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Vida social del proletariado vasco 2ª mitad del XIX (II)

Vida social del proletariado vasco 2ª mitad del XIX (II)

LAS CAUSAS  «SOCIALES» DE LA MORTALIDAD

El clima templado-húmedo-oceánico con precipitaciones todo el año, la insalubridad, la aglomeración de personas en locales reducidos y la deficiente dieta alimenticia favorecieron el desarrollo de una serie de enfermedades tí­picas de las primeras etapas de la industrialización y el crecimiento de la tasa de mortalidad.

Las enfermedades agudas del aparato respiratorio como la neumoní­a, bronquitis, catarros, etc.,….. Originadas en buena medadas por la excesiva humedad atmosférica y el tiempo frio de invierno, se situaron a la cabeza de las enfermedades que mas defunciones provocaron, aumentando, considerablemente, en Baracaldo en el último tercio del siglo XIX, a la paz que se consolida el desarrollo industrial. Estas enfermedades encontraron un medio idóneo para su desarrollo entre los inmigrantes procedentes de otros lugares de la pení­nsula, de clima más seco.

Según Kauser, la pervivencia y la extensión de estas enfermedades «es un hecho de experiencia diaria que en los cuarteles, prisiones, talleres, fábricas, en una palabra, en todos los lugares de aglomeración humana, se presentan a veces un gran número de casos de pulmoní­a, sea simultáneamente, sea a intervalos, sobre todo en el invierno».

Las defunciones causadas por enfermedades del aparato respiratorio tuvieron su máxima incidencia en los niños menores de cinco años y en las personas de edad senil de 50 a 80 años.

TUBERCULOSIS

En España, la máxima mortalidad por crisis pulmonar la dan las provincias del norte, circunstancias que están estrechamente relacionadas con la excesiva humedad. Pero lo que nos interesa es su distribución social. Los datos evidencian que la población urbana e industrial de la Rí­a aportaba cifras de mortalidad superiores a la de las zonas rurales, lo que nos confirmo su caracterí­stica historico-social como enfermedad tí­pica de las primeras industrializaciones.

En efecto, en el periodo de 1.900-1.906, Vizcaya tení­a una tasa de 12,06% de defunciones por tuberculosis, mientras que Bilbao se situaba por encima con un 15,75%.

El alcoholismo, que fue en aumento con el crecimiento industrial, la hacinación de familias en una misma habitación, la insalubridad, las condiciones climáticas, que hicieron crónicas las enfermedades del aparato respiratorio, y una alimentación poco nutritiva, cuya consecuencia es la «miseria fisiológica», preámbulo de la tisis, favorecieron el desarrollo y la pervivencia e la tuberculosis. Si a esta serie de condicionales se le une el gran contingente de inmigrantes que llegan de otras provincias, se puede esbozar una panorámica socio-económico-higiénico de la tuberculosis. La mortalidad por tisis pulmonar fue una de las secuelas más siniestras de los orí­genes de la revolución industrial por el elevado número de defunciones que causaba.

La mortalidad máxima por tuberculosis se polariza en dos periodos de edades. El 1º, en niños de corta edad, menores de cinco años, y cuya muerte es debida a dos enfermedades caracterí­sticas de la infancia: la meningitis tuberculosa y la taves mesentérica.

El segundo tipo de enfermedad, es la tisis pulmonar que se centra sobre todo, en jóvenes y personas maduras de edades comprendidas entre los 16 y 50 años, con una renta máxima de mortalidad entre los 21 y 35 años. La enfermedad se cebaba en individuos en plena edad productiva, en obreros, y adquirí­a su mayor intensidad en los incipientes núcleos industriales.

LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS

Dentro de este grupo, la viruela, el sarampión, la difteria y el tifus abdominal eran las más comunes y las que representaban unas elevadas y crecientes cifras de mortalidad, como lo demuestran los datos consignados para Baracaldo y Bilbao. En Bilbao, las defunciones por viruela se acrecentaron a lo largo del periodo analizado, pasado de un 12,8 sobre 1.000 defunciones en los años 1.878-80 a más de un 50 por 1.000 en los años 1.886-94; por el contrario en Baracaldo los indicen de defunciones por viruela duplicaban a los de Bilbao.

Entre 1.900-1.906, según las cifras dadas por Hauser, Vizcaya era la 2ª provincia con mayor tasa de mortalidad por viruela con unas 5,8 defunciones por 10.000 habitantes después de Madrid (5,9); sin embargo, Bilbao estaba a la cabeza, en una posición destacadí­sima sobre el resto de las capitales de provincia, con 11,2 defunciones por 10.000 habitantes. Cifras que, en resumidas cuentas, reflejan las diferencias en la salubridad existentes entre el campo y el núcleo-industrial.

La viruela, enfermedad que se ubico y expandió preferentemente en los pueblos y barrios proletarios. Esta zona vivió un proceso de rápido crecimiento demográfico a lo largo de las 3 últimas décadas del siglo XIX; zona que como hemos visto en menos de medio siglo, habí­a más cuadruplicado su población, y algunos de sus pueblos; como Baracaldo, Sestao, San Salvador del Valle, habí­an multiplicado su población por 6,3; 28,2 y 9,3 respectivamente entre 1857 y 1900. En los pueblos industriales y mineros; la viruela paso a ser una enfermedad endémica, apareciendo epidémicamente en ciertos años como 1866,1870,1871,1876,1881,1884,1885,1888 y 1889 en Baracaldo a lo largo del periodo estudiado que comprende los años 1.865 a 1.889; y en Bilbao, en 1881,1882,1888 y 1892 para el periodo de 1878 1 1894.

Las causas de la elevada mortalidad por viruela no son otras que las enunciadas más arriban y el invierno, que es la estación más propicia para el desarrollo del agente patógeno. Sin embargo, hemos de añadir que aunque las causas modernas están bien constituidas y tienen condiciones higiénicas aceptables, los propietarios exigen por ellas rentas tan excesivas, que los obreros se ven obligados a reunirse por grupos de dos y tres familias para alojarse todos juntos en una sola habitación y poder pagar la renta de la casa. Este hacinamiento sin lugar dudas debió de favorecer el contagio.

