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Oreja de trapo (leyenda)

Oreja de trapo (leyenda)

Amanecí­a un precioso dí­a de primavera en el lugar de Uraga, sito en la ladera del montí­culo de Santa Lucí­a, cuando el calendario nos decí­a que estábamos en el año 1903. El matrimonio del caserí­o Achucarro y sus dos hijas se despabilaban del reposado sueño de la noche, mientras se escuchaban los trinos de las golondrinas, así­ como el dulce canto de las avecillas canoras que anidaban en el contorno de la casa. Todo era paz en el ambiente mientras que, junto al portalón de la vieja casa, retozaba un potrillo juguetón.

Ante el sonoro pateo del animal pronto se abrieron las ventanas para ver a qué se debí­a tal alboroto ya que, en verdad, la familia sólo tení­a en la cuadra cuatro vacas y un borrico. Reconocieron los mugidos y el rebuzno, pero los relinchos les hicieron pensar que el nuevo vecino era cuando menos un caballo.

–          ¡Mira papá! Si es un potrillo negro y, qué bonito es –dijeron a coro las dos chiquillas.

–          ¿De quién podrá ser este pequeño animal? Yo no recuerdo haberle visto nunca por aquí­ –dijo asombrada Marí­a, la madre de las niñas.

–          Casi seguro que se habrá perdido por el monte y ha bajado hasta aquí­, porque otra cosa no puede ser –comentó Doroteo el casero.

–          ¡Hala! – le dijo Cristina a su hermana. -¡Si le falta una oreja!

–          Pues es verdad –dijo Lolita entristecida-. ¡Está desorejado! ¡Qué pena!

Las niñas se vistieron pronto y, junto a sus padres, bajaron la escalera para admirar de cerca al visitante que, sin recelo, se dejaba acariciar.

–          Bueno familia, vamos a desayunar que hoy no nos falta tarea en la huerta, así­ que dejemos tranquilo al caballito hasta que vengan a reclamarlo –dijo Doroteo.

–          Oye papá ¿por qué no le ponemos nombre?, insinúa Lolita.

–          Bueno, eso es cosa vuestra. Así­ que ya podéis empezar, peo no le pongáis Doroteo, pues es un nombre muy feo –sentenció el cabeza de familia

–          Baltxa serí­a un nombre muy bonito ya que coincide con el color de su pelo. Sí­, es verdad, se llamará Baltxa -recalcó Cristina.

Pasaron los dí­as y los meses, y nadie apareció a reclamar al animal, y eso que

Doroteo comunicó a los vecinos su hallazgo.

–          Lo que se me hace muy raro  es la oreja del caballejo. De nacimiento no paree, y si más bien de algún mordisco de un lobo, pero hace años que no tenemos noticias de  ninguno por estos lugares. Y qué raro que se ponga tan nervioso nuestro caballito los dí­as de luna llena -comentaba Doroteo.

–          Que no te oigan las niñas, pues van a creer que es cosa de brujas y ya sabes, les da mucho miedo estas cosas –dijo Marí­a a su marido.

–          Yo no digo que sea cosa de brujas y lí­breme Dios de culpar a la pobre Cernaula que apenas si tiene para comer, pero se me hace muy extraño ver un caballo de esta clase y con tan poca alzada. Este tipo de ganado no es para trabajar el campo y sí­ para tirar de algún pequeño carruaje. Es raro, muy raro, pero ya veremos en qué termina todo esto… –recalcó Doroteo-. Dejémosle que se desfogue y crezca que luego ya veremos lo que hacemos con él. Es fácil que algún dí­a se marche tal y como ha venido.

–          ¡Ojalá que no se marche nunca! Las niñas se han encariñado con él y si se fuera tendrí­an un gran disgusto –le dijo Marí­a contrariada a su marido.

–          Es curioso que no aparezca el dueño, meditó un momento Doroteo. Yo ya he  buscado y mirado por todas partes… en La Arboleda, en Peñas Negras, en Somorrostro, en Galdames y en Sopuerta, y nadie da señales sobre este confuso asunto… Así­ que demos tiempo al tiempo.

Pasaron dos años y el pequeño caballito, que por cierto habí­a crecido muy poco, se  encontraba a sus anchas con sus nuevos propietarios, y no digamos nada de las mozuelas. Tanto querí­an al animal que, para que no le llamaran «desorejao», le hicieron una oreja con tela negra, y no fue mala idea ya que pasaba pero que muy desapercibido.

Cierto dí­a el padre comentó con su mujer y la niñas que pensaba comprar un pequeño carruaje para que el caballo sirviera para algo más que para comer, y la verdad es que se le presentó una gran ocasión al enterarse de que un señor de Bilbao tení­a en venta un calesí­n que no usaba, debido a que se habí­a comprado un automóvil. Su adquisición produjo una gran alegrí­a, ya que con el calesí­n los viajes y desplazamientos a Barakaldo fueron más cómodos y mucho más rápidos, sirviendo además para que las chicas coquetearan más ante la mirada de los mozos.

