
Minería en El Regato (VIII)

Hornos de calcinación
El yacimiento de Julianas tenía una masa importante de hematites parda (rubio) pero con mucho carbonato espático, también llamado siderita o carbonato ferroso. Suele aparecer en la naturaleza envuelto de otros minerales de hierro, de espato de cal, de cuarzo, de calcopirita, etc., por lo que tiene menor ley férrica.
Fácilmente distinguible por su color, al inicio del boom minero se arrojaba a las escombreras cuando se encontraba en una explotación. Una enorme riqueza desperdiciada porque, sometido a la acción del calor (tostación), el carbonato elimina agua, í“xidos de azufre y substancias carbonosas, mejorando su concentración férrica hasta alcanzar porcentajes superiores al cincuenta por ciento.
Para obtener una tonelada de carbonato calcinado se necesitaba tratar 1,5 t de carbonato credo. El proceso de tostación podía efectuarse al aire libre o en recintos cerrados, donde se obtenían mejores resultados al controlarse la temperatura y necesitar, por lo tanto, menos combustible.
El primer horno de calcinación lo instaló Luchana Mining en El Regato el año 1890, previa licencia municipal. El Ayuntamiento no sólo aprobó su establecimiento sino que cederla gratuitamente los terrenos necesarios para la conexión con el ferrocarril en Rotasarreta: «teniendo presente el gran desarrollo e impulso que con tal proyecto puede darse a la mineralogía».
En efecto, a partir de entonces otras sociedades, como las arrendatarias de Lorita y Oculta, firmaron contratos adicionales a los de transporte para calcinar sus carbonatos en dicho horno.
Para el inventor, el ingeniero J. Gadner Tipping, las ventajas del «horno perfeccionado» eran la delgadez del casco exterior esférico, consistente en una plancha de acero o hierro, el revestimiento interior de ladrillo refractario ligero y la fácil extracción de los calcinados por medio de un sistema de tres vertederas verticales.
Capaz de producir más de 170 t diarias, según informes de la compañía, en 1900, era todavía el horno mayor y «más lujosamente construido». Tenía 14,25m de altura, 5,25 de anchura de boca y en el centro 6,95 con una capacidad de 360 metros cúbicos.
Teniendo en cuenta la dispersión de los yacimientos, la compañía británica instaló otros hornos mas pequeños y económicos, llegando a tener funcionando simultáneamente cinco en 1910, año en que produjeron 58.000 toneladas. Se intentaba emplazarlos próximos a la línea del ferrocarril, aprovechando los desniveles del terreno para facilitar la carga del horno y la descar ga del calcinado. Levantados sobre una base de hormigón, con un cono de hierro en el centro, exteriormente eran de cuba cilíndrica y su construcción de ladrillo prensado, con diez cellos de acero de 17 a 19m de circunferencia colocados a intervalos de un metro. En su cara interna estaba forrado de ladrillo refractario, fabricado en Burceña por Arístegui Hermanos. El costo del horno no superaba las quince mil pesetas, casi la décima parte de lo que importó el primero. Además, gracias a la ventalización forzada introducida a partir de 1908, en estos hornos se podían tratar menudos de carbonato, que anteriormente se arrojaban a las escombreras.
Los lavaderos
También, como en el caso de otras innovaciones, la instalación de lavaderos se produjo a partir de los años noventa, cuando los mejores minerales empezaban a escasear. Y, sin embargo, existían importantes cantidades de buen mineral, demasiado mezclado para ser vendible, resultado de la mala explotación del coto de Arnabal en el pasado, como afirmaba el ingeniero Ladislao Perea en 1893:
No se efectúa ninguna descubierta de la montera, llevando el descombro de esta sin avance alguno y efectuándole al mismo tiempo que se verificó, el arranque de mineral. El trabajo de desescombro llevado de esta manera ha de producir inevitablemente una mezcla de las tierras de la cubierta con el mineral.
En las escombreras había cantidades importantes de menudos de rubio o chirtas (mineral envuelto en arcilla) que necesitaban de un lavado previo si se pretendía utilizarlos en los altos hornos.