Otras enfermedades infecciosas que nos interesan por el alto número de defunciones que produjeron son el sarampión y la difteria, enfermedades estrechamente relacionadas con las del aparato respiratorio, y al igual que estas se vieron favorecidas por los factores climatológicos, el hacinamiento y la miseria, ya que el contagio fundamentalmente es aéreo. Al igual que con la viruela, los principales focos de sarampión y difteria se localizaron también entre las familias pobres.

En resumen, la revolución industrial que provocó cambios radicales en las relaciones de producción y desarrollo de las fuerzas productivas capitalista, tuvo unos efectos sociales negativos como nos lo refleja el aumento de la tasa de mortalidad y de las defunciones por enfermedad infecciosas y contagiosas y será la clase obrera quien soporte el peso de esta excesiva mortalidad, pues no podemos olvidar que la tasa de ganancia del capitalista está en función de la tasa  de explotación.

La epidemia de cólera morbo de 1.885 es una buena muestra de lo expuesto anteriormente. La insalubridad y la falta de una polí­tica de higiene urbana y la concentración de individuos en una misma habitación favorecieron la propagación del cholero morbo en Baracaldo y no en Bilbao.

Los datos no pueden ser más significativos: De las 274 defunciones de cólera morbo que hubo en la provincia, 114 corresponden a Baracaldo, el resto de las defunciones es más probable que tuvieses lugar entre los habitantes de los pueblos mineros y Sestao. Este es uno de los años en que más elevada fue la mortalidad en Baracaldo, siendo por el contrario, de los más bajos en Bilbao. Entre el 21 de Octubre y el 10 de Noviembre, Baracaldo vio como se multiplicaba la mortalidad, mientras permanecí­a estacionaria en Bilbao. Así­, mientras Baracaldo registraba 127 defunciones  en estos dí­as, Bilbao tení­a tan solo 71.

DEFUNCIONES POR DIVERSAS CAUSAS

Otra enfermedad tí­pica de la zona fue el raquitismo. La falta de sol y la deficiente alimentación, tanto por parte de las madres que no tení­an la leche necesaria para alimentar al niño, consecuencia a su vez de una precaria alimentación, como el paso a una pésima alimentación, después del destete, contribuyeron a que cierto número de niños muriesen de atrepsia.

En cuanto a las defunciones registradas por enfermedades neurológicas, que desdoblamos en defunciones por apoplejí­a y por enfermedades crónicas del sistema nervioso, siguieron la misma tónica. Mientras Bilbao a lo largo del periodo 1878-94, mantuvo una tendencia descendente, Baracaldo la aumentó.

Las pésimas condiciones sanitarias y de trabajo y la caí­da del salaria real, entre otras causas, contribuyeron al debilitamiento del organismo y, con ello, al desarrollo del agente patógeno. En Baracaldo, la deficiente urbanización, la falta de alcantarillado y de agua potable, todo ello resultado del considerable incremento demográfico y de la falta de una infraestructura urbana, fueron causas concurrentes al sostenimiento de una elevada mortalidad por enfermedades infecto-contagiosas del aparato digestivo superior a las que presentaban Vizcaya y Bilbao.

Por último, la prolongada jornada en las fábricas y el trabajo del minero que era muy duro; y los cambios estructurales de la población activa-campesinos convertidos en obreros industriales-hicieron posible que los porcentajes de muerte por accidente fueron importantes, como lo reflejan los í­ndices de Baracaldo, que son muy superiores a los de Bilbao.

En conclusión, esta serie de datos demográficos más bien parece que vienen a confirmar  las tesis pesimistas respecto del nivel de vida de la clase obrera en la 1ª industrialización; pues, donde el punto de vista teórico, cualquier mejora en el nivel de vida tení­a que haber ido acompañado sin lugar a dudar de una reducción en la tasa de mortalidad y de la mortalidad infantil y un repliegue de toda una serie de enfermedades como las infecto-contagiosas; sin embargo la realidad fue muy distinta en la zona minera e industrial de la Rí­a.

Por otra parte, creo, que estos indicadores son bastantes más representativos respecto de las condiciones sociales en que viví­a la clase obrera  que los del coste de la vida (cesta de la compra), cuyos  datos son menos fiables y más propensos a una interpretación subjetiva por parte del historiador; parece que cada vez se tiende a relacionar mas las tasas de mortalidad, la pervivencia y crecimiento de ciertas enfermedades, con los niveles de renta y los consumos de  ciertos  productos alimenticios.

SALARIO

INTRODUCCION

Para analizar correctamente el indicador del nivel de vida de la clase obrera vizcaí­na y de la española, en general, habrí­a de tenerse en cuenta necesariamente, entre otras variables, estas cuatro. Primero, en España, la reforma agraria liberal del 2º tercio del siglo XIX dejó sin los medios tradicionales de producción (la tierra) a gran cantidad de campesinos, convirtiéndoles en jornaleros, que van a permanecer en paro o en paro  encubierto. Segundo, la crisis agrí­cola del último cuarto del siglo XIX terminó por arruinar al modesto y mediano campesinado de interior, que tuvo que buscar en la emigración su principal salida a la crisis.

Tercero, los nuevos medios de comunicación, sobre todo los ferrocarriles, facilitaron el trasiego de gente de unas regiones a otras. Y por último, hasta 1890, en Vizcaya la situación social fue de calma relativa, y escasí­simo la implantación del socialismo tanto a nivel sindical como polí­tico entre los obreros; este es una periodo (1876-1890) de intensa industrialización en el que comenzó a formarse como categorí­a histórica la clase obrera vasca, que la integrarí­an gentes heterogéneas, cuyo mayor número procedí­a de fuera del Paí­s Vasco, y que el sistema productivo capitalista les aglutino hasta convertirlos en una unidad social (clase social con conciencia de serlo) con intereses y problemas vivenciales comunes, desde el trabajo en las minas y fabricas que es donde experimentaban la explotación diaria, pero también donde descubrieron la lucha organizada contra ella, y por lo tanto, la conciencia de clase, hasta el nuevo hábitat industrial-urbano donde Vivian hacinados en habitaciones, chabolas, cúrteles y barracones.

