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La audacia política del nacionalismo barakaldés, 1898-1936 (II)

La audacia política del nacionalismo barakaldés, 1898-1936 (II)

EL PACTO CON LA IZQUIERDA DE 1918

La lógica de la evolución descrita en el apartado anterior abocaba al nacionalismo antes o después a la ruptura con el resto de las derechas. Con bases movilizadas, un peso electoral creciente y progresivamente marginado de los acuerdos entre las élites locales, parecía cuestión de tiempo que el nacionalismo emergiera como una opción política autónoma y desvinculada de las viejas prácticas. Esta evolución se vio acelerada por la exitosa ofensiva electoral que el nacionalismo vasco mantuvo en el periodo 1917-19. Con la primera mayoría nacionalista en la Diputación de Vizcaya como referente, el nacionalismo barakaldés rompió en las municipales de noviembre con el resto de las derechas y se presentó como una fuerza independiente dispuesta a apoyarse exclusivamente en su base electoral. Sin el apoyo de la fábrica y de las redes de notables locales, este paso obligaba a los nacionalistas barakaldeses a definir un discurso propio con el que presentarse ante los electores. La opción no fue la reivindicación nacionalista, sino la apropiación del discurso anticaciquil, administrativista y depurador que republicanos y socialistas venían desarrollando desde principios de siglo. Por primera vez, los nacionalistas barakaldeses hablaban de candidatos “sin imposiciones ni mandatos de caciques de escritorios y empresas” que “llevarán al Ayuntamiento la más sana y fiel administración, sobre todo en estos momentos en que es necesario copiar todo cuanto nuestra infatigable Diputación está enseñando”. Aunque no renunciaran a su tradicional discurso con relación a la Conjunción republicano-socialista, que “deja traslucir al hombre primitivo, selvático, pletórico de incultura y lleno de odios hacia todo lo establecido”, la convergencia práctica del nacionalismo y la izquierda en propuestas anticaciquiles, depuradoras y administrativistas amenazaba seriamente el tradicional dominio de Altos Hornos sobre el ayuntamiento. La fábrica maniobró ante el desafío con un intento de cooptar a los elementos más moderados de ambas fuerzas políticas. Así, se reeditaba el copo por San Vicente con un representante del nacionalismo tradicional y se ofrecía a la asociación de comerciantes, estrechamente vinculada a los republicanos, un puesto por El Desierto. A pesar de estas maniobras, las municipales de 1917 fueron las primeras elecciones modernas de Barakaldo con opciones claramente definidas en función de programas y bases movilizadas. Las tres fuerzas contendientes quedaron prácticamente empatadas, inaugurando una triangulación del voto que permanecería estable hasta el fin de la Restauración. El nuevo consistorio quedó compuesto por siete nacionalistas, nueve concejales de la fábrica, dos socialistas y un republicano. El desafío nacionalista, a pesar de su éxito electoral, se saldaba con el frustrante resultado de tener que pactar con una de las fuerzas políticas del triángulo local para hacerse con el ayuntamiento. La trayectoria política anterior apuntaba a un pacto con Altos Hornos, que habría de readaptar sus pretensiones al nuevo peso del nacionalismo. Sin embargo, los nacionalistas retuertoarras y burcetarras optaron por el pacto con la izquierda que la inercia anticaciquil favorecía para conseguir la alcaldía. Las principales resistencias a esta estrategia provinieron del mismo grupo nacionalista. Como apuntaba El Liberal, discrepaban de ella dirigentes tan importantes como un expresidente de la Junta Municipal o un ex-vicepresidente de la Juventud Vasca, ambos delegados en la asamblea del partido del mismo año. A pesar de ello, los nacionalistas consiguieron la alcaldía, que se sometía a votación después de largos años de designación por Real Orden, gracias al apoyo de la izquierda. El anticaciquismo había triunfado y presidía la primera intervención del nuevo alcalde popular, quien, a pesar de ser accionista de Altos Hornos, inauguraba su mandato con un duro ataque a los concejales que respondían a los intereses de la fábrica.

