RECORRIDO HISTÓRICO 48: algunos ilustres de la Anteiglesia
Bien es verdad que el título es estrambótico, es decir, que no responde exactamente a la realidad. Escribir sobre “ilustres” conlleva, en primer, su elección y, a estas alturas, no seré yo quien se exponga a diatriba alguna. Supone, por otra parte, recorrer la amplia historia de la anteiglesia para acotar un tiempo. Tampoco es el caso de dejar en el tintero a múltiples contemporáneos merecedores del “ilustre”. Permítaseme, entonces, una cierta licencia para traer a este recorrido a siete personajes del pasado: Juan de Zubileta, Álvaro Ortuño de Urkullu, Juan de Castaños, Antonio de Aranguren, Jorge de Barakaldo, Fray Martín de Coscojales y Fray Miguel de Alonsótegui. ¿La elección? Sus apellidos, muy en consonancia con la toponimia del entorno. Como introducción unas breves líneas acerca de la presencia de pescadores vascos (entre los que seguramente habría barakaldeses) en Norteamérica.
Sin que existan pruebas de la presencia de pescadores vascos en Norteamérica antes de 1492, sí es demostrable la gran actividad de éstos en Terranova (Canadá) al menos desde 1517. Todavía hoy, muchos de los nombres de ciudades y otros lugares en la Isla de Terranova son de origen vasco[1]
En las décadas de 1530 a 1570, el negocio ballenero registró su etapa de mayor apogeo. La flota vasca llegó a estar formada por una treintena de barcos, tripulados por más de dos mil hombres, que capturaban unas cuatrocientas ballenas cada año. No obstante, la tradición ballenera en el Cantábrico se remonta a la Edad Media y fue un importante motor de las poblaciones costeras. La principal fuente de ganancia estaba en la grasa del animal, posteriormente convertida en aceite a la que se denominaba saín. Este producto se empleaba en el alumbrado y ardía sin desprender humo ni dar olor. Asimismo, los huesos servían como material de construcción para la elaboración de muebles. La carne apenas se consumía en España, pero se salaba y se vendía a los franceses.
No cabe la menor duda, en cambio, de la enorme huella que la lengua vasca causó en los idiomas de los pobladores de la Isla de Terranova desde el siglo XVI. Durante los dos siglos de esplendor del Imperio español, en Terranova se habló un pidgin, es decir, un lenguaje rudimentario que mezclaba el euskera y las lenguas locales. Muchos de los nombres actuales de ciudades y otros lugares de Terranova son de origen vasco. Como ejemplo, la ciudad Port-aux-Basques está presente en mapas de 1612; Port-au-Choix es una desfiguración de Portuchoa, «puertecito»; y Ingonachoix (Aingura Charra) se traduce como «mal anclaje».
Más allá del componente mítico, está la certeza de que desde 1517 los intercambios comerciales de pesca, culturales y posiblemente genéticos fueron muy frecuentes entre los pescadores vascos (vizcaínos y guipuzcoanos) y los amerindios de Terranova. Las factorías vascas repartidas por las costas de Terranova, Labrador y el golfo de San Lorenzo llegaron a reunir hasta 9.000 personas en algunas temporadas y constituyeron la primera industria en la historia de América del Norte. «Los vascos lo empezaron», afirmó el presidente estadounidense Thomas Jefferson en 1788 referido a que fueron estos pescadores los que descubrieron al mundo conocido de entonces la técnica de la caza industrial de las ballenas. La colaboración con los nativos mikmaq y beothuk, que trabajaban para los vascos a cambio de pan y sidra, permitió un intercambio cultural que ha sobrevivido parcialmente hasta nuestros días.
El itinerario anual de los balleneros comenzaba con su partida de la Península Ibérica en la segunda semana de junio. La travesía del Atlántico duraba cerca de 60 días, llegando a Terranova en la segunda mitad del mes de agosto, a tiempo para interceptar las ballenas en su migración otoñal del Océano Ártico hacia los mares del Sur. La caza duraba hasta el fin de año, cuando la llegada del invierno recubría de hielo las aguas de la bahía y hacía muy complicada la navegación. Es por ello que solo se quedaban en América del Norte durante la temporada invernal los barcos que no habían conseguido capturar una buena pieza. El viaje de retorno era habitualmente más corto, entre 30 y 40 días, gracias a las corrientes y los vientos favorables.
Conforme avanzaba el siglo XVII, se aceleró el declive de los balleneros vascos. La entrada en el escenario americano de marineros franceses, ingleses, daneses y holandeses, entre otros, comprometió gravemente la actividad vasca en Terranova. El tratado de Utrecht, que escenificó el paso de Terranova de manos francesas a inglesas, fue el golpe final para una industria que ya no obtenía la rentabilidad de otros tiempos[2].