Esta gente que tení­a unos orí­genes geográficos, culturales y sociales diversos, se insertaron en una sociedad que se estaba estructurando a partir de nuevas categorí­as; nuevas relaciones sociales de producción como resultante del desarrollo del capitalismo industrial nuevas formas de explotación y nuevas formas de lucha contra ella (como la iniciada a partir de la huelga general de 1890); que les permitirí­a acumular experiencia en su lucha permanente y antagónica con la otra clase (la burguesí­a), y descubrirse a través de esta lucha, como dirí­a Thompson, como clase, y llegar a conocer este descubrimiento como conciencia de clase. La clase y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico.

SALARIO Y NIVEL DE VIDA DE LA CLASE OBRERA VIZCAINA

En sí­ntesis, la serie de variables expuestas más arriba van a determinar el nivel de vida de la clase obrera, es decir, la relación entre el salario y el coste de la vida. Por lo tanto, cualquier análisis histórico mí­nimamente serio sobre esta cuestión ha de partir desde la perspectiva de estas variables, ya que, entre otras cosas, por ejemplo, van a explicar el hecho de que los salarios españoles sean de los más bajos de Europa, mientras las subsistencias básicas sean de las más caras.

Otro dato que no se puede obviar es el desarrollo que alcanzó el trabajo a destajo y la subcontratación en el sector minero durante las primeras etapas de la industrialización del Paí­s Vasco, cuando todaví­a el nivel organizativo y de conciencia de la clase obrera eras bajos. Esta modalidad de trabajo intensivo suponí­a para la patronal incrementar la productividad a través de la intensificación de la explotación de la unidad de trabajo, y, para parte de los obreros, ingresos adicionales con los que hacer frente a la carestí­a de la vida a costa de un mayor esfuerzo. Desde la huelga de 1890, la lucha contra esta modalidad de trabajo se convirtió en una de las reivindicaciones más sentidas por el movimiento minero vizcaí­no.

La diversidad de categorí­as laborales suponí­a diferentes ingresos salariales y condiciones de trabajo. Por lo tanto, hay que diferenciar también los ingresos según las categorí­as, y estas relacionarlas con el conjunto de la clase obrera. Por ejemplo, en 1.910, el 77% de los mineros correspondí­a a la categorí­a de peones, que era la más baja, exceptuando los pinches (niños) y la que tenia menores salarios. Esta evidencia nos ha condicionado desde un principio el análisis de la evolución de los salarios y el del nivel de vida de la clase obrera.

El salario medio nominal del peón aumentó lentamente entre 1876-1913, menos que muchos de los artí­culos de primera necesidad. Entre 1884-85 y 1913-14, el salario del peón que trabajaba en el puerto de Bilbao, que es bastante significativo para el resto de los sectores productivos fundamentales, minerí­a e industria siderometalúrgica, creció un 21,6%, lo que equivalí­a a un aumento medio anual del 0,75%.

Ahora bien, si los precios de los artí­culos de primera necesidad caminan más deprisa que los salarios, en términos económicos, el trabajador se verá obligado, para mantener el nivel adquisitivo, a aumentar el esfuerzo como aconteció con el trabajo a destajo, que pervivió como la forma más intensiva de trabajo a pesar de que después de cada huelga general era suprimido por la autoridad, antes de ver disminuir su nivel de vida. Dinámica en la que se vieron envueltos los mineros vizcaí­nos a lo largo del periodo analizado.

Después del «pacto de loma» volvió a generalizarse  el trabajo a destajo, de tareas suplementarias, como sistema de trabajo preferido por los patrones, ya que con el conseguí­an una mayor productividad, y los obreros que tení­an unos ingresos salariales bajos, hacer frente al aumento de coste de la vida. Esta modalidad de trabajo fue la preferida por la Asociación de Patronos Mineros, afirmando que los obreros con un jornal nominal por tarea de 3,15 a 3,54 pts, han conseguido ejercitando tareas suplementarias un jornal efectivo de 3,45 pts 4,25 pts.

El trabajo a destajo aumentaba la cuantí­a del jornal por lo menos en un 10%. Ahora bien, si lo comparamos con el aumento del coste de la vida, los ingresos salariales procedentes del trabajo a destajo si situaban por debajo del aquel, según lo reflejan los siguientes datos.

En 1.907 según los datos de la Patronal Minera, los ingresos salariales del trabajo a destajo suponí­an un 16,7% más que el salario medio nominal, porcentaje que sumado al incremento salarial entre 1895-1905 (5%), nos da un alza trabajando a destajo del 21.7% entre ambos años.

Frente a este otra tenemos que los artí­culos alimenticios de primera necesidad habí­an crecido en un 37%.En sí­ntesis, los datos parecen confirmar el descenso del salario real del minero aun con el aumento salarial que puedo representan el suplemento del trabajo a destajo. Datos, en sí­ntesis, que avalan el hecho de que el nivel de vida (las posiciones económicas) del proletariado vizcaí­no, integrado en su mayorí­a por peones durante la primera industrialización (1876-1905), no mejoró; lo que tuvo sus efectos sociales; crecimiento de las tasas de mortalidad y de mortalidad infantil y desarrollo de una serie de enfermedades tí­picas de los núcleos urbanos de las primeras etapas de la industrialización, aunque por otra parte, consiguieron cierros avances en otros aspectos (reducción de la jornada laboral, supresión de cantinas y barracones obligatorios).

En cambio, este periodo se caracterizo por ser uno de los mejores para la burguesí­a sobre todo, para la minera, que consiguió obtener grandes beneficios en los que no participo el proletariado. En efecto, mientras las ganancias producidas por el sector minero, entre 1876-1899, absorbí­an el 66% del valor, los salarios y los gastos generales sumaban al 34%.

Los precios de los alimentos resultaban excesivamente elevados en España. Los bajos rendimientos de la agricultura española, la polí­tica proteccionista que favorecí­a a los grandes productores-vendedores y no al pequeños y mediano agricultor del interior, y la excesiva presión fiscal sobre la agricultura y los productos de consumo, encarecieron considerablemente las subsistencias en España a finales y principios del siglo. Así­, la R.M.M.I. solí­a hacer continuas llamadas de atención contra la carestí­a del pan, la carne y otros alimentos. En resumen, el salario del obrero estuvo recargado por fuertes derechos arancelarios e impuestos (estatales, provinciales y municipales) sobre  los consumos.