Mas el acuerdo entre nacionalistas y la izquierda no se limitó al apoyo coyuntural al alcalde. Sectores tanto de la izquierda como del nacionalismo local, especialmente las juventudes, se mostraban firmemente dispuestos a desarrollar el frente anticaciquil a través de un acuerdo para el reparto de las tenencias de alcaldía. El resultado fue un equipo de gobierno de mayoría nacionalista en el que un socia- lista ocupaba la tercera tenencia. Con este pacto el nacionalismo barakaldés revelaba una audacia política que había de caracterizarle en los años posteriores. Una vez movilizado tras una estrategia clara establecida desde los órganos centrales del partido, mostraba un dinamismo notable y desarrollaba consecuentemente las premisas de la movilización para acabar llegando a conclusiones que sobrepasaban a la dirección nacionalista. En apenas diez años, el nacionalismo barakaldés había pasado de ser una sensibilidad más de la derecha beligerante ante los nuevos tiempos a pactar con la izquierda un equipo de gobierno que cuestionaba el statu quo local. Su opción constituía, además, una posible solución a la triangulación vizcaína, coherente con los principios anticaciquiles del discurso político y con la naturaleza del movimiento nacionalista. Con una implantación asociativa y una capacidad de movilización electoral similar, si no superior, a la de la izquierda, no parecía ilógico reconstruir el espacio político a partir de la competencia electoral entre nacionalistas e izquierda, marginando a la derecha dinástica, cuya presencia política respondía a otras prácticas. Sin embargo, dos factores bloquearon la audaz propuesta barakaldesa. En primer lugar, la contradicción de esta opción con la solución que se ofreció a la triangulación a escala vizcaína. En segundo, las propias contradicciones de los nacionalistas. Con respecto a la primera cuestión, resulta significativo que Euzkadi pareciera más interesado en silenciar lo ocurrido en Barakaldo que en hacer público lo que sin duda era un verdadero éxito nacionalista: la consecución del Ayuntamiento de la segunda ciudad vizcaína. De hecho, el silencio tanto de la prensa como de la literatura nacionalista ha provocado que este pacto haya pasado desapercibido para la historiografía sobre el nacionalismo. Tampoco El Liberal se mostraba excesivamente entusiasta, a pesar de informar del papel de la izquierda. Poco después, estas prevenciones se confirmaron y quedó clara la contradicción flagrante entre las alianzas propuestas por los barakaldeses y las que se afirmaron a escala vizcaína. Ante la ofensiva nacionalista en las elecciones a Cortes de 1918, en las que los nacionalistas se hicieron con todas las actas de Vizcaya, con la excepción de Bilbao, y dos más por Guipúzcoa y Navarra, la dirección