1.- JUAN DE ZUBILETA[3]
El diez de agosto de 1519, partía desde Sevilla, una expedición, contando con el auspicio real y capitaneada por el portugués Fernando de Magallanes, quien pretendía dar la vuelta al mundo por mar, como prueba irrefutable de la redondez de la tierra. De las riberas del Nervión (Deusto, Bilbao, Barakaldo) se embarcaron varios marineros de los que conocemos los nombres de Juanico Vizcaino, Juan de Arratia, Ochote de Erandio, Pedro de Bilbao, Juan Orúe, Juan de Menchaca, Martín de Aguirre, Pedro de Mugártegui, Domingo de Olavarrieta, Juan Ortiz de Gopegui, Martin de Goitisolo, Sebastián de Olarte, Lope de Ugarte, Juan de Acurio, Antón de Basozabal, Martín de Barrena, Domingo de Urrutia, Juan de Aguirre y Juan de Zubileta[4].
Hay que reseñar que Zubileta no fue el único barakaldés que se enroló en la epopeya de Magallanes. Como simple grumete, aparece un tal Joan de Landaburu quien en la lista de embarcados lleva el número sesenta y ocho. Cuando al pie de la nave se les tomaba nombre, procedencia y la causa del embarque, por si eran fugitivos de la Justicia, en este caso consta: “que dize ser de la aldea de Baracaldo, en tierras de Bizkaia, y que embarca por hambre”. Posiblemente al enrolarse y no figurar entre los dieciocho que finalmente regresaron de la travesía es de suponer que moriría, quizá de escorbuto, durante la misma.
En los días previos a zarpar el navegante Juan de Zubileta, natural de Barakaldo (Burceña) se enrola en la expedición[5] a la edad de quince años, quedando con categoría de paje al servicio del segundo mando que ostentaba el guipuzcoano Juan Sebastián Elcano. Era hijo de Sancha (cuyo apellido desconocemos) y Martín Ochoa de Zubileta[6] que poseía molino en el salto de agua, en el altozano del lugar, y su mujer cuyo apellido se desconoce. El joven sabía leer y escribir por lo que poseía cierta categoría con respecto a otros miembros de la tripulación, lo cual consta en el archivo de indias.
La expedición que duró casi tres años perdió al almirante Magallanes en Filipinas (Batalla de Mactán con una tribu cebuana encabezada por el jefe tribal Lapu-Lapu 1521). Elcano toma el mando del resto de la expedición y es el encargado de arribar de regreso al puerto de Sanlúcar de Barrameda.
Cuentan las crónicas que Juan de Arratia y Juan de Zubileta fueron los dos únicos marinos que se mantuvieron toda la travesía en una misma nava (la Nao Victoria), sin cambiar a otras cuatro de la Armada y sin desfallecer un solo momento. El de Zubileta contaba ya con 18 años cuando retornó a su tierra vizcaína, estando entre los 18 supervivientes de los 234 que iniciaron el gran viaje y posiblemente sea el mismo que aparece casado en 1550 en los registros de la entonces parroquia del barrio de Irauregui (hoy Alonsotegui). Poco sabemos de Juan después de los días gloriosos de la expedición, fuera de los datos anotados de su estancia en Valladolid y Badajoz.
Durante la travesía percibió 500 maravedíes, sueldo superior al pagado a Arratia, también vizcaino, y a los demás de la edad de Zubileta aunque inferior al que cobraba Acurio el contramaestre bermeano que también alcanzó a dar con Elcano la vuelta de la tierra por vez primera.
Se le dieron, al final, como a los demás los maravedíes equivalentes al sueldo de un año, o sea 500 y además varios quintales en especia que era entonces producto riquísimo; el cálculo verificado significaba un capital en venta con lo cual pudo Zubileta vivir cómodamente el resto de sus días.
Pero hay un hecho cierto y es que, después de aparecer en la historia, su linaje prosperó y lo encontramos en el mismo Barakaldo enlazado con las mejores familias como los Irauregui, Galindez de San Pedro, Martínez de Lejarza, Zugasti, Hurtado de Saracho, Romarete, Hurtado de Yarto, Palacio y otras.
2.- ÁLVARO ORTUÑO DE URKULLU[7]
Natural del barrio de Eskauritza en Barakaldo, fue uno de los primeros europeos en navegar a las Indias, donde partió en 1508. En Barakaldo dejó a su mujer, Marina de Iguliz, y un hijo, también llamado Ortuño, al que sus vecinos siempre conocieron por el apellido materno. Permaneció 33 años en América sin volver a su tierra natal, donde dicen mantuvo amores con una india, llamada Beatriz, fruto de los cuales nació otro hijo al que llamó «Juanico” de Barakaldo. Ortuño fue uno de los descubridores del Pacífico en la expedición de Balboa y uno de los primeros vecinos de la ciudad de Panamá.
Ortuño de Iguliz, el hijo que había dejado en Barakaldo creció y dedicaba algunos meses del año a navegar, sobre todo en la «carrera» que las naos de Somorrostro hacían dos veces al año desde las aguas del Ibaizabal hasta Flandes. No había conocido a su padre pero, como nos señala Goio Bañales[8], mantenía con él un vínculo semejante al que dicen que existen familiares que viven alejados y que se enciende cuando a alguno de ellos le sucede una desgracia.
Embarcó en 1529 en la nao de su vecino, el capitán Tomás de Arraxieta, cuya tripulación la componían casi exclusivamente jóvenes de Barakaldo. Salieron con destino a Sevilla junto a otras naos de Portugalete y Sestao, a fin de cargar algunas mercancías que desde allí transportarían a Flandes.