En 50 años (1855-1905), los precios almenas habí­an aumentado considerablemente, subida que por lo demás fue más intensa al final del periodo (1895-1905). En efecto, en estos años, mientras el salario medio anual aumentaba en un 0,5%, la suma de los precios de algunos alimentos básicos lo hací­a en un 3,7%.

La lucha de los obreros por la defensa de su poder adquisitivo se convirtió en la principal causa de los movimientos sociales contemporáneos. Si, en el Antiguo Régimen, el motor de la lucha social habí­an sido los precios del grano, la lucha por el salario es la manifestación de la lucha de clases en la empresa capitalista.

Esta circunstancia explica, por una parte, que la principal causa de las huelgas sean las peticiones de aumento salarial y por otra parte que la racionalidad económica del movimiento obrero favorezca el desarrollo de las organizaciones sindicales y polí­ticas de clase, que recogerán en sus programas las aspiraciones reivindicativas de los trabajadores.

FLUCTUACIONES ECONOMICAS Y MOVIMIENTO OBRERO

Según los datos ofrecidos por la Patronal «de los gastos de 1450 obreros que tienen familia y casa abierta» (alojamiento); y que está compuesta por término medio de cuatro personas, alcanzan al dí­a:

EN ALIMENTOS: ………………………………………………………. 1,977 PTS

EN RENTA DE LA CASA ……………………………………………..   0,448 PTS

EN LIMPIEZA Y OTROS. ……………………………………………… 0,247 PTS

TOTAL ……………………………………………………………………  2,692 PTS

La misma fuente afirmaba que por término medio se trabajan unos 285 dí­as al año al aire libre. Los mineros que trabajan en otras condiciones representan más del 94% del total, siendo sus ingresos los siguientes:

  Dí­as Jornal Ingreso

Al dí­a

Número de

Obreos

Capataces 285 4,715 3,955 459
Barrenadores 285 3,616 2,823 739
Peones 285 3,252 2,539 9.087
Pinches 285 2,195 1,713 910
MEDIAS 285 3,083 2,286 11.799

En definitiva, los peones que representaban el 77% de los trabajadores mineros, si formaban una familia con mujer y dos hijos, tení­an un ingreso medio diario inferior al gasto medio familiar. Estos solí­an paliar el problema, bien teniendo a otros obreros como huéspedes (la mitad de los 1.450 mineros analizados tení­an huéspedes pues no debemos olvidar que unas dos terceras partes de ellos son obreros sueltos que no tienen casa y familia en la zona minera o tienen trabajando algún otro miembro de la familia, como pinche etc.

Parece por lo menos, a través de las tres fechas 1890-1893, 1900-1903, 1910.1911) que la intensificación de la conflictividad social no en cuenta a número de huelgas), v unida estrechamente al comportamiento cí­clico de la economí­a capitalista. La virulencia de la lucha de clases se agudiza durante la crisis para moderarse en el intervalo depresivo y en la fase expansiva del ciclo económico.

Estos saltos o explosiones, como los llamarí­a Mobsvaun, están vinculados al ciclo económico corto o de Juglar, y a los profundos cambios estructurales tanto cuantitativos como cualitativos que se estaban produciendo en Vizcaya y en el Paí­s Vasco entre 1876-1913. Cada explosión va acompañado de un movimiento expansivo que afecta tanto la organización sindical como polí­tica de la clase obrera (UGT y PSOE), siendo los mineros la vanguardia del movimiento obrero, pues no se puede olvidar que las grandes huelgas generales del periodo de 1890-1913 se originaron en la zona minera extendiéndose posteriormente a los centros fabriles de la rí­a. En definitiva, después de cada explosión se produce una aceleración de la capacidad organizativa obrera (sindical y polí­tica) a través de las cuales irán conquistando nuevas posiciones tanto en el tajo (reducciones progresivas de la jornada, aumentos salariales, supresión del trabajo a destajo, de higiene, de seguridad), como la polí­tica (elecciones de concejales, alcaldes y diputados provinciales y generales) Leyes de tipo social y profundización de las libertades.

Saltos que suelen coincidir  con profundos cambios estructurales. En el Paí­s Vasco se producen cambios industriales y demográficos, inmigraciones masivas y se transforman tanto la composición de la población como el paisaje ideologico-politicos (nacimiento y desarrollo de dos fuerzas polí­ticas ) (nacionalismo PNV y socialismo PSOE) que van a configurar en gran medida el mundo ideológico polí­tico del Paí­s Vasco en el siglo XX, consolidación de una nueva clase hegemónica, la burguesí­a industrial financiera; vinculada su fracción más importante, la burguesí­a monopolista, al poder central y a los partidos polí­ticos que lo gestionan. A nivel estatal, los signos de los cambios  están representados por la aprobación del sufragio universal en 1890, el arancel proteccionista de 1891, el despertar de las nacionalidades catalana y vasca, etc…

Por otra parte, estos saltos coinciden en el tiempo con los habidos en Inglaterra (1889-1981 y 1911-1913), lo que nos puede sugerir que existe cierta relación entre el comportamiento obrero vizcaí­no e inglés como consecuencia de la gran dependencia de la minerí­a vizcaí­na  respecto de la siderurgia inglesa.

En las huelgas de 1890, 1903,1906, la supresión del trabajo a destajo fue una de las reivindicaciones más sentidas por los obreros mineros. Sin embargo, intransigencias de la patronal minera respecto a este y otros temas, obligo en cada huelga general a intervenir al poder público a través de los militares, que impusieron siempre soluciones obligatorias, por la que se suprimí­a; después de cada gran huelga general, el trabajo a destajo, los barracones y cortinas obligatorias, pero que, sistemáticamente, dejan de cumplir los empresarios.