El lavado podía hacerse de forma manual, removiendo los terrones secos en el agua con un rastrillo, pero el medio mas usado en el valle de El Regato fue el mecánico. El primero fue instalado por Rivacoba en 1897, aprovechando 5 1/s de un regatillo de Samunde para lavar las chirtas de Dificultosa y Concepción: «Se toman las aguas por medio de una pequeña presa de fabrica emplazada ochenta metros aguas arriba de la confluencia de la regata de la cuesta con la de los Frados y se conducen al lavadero proyectado a una Iota 24 metros más baja, por medio de una tubería de hierro fundido de 320 metros de longitud».
El proyecto contó con la oposición municipal y de la Sociedad Aguas del Regato. Esta compañía acaba de obtener una concesión administrativa de las aguas de los arroyos Frados y Castaños, y permiso para hacer un pantano, el que hoy conocemos como «pantano viejo». Las protestas no obtuvieron resultado alguno, como se desprende de la denuncia por enturbamiento del agua interpuesta en 1900 contra el entonces arrendatario de las minas, el señor Martínez Rodas. Este lavadero fue el primero instalado en las minas locales. Tenía un trómmel o tamborbatidora con una capacidad de lavado de sesenta toneladas diarias.
Por las mismas fechas, en 1899, en una memoria elevada al gobernador civil, el gerente de Luchana Mining manifiesta que «cree llegado el momento de tratar en esta forma la inmensa cantidad de metros cúbicos de tierra de diversa procedencia que tienen sus concesiones…»
El coto de Arnabal ocupaba una línea de más de cinco kilómetros a lo largo de la cuenca del río Cuadro, y tan amplia extensión hacía imposible centralizar el lavado en una Bola instalación. Al fin y al cabo, se trataba de aprovechar tierras pobres en minerales, y los costos de transporte encarecerían la operación.
La empresa pretendía hacer dos instalaciones independientes, una la confluencia de los arroyos Candival y Peñalada con el río Cuadro, cerca de Manuela, y otra en Julianas, pero no pudo llevarlo a cabo porque la «Sociedad Aguas del Regato» solicitó 25 1/s del mismo cauce para el molino de Urkullu. Se puede decir, como lo hacia el Ayuntamiento en un recurso elevado al Ministro de Fomento, que .con motivo de la ley de aguas, y a pretexto de causas de utilidad pública, van beneficiándose empresas particulares, en tanto que la vida de los pueblos se hace irrealizable». También la compañía inglesa protestó) la concesión gubernativa porque:
Esta petición puede responder a un capricho, tal vez al deseo de perjudicar intereses de esta Compañía, pero no a un fin relacionado con la industria harinera, íšnica que se toma por pretexto al solicitar la concesión.
Parece más bien que José Echevarria quisiera monopolizar las aguas del valle, pues, disponiendo de las del Agirza o Castaños, obtenía ahora las de la cuenca del Cuadro o Loyola, que muy bien podía utilizar para el lavado de minerales, como puso de manifiesto, en 1897, en un artículo de Estadística Minera. Sin embargo, Echevarria se desinteresaría por estos acuíferos al adquirir la fábrica de «Santa ígueda de Castrejana», con derechos sobre el cauce del Cadagua, como demuestra el hecho de que vendiera por ochocientas mil pesetas el «pantano viejo» a Altos Hornos en 1901.
De todos modos, continuaba en litigio la concesión de las aguas del río Cuadro a la empresa «Aguas de El Regato». En consecuencia, Luchana Mining tuvo que usar temporalmente los lavaderos de otras empresas (Lejana y San Feliciano).
Ahora bien, en 1909, realiza un nuevo proyecto, presupuestado en 93.794 pesetas, para obtener 75.000 t anuales, lo que requería 14,50 1/s de agua a tomar de los arroyos Cuadro, Bedular, Onorio, Penalada, Marchena y Candival. Para conseguir tal producción debían tratarse unas 835 tal día (en el caso de las tierras tuvieran un 30 por ciento de mineral). No obstante, por los datos aportados por Lazurtegui para 1910, al parecer, Luchana Mining solo obtuvo 25.000 t de lavado.
En el tratamiento de cada tonelada de chirta se empleaban 1.500 litros de agua. Desde los embalses, por medio de tuberías, el agua llegaba hasta un depósito de 12,50 por 20 metros y 4 metros de altura, cuya capacidad se estimaba suficiente para una jornada de trabajo. Desde aquí era conducida a un edificio, en cuyo interior una maquina a vapor de 12 H.P. accionaba dos tambores cilíndricos o trómeles. A partir del lavadero se construirían tres depósitos o balsas de decantación, aprovechando excavaciones existentes.
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