Doroteo, que aparte de ser muy trabajador era muy observador, comentó cierto dí­a  en la sobremesa algunas cosas que no llegaba a comprender:

–          Esto no es nuevo. Vengo contrastando ciertas anomalí­as en el comportamiento del caballo y me parece que algo raro le está pasando, ya que todos los meses sufre una crisis que le dura dos o tres dí­as. Patea constantemente y relincha como si tuviera alguna dolencia, no sé, no sé…

–          ¡Oye, papá! No pretenderás decirnos que el caballo está lunático, dijo con tristeza Lolita.

–          No digo que sea un caballo loco, pero sí­ que hay algo muy extraño en él y bueno será, ya que no hacéis otra cosa, que toméis buena nota de todo cuanto se refiere a su comportamiento, y así­ saldremos de dudas.

–          Qué cosas dices Doroteo, riñó cariñosamente Marí­a a su marido. No haces más que asustarnos con tus maní­as.

–          No son maní­as, aclaró Cristina. Yo también creo haberle visto hacer cosas que antes no hací­a.

–          Menos mal que ya no soy yo solo el que hace estas apreciaciones, dijo el padre sonriendo.

***

Fue transcurriendo el tiempo sin novedades en el lugar de Uraga, quizá ocho o nueve años desde aquella primavera en que apareció Baltxa. Ya nadie se acordaba de donde llegó el precioso caballito, ni si le faltaba una oreja, ni siquiera se le daba importancia ya a los nerviosos sobresaltos que se sucedí­an en los cambios de luna. Los pocos vecinos que habí­a en el lugar eran muy felices y conviví­an con tranquilidad hasta que cierto dí­a no amaneció como debiera ser, y más en la época veraniega en que se encontraban. Tras un luminoso dí­a, de pronto se hizo de noche, las gallinas se  albergaron e incluso los animales regresaron a sus cuadras. No así­ Baltxa cuyos  relinchos se incrementaron mientras pateaba con fuerza contra el suelo como queriendo tomar carrera, a la vez que con la cabeza muy alta miraba a las crestas de los montes cercanos. Los vecinos pensaron que aquello bien pudiera ser un eclipse, pero no era así­ ya que se trataba de una tormenta seca.

Un cegador relámpago y truenos constantes dejaron ver los negros nubarrones sin  soltar una gota de agua. Era todo un fenómeno de la naturaleza o bien un suceso de  brujas, como algunos llegaron a insinuar. Por un momento cesaron los truenos y el cielo  pareció abrirse ante un asombroso y cegador rayo de luz. Parecí­a que todo estaba previsto que así­ sucediera, y Baltxa así­ lo entendió ya que con un brí­o desconocido en él, inició un ascendente galope trepando por las empinadas faldas del monte, como queriendo no perder tiempo por llegar cuanto antes. Pero… ¿a dónde?

Apenas si duró una hora este fantástico suceso, pero fue lo suficiente para sembrar el terror en los temerosos aldeanos. Algo muy extraño habí­a ocurrido. ¿A qué se debí­a todo aquello? ¿A quién culpar?

La ignorancia pronto encontró un culpable, aunque en realidad eran dos, uno fue el pequeño y desorejado caballo negro al que tildaron de engendro de brujas, mientras que el otro recayó sobre la pobre y vieja desgreñada Cernaula a la que tildaron de bruja, cuyo único delito era el de no tener una casa donde morar, lo que la obligaba a merodear por los montes a la vez que era despreciada por todos. La familia Achucarro quedó marcada por el suceso, pero con el paso del tiempo llegó el olvido. Del caballito «Oreja de trapo» nunca se volvió a saber nada. Se fue tal y como vino, pero nos dejó el recuerdo de una bella y grata quimera barakaldesa.

Carlos Ibáñez

1 comentario

  1. Antón Sánchez

    Bueno… es fantastico…
    Si bien nos empeñamos en comprender el AIRE.
    Manejar el FUEGO es fundamental.
    Es mas amable dedicación el fuego que el aire.
    ¿He dicho amable?
    Meritoria queria decir.

    El fuego es hermoso… y el escritor lo domina, lo educa, lo doblega.
    Este ejemplo… es esta narración… nos lleva a la reflesión TERRENA…. TIERRA.
    Pero esenta del fuego… o en breve….
    Esta historia. nos muestra la bondaz del agua en cauce. Su adaptación a la forma.
    El fuego… verlo… darle forma… contenerlo…
    Sigo lellendole…
    Gracias.

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