Todas las naves surgieron en el Guadalquivir sin novedad, salvo la de Arraxieta, que se había visto sorprendida por una tormenta cerca de las costas de Lisboa, en los Gachopos. Más tarde llegaron noticias de que la nao había zozobrado y que todos sus tripulantes se habían ahogado en octubre del año 1529 ahogándose Ortuño de Iguliz. Entretanto en Panamá, a un océano de distancia, Ortuño de Urkullu se sintió enfermo y finalmente falleció curiosamente en el mismo mes y año que su hijo. Era como si el destino no hubiese querido esperar ni un minuto a unir en la otra vida aun padre y un hijo que no se conocieron en esta.
¿Qué quién fue este Ortuño de Urkullu? Ni más ni menos que uno de los primeros europeos que pusieron los pies en la Mar del Sur -el océano Pacífico- con Vasco Núñez de Balboa, el año 1513. Acerca de aquella hazaña se ha escrito mucho. Dejo aquí un par de textos que mencionan a nuestro personaje: “…el capitán Vasco Núñez de Balboa Andrés de Vera, clérigo; Pizarro Francisco Bernardino de Morales; Albitez Diego; Rodrigo de Velázquez, Perez Fabián Francisco Valdenebro; Gonzalez de Guadalcama Francisco Sebastián e Grijalba; Muñoz Hernando Hernando Hidalgo; de Bolaños Alvaro Ortuño de Baracaldo; vizcaíno, de Lucena Francisco Bernardino de Cienfuegos, asturiano; Ruyz Martín Diego de Texerina, Daza Cripstobal Johan de Espinoza; Rubio de Malapartida Pascual Francisco Pesado de Malapartida; de Portillo Johan Johan Gutierrez de Toledo; Martín Francisco Johan de Beao. Estos veinte é seis y el escribano Andrés de Valderrábano fueron los primeros chripstianos que los pies pusieron en la Mar del Sur y con sus manos todos ellos probaron el agua nueva por ver si era salada como la destotra Mar del Norte: é viendo que era salada é considerando é teniendo respecto á donde estaban, dieron infinitas Gracias a Dios por ello …”[9].
El segundo texto que copio está extraído de “Vida de los españoles célebres” de Manuel José Quintana (año 1845), que cita la “Historia General” del cronista Gonzalo Hdez. de Oviedo.
Son tres los que existen incorporados a la letra en el texto de la Historia general de Oviedo, como lo hacía frecuentemente con otros muchos documentos que le venían a la mano. Éstos se hallan en los capítulos 3 y 4 del libro 29, uno respectivo al descubrimiento de aquel mar, y los otros dos a la toma de posesión primera y segunda.
Pondremos aquí el primero y extractaremos el segundo, para contentar la curiosidad de los lectores y poner algún documento auténtico y original de aquel célebre acontecimiento.
«Diré aquí quiénes fueron los que se hallaron en este descubrimiento con el capitan Vasco Nuñez, porque fué servicio muy señalado, y es paso muy notable para estas historias, pues que fueron los cristianos que primero vieron aquella mar, segun daba fe de ello Andrés de Valderrábano, que allí se halló, escribano real, é natural de San Martin de Val-de-Iglesias; el cual testimonio yo vi allí, y el mismo escribano me le enseñó, y después cuando murió Vasco Nuñez murió aqueste con él, y tambien vinieron sus escripturas á mi poder, y aquesta decia de esta manera: »Los caballeros y hidalgos y hombres de bien que se hallaron en el descubrimiento de la mar del Sur con el magnífico y muy noble señor capitan Vasco Nuñez de Balboa, gobernador por sus altezas en la Tierra-Firme, son los siguientes: Primeramente el señor Vasco Nuñez, y él fué el primero de todos que vió aquella mar é la enseñó á los infrascriptos Andrés de Vera, clérigo; Francisco Pizarro, Diego Albitez, Fabian Perez, Bernardino de Morales, Diego de Tejerina, Cristóbal de Valdehuso, Bernardino de Cienfuegos, Sebastian de Grijalva, Francisco de Avila, Juan de Espinosa, Juan de Velasco, Benito Buran, Andrés de Molina, Antonio de Baracaldo, Pedro de Escobar, Cristóbal Daza, Francisco Pesado, Alonso de Guadalupe, Hernando Muñoz, Hernando Hidalgo, Juan Rubio, de Malpartida; Alvaro de Bolaños, Alonso Ruiz, Francisco de Lucena, Martin Ruiz, Pascual Rubio, de Malpartida; Francisco Gonzalez de Guadalcama, Francisco Martin, Pedro Martin, de Palos; Hernando Diaz, Andrés García, de Jaen; Luis Gutierrez, Alonso Sebastian, Juan Vegines, Rodrigo Velazquez, Juan Camacho, Diego de Montehermoso, Juan Mateos, Maestre Alonso, de Santiago; Gregorio Ponce, Francisco de la Tova, Miguel Crespo, Miguel Sanchez, Martin García, Cristóbal de Robledo, Cristóbal de Leon, platero; Juan Martinez, Francisco de Valdenebro, Juan de Beas Loro, Juan Ferrol, Juan Gutierrez, de Toledo; Juan de Portillo, Juan García, de Jaen; Mateo Lozano, Juan de Medellin, Alonso Martin, esturiano; Juan García, marinero; Juan Gallego, Francisco de Lentin, siliciano; Juan del Puerto, Francisco de Arias, Pedro de Orduña, Nuño de Olano, de color negro; Pedro Fernandez de Aroche. -Andrés de Valderrábano, escribano de sus altezas en la su corte y en todos sus reinos é señoríos, que estuve presente é doy fe de ello; y digo que son por todos sesenta y siete hombres estos primeros cristianos que vieron la mar del Sur, con los cuales yo me hallé é cuento por uno de ellos.»