El descenso de la productividad. Lo que está directamente relacionada con el agotamiento de los costos mineros más rentable, no pudo ser compensado por las nuevas técnicas introducidas en el sector, y los empresarios buscaron a través del trabajo intensivo mejorar la productividad, es decirla producción por unidad de tiempo trabajado y, por lo tanto, los beneficios. En cambio, los trabajadores y sus organizaciones de clase PSOE y UGT comprueban que el sobreesfuerzo del trabajo a destajo no suponí­a una mejora sustancial de los ingresos y si en cambio, favorecí­a el paro o la reducción de los puestos de trabajo.

LA HUELGA DE 1890 EN EL MOVIMIENTO OBRERO VASCO

El alza de los precios de las subsistencias de primera necesidad entre 1888-1890, los precios abusivos de las cantinas, explotadas por los capataces, en donde los mineros tení­an que comprar obligatoriamente los alimentos y la caí­da del salario real a lo largo de la delicada 1880 fueron factores que contribuyeron a desencadenar la huelga general del mayo de 1890, que se inicio el 12 de Mayo y concluyo con el pacto de Lona; en el que se establecí­a la reducción del horario a f10 horas, distribuida del siguiente modo: 11 horas se trabajarí­an en los meses de mayo, junio, julio y agosto; 9 horas en los meses de noviembre, diciembre; enero y febrero y el resto de los meses, 10 horas. Se suprimí­a la obligatoriedad de adquirir los alimentos en las cantinas que explotaban los capataces, en donde los precios eran más elevados que en las tiendas. Sin embargo, las cantinas obligatorias siguieron existiendo, violándose el pacto de Loma, como lo demuestra el hecho de que 3 años después vuelve a estallar una huelga en Matamoros y la Reineta, entre otras causas, por la cuestión de albergues y cantinas obligatorias. Además también se concedió la libertad de habitación; ya que solí­an vivir en barracones o «cuarteles».

Por último tampoco debemos olvidarnos de la labor polí­tica y organizativa de los dirigentes del incipiente socialismo vizcaí­no, que probablemente aprovecharon el malestar entre los mineros para celebrar el primero de mayo el domingo dí­a 4 con sendos mí­tines en Bilbao y La Arboleda.

Los trabajos de J.P Fusi sobre el movimiento obrero en el Paí­s Vasco han permitido a los interesados por la cuestión vasca y a los historiadores, en general, contar con una obra de importancia sobre un tema tan olvidado y a la vez tan básico para la comprensión de la historia del Paí­s Vasco y de las diversas actividades polí­ticas surgidas como consecuencia del desarrollo de la sociedad capitalista y de la ascendencia de nuevas clases. Recordemos los datos esenciales; de un lado se va configurando una potente burguesí­a industrial y financiera que será la columna vertebral de la clase dominante del capitalismo español en el siglo XX cuyo peso económico e influencia polí­tica fue cada vez mayor en el conjunto del Estado; burguesí­a que terminara aliándose con la oligarquí­a agraria desde el arancel proteccionista de 1891, participando con ella en el control del aparato del Estado a través de una creciente división del trabajo y en la explotación del mercado interior a través de una rigurosa polí­tica proteccionista que conducirá a la economí­a española hacia posiciones cada vez mas «nacionalista » y anárquicas.

De otro lado, un numeroso proletariado industrial, que procedí­a en su mayor parte del campo y de fuerza de Euskadi, y que se concentró, más bien se hacino, en los nuevos núcleos urbano-industriales de la zona minera de la Rí­a, cuya vida, durante este periodo, resultó difí­cil y dura; y una pequeña y mediana burguesí­a alejada del poder y enfrentada polí­tica y económicamente (como en el caso de los pequeños y medianos empresarios cuya materia prima es el hierro y el acero) a la burguesí­a monopolista bilbaí­na, representada por los intereses siderúrgicos.

La huelga se inicia cuando aparece la crisis de 1890-1892, como lo refleja el hecho que la fase depresiva de los precios del mineral y del lingote de hierro en Bilbao comenzase

en el mes de abril.

La crisis económica, que ya se barruntaba estalla definitivamente en abril de 1890, como lo demuestra la baja de los precios del mineral rubio de 12,50 pts. La tonelada de principios de abril, a 10,25 pts. A mediados de mayo y de 100 a 90 pts. La tonelada de lingote de fundición de la misma época. Los pedidos de material y los siderúrgicos habí­an descendido, incrementándose los stocks. No es de extrañar, por lo tanto, la actividad intransigente de los empresarios ante las reivindicaciones de los huelguistas.

Ante el cariz que tomaba la huelga general, una de las primeras que conocí­a España, el Gobierno se vio obligado a intervenir, enviando al ejército al mando del general Loma, que después de tomar posiciones en la zona minera de emplazar los cañones en las partes más elevadas forzó a patronos y mineros a aceptar una serie de condiciones que supusieron mejoras sustanciosas para los mineros.

Para el gobierno de Madrid, el conflicto, así­ como los intereses del naciente y pujante capitalismo vizcaí­no quedaban lejos, no sólo en la distancia sino en su comprensión, ya que los dirigentes polí­ticos del poder central representaban más a los intereses de la oligarquí­a agraria que a los de la reciente burguesí­a industrial vasca.

De ahí­, su posición conciliadora en el huelga. Sin embargo, según entramos en la década, como fecha representativa tenemos el arancel proteccionista de 1891, podemos afirmar, como regla general, que los intereses del gran capitalismo vasco, vinculado al sector siderúrgico, quedan unidos definitivamente al poder central que será fiel defensor de sus intereses a través de todo tipo de medidas: arancelarias, polí­ticas, de orden público, etc.

En resumen, la recesión hemos de buscarla en el plano internacional, especialmente en la crisis británica, pues es la nación que consumí­a la mayor parte del mineral vizcaí­no. La causa de la crisis estuvo en la ruptura del equilibrio consumo-producción. Es una tí­pica crisis de sobreproducción del centro desarrollado que afectó a las regiones atrasadas y subdesarrolladas productoras de materia prima para el centro. Los precios cayeron como consecuencia de la contracción de la demanda, lo que se tradujo en acumulaciones crecientes de stocks de mineral debido al descenso de las exportaciones, como lo reflejan las cifras del año siguiente, que pasaron de 4.272.918 toneladas exportadas en 1890 a 3.356.882 toneladas en 1891. Sin embargo, la producción descendió pero levemente de 4.795.000 a 4.530.000 toneladas. Todo ello supuso una disminución de los beneficios, no extrañándonos que la actitud empresarial se orientase a disminuir los salarios, como único medio de reducir los costos, y a despedir obreros para ajustar la producción a la demanda, favoreciendo con ello el incremento del paro. Simultáneamente, se dejaban de explotar las minas menos rentables, lo que se tradujo en un aumento de la productividad media del minero.

