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Altos Hornos de Vizcaya: Sociedad Anónima

Altos Hornos de Vizcaya: Sociedad Anónima

asdALTOS HORNOS de VIZCAYA: Sociedad Anónima. Los orí­genes de AHV están en tres fábricas siderúrgicas integrales (Nuestra Señora del Carmen, luego AHB, la San Francisco y la Vizcaya) y en una fábrica de hojadelata, la Iberia.

El análisis de los orí­genes de las tres modernas fábricas siderúrgicas vizcaí­nas (1882) ha dado lugar a una larga polémica que se inició a fines del siglo XIX y se ha revitalizado en el último cuarto del siglo XX. Para los ingenieros de minas vizcainos decimonónicos el origen de la siderurgia de la margen izquierda del Nervión habí­a estado en los capitales generados por la exportación de mineral. Esta tesis, extrapolada también al origen de la flota bilbaí­na, se recogió en el libro del Centenario del Banco de Bilbao y posteriormente por varios historiadores de contemporánea. Pero el análisis de los accionistas de las citadas tres grandes fábricas siderúrgicas que surgen en torno a 1882 no permite sostener que los capitales invertidos en ellas estuviera en la minerí­a de forma mayoritaria. La presencia de inversores en la mayorí­a de los sectores económicos vizcaí­nos, el siderúrgico incluido, que al mismo tiempo fuera dueños de minas no supera el 26 por 100 en esas fechas. Otros estudios han puesto de relieve como una buena parte de los beneficios mineros fueron captados por sociedades extranjeras y además que una parte no desdeñable de los mismos que se quedaron en manos autóctonas se dedicaron a proporcionar una vida de rentistas a sus poseedores.

En torno a 1854 la sociedad Ybarra hermanos y compañí­a levanta una fábrica relativamente moderna en El Desierto de Baracaldo. En ella se instalan los primeros y prácticamente únicos hornos Chenot que funcionaron en el mundo, un sistema para producir hierro dulce sin tener que recurrir al alto horno y al afinado. Con posterioridad entraron a formar parte de la sociedad José Vilallonga, Mariano Vilallonga, Cristóbal de Murrieta y José Javier Uribarren junto con Ybarra Hermanos y Compañí­a (Dos hermanos Ybarra y Cosme de Zubirí­a). El espí­ritu innovador de los Ybarra les llevó a montar en una fecha tan temprana como 1857 un convertidor Bessemer en su pequeña fábrica de Guriezo (Santander), proyecto que abandonaron ya que ellos esperaban obtener con el convertidor hierro dulce, no acero. En 1882 Nuestra Señora del Carmen, modernizada, se convirtió en Altos Hornos y Fábricas de hierro y acero de Bilbao (Altos Hornos de Bilbao) con un capital de doce millones y medio de pesetas. La mayor parte de sus accionistas y capital invertido procedí­a de fuera del Paí­s Vasco (50 por 100 de Madrid, 36,5 por 100 de Vizcaya, 11,2 por 100 de Barcelona y 2,40 por 100 de Londres). Los capitalistas vizcaí­nos y londinenses, los Ybarra y los Murrieta, tení­an intereses en la minerí­a férrica, pero la aportación básica a la constitución de Altos Hornos de Bilbao consistió en los activos de dos empresas siderúrgicas preexistentes, Nuestra Señora del Carmen (Baracaldo) y la fábrica de Guriezo (Santander), y un 10 por 100 más.

Francisco de las Rivas y Ubieta, en 1882, tras su compra, retomaba el proyecto anterior a la II Guerra Carlista de una sociedad británica, The Cantabrian Iron Company Limited, para montar una planta siderúrgica. Francisco de las Rivas era vecino de Madrid, aunque de origen vizcaí­no, de las Encartaciones, y buena parte de su fortuna procedí­a de su participación en las desamortizaciones del reinado de Isabel II. El hijo del primer marqués de Murrieta vendió en 1886 la San Francisco a su primo D. José Martí­nez de las Rivas, el cual, junto con Charles Palmer fundó Astilleros del Nervión.

En la misma fecha (1882) otro grupo de industriales, comerciantes y el minero Pedro P. de Gandarias y Navea constituyeron la Sociedad Anónima de Metalurgia y Construcciones Vizcaya, conocida por La Vizcaya, con un capital parecido al de AHB y la montan en Sestao. En este caso los accionistas con intereses en el sector minero eran algo más significativos, pero no superaban la mitad.