Extracto del segundo testimonio. «E fechos sus autos é protestaciones convenientes obligándose á lo defender en el dicho nombre con la espada en la mano, así en la mar como en la tierra, contra todas é cualesquiera personas, pidiólo por testimonio. E todos los que allí se hallaron respondieron al capitan Vasco Nuñez que ellos eran, como él, servidores de los reyes de Castilla é de Leon, y eran sus naturales vasallos, y estaban prestos é aparejados para defender lo mismo que su capitan decia, é, morir, si conviniese, sobre ello contra todos los reyes é príncipes é personas del mundo, é pidiéronlo por testimonio: é los que allí se hallaron son los siguientes: El capitan Vasco Nuñez de Balboa, Andrés de Vera, clérigo; Francisco Pizarro, Bernardino de Morales, Diego Albitez, Rodrigo Velazquez, Fabian Perez, Francisco de Valdenebro, Francisco Gonzalez de Guadalcama, Sebastian de Grijalva, Hernando Muñoz, Hernando Hidalgo, Alvaro de Bolaños, Ortuño de Baracaldo, vizcaíno; Francisco de Lucena, Bernardino de Cienfuegos, esturiano; Martin Ruiz, Diego de Tejerina, Cristóbal Daza, Juan de Espinosa, Pascual Rubio, de Malpartida; Francisco Pesado, de Malpartida; Juan de Portillo, Juan Gutierrez, de Toledo; Francisco Martin, Juan de Beas. -Estos veinte y seis y el escribano Andrés de Valderrábano fueron los primeros cristianos que los piés pusieron en la mar del Sur, y con sus manos todos ellos probaron el agua é la metieron en sus bocas como cosa nueva, para ver si era salada como la de esotra mar del Norte; é viendo que era salada, é considerando é teniendo respeto adonde estaban, dieron infinitas gracias á Dios por ello, etc.».
3.- JUAN de CASTAÑOS[10]
Nació nuestro biografiado, Juan Castaños y Beistegui, el día 20 de mayo del año 1604, y recibió el agua bautismal en la Parroquia de San Vicente de Barakaldo de manos del bachiller don Juan de Urkullu, siendo padrinos de pila don Lope Sáez de Anuncibai y doña Antonia de Sámano. Comenzó su carrera naval el 10 de junio de 1622, en plaza de grumete, siguiendo en la marina como guardia, contramaestre y capitán de mar y guerra de la Aunada de Nápoles en el año 1636. En esta Armada desempeñó con acierto los puestos de Gobernador de la gente de mar y guerra de la Capitanía Real del Océano, y posteriormente de Capitán de mar y guerra del Almirante Real de la misma, alcanzando también en ella el cargo de Almirante y Gobernador. En el año 1687, le galardonó S.M.R. con un galeón de los de plata, pero no ocupó el mando por habérsele confiado, con carácter urgente, que prestase ayuda al galeón San Salvador que varó en Cádiz y estuvo perdido. Lo salvó la pericia y técnica de don Juan Castaños.
En el año 1648, fue nombrado Almirante de la flota Nueva España, más tampoco verificó el viaje por habérsele mandado pasar a Italia para recuperar Nápoles, lo que consiguió tras una brillante victoria naval. En 1649, en el cenit de su fama y como homenaje a sus señaladas victorias, sus paisanos le nombraron por “Fiel” de la Anteiglesia de Barakaldo y Mayordomo de la fábrica de su Parroquia de San Vicente. El cargo de “Fiel” lo desempeñó en su nombre su pariente don José Beurco y Larrea, a la sazón, Mayorazgo de Barakaldo.
Corría el año 1655 cuando don Juan de Castaños y Beisategui fue nombrado Almirante de la Armada Real. Este ilustre marino era hijo de don Juan Castaños y Gorostiza, natural de Barakaldo, que estaba casado con la también barakaldesa María Sáez de Beisategui. Así mismo era hijo de este matrimonio el también ilustre marino Martín de Castaños, capitán de la Armada Real, que hubo de retirarse del servicio por haber perdido un ojo y quedado inútil de un “mosquetazo” luchando contra la Armada de Francia en la batalla naval del Golfo de Nápoles, cuya plaza fue ganada por el heroísmo de los españoles. Así también fue descendiente de esta Casa Solar y apellidado Castaños el también Ilustre General, vencedor de las tropas de Napoleón, en Bailén, don Francisco Javier Castaños y Aragorri, ascendido por méritos de guerra a capitán del Ejército Español, que ganó el título de Duque de Bailén y fue Marqués de Portugalete.