En efecto, los salarios medios nominales que se pagaban en las obras del puerto de Bilbao  distintas profesiones descendieron en su mayorí­a del año económico de 1890-1891 al 1891-1892. La empresa de Altos Hornos de Bilbao acordó rebajar el jornal en 1893 en uno de sus talleres.

La posición de la prensa, vinculada a los intereses patronales, no puede ser mas clarificadora sobre los conflictos, como lo demuestran las afirmaciones de la R.M.M.I. en los últimos meses de 1890: «El obrero español no tiene que apurar ahora a sus patrones sino apretar al gobierno del paí­s a que haga todo aquello que conduzca a la alimentación barata que equivale a aumento de jornada».

El bajo nivel de vida del proletario español respecto del europeo occidental queda ní­tidamente reflejado si comparamos los precios del pan y los salarios.

Así­, mientras en España el precio del pan era de los más altos de Europa, lo que debí­a por una parte, a la deficiente estructura productiva agrí­cola y, por otra, al sistema fiscal que recargaba en exceso los precios de los artí­culos de primera necesidad, los salarios, en cambio, eran de los más bajos.

Si comparamos el precio del trigo con el del pan, nos encontramos que mientras el hectolitro del primero, entre 1859-1860, descendí­a levemente (un 2%), el precio del segundo subí­a un 85%, incremento que se debió fundamentalmente al aumento de la participación de los impuestos de «consumos» en el precio de venta.

Las huelgas en las minas vizcaí­nas vuelven a aparecer en 1891, 1892 y 1893. El número de huelgas se elevó a 23 en estos 4 años, en una época de coyuntura desfavorable -de caí­da de los precios, de contracción de la producción e incremento de stocks al reducirse el mercado.

ACTITUDES POLITICAS: BURGUESIA Y PROLETARIADO

Sin olvidarnos, por otra parte, que estas diferencias también se extendieron a las relaciones de la burguesí­a con la clase obrera. Las condiciones sociales y de trabajo de los obreros mineros eran más duras que las de los obreros industriales, y no sólo por las condiciones objetivas de producción, sino por la propia actitud del empresariado, ya que al bajo salario y a la larga jornada de trabajo, hay que agregar una nueva sobreexplotación del asalariado minero, como la obligación de comprar en las cantinas de las empresas y capataces (mas caras que las tiendas) o trabajar para empresarios-arrendatarios y contratistas, que arrendaban las minas o las labores.

El trabajo a destajo, que estaba bastante generalizado en la minerí­a, se convirtió en una forma bastante elástica de ingresos para los obreros, lo que les posibilito hacer frente al aumento del costo de la vida., pero a la inversa, esto suponí­a una sobreexplotación. Su desaparición y la reducción de la jornada y el aumento salarial se convirtieron en las principales reivindicaciones del movimiento obrero minero.

Las empresas siderúrgicas, por el contrario, fundaron cooperativas de consumo como medio de lucha contra la carestí­a de los artí­culos de primera necesidad y, de forma indirecta, contra el alza de los salarios y los precios de producción.

LOS MINEROS: LA VANGUARDIA DE LA CLASE OBRERA VASCA

En sí­ntesis, las divergencias y contradicciones entre ambas burguesí­as (minera e industrial) también se van a ver reflejadas en la propia dinámica de la lucha de clases. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que la sobreexplotación que vivió el obrero minero tení­a que producir necesariamente un efecto acumulativo que habrí­a de explotar de tiempo en tiempo, aproximadamente cada 10 años (huelgas de 1890,93, 1900-1903, 1910-12) como mecanismo de descomprensión, por una parte, y de avance organizativo (sindical y polí­tico), reivindicativo y de conciencia de clase de los mineros, por otra. Situación que trajo un mayor radicalismo y nivel de conciencia de su explotación entre los obreros mineros, como lo demuestra el hecho de que las grandes huelgas generales se iniciasen en los pueblos mineros «en el monte», arrastrando (y hasta obligando a secundarles) a los obreros de la fábricas de la Rí­a. De los pueblos altos (mineros) descendí­an los huelguistas a la Rí­a, recorriendo las fábricas, y llevando a la huelga a sus obreros en un recorrido que solia empezar en Portugalete y terminar en Bilbao.

Desde esta perspectiva, no es de extrañar que los centros mineros se convirtieses en los núcleos de vanguardia de la clase obrera vasca. Los dirigentes y las agrupaciones más radicales del socialismo español y vasco nacieron en los pueblos mineros, evolucionando muchos de ellos hacia posiciones comunistas, favorables a la Tercera Internacional, y terminando por escindirse del PSOE para crear el partido comunista en los años veinte.

LOS ORIGENES DEL SOCIALISMO EN VIZCAYA

La huelga de 1890, que terminó con el pacto de Loma, supuso un triunfo relativo de los obreros, triunfo que fue acompañado del despegue definitivo del socialismo como lo demuestran las nuevas agrupaciones socialistas constituidas y reconstituidas en Vizcaya entre junio de 1890 y enero de 1892, que suman un total de 7 (5 nuevas y 2 reconstituidas).

De las nueve agrupaciones existentes, seis estaban ubicadas en los pueblos mineros (La Arboleda, Ortuella, Las Carreras, Gallarte, La Barga y el Campillo), las tres restantes correspondí­an a los pueblos de la Rí­a (Sestao, Deusto y Bilbao).

Para 1891, según Pablo Iglesias, «Vizcaya es la provincia española en la que el socialismo posee más seguidores y en la que han arraigado más firmemente. Hace algunos años no existí­a allí­ ni un solo sindicato y el partido socialista no contaba más que con un puñado de seguidores, tanto en la capital de Bilbao, como en las importantí­simas zonas mineras. Hoy el proletariado bilbaí­no es plenamente socialista y tienen entre 12 y 14 sindicatos. En los distritos mineros, nuestro Partido cuenta con 6 agrupaciones. Recientemente se ha formado un sindicato minero con el propósito de apoyar luchas salariales y de mejorar las condiciones de trabajo.

