900, sólo la tercer parte de la población de Arnabal era transeúnte) con el consiguiente incremento de las relaciones de vecindad, influyó en el desarrollo del espíritu colectivo, lo que se tradujo no sólo en la reivindicación de la mejora de las condiciones laborales y de aumentos salariales sino también de una cada vez mayor implicación en los asuntos públicos.
En 1899, Cristóbal Juez, presidente de la «sociedad político-económica del partido socialista obrero» de Retuerto, obtenía permiso para reunirse los domingos en la escuela del barrio. Ese año, por primera vez en Barakaldo, un candidato de un partido obrero obtenía acta de concejal en las elecciones municipales.
Durante un largo periodo, los únicos candidatos progresistas a la corporación barakaldesa fueron elegidos por esta circunscripción: Emeterio Vitorica (socialista), José de Garay (republicano), Mauro Ozaita (socialista), Evaristo Fernández (socialista), etc. Esta circunstancia era remarcada por el Eco de Baracaldo en un artículo titulado «el despertar del obrero baracaldés», publicado tras las elecciones de 1909: «el distrito de Retuerto está probado que pertenece, de hecho y de derecho, su minoría, a las izquierdas».
Gracias a esta circunstancia, por primera vez, la voz de los jornaleros llegaba al Ayuntamiento. En 1898 se quejaban de que sus hijos debían emplear una hora para ir a la destartalada vivienda-escuela de El Regato, por lo que muchas veces ni siquiera asistían. Y se preguntaban qué iba a ser de aquellos niños cuando alcanzaran «diez u once años para que todos vayan a ganar el pan con el sudor de su rostro».
Algunas leyes socialistas reguladoras del trabajo infantil, aprobadas poco después, influyeron en que la empresa aceptara sus peticiones.
En la alhóndiga de Arnabal, a partir de 1901, la planta superior se dedicó a escuela de los sesenta niños de la barriada. La empresa colaboraría en el municipio APRA abonar el salario y las gratificaciones (educación de adultos) del maestro José Sánchez.
Desde 1915, Laura Santamaría, Soledad Revuelta, Mercedes Luzar y Martín de Santurtun estuvieron sucesivamente al frente de esta escuela unitaria mixta hasta su cierre definitivo en 1944; no había entonces actividad minera, apenas contaba con diez alumnos e incumplía las directrices gubernamentales sobre coeducación.
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