Don Juan Castaños, ingresó en la Orden de Santiago, vistiendo el hábito de Comendador el día 25 de agosto del año 1656. Sirvió este gran barakaldés a su Patria como buen marino durante 55 años, un mes y 17 días. Se retiró a descansar a su pueblo amado en la Casa Solar de Gorostiza, la misma que le vio nacer, sita a la izquierda, después de pasar un pequeño puente, camino obligado para los que habitan en Cruces y Basatxu.
5.- FRANCISCO ANTONIO DE ARANGUREN Y SOBRADO[11]
Francisco Antonio de Aranguren y Sobrado nació en Barakaldo alrededor del año de 1739, siendo hijo de José Antonio de Aranguren y Sobrado y de Teresa de Echavarri.
Durante su juventud cursó estudios de leyes, siguiendo después la carrera judicial, que le llevó a ocupar la magistratura de Alcalde del Crimen Honorario de Valladolid. Su participación en la vida pública de Bizkaia resultó muy destacada desde que, el 20 de julio de 1790, resultó elegido Consultor perpetuo del Señorío, cargo de asesor jurídico de las instituciones forales que, como se ha visto, era reconocido como de gran importancia e influencia. El 17 de enero de 1792 se casó con María Ignacia de Echavarri y Sarria en Bilbao.
Las Juntas Generales de julio de ese mismo año le comisionaron para la realización de un reglamento de «reciprocidad militar» de bizkaínos en Gipuzkoa y viceversa y de otro similar con Alava, comisión que se le renovaría en las siguientes Juntas celebradas en mayo de 1794.
La experiencia que sobre estas cuestiones militares debió adquirir para la confección del mencionado reglamento fue seguramente considerada cuando, iniciada la Guerra de la Convención, se le incluyó, junto a los dos Síndicos y a Simón Bernardo de Zamácola, en la comisión destinada a organizar el servicio militar en el Señorío, cuyo dictamen fue aprobado por las Juntas Generales de Merindades celebradas en mayo de 1793.
En estas mismas Juntas se le volvió a incluir en una comisión junto a Zamácola para la revisión de la Tesorería del Señorío, iniciándose de esta forma unas relaciones de amistad y acuerdo político entre ellos que superarían todas las adversidades hasta la muerte del arratiano. Resultaría muy difícil comprender el dominio político que llegó a ostentar Zamácola en Bizkaia sin considerar el constante apoyo y consejo que obtuvo del Consultor perpetuo.
Como tal representó al Señorío desde finales de 1793 en su conflicto con la Iglesia sobre la aplicación del uso foral a los despachos eclesiásticos.
En 1794 fue comisionado nuevamente junto a Zamácola para solucionar las demoras para el pago a los soldados bizkaínos por parte del General Caro, lo que consiguieron provisionalmente. Este mismo año realizó, como el resto de autoridades y personalidades del Señorío, una contribución para sus gastos de guerra, estimada en 1.500 reales.
En enero de 1795 aceptó letras expedidas por el Síndico con el mismo fin por valor de 56.000 reales. Su fortuna personal, vinculada especialmente a actividades comerciales, experimentó un considerable aumento a lo largo de su vida.
En las Juntas Generales de 1798 se le ascendió el sueldo como Consultor del Señorío a 20.000 reales anuales. A partir de este año formó también parte, como administrador, de la Junta de Tabaco, empleo que desempeñó hasta 1802.
Sus relaciones con su anteiglesia natal no habían desaparecido en 1799, cuando medió satisfactoriamente en su contencioso sobre arbolado entre ésta y los Mercedarios de Burtzeña, aceptando ambas partes su propuesta.
Este mismo ario terminó la redacción de unas ordenanzas criminales que, procurando ser una respuesta ante el aumento del bandolerismo tras la Guerra de la Convención, resultaron especialmente duras y draconianas. Fueron muy mal consideradas por esto por el entonces Ministro de Estado Mariano Luis de Urquijo. La idea de militarizar «vagos» para crear compañías para combatir a los bandidos, aplicando este adjetivo de forma muy extensa e indiscriminada, resultó muy impopular. También en 1799 asistió como comisionado del Señorío a las Conferencias Forales celebradas en noviembre y diciembre.
En las Juntas Generales de julio de 1800 se produjo la novedad de su asistencia a ellas como apoderado por Gordexola. En estas Juntas se le volvió a comisionar, junto a Manuel María de Urdaibay y Nicolás Ventura de Eguia, sobre el contencioso sobre aplicación del uso a los despachos eclesiásticos. También se le encargó, junto a Celedonio de Axpe y Marcos Joaquín de Retuerto, el estudio de la petición de la Merindad de Durango de aumento de su representación en las Juntas Generales a once votos, uno por anteiglesia.
Los asuntos en los cuales intervenía fueron cada vez más numerosos. Así, las Juntas Generales de Merindades de octubre de 1800 le comisionaron también sobre la cuestión de la petición de la Corona de un donativo de 3.000.000 de reales.