Un grupo de guipuzcoanos liderados por Francisco Goitia habí­a instalado en Beasain una fábrica de hojadelata, pero al comprobar el desarrollo a partir de principios de los años ochenta de una siderurgia importante en la margen izquierda del Nervión, adquirieron a los dueños de La Vizcaya unos terrenos colindantes a esta empresa y levantaron la empresa Goitia y Compañí­a, que en 1890 se transformó en la Sociedad Anónima la Iberia. Esta empresa se comprometí­a a adquirir su materia prima a La Vizcaya y a vender a la misma los recortes (chatarra) resultantes de la producción de hojadelata.

Los capitales que se invirtieron en modernizar la siderurgia procedí­an de diversos orí­genes (banca, siderurgia preexistente, rentistas, comerciantes, minerí­a… Madrid, Vizcaya, Barcelona) y se invirtieron pensando en obtener productos siderúrgicos para el mercado interior, no para la exportación. Los empresarios siderúrgicos eran conscientes de que en España existí­a una demanda de carriles, tubos, vigas, cables, perfiles, planchas, columnas… que en gran medida era abastecida por el exterior. Buscaron y lograron convencer al poder polí­tico, del que a través del sistema de la Restauración no pocas veces formaban parte sustancial, para que protegiera a la industria siderometalurgia española que mal que bien ya producí­a alguno de esos bienes mayoritariamente importados. El proteccionismo arancelario desplazarí­a a los extranjeros del mercado interior y permitirí­a practicar una polí­tica de sustitución de importaciones. El desarrollo de la siderometalurgia merced a polí­ticas proteccionistas (aranceles de 1892, 1902,…) redundarí­a en beneficio de la siderurgia que serí­a la que proporcionarí­a a aquella las materias primas en forma de tochos, lingotes, aceros… De esta forma desde fines del siglo XIX el desarrollo de la siderometalurgia estuvo ligado a los intereses de las fábricas siderúrgicas, nexo que no se romperá hasta el Plan de Estabilización de 1959.

En 1902, Altos Hornos de Bilbao, La Vizcaya y la Iberia se fusionaron para formar la Sociedad Anónima Altos Hornos de Vizcaya con un capital de 32.750.000 pesetas; la mayor parte procedí­a de A. H. de Bilbao.

Altos Hornos de Vizcaya adquirió a principios de los años veinte (en 1919 arriendo con opción a compra, llevada a cabo en 1924) la fábrica San Francisco. Se completaba así­ un proceso de integración de las principales empresas siderúrgicas de Vizcaya, proceso que en gran medida se limitó a los aspectos financieros, pero no a los productivos y técnicos. Algo parecido estaba sucediendo en el sector siderometalúrgico en donde en 1901 las empresas Recalde, Santa ígueda y Castrejana constituyen la sociedad Echevarrí­a para aceros especiales.

El arancel proteccionista de 1891 fue seguido de una serie de medidas con parecidos objetivos como fue el fracaso del tratado de comercio con Alemania de 1894, el pago en oro de los derechos arancelarios correspondientes a ciertos productos (1901) o el nuevo arancel de 1906 que suprimí­a el régimen de tarifas especiales de los ferrocarriles que habí­a favorecido la importación de material fijo y rodante. Al año siguiente, las leyes de 1907 obligaban a utilizar material español en las obras públicas e iniciaban la reconstrucción de la Escuadra. Un anónimo redactor de la monografí­a sobre AHV de 1909 escribí­a que esas medidas abrí­an «lisonjeras esperanzas al desenvolvimiento de las industrias de hierro y acero». La etapa de la I Guerra Mundial reforzó la reserva del mercado interior, pero también provocó una importante descapitalización técnica de AHV, ya que los paí­ses beligerantes no le proporcionaron la maquinaria moderna necesaria para reponer la que se iba quedando obsoleta. Un gran laminador encargado a Alemania quedó bloqueado en Amsterdam. Tras el conflicto, la polí­tica de la dictadura de Primo de Rivera y la inversión de buena parte de los capitales acumulados durante el conflicto permitió moderniza la empresa y alcanzar unas cifras de producción (1929) que no se superarán hasta los años cincuenta (1954). La guerra civil ocasionó pocas, prácticamente nulas, destrucciones en la empresa. La polí­tica autárquica del régimen franquista, al reservar el mercado nacional a los productores nacionales resultó beneficioso para AHV pero la escasez de divisas, el control de los precios y de la producción a través de la Delegación Oficial del Estado en la Industria Siderúrgica (DOEIS) tuvieron efectos poco positivos. Además un sector del régimen franquista veí­a con recelo la posición prácticamente monopolí­stica de AHV, acentuada con la absorción de A.H. del Mediterráneo en 1940. El proyecto de creación de una nueva siderurgia en Asturias en manos del INI provocó profunda inquietud en el consejo de Administración de AHV, que consideró el proyecto del INI como de «vital importancia para la marcha y porvenir de la Sociedad». A partir de 1952 las relaciones entre el INI y AHV no fueron cordiales. Sin embargo por esas fechas AHV fue una de las pocas empresas que tuvo acceso a las primeras ayudas norteamericanas y a una lí­nea de crédito con el Export-Import Bank que le permitió modernizar sus instalaciones, en una etapa de gran escasez de divisas. Al mismo tiempo AHV fue penetrando en otras empresas, por lo general demandantes de sus productos o de las que se abastecí­a de energí­a y materias primas. En 1956 la cartera de valores de AHV ascendí­a a 381 millones de pesetas, invertidas en Aguas y Saltos del Zadorra, The Alquife Mines, Sefanitro, Hulleras del Turón, Talleres de Miravalles, Forjas y Alambre del Cadagua, Ferroland, Tetracero…

