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Lutxana Barakaldo, Lutxana Erandio

Lutxana Barakaldo, Lutxana Erandio

Uno de los objetivos de todo investigador es dar con el suceso o la circunstancia que por sí sola haga innecesaria la cita de otras para constatar una realidad.

En los siguientes párrafos se expone la tesis de cómo un solo topónimo puede ser la clave de una explicación definitiva que enlace Historia y Prehistoria, desbaratando elucubraciones “cultistas” que desde hace siglos han fabricado con intereses particulares los gestores del patrimonio cultural para mostrarnos un pasado cimentado en las culturas griega y romana (principalmente), empeño que personas destacadas a las que nadie hizo caso, denunciaban como artificioso al menos desde el siglo XVI, pero que hasta ahora, cuando la información disponible para cualquier investigador es tan abundante, que los datos cruzados de fuentes heterogéneas, pueden ser determinantes para señalar con claridad hitos que antes eran imperceptibles no ha sido fácil denunciar.

Los que trabajamos con miles, con millones de topónimos, sabemos que las explicaciones de los eruditos de referencia que son manejadas como mantras por cátedras y autores de libros y ensayos, por tertulianos y profesores de instituto, son peregrinas, erráticas y arbitrarias (por no decir cosas más gruesas), porque la Toponimia es tozuda y los nombres se repiten en docenas y hasta cientos de localizaciones, haciendo ridículo que nos empeñemos en insistir en que Zaragoza tenga algo que ver con César Augusto o Barcelona con un tal “Barcinus”.

El manejo de nombres y mapas, se parece al de lienzos y pinceles, de manera que con la veteranía se va cogiendo escuela, se van intuyendo tendencias que a veces llegan a leyes, como aquélla que determina que los ríos imponían en la antigüedad nombres diferentes a la toponimia local de sus orillas en cada localización; así, el Guadalquivir nos pone a Sevilla frente a Triana, el Ebro a Zaragoza frente a Arrabal, el Turia a Valencia frente a Benicalop, el modesto Manzanares a Madrid frente a Aluche, el Arga a Pamplona frente a La Rochapea y nuestro Nerbión a Alvia frente a Bilbao.

Sin embargo hay en el estuario de este último río dos topónimos separados apenas quinientos metros, “Lutxana versus Lutxana”, que se han hecho hasta acreedores de chistes como aquel de chinos en el que el empleado del Metro de Shangai le contesta amable y sonriente al turista bilbaíno graciosillo que ha pedido un billete Shangai-Luchana: “Lutxana Elandio o Lutxana Balakaldo”?

En la muestra de la hoja 61 del mapa oficial 1:50.000 de 1958, se pueden ver impresas ambas “Luchana”, porque los caprichos de municipios, de nomenclátores y de personajes o entes empeñados en modificar la realidad a su beneficio, llevan a que en muchas cartografías se obvie lo que parece aberrante y ese término tan familiar para los bizkaínos, solo figure en una u otra orilla, según sople el viento de los intereses, que llegan hasta el IGN.

Pero vayamos al análisis.

¿Qué ha podido llevar a que dos puntos cercanos en la localización, pero separados por toda una ría en lo relativo a la comunicación por tierra por un recorrido mínimo que en pleno medioevo (hasta que se hicieron puentes aguas debajo de San Antón) era de tres o cuatro leguas se llamen igual?

Nuestros sabios oficiales (de Euskadi), despachan la toponimia terminada en “…ano, …eno, …ana” con un desparpajo solo comparable a su ignorancia, como derivada de antropónimos latinos con un significado indudable de “lugar o predio de…”, con lo que nuestra “Luchana” de antaño, quedaría como “La finca de Luis”.

Soberbios como el flautista de Hamelin porque saben que una horda de entusiastas latinistas les siguen riendo sus gracias, se dedican a amputar topónimos integrales como Sopelana o Galdákano dejándolos en inexpresivos Sopela y Galdakao y lo mismo hubieran hecho con las Luchanas de no ser porque el nombre de “Lutx”, les sabía a poco.

El destrozo de nuestro patrimonio es uno de los tributos que hay que pagar por nuestra dejadez al permitir que individuos incompetentes se asienten en entidades tan importantes en las que es más decisivo el que los miembros asuman los dictados de la “main stream” del momento, que el que estén verdaderamente capacitados para decisiones profundas aunque no lo parezcan.

Es un caso que se ha repetido en los meses recientes con la financiación con dinero público y la posterior emisión en EITB de más de una docena de documentales que bajo el lema de “Euskalduntze berantiarra” (o “Euskaldunización tardía”), trataba de inocular la idea de que nuestra toponimia es celta o goda y de que el Euskera llegó de Aquitania, hace apenas unos siglos.

La toponimia de una gran área eurasiática, norteafricana y macaronésica no es reciente, sino posiblemente paleolítica y ciñéndose al ámbito ibérico, no se puede diferenciar la gran masa de topónimos vascos de los ibéricos, aunque si es verdad que el sedentarismo de los últimos milenios, ha determinado una querencia selectiva de ciertas formas para la toponimia menor de la región vasca y los entornos circundantes.

Esta toponimia no es un producto lingüístico, sino un compendio de claves secuenciadas que definen los entornos de varias escalas (de la local a la comarcal y regional) con una precisión increíble, de manera que los lugares fueron denominados por características físicas, de procesos o contenidos que se daban en ellos, en una época muy larga, de decenas de miles de años en que los grupos humanos con verdadera incidencia en el medio, eran nómadas y necesitaban conocer con precisión las referencias que se transmitían mutuamente.