La comisión, sin embargo, de más trascendencia y en la que participó más activamente le recayó en las Juntas Generales de 1801, cuando pasó a formar parte de la creada para favorecer la habilitación del puerto de Abando, dentro de la cada vez más clara e intensa lucha del partido de Zamácola, identificado con el Señorío, con el de Bilbao.
Dentro de esta coyuntura hay que situar los dos únicos votos contrarios al proyecto de conciliación entre la Merindad de Durango y el resto del Señorío que presentó en las siguientes Juntas de 1802, provenientes de los apoderados de Bilbao y de San Esteban de Etxebarri.
En abril de 1804 fue elegido, junto a Zamácola, como uno de los dos miembros seglares de la Junta destinada a estudiar la propuesta de la Corona de reforma de los curatos.
Tras el discurso de Zamácola en las Juntas Generales de julio de 1804, formó parte de la comisión que redactó el plan militar presentado a éstas a los dos días. Hecho que, junto a su conocida amistad y relación con el arratiano en la dirección de los asuntos públicos del Señorío durante los últimos años, hizo que, tras éste, fuera el personaje más impopular para los amotinados.
Intentó huir como Zamácola, pero fue apresado por una partida de paisanos suyos a legua y media o más de Abando, junto a su ayudante Ramón Antonio de Alboniga y Eguia.
Tras la Zamacolada, resultó elegido Diputado en la Corte del Señorío, con Zamácola, siendo sustituido, a causa de convalecer enfermo en Bermeo, por Vicente González Arnao.
No deja de ser uno de los aspectos más sorprendentes al estudiar la Zamacolada el hecho de que tan apasionado foralista mantuviera buenas relaciones con alguien que, como González Arnao, había resultado uno de los principales enemigos de aquella ideología de forma manifiesta con su artículo «Vizcaya» en el «Diccionario Geográfico-Histórico de la Real Academia de la Historia», publicado ya en 1802 y que había merecido el aplauso del propio Llorente. Buenas relaciones que no se habían limitado a un trato correcto, ya que González Arnao había sido, como quedó patente con la comentada sustitución, uno de los principales valedores del bando de Zamácola y del Señorío en su lucha en la Corte contra los intereses de los representantes de Bilbao.
En 1806 Aranguren fue uno de los comisionados por el Señorío para atender a Zamácola en su desgraciada enfermedad.
Al año siguiente publicó en Madrid el primer tomo de la obra que le convirtió en uno de los principales ideólogos y defensores de la doctrina foralista que tanta importancia tendría a lo largo del siglo recién comenzado. Su título fue: «Demostración del Sentido verdadero de las autoridades de que se vale el dr. d. Juan Antonio Llorente en el tomo 1. de las Noticias históricas de las 3 Provincias Vascongadas y de lo que en verdad resulta de los historiadores que cita con respecto solamente al M.N. y M.L. S. de Vizcaya.» El segundo tomo permanecería inédito, a causa de la censura de la Corona, hasta hoy en día.
En 1808 parece ser que se le ofreció el cargo de Diputado del Señorío en el Congreso de Baiona, oferta que no aceptó. Ese mismo año, el siete de julio, murió en Madrid.
4.- EL LICENCIADO JORGE DE BARAKALDO[12]
Labayru en su «Compendio de la Historia de Bizkaia» nos habla de un desconocido para sus paisanos, como tantos otros. Es el licenciado Jorge de Barakaldo, contemporáneo de los Reyes Católicos. Hijo del caballero Gil de Barakaldo, aparece citado por vez primera combatiendo en la batalla de Seminara (Nápoles 1503), al frente de cien lanceros y a las órdenes del Gran Capitán. El insigne franciscano, cardenal Francisco de Cisneros, arzobispo de Toledo y confesor de la reina Isabel I de Castilla, le nombró, hacia 1504, oficial de su Guardia y le encomendó misiones diplomáticas, yendo a Inglaterra a negociar los esponsales de la infanta Catalina con el príncipe de Gales. De ello se colige que nuestro Jorge conocía la lengua inglesa.
Fue eminente letrado pero sobre él pesa una negativa y no probada leyenda. En servicio del cardenal viaja a Bruselas en donde el trato con los flamencos, contrarios a la Corona española, le torna traidor a sus reyes, dando muestras de codicia, apareciendo como cómplice del envenenamiento de su protector Cisneros.
No debemos atender a estas iniquidades pues los hechos las desmienten. Es más cierto que el licenciado baracaldés figura a las órdenes del cardenal arzobispo hasta su muerte. Si el eclesiástico cenó las setas mortales que le sirvieron, no murió hasta tres meses después. Jorge de Barakaldo no fue pues procesado ni retirado de su empleo en la causa abierta contra los autores del magnicidio. A mayor detalle citar que cuando Cisneros expira, sólo dos personan le asisten en su lecho de muerte: fray Francisco Ruiz, obispo de Ávila, y su fiel Jorge, ya por aquel entonces su secretario.
