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Los puentes de Burtzeña (II)

Los puentes de Burtzeña (II)

 El primer puente colgante de cadenas

Como acabamos de ver, la empresa de levantar un puente de piedra de iniciativa pública no tuvo un final feliz y los responsables de las dos anteiglesias no se sintieron con ánimo para reemprender la aventura.

Según Luján, la Junta tomó la decisión de levantar un nuevo puente en Burtzeña y, el 26 de octubre de 1824, el arquitecto Antonio Goicoechea presentó un diseño de Puente colgante de cadenas de fierro sobre el rio Cada-agua. Esta vez la iniciativa era privada y el puente estaba promovido por Juan Manuel de Sagarmínaga. La Comisión de la RABASF decidió que, para la construcción del nuevo puente colgante, debían ser aprovechados los estribos del inacabado puente de piedra que por lo fangoso del terreno se había venido abajo en tres ocasiones desde el inicio de la construcción, cuatro años antes. Recogemos la cita de Luján: “La Comisión de Arquitectura en su junta del 3 de noviembre de ese mismo año reconoció el diseño del puente colgante y “deseando que esta clase de obras se propague en España á imitacion de los yá establecidos en Inglaterra, y pareciendo bien el pensamiento mereció su aprobacion”.

Luján aporta también un documento gráfico novedoso: un plano sin fecha del puente de barcas de Bilbao conservado en el Archivo Histórico Nacional, que en su ángulo inferior izquierdo incluye un dibujo sin escala del puente de Burtzeña, con indicaciones acerca de sus componentes metálicos. En el dibujo se observa que el puente se compone de una parte colgante y otra de dos tramos cortos, formada por una viga. Las cadenas están ancladas en una de las márgenes en tierra firme y en la otra sobre una pila. No ofrece mucha fiabilidad en la representación, pero en la descripción añade algún dato de importancia; así, por ejemplo, indica que las péndolas (los elementos que cuelgan de las cadenas y que soportan el tablero de madera del puente) son “planchas de fierro de 2 a 3 pulgadas de ancho”, es decir, chapas o pletinas de entre 5 y 7,5 centímetros.

El puente colgante de Goicoechea era en esos momentos una gran novedad. Los puentes colgantes ya se estaban construyendo en los Estados Unidos desde comienzos del siglo XIX. Eran puentes de madera, es decir, no solo tenían el tablero de madera, lo cual era habitual también en los primeros puentes colgantes europeos, sino que incluso las torres de las que debían colgar las cadenas se construían con estructura de madera, a diferencia de los puentes europeos, que se proyectaban con torres de fábrica. Los primeros puentes colgantes tan solo tenían metálicas las catenarias y las péndolas que se suspendían de ellas y que sustentaban el tablero, pero tanto este como el barandillado era de madera. Sin embargo, al tratarse de una gran novedad en el mundo occidental, los primeros puentes colgantes fueron también conocidos como “puentes de hierro”. Este era el caso del puente de Burtzeña.

Los puentes que el ingeniero James Finley construía en los Estados Unidos eran de cadenas. Este sistema pasó a Inglaterra primero y más tarde, aunque en menor medida, al continente. En realidad, los puentes de cadenas se habían construido desde siglos atrás en China y Tíbet, y también en los Andes se construyeron puentes colgantes, pero hablamos aquí de los puentes modernos. En 1820, ya se había construido en Gran Bretaña el Unión Bridge, sobre el río Tweed, de 137 metros de luz; y en 1826 el ingeniero Thomas Telford finalizaba el famoso puente del estrecho de Menay en Gales, de 177 metros de luz, ambos de cadenas. En Francia, Marc Seguin había proyectado y realizado la pasarela de Annonay, en 1820, y otros muchos puentes colgantes, todos ellos de cables, en los años siguientes.

El arquitecto Goicoechea adopta el sistema más generalizado en Gran Bretaña, al proyectar el puente con cadenas formadas por eslabones de hierro en una fecha tan temprana como 1824 (Pablo de Alzola en su Historia de las Obras Públicas en España, publicada en 1899 data erróneamente el puente en 1822). Ya vemos que no era un puente pionero, pero probablemente nunca en España se había introducido una novedad técnica en la construcción de puentes de una forma tan inmediata. Pese a que la luz del puente de Burtzeña no era destacable, hay que reconocer el conocimiento que el arquitecto bermeano tenía de las realizaciones recientes en Europa y también la iniciativa de introducirlas en su proyecto.

La memoria gráfica del puente la tenemos hoy, además de por el dibujo mencionado anteriormente, gracias al acierto de los editores de la Revista Pintoresca de las Provincias Vascongadas publicada en fascículos en Bilbao entre 1844 y 1846, que decidieron incluir el novedoso puente junto a los monumentos históricos. Merece la pena leer la descripción: “Despues de haber dado en nuestra Revista Pintoresca las láminas de los monumentos mas notables de la antigüedad parécenos que formará un bello contraste la del Puente colgante de Burceña, que tiene el mérito de ser el primero de su clase en España. Se fabricó en el año de 1825 por el arquitecto de la R. Academia de S. Fernando D. Antonio de Goicoechea, quien dirigió también la obra del hermoso puente colgante de Bilbao, al que hemos preferido el de Burceña; no porque éste sea mejor ni aun comparable con aquel; síno porque no puede menos de llamar la atención el que se haya construido en España el primer puente colgante en un apartado lugar como Baracaldo, de cuya anteiglesia haremos una ligera y rápida reseña.”