El rápido progreso de las ideas socialistas y este rápido asociarse de los elementos obreros no son tanto resultado de la propaganda socialista y del celo de los compañeros que actúan en esa parte del Paí­s, cuando del auge industrial producido en Vizcaya en un breve plazo temporal».

Sin embargo, para el verano de 1892 (agosto), tan solo quedaban tres agrupaciones (Bilbao, Sestao y la Arboleda), habiendo desaparecido cinco de la zona minera y la agrupación de Deusto. Hecho que eta relacionado directamente con la persecución emprendida tanto por la patronal minera como por las autoridades.

Contra los trabajadores afines a la ideologí­a socialista, el Circulo minero, en su reunión del 5 de mayo de 1891, resolví­a que «los empresarios mineros y contratistas despidan de los trabajos a los obreros afiliados al partido socialista; pero que, si hay algunos de estos que manifiesten por escrito que están dispuesto a abandonar dichas ideas o que dejan de pertenecer al partido, se les tolere que continúen en sus trabajos y se vigile con suma atención la conducta que observen en lo sucesivo.

Al acercarse el 1 de mayo de este año 1891, se propusieron vengarse de las derrotas sufridas y debilitar a nuestro partido con una sangrí­a. Con este fin, se pusieron de acuerdo los propietarios de minas y decidieron despedir a todos los que se habí­an distinguido en la defensa de las ideas socialistas. La administración provincial de Vizcaya, que posee algunas minas, fue la primera en cumplir la resolución y despidió a los 17 trabajadores. Otros propietarios siguieron su ejemplo.

A los obreros mineros para sobrevivir no les quedo otra alternativa que la de desafiliarse, pero esto no quiere decir que descendiese la influencia del socialismo en el movimiento obrero Esta persecución fue la causante que entre el III y IV Congreso (agosto 1892-agosto1894) no surgiese ninguna agrupación socialista.

Años que se encuadran dentro de la crisis y recesión económica de 1890-1896, y que afectaron negativamente, como hemos reseñado a la producción y al empleo en Vizcaya. En sí­ntesis, si a la intransigencia del empresario se agrega la crisis con las secuelas que conlleva (contracción de la producción y de los precios, estancamiento o descenso de los salarios e incremento del paro) no es de extrañar el retroceso que experimento la filiación al PSOE entre los agostos de 1892-94; retroceso pero no descenso de la influencia ideológica socialista y que hemos de entender como una respuesta táctica de la clase obrera frente a la crisis y la represión de la patronal.

Otro dato que no puede obviarse en este análisis es la inestabilidad de la productividad en el sector minero si la comparamos con otros sectores, como el siderúrgico. La intensa explotación que experimento la zona minera en el último cuarto de siglo, trajo un agotamiento progresivo de las mejores minas, lo que obligo a los empresarios mineros a introducir importantes mejoras técnicas y por lo tanto, a realizar nuevas y costosas inversiones que no fueron recompensadas con un aumento de la productividad. Por otra parte los márgenes de ganancia del sector minero iban a estar condicionados fundamentalmente por el mercado exterior (de libre concurrencia) y el precio internacional.

En cambio, el sector siderometalúrgico desde 1892, al contar con una importante cobertura que le daba el arancel proteccionista y la devaluación, podrá vender en un mercado (el español) cada vez más protegido, lo que le permitirá cartel izar el sector

siderúrgico en 1897 e implantar precios de monopolio y de trabajo y las totales a partir de este momento. Factores que, en definitiva, habrán que incidir sobre las distintas fracciones de la burguesí­a (minerí­a e industrial) de manera diversa: mayor intransigencia entre los empresarios mineros respecto de la clase obrera y sus organizaciones sindical y polí­tica, que entre la industrial, durante el periodo de 1890-1913.

La abundante reserva de mano de obra existente en España, lo que era un producto del paro estructural que se habí­a generado con la reforma agraria liberal y acentuado con la crisis agrí­cola del último tercio del siglo XIX, es otro de los factores a tener en cuenta a la hora de analizar el movimiento obrero, primero, porque permitirá a la burguesí­a pagar y mantener los salarios en unos niveles bajos; segundo, porque en los momentos conflictivos, los posibles inmigrantes o parados podí­an actuar como apagafuegos de las reivindicaciones obreras, sobre todo, en las largas huelgas.

La huelga de 1903 se saldó con una nueva derrota momentánea de la patronal minera, hecho que determinó que un grupo de empresarios y contratistas descontentos de los  resultados de la polí­tica del Circulo, crease la «Asociación de Patronos Mineros de Vizcaya», que legalmente data de 1.907, con el objetivo prioritario de defender los intereses empresariales frente a unos obreros cada vez más y mejor organizados. El 30 de Octubre de 1.903, el general Zappino imponí­a a la patronal el pago semanal y la cesación obligatoria de cantinas y barracones, que eran los puntos fundamentales de las reivindicaciones de los trabajadores.

Este nuevo fracaso de la patronal y las divergencias que comenzaban a surgir entre los distintos empresarios fueron acompañados de cambios en las actitudes de ciertos empresarios que terminaron por abandonar la polí­tica de cantinas obligatorias, creando economatos y cooperativas.

En 1903 se creó la Asociación de Patronos Mineros con el fin de abrir un nuevo frente organizado de la patronal, dejando al Circulo Minero la actividad relacionada con la Administración en el frente fiscal, legislativo.

LA DURACION DELTRABAJO

LA JORNADA DE TRABAJO

No parece que los patronos vizcaí­nos encontrasen exageradas las diez o diez horas y media que trabajaban sus obreros a primeros de siglo, para los mineros por ejemplo, la jornada de diez horas, no puede estimarse excesiva para los obreros, sus labores no requieren un penoso esfuerzo que aconseje la disminución de la jornada por la intensidad del trabajo.