El fallecimiento del cardenal cambió de raíz la vida del baracaldés que pasó de la riqueza y los honores al desempleo y la miseria. Como es harto frecuente, por desgracia, en nuestra Historia, la política le jugó una ingrata jugada, llegando a morir en desgracia. Unos dicen que de pena, otros de una patada de una mula cuando se dirigía a Roma. Pero de ello no hay ninguna constancia escrita.
5.- FRAY MARTÍN DE COSCOJALES[13]
Monje agustino barakaldés bautizado en la ermita de san Antolín de Irauregui, barrio extremo de Barakaldo, de la cual eran patronos sus padres y fundadores sus abuelos. Nació en 1542 en solar dotado de casa, herrería y molinos, lo que indica que era de familia destacada. Durante el proceso inquisitorial contra fray Luis de León en Salamanca, aparece su nombre en un acta de 16 de marzo de marzo de 1582: “Apareció sin ser llamado fray Martín de Coscojales, predicador en el convento de San Agustín de esta ciudad, de cuarenta años de edad, poco más o menos tiempo«.
En 1591 el abogado bilbaíno, licenciado Adoro San Martín, nos habla del religioso baracaldés: «Es público y notorio que el dicho fray Martín de Coscojales por sí y sus padres y pasados, ha sido y es persona muy principal, noble y emparentado de gente eminente en este Señorío de Bizkaia y fuera de él, y lo sabe por conocer a sus deudos y parientes y por reputado en el dicho territorio al que reconocen como testigo en este pleito«.
Con 20 años viajó a estudiar a Salamanca, en el afamado Colegio de San Pedro y San Pablo. Por este tiempo ingresa en la Orden de los Ermitaños de San Agustín, en donde pronto se le reconoció su valor a juzgar por los cargos que desempeñó: en 1571 ejerce de prior en el convento de Talavera, en 1582 es Diputado del de Salamanca y en 1592, vicario prior del convento de Valladolid. Sus últimos años reside en el convento de agustinos de Bilbao, destruido en 1836 durante la Primera Guerra Carlista.
Aun vivía en 1603 y era considerado como hombre de letras. Murió en dicho convento pues ahí quedaron sus manuscritos, perdiéndose y dispersándose muchos de ellos.
A partir de 1590 inicia su obra “Antigüedades de Bizkaia” para lo cual reunió muchos legajos y apuntes. Tan solo han llegado a nosotros cinco de los siete tomos que escribió, obra publicada por Juan Ramón de Iturriza en 1801. Habla de la población y costumbres vizcaínas, de sus arciprestazgos, villas, repúblicas y aldeas, así como de la relación de los Señores de Bizkaia y «otras cosas curiosas”. Los volúmenes conservados se encuentran hoy depositados en el Convento de Agustinas de Nuestra Señora de la Esperanza de Bilbao.
En el tomo III, el autor transcribe instrumentos, escrituras y privilegios, muy voluminoso se inicia con un índice de las materias o asuntos objeto de sus copias. El tomo IV recoge asuntos para ideas posteriores con noticias que a Coscojales interesaba conservar, y a algún otro estudio propio. Además de su permanencia como capellán, hacía 1596, en el citado convento bilbaíno, ostentó el cargo de vicario prior en el convento de San Agustín de Valladolid, teniendo referencias de él en escrituras de 1591.
Se le atribuye erróneamente otra obra titulada «Tratado de los Patronazgos y Beneficios de las Iglesias de Bizkaia»
7.- FRAY MIGUEL DE ALONSOTEGUI un escritor desconocido[14]
Natural de Barakaldo fue el padre Fray Miguel de Alonsotegui que fue conocido entre los eruditos por su «Crónica de Bizkaia», obra muy manejada en su tiempo y en paradero desconocido a día de hoy. Quizás no se haya perdido y posiblemente estará por estas tierras ya que los libros de los monasterios y conventos vizcaínos no fueron todos ellos a Madrid, tras la exclaustración del siglo XIX.
Sí conservamos otra obra suya de 1561 titulada «tratado que muestra la vida el hombre y cuyo título completo es «tratado humilde y necesario en el cual se muestra la vida miserable y continuos trabajos que padece el hombre del día en el que nace al mundo hasta la hora de su muerte». Más de cuatro siglos estuvo este libro desaparecido hasta que el sacerdote Pedro Ortuzar Arriaga, también monje como el autor que tratamos de Nuestra Señora de la Merced, lo rescató.
Fray Miguel de Alonsotegui vivió durante años en el convento mercedario de Burceña siendo contemporáneo de los Luises de Granada y de León. Fue testigo ocular en 1533 de la grave inundación de Bilbao y en 1571 del incendio general de la villa. De haberse publicado en tiempo sus obras figurarían junto a estos autores tanto por la doctrina expuesta, como por su rica y movida expresión literaria. Sin duda, clásico por su castiza dicción y estilo, es el primer escritor ascético de Bizkaia.
Figura en el libro de bautizos casamientos y defunciones de la parroquia de Alonsotegui, pero hay que hacer constar que este término no lo lleva por sobrenombre sino por verdadero apellido, constando en dicho registro junto sus hermanos Teresa y Juan de Alonsotegui. Su nacimiento con toda seguridad, se produjo en el primer tercio del siglo XVI, publicando su crónica de Bizkaia en 1577 y falleciendo cercano a los 100 años de edad.