Según esta fórmula, los topónimos apenas han cambiado su fonología en miles de años y cuando el Marqués de La Florida o Javier de Burgos se tomaron el trabajo de recogerlos ordenadamente, mostraban –como hoy- unas formas casi idénticas a las originales, que nuestros sabios se empeñan en someter a una cirugía monstruosa que hace que Madrid pase por doce estados intermedios en ocho siglos para llegar a tener ese nombre, partiendo de un imaginario “Magerito”.

Todo un “souflé” institucionalizado que no aguanta un análisis mínimo.

Pero, si las Luchanas antiguas no eran dos finquitas absurdas que un tal Luis tenía en sendas márgenes del Nerbión, separadas por varias leguas de camino, ¿de donde viene su nombre?

Aquí hay que dar paso a la ciencia.

La idea esencial en que se basa este ensayo, la aportó el geógrafo de Burdeos, Jean Hazera en 1968 cuando analizando la fisiografía de la ría del Nerbión planteó que este río tuvo en época prehistórica un amplio meandro que rodeaba el promontorio en que se asienta Barakaldo, meandro que resultó cortado cuando un gran deslizamiento de tierras seccionó la cresta que unía el Monte Cabras con el cabezo de Rontegi, dejando el paso expedito al desagüe y a la entrada de las mareas al crear un tramo recto de unos quinientos metros, que sustituía al meandro con una longitud cuádruple. En el dibujo adjunto se recrea y en la foto obtenida de Google Earth se ha señalado en amarillo la forma probable que presentaba esa cresta antes de su hundimiento, así como los extremos del meandro (en azul) donde quedaron cortados.

Las señales abundantes que geólogos y geógrafos podemos apreciar aún cuando la zona del canal ha sido fuertemente intervenida por dragados, construcciones de diques, industrias, vías de comunicación y viviendas, son inequívocas de que el suceso fue repentino, probablemente el colapso de un estrato superficial de la cresta, en cuyo desarrollo intervino tanto la erosión producida por las aguas del río Asúa, como el empuje de una avenida importante del Nerbión y posiblemente la colaboración de alguna sismicidad puntual. En las tres fotos siguientes se pueden apreciar los rasgos del perfil y las zonas de fractura: El extremo del “Monte Cabras” en la Lutxana de la margen derecha, visto desde el pie del Monte Rontegi, en la Lutxana de la izquierda; el “Monte Rontegi” desde su mismo pie, donde hasta hace poco se asentaba la fábrica de amoniaco y la “reconstrucción” del relieve que colapsó hace 8.000 años sobre una foto tomada desde la zona de Elorrieta en la ría hacia aguas-abajo.

Hasta qué punto es esto relevante, depende de dos cuestiones; una es la cronología en la que se puede “insertar” y otra es el significado del topónimo.

Comencemos por lo segundo; los deslizamientos de tierra son y han sido frecuentes en la historia y prehistoria y tienen en Euskera una denominación inequívoca aunque pueda parecer múltiple.

Su forma más general es “lurta, luta”, “t” del último morfema, que en Bizkaia y en otros territorios suele pasar con frecuencia a “tx”, hábito que probablemente fue general, de manera que es muy corriente que en toponimia y en la propia lexicografía, alternen las formas “t-tx”, con todas las vocales.

Reconocida la forma “lutxa” como argayo o deslizamiento de tierra, su coda “an a” no es otra cosa que su calificación como “la gran, la grande”, donde “an” es la raíz adjetiva de lo grande en extensión; la forma previa del actual “andi”.

Dicho esto, “Lutxana” significa exclusiva y concretamente, “El gran deslizamiento”, suceso que coincide con lo que denuncian los rasgos visibles y que nuestros amigos geólogos y sedimentólogos han estudiado con detalle para acotar sus circunstancias físicas, bióticas y temporales. Así, la idea que Jean Hazera publicara en los años sesenta, es decir, la existencia de un meandro casi circular rodeando Barakaldo que desapareció súbitamente, se convierte en un hecho científico que tratan con precisión Leorri y Cearreta, tomando muestras sedimentarias en el paleocauce que quedó tras el deslizamiento y centrando su cronología entre 8.000 y 6.000 años.

En la imagen extraída de esa publicación en la revista “Munibe”, se aprecia la dimensión del meandro y se ha señalado en amarillo la zona del deslizamiento.

Si esto es así, no hay duda alguna de que hubiera habitantes fijos u ocasionales en este entorno y que su denominación está relacionada con un suceso geológico concreto que de suceder hoy en día sería catastrófico, pero que posiblemente hace 8.000 años resultó una diversión para los grupos que frecuentaban esta zona y que quedó “fosilizado” en la toponimia, yacimiento inmenso donde hay una información inusitada que puede hacer cambiar paradigmas estúpidos que nos han hecho perder siglos de avance en el entendimiento del mundo pretérito.

Conclusión, este topónimo como otros cientos, miles, es muy anterior a nuestra era y muestra que el mundo era recorrido, escrutado y denominado desde la prehistoria. No menos importante es el hecho de que el Euskera es el complemento esencial para la ciencia. Aquí y en gran parte de este hemisferio, ya se hablaba Euskera.

Javier Goitia Blanco

Tomado de www.eukele.com

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Actualizado el 05 de noviembre de 2024

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