El puente, al igual que sucedería con el que Goicoechea construyó en Bilbao, tuvo un mal envejecimiento, posiblemente por defectos constructivos, por falta de mantenimiento adecuado y también por sucesos como el del incendio provocado en 1835 durante la Guerra Carlista, que quedó reflejado en un grabado. También se desmontaron las cadenas durante la guerra. En 1845, según Villaluenga, fue comisionado el regidor de Retuerto para que lo reparase. Así se fue prolongando su existencia hasta que finalmente se tomó, también de forma similar a lo ocurrido con el de San Francisco en Bilbao, la decisión de sustituirlo.

El arquitecto Antonio de Goicoechea y Ercoreca (Bermeo, 1798 – Bilbao, 1865) es aún un personaje relativamente desconocido. Contrajo matrimonio en la parroquia de San Antonio de Bilbao el 21 de febrero de 1824 con Alberta Echevarría Urriolabeitia. Se conservan en la RABASF sus dibujos de pruebas y el aprobado como maestro arquitecto en la Junta Ordinaria del 14 de octubre de 1821. Respecto a su obra, se sabe que entre 1823 y 1832 realiza diversas obras en Bermeo, sobre todo obras públicas. Entre 1825 y 1827 proyecta y realiza su obra más conocida, el puente colgante de San Francisco en Bilbao. En 1829, el proyecto de restauración de la iglesia de Ibarrangelua. Entre 1822 y 1849 desempeña trabajos en Bilbao como arquitecto de la Junta de Obras y como arquitecto municipal, que pueden seguirse en el artículo de María Jesús Pacho. Merece destacarse que en 1835 dibuja el “Plano Topografico de Bilbao y sus inmediaciones manifestando el sitio puesto por los facciosos” como Maestro Mayor de las Obras de Bilbao, y que en ese mismo año fue encargado de dirigir la demolición de la torre de la basílica de Begoña. En 1844 proyecta el puente de Isabel II de Bilbao, primer puente de hierro construido en España, fundido en Santa Ana de Bolueta.

Al menos desde 1849, si no antes, aparece trabajando para la Diputación Foral de Bizkaia como arquitecto director del camino de Bilbao a Pancorbo. También para la Diputación dirige el Ferrocarril de Triano. Entre 1849 y 1852 proyecta y dirige las obras de la iglesia parroquial de Murueta, siendo obra suya también la Torre-reloj de Busturia (1852). En 1855 proyecta con el ingeniero Félix de Uhagón la reconstrucción del puente colgante de San Francisco en Bilbao, incorporando los cables de alambre y en 1864 la Torre de la Iglesia de San Miguel de Ispaster. Se suele citar como obra suya, realizada entre los años 1866-1871, el proyecto para el Edificio de la Santa Casa de Misericordia en

San Mamés, en Bilbao, pero no parece un dato muy fiable dada la fecha de su fallecimiento. También se cita que en1868 recibe el homenaje de las Juntas de Gernika, lo cual no parece creíble salvo que se tratase de un homenaje póstumo.

El segundo puente colgante de cables

El 18 de julio de 1850, María Concepción de Sagarmínaga escrituraba la venta del puente al Señorío de Vizcaya por un importe de 166.000 reales. Volvemos a retomar el relato de Ibarreta, quien nos dice que “Al construirse la carretera de Bilbao á Santander por la costa, se sustituyó á aquella obra, en el año 1852, un puente colgado de cables de alambres”. De nuevo las fechas de sustitución son coincidentes en Bilbao y Burtzeña.

Los puentes de cables de alambres paralelos habían tenido un importante desarrollo en Francia, impulsado sobre todo por los hermanos Seguin. Uno de los hermanos, Jules, realizó en España cuatro puentes importantes entre 1841 y 1844, en Fuentidueña, Arganda, Carandía y Zaragoza. Otros puentes más se habían realizado y proyectado, por lo que la técnica de la utilización de cables ya era conocida sobradamente, sobre todo por los ingenieros.

El puente de Burtzeña recogía también, además de la carretera de Santander, el camino que unía Portugalete con Burtzeña. Según Jaime Villaluenga, entre los años 1854 y 1857, Máximo Castet Cerro, concejal de Portugalete, es comisionado para llevar el proyecto. En 1857 se firma, al parecer, traspasar la carretera a la Diputación, pero hasta 1864 no canjean las acciones a los inversores (tenía peaje). En agosto de 1858, los arquitectos Antonio Goicoechea y Luis Arauco redactaron el informe de finalización de obras. En 1868 deja de pagar al Señorío. Hasta 1876 no se desvincula del todo el ayuntamiento de Portugalete. Podemos comprobar, por tanto, que Goicoechea seguía de cerca la situación del puente de Burtzeña.

En 1864, el malestar por el deterioro del puente era evidente. El diario El Clamor Público publicaba el 13 de mayo las quejas sobre “el mal estado del puente colgante de Burceña, que tal vez no ofrece la seguridad suficiente, y cuyos andenes están de tal modo descalabrados, que es muy fácil falsee un pie a través de las maderas sueltas y caer al río”. En el Archivo Foral se conserva un “Plano de reparación del firme, andén y barandillado del puente de alambre de Burceña” firmado por el arquitecto de la Diputación Luis Arauco el 26 de marzo de 1864, aunque todo parece indicar que las obras no se habían realizado aún en la fecha de la noticia. Por ese plano conocemos las dimensiones y composición del tablero y barandilla del puente.

Joaquín Cárcamo Martínez

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