Sin embargo en estos años cincuenta se empezó a romper el estrecho nexos que habí­a existido hasta entonces entre la siderurgia pesada, cuyo principal representante era AHV, y sectores siderometalúrgicos, que dependí­an de la producción siderúrgica de aquella para elaborar sus productos. El crecimiento de la industria naval, la nueva industria del automóvil y la muy modesta entrada de la sociedad española en el disfrute de bienes de consumo semiperecederos (lavadoras, frigorí­ficos, televisores…) tensaron las relaciones entre ambos sectores. Los siderometalúrgicos consideraban que el precio de los productos siderúrgicos españoles eran, comparados con los precios internacionales, muy elevados, y presionaban para reducir los aranceles a la importación de bienes siderúrgicos. AHV y el resto de la siderurgia integral eran hostiles a un proceso de liberalización arancelaria, que tí­midamente empezó a llevarse a cabo tras el Plan de Estabilización y de Liberalización. Para hacer frente a las modestas rebajas arancelarias sobre las importaciones siderúrgicas, AHV tuvo que emprender una polí­tica de modernización, amparada en parte en la Acción Concertada. Buena parte de las nuevas inversiones se llevaron a cabo merced a ampliaciones de capital y a la emisión de obligaciones, aunque los dividendos no fueron elevados y no se amortizó el capital con rapidez. De hecho en 1964 AHV tuvo que llegar a un acuerdo con la United States Steel co. y debió de entrar en el Programa Siderúrgico Nacional a través de la Acción Concertada con el Gobierno, dentro del Primer Plan de Desarrollo. La U. S. Steel co. invertí­a en AHV una suma considerable y se comprometí­a a la asistencia técnica, pero a través de la Acción Concertada AHV recibí­a un crédito blando, probablemente con intereses negativos, equivalente a lo invertido por la empresa estado Unidense.

Las importantes inversiones realizadas merced a la inyección de capital y técnica norteamericanas y a los generosos préstamos estatales no evitaron que AHV, como el resto de la siderurgia española, se viera en graves dificultades cuando el ciclo económico cambió de signo a partir de 1974. El encarecimiento de los precios de las materias primas y sobre todo de la energí­a y el fin del corsé que a los salarios imponí­a el régimen franquista junto con la contracción de la demanda colocó a AHV en número rojos, llegando a perder un 17 por 100 de su facturación. En 1978 A. H. del Mediterráneo pasó al sector público. Pero ni las medidas urgentes de apoyo del sector siderúrgico (1978), ni las medidas urgentes de reconversión de la siderurgia integral (1981) lograron frenar la caí­da, a pesar de que el Gobierno optó por cerrar la cabecera de A. H. del Mediterráneo y potenciar AHV. y ENSIDESA. En 1986 AHV. finalizó su plan de mejoras. Pero con la entrada en la CEE (1986), es decir, con la progresiva e inexorable supresión de aranceles, fue necesaria una segunda reconversión, siguiendo las lí­neas del informe Mc Kinsey, muy desfavorable para AHV. La empresa acabó pasando al sector público y se efectuó una reconversión radical: cierre de las instalaciones de cabecera y del tren de bandas en caliente de Ansio y en su lugar se montó de una acerí­a compacta, inaugurada en 1996. En el extranjero este tipo de planta integral siderúrgica que utiliza energí­a eléctrica y chatarra para producir bobinas (coils) de acero no laminables en frí­o, merced a hornos eléctricos y colada continua se conocen bajo los nombres de minimills o miniacéries por su reducido tamaño.

Emiliano Fernández de Pinedo y Fernández. 2008

 

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