Es sabido que los trabajadores organizados, consideraban excesivas, inhumanas dichas jornadas. Ya los primeros estatutos de la UGT contemplaban la petición al Gobierno de la jornada de 8 horas, que fue también solicitada por los obreros bilbaí­nos durante la primera celebración del primero de mayo, en 1890. La misma petición se incluí­a en las conclusiones elevadas al Gobierno en los primeros de mayo de 1917 y 1918 y en el Estatuto del trabajo que solicito la UGT en enero de 1.919.

Establecida la nueva jornada, no se volvió en los años siguientes a los antiguos horarios, salvo en algunos pueblos en los que a veces eran los mismos obreros los que querí­an trabajar más, pero los patronos no ocultaron las consecuencias graví­simas del descenso de producción originado por su implantación, ni su deseo, de aumentar las horas  de trabajo.

LAS HORAS EXTRAORDINARIAS

Siempre se hicieron horas extraordinarias en la industria vizcaí­na pero el tema solo adquirió verdadera relevancia, después de establecida la jornada de ocho horas.

En los meses inmediatamente posteriores a la implantación de la nueva jornada, las organizaciones trataron de suprimir las horas extraordinarias, conforme a las disposiciones de sus estatutos.

Dichas campañas tuvieron muy poco éxito, porque la supresión de horas extraordinarias, no convení­a a los patronos, que las preferí­an al incremento de la plantilla, ni a muchos obreros, que las cobraban con un fuerte sobreprecio.

EL DESCANSO SEMANAL

El establecimiento del descanso dominical-no incluido expresamente en ningún programa de reivindicación obrera- era con la regulación del trabajo de mujeres y niños y de los accidentes de trabajo, uno de los proyectos de reformas sociales no fue aprobado.

LAS VACACIONES RETRIBUIDAS

El derecho de los trabajadores a siete dí­as anuales de vacaciones retribuidas. Dicha reforma habí­a sido incluida ya en el anteproyecto de ley sobre Contrato de Trabajo aprobado por el pleno del IRS en enero  de 1924, con el voto en contra de la representación patronal.

La concesión o, imposición de «tan radical innovación» habí­a de implicar una carga efectiva y abrumadora para la industria española, que, añadida a las demás que sobre la misma pesan, la llevarí­a a no poder sostener la ruda y desigual competencia a que se ve condenada con las industrias extranjeras, libres de tales gravámenes.

HIGIENE Y SEGURIDAD EN EL TRABAJO

Las estadí­sticas de los accidentes del trabajo y las memorias generales de la Inspección del Trabajo, suministran información, sobre los accidentes del trabajo y sus causas en los establecimientos industriales de la provincia y sobre el cumplimiento de las diversas leyes sociales  por los patronos vizcaí­nos.

De los comentarios de los propios inspectores del Trabajo parece deducirse que eran frecuentes las infracciones a las disposiciones sobre seguridad e higiene en el trabajo en la industria, de la alimentación y de la confección, no hay en sus memorias, queja de las empresas siderometalúrgicas, muy raras veces atacadas en este punto por las organizaciones sindicales.

Eran, muy frecuentes en los periodos más cercanos a los obreros las protestas respecto a las condiciones de seguridad en las explotaciones, cuyo control se disputaban la Jefatura de Minas y la nueva Inspección del Trabajo.

Sólo en los años treinta, y movidos probablemente por las crecientes cargas económicas que las disposiciones sobre accidentes del trabajo suponí­an, emprendieron los patronos vizcaí­nos, pioneros en este tema a nivel nacional. Activas y modernas campañas de prevención de accidentes del trabajo.

Para concluir creemos que debido a una alta productividad la economí­a vizcaí­na pudo mantener unas tasas salariales altas para el contexto nacional. Como consecuencia de un crecimiento industrial experimentado por Vizcaya a partir de 1876 la clase trabajadora experimento una mejorí­a en su nivel de vida. Esta mejorí­a se evidencio en la cada vez más numerosa asistencia de obreros a espectáculos públicos y lugares de recreo como juegos de frontón y bolos, toros, cinematógrafo, tabernas, sidrerí­as, cafés, teatros de género chico, etc.

Esta igualdad de clases sociales también se vio reflejada en la presencia de la clase obrera en mercados y establecimientos comerciales reservados en otro tiempo a las clases medias.

Sin embargo, resultaba evidente que los beneficios del sensible aumento de la riqueza total se habí­an concentrado de forma desproporcionada en los sectores sociales económicamente más poderosa. El contraste cubre la riqueza suntuaria de los palacios construidos por los industriales y financieros de la región en barrios residenciales situados fuera de Bilbao y de las zonas mineras y fabriles y la pobreza de los suburbios obreros, era el testimonio más elocuente de ello.

La paralización social se hace evidente ya que de un lado la minorí­a afortunada que levante, para recreo de sus ocios los hoteles coquetones de Las Arenas y Santurtzi, Algorta y Portugalete, y las mansiones esplendidas del magní­fico ensanche de Bilbao. Del otro, la mayorí­a de desvennturados, guareciéndose en ese cuenca mineral, cuya fealdad infunde espanto, y partiendo la vida entre el sombrí­o hormiguero de la mina y de los barracones inhumanos.

La consecuencia de esta paralización social es la extensión a partir de 1890 del socialismo y los conflictos mineros. Como señala Miguel Unamuno e su obra «del Bilbao mercantil al industrial» «… el Bilbao de las fabricas, el industrial trajo la plutocracia- la de nuevos condes siderúrgicos- la capitalización obrera, el socialismo proletario».

En Vizcaya como en otras partes, el desarrollo industrial habí­a producido una honda transformación del clima de las relaciones sociales.

Durante los diez primeros años de la industrialización acelerada no se registraron agitaciones de carácter laboral, en parte tal vez por las relativas ventajas materiales

que el trabajo en Vizcaya ofrecí­a a las masas de trabajadores inmigrantes. Serí­a erróneo concluir de ello que no existirán motivos de descontento. La historia social de la región a partir de 1890 bastarí­a para desautorizar esa conclusión. Era más bien que los trabajadores no creyeron, por las razones que fueran, la necesidad de expresar dicho malestar por medio de una acción polí­tica o sindical independiente.

1 comentario

  1. Anonimoa

    Oso ondo dago hau, oso erabilgarria izan delako gure lanerako 🙂

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