socialista optó pragmáticamente por el acuerdo con los monárquicos. A las pocas semanas de su constitución, uno de los pilares del frente anticaciquil barakaldés se tambaleaba seriamente. A partir de ese momento, los sectores de la izquierda barakaldesa que habían apostado por el pacto con los nacionalistas fueron viendo erosionadas sus posiciones por la estrategia de Prieto. Tampoco el nacionalismo había de ser una base firme para la continuidad del frente anticaciquil, aunque en su caso los problemas no derivaban tanto de la dirección provincial como de su propia naturaleza. El pacto con la izquierda era consecuencia de la prioridad dada a las estrategias políticas en una coyuntura concreta, pero este desarrollo de los componentes anticaciquiles de su discurso entraba en abierta contradicción con los contenidos sustantivos, es decir, los valores básicos de tradición, orden y religión, que habían vertebrado su expansión. Se planteaba, así, una contradicción que el nacionalismo barakaldés no fue capaz de superar. Los debates sobre la relación entre el ayuntamiento y la Iglesia comenzaron a dejar traslucir en la primera mitad de 1918 esta contra- dicción de fondo. Los nacionalistas se unieron a los concejales de la fábrica para seguir sancionando la estrecha imbricación entre Estado y religión aprobando la asistencia de la banda y la corporación a las funciones religiosas en enero, y de nuevo su presencia en la pro- cesión en junio, a cuyo paso la guardia municipal obligaba a los transeúntes a descubrirse. Como señalaba el primer teniente de alcalde nacionalista en una discusión sobre la conveniencia de que los maestros municipales llevasen a sus alumnos a una función religiosa en los salesianos, no había de cuestionarse la subordinación del poder público a la Iglesia, “siendo católica la religión del Estado”. El reverso de esta alianza del poder público con la Iglesia era la negativa a ceder la banda a las entidades de la Casa del Pueblo para la celebración del 1 de mayo, fecha que un concejal nacionalista consideraba ocasión de luto (24). La situación se agravó cuando el enfrentamiento por las dimensiones simbólicas del poder que nacionalistas e izquierda mantenían en el consistorio se trasladó a sus bases en una espiral de violencia calle- jera que arrancó de la repetición de la elección a Cortes de 1918. Palizas, tiroteos con algunos muertos y ataques a las sedes de los partidos se sucedieron en los meses siguientes. La implicación de la guardia municipal a favor de los nacionalistas provocó la primera crisis grave en el seno nacionalista que se saldó con la retirada del alcalde

que había destituido al jefe de la guardia. Tras haberse impuesto sobre los nacionalistas de Altos Hornos, el sector más combativo del nacionalismo de los barrios se imponía ahora sobre el talante conciliador e independiente del alcalde. Esta victoria le colocaba, sin embargo, en una posición de extrema debilidad en el consistorio que le dejaba a merced de los votos de la fábrica y del recurso al autoritarismo por parte del alcalde interino, Idelfonso de Taranco. Taranco, que en la primera década del siglo había realizado colaboraciones furibundamente antimaketas e integristas en la prensa nacionalista, no era la persona más adecuada para tender puentes a la izquierda, ni para resistir la tentación de usar los recursos que el con- trol del ayuntamiento ponía a su disposición para reprimirla y favorecer a los nacionalistas en la lucha callejera. Sin embargo, la izquierda tampoco se lo ponía fácil. El Liberal azuzaba el enfrentamiento callejero con soliviantadoras campañas sobre el matonismo bizcatairra, crecientemente teñidas de un españolismo que le colocaba al borde de las vivas a la Guardia Civil. Posiblemente la mejor ilustración del fracaso de la estrategia nacionalista sea el papel jugado por el ayuntamiento de Barakaldo en la asamblea de municipios convocada por la Diputación para presentar al gobierno un proyecto de autonomía. Paradójicamente, un ayuntamiento gobernado por los nacionalistas enviaba a la asamblea una comisión compuesta por un católico, un jaimista y un republicano, que se alinearon, además, con el maurista Ramón Bergé en el intento de sabotearla. La impotencia nacionalista no podía ser más manifiesta. A pesar del bloqueo de su primera gestión, los nacionalistas barakaldeses mantuvieron su objetivo de conquista del poder local. En las municipales de 1920 aumentaron su representación, aunque no su porcentaje de voto, y se situaron a un solo concejal de la mayoría absoluta. Sin embargo, el pacto entre la izquierda y Altos Hornos les arrebató el gobierno local. Cuando un año después sus concejales fueron destituidos por el gobernador por haber votado una moción en la que censuraban la suspensión gubernativa de un acuerdo de la Diputación acerca del uso del euskera por parte de los funcionarios, se hacía evidente que no cabía esperar demasiado de la estrategia electoral seguida desde 1917. Era la hora del reflujo y de la reconsideración.

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ANTONIO FCO. CANALES SERRANO

 

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Actualizado el 05 de noviembre de 2024

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