Estudió en Salamanca y Alcalá de Henares, los centros más importantes entonces de los mercedarios en la provincia eclesiástica de Castilla. Llegó a ser profesor de universidad aunque en 1555 lo encontramos de visitador de la orden a las monjas mercedarias de Markina. Si para tal cargo se exigía prudencia y experiencia podemos deducir que rondaría en tales fechas más o menos los 40 años de edad. En 1557 asiste en calidad de lector y delegado en el capítulo provincial de Toledo y, quizás por decisión personal, en 1569 ocupa el cargo de Abad del monasterio de Burceña en el que permaneció hasta 1574, época en la que redacta el tratado del que se ha hecho mención. En 1578 ejerce de capellán en el convento de las monjas mercedarias de Escoriaza, aplicando las nuevas normas de clausura del concilio de Trento. Entre 1582 y 1588, ya de edad madura ejerce de juez eclesiástico entre Guadalajara y Toledo al tiempo que se constata su función de confesor ocasional en el Escorial del rey Felipe II.
Volviendo al tratado, este se divide en tres partes, versando la primera sobre los trabajos de la naturaleza, la segunda de virtudes morales y políticas y la tercera de la muerte y otras calamidades. Dirigida la obra a la juventud enseña que la vida es un camino que infunde respeto porque termina en el más allá y por tanto hay que andarlo con prudencia (o juventud, el hombre no ha nacido únicamente para sí, sino también para que favorezca al bien común. Quien obrare de otra forma, preferible hubiera sido que no naciera. Nadie encienda la lucecita para ponerla bajo el celemín, sino sobre el candelero; atemorizado del talento recibido y por la estricta cuenta de la sabiduría es útil reunir algo que os fuera provechoso para mí que escribo y para vosotros que lo habréis de leer).
[1] La teoría de que balleneros vascos y otros pescadores procedentes de poblaciones del litoral cantábrico habían viajado a Terranova (Canadá), en torno al año 1375, mucho antes de que lo hiciera Cristóbal Colón cuenta con pocas evidencias históricas y una única certeza: los pescadores españoles dejaron una profunda huella en la zona noroeste de Canadá. Así, cuando el navegante francés Jacques Cartier dio nombre a Canadá y reclamó estos nuevos territorios –la Terra Nova– para la Corona francesa, anotó un sorprendente hallazgo en sus cartas: «En aquellas aguas remotas encontré a mil vascos pescando bacalao». Según la versión más estricta del mito, los vascos arribaron en Terranova hacia 1375 y decidieron guardar el secreto para evitar compartir con otras flotas los prodigiosos caladeros de la zona. Entre el mito y la realidad, se relata que cuando los exploradores franceses entraron en contacto con los indígenas de Terranova, éstos les saludaron con la fórmula «Apezak hobeto!» («¡Los curas mejor!», en vasco), que los marineros vascos usaban a modo de respuesta si alguien les preguntaba por su salud.
[2] César Cervera. www.abc.es
[3] Ramón HILARIO-Iker MARTÍNEZ “Barakaldo a través de los tiempos” y Carlos IBÁÑEZ “Historia General de Barakaldo”
[4] Consiguieron volver Juan de Acurio, Juan de Arratia y Juan de Zubileta. Los demás fallecieron en la travesía, quedaron en las islas de Cabo Verde o regresaron a España más tarde, sin que de ellos se alcanzara noticia.
[5] Aprobada la expedición por el Emperador Carlos I, los nombrados capitanes de la misma (Magallanes y Rui Falero) se dirigieron a la Casa de Contratación de Sevilla y allí se dispuso la construcción de las naves. Se nombró al lequeitiano Juan Nicolás de Artieda para que buscase los múltiples pertrechos necesarios para la misma. Se dirigió a Bizkaia porque, como dice la cédula real allí “se hallaran mejores e a mejor precio”. Permaneció en el Señorío varios meses. Carlos IBÁÑEZ “Historia General de Barakaldo”, 188.
[6] Lope García de Salazar en sus “Bienandanzas” afirma que la familia Zubileta desciende de la de Irauregui y ésta de los Munsaras, linaje guipuzcoano que de tiempo antiguo pobló en Barakaldo.
[7] Ramón HILARIO-Iker MARTÍNEZ “Barakaldo a través de los tiempos” pp. 53-54
[8] Goyo BAÑALES “Una leyenda triste nacida en el barrio de Escauritza”
[9] Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO “Historia general y natural de las Indias, islas y Tierra Firme del mar océano”.
[10] Carlos IBÁÑEZ “Historia general de Barakaldo”.
[11] Luis de GUEZALA “Las Instituciones de Bizkaia a finales del Antiguo Régimen” pp. 147-149
[12] Ramón HILARIO-Iker MARTÍNEZ “Barakaldo a través de los tiempos”, 59
[13] Ramón HILARIO-Iker MARTÍNEZ “Barakaldo a través de los tiempos”, 58
[14] Ramón HILARIO-Iker MARTÍNEZ “Barakaldo a través de los tiempos”, 57-58
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