Minería en el Regato (V)
Innovación tecnológica y minería
Explotada durante altos la zona central de Triano, escogiendo minuciosamente el mineral de mayor calidad (vena y campa¬nil), a mediados de los ochenta, se encontraba casi agotado y apenas suponía el diez por ciento de lo arrancado.
Si el interés de la industria británica por el hierro vizcaíno se debía a su condición de ser un mineral casi puro, no fosfórico, que le hacía imprescindible para la producción de acero en los hornos Bessemer, el futuro no se presentaba muy halagí¼eño.
Como señalaba el destacado empresario industrial y minero Víctor Chavarri, en una memoria dirigida en 1883 al ministro de Fomento, habría que añadir los peligros que suponían los hornos Thomas, recientemente inventados por la minería y la siderurgia nacional:
Si conseguida la desfosforización en tales condiciones la exportación del mineral decrece como no puede menos de decre¬cer porque ya entonces no conservara el mineral vizcaíno el predominio que hoy tiene sobre los demás, los cuales serán tan aceptables como él para la fabricación de toda clase de acero; ¿cómo mantener la actividad y vida que hoy existen debidos a la gran exportación de mineral?
Paradójicamente, gracias al incremento de pedidos alemanes y franceses, cuyas side-rurgias podían consumir mineral de inferior calidad en sus hornos Thomas y Martín-Siemens, y al mantenimiento de la producción por el sistema Bessemer en Inglaterra, siguieron durante varios años los altos niveles de producción alcanzados e, incluso, se explotaron minerales despreciados hasta entonces (carbonatos), tan abundantes en el coto de El Regato.
En efecto, a los puertos de Rotterdam y Amberes, hacia donde se embarcaban los minerales con destino a las siderurgias ale¬manas y belgas, ya llegaban desde 1882 más de medio millón de toneladas (Echevarria, 1900) La exportación con este destino se duplicaría hasta finales de la centuria, a lo que contribuyó el ahorro de cuatro chelines por tonelada conseguido gracias a las obras en el puerto.
Aunque la siderurgia inglesa atravesara una grave crisis, se abrían nuevos mercados para minerales de inferior calidad. Había llegado, pues, el momento anunciado por el ingeniero Goenaga.
Siendo comerciantes los nuevos dueños, y no siderúrgicos necesitados de materia prima para sus hornos, se desentendieron de reservar los minerales para la casa matriz y de explotar directamente sus cotos. En efecto, una de las características singulares de la Luchana Mining es que, al contrario que otras empresas extranjeras, arrendó frecuentemente parte o la totalidad de sus con¬cesiones a otras sociedades.
Con la exigencia de una producción mínima, un canon por tonelada extraída y su transporte por los trenes de El Regato la compañía británica se garantizaba un aceptable beneficio cercano a las tres pesetas/tonelada, fuera cual fuera la situación del mercado.
Así en 1887 firmaría un contrato con Florentino de Castaños y Compañía, una de cuyas cláusulas obligaba a la sociedad arren¬dataria al arranque de un mínimo anual de 160.000t con un canon de 1,25 pesetas por tonelada extraída.
Desde 1886, Fiorentino Castalios, Andrés Echevarria, José Garay y Fermín Asla estaban en contacto con Luchana Mining para arrendar alguna mina. Al año siguiente constituyeron una compañía colectiva, con un capital social de cien mil pesetas, para explotar veinticuatro minas de la sociedad inglesa, aunque tan solo trabajara en el coto de Arnabal.
Cada uno de los socios participaba a par¬tes iguales; ahora bien, tanto Asla como Garay debían pagar a los otros un real de los beneficios por tonelada obtenidos. Pero este último vendería su participación con la intención de constituir su propia empresa, Garay Hermanos, y explotar las minas de Saratxo (Modesta, Salvadora, Carlota, Anita, etc.) En su lugar, entre, a formar parte del capital J. A. Errazquin (Dinamita de Galdácano) con la condición de que se usa¬ran sus explosivos.
Uno de los más importantes clientes de Florentino Castaños era el comerciante belga Leopoldo Bellefroid, quien entraría a formar parte de la compañía como socio, asumiendo el cargo de director gerente.
Según el Catastro Minero de 1890, la compañía empleaba a 295 trabajadores, pero al año siguiente tuvo que concentrar la producción (Paquita y Julianas) y despe¬dir a 138 jornaleros. Desde enero de 1887 hasta julio de 1892, en que falleció Fiorentino Castaños, había extraído 769.203 t, resultado importante, teniendo en cuenta la general pobreza del coto y la crisis del sector.
Para alcanzar semejante producción se obviaron elementales reglas del arte minero. La explotación fue desordenada, no efec¬tuándose prospecciones de ningún tipo, pareciendo más que minas canteras de rebusca: «En todas ellas ha dominado la idea de obtener momentáneo lucro», según puede leerse en un informe encargado en 1893 al ingeniero Ladislao Perea.
La viuda de Castaños traspasaría el 18,5 por ciento de la compañía, que correspon¬día a sus hijos (menores de edad), a Víctor Chavarri. Con el entraba en la sociedad un experimentado empresario del sector, a pesar de lo cual, en 1896, fuertemente endeudada, se disolvería.
A partir de entonces la empresa británica concentrará su producción en Arnabal, arrendando a otras sociedades solo las minas más lejanas; así hizo con las de San Juan de Somorrostro (con producciones de cierta importancia), con Capela en Triano (vendi¬da en 1913a la Orconera) y con la denomi¬nada Amistad de Zarátamo con reservas insu¬ficientes –los filones apenas tenían 50cm de anchura– para cumplir el mínimo anual fijado. Pero también en la primera década del siglo XX arrendó minas de El Regato y Galdames en las que ni siquiera había reali¬zado prospecciones previas.
El ferrocarril y la minería del valle
El contrato firmado por Florentino de Castaños incluía la reparación a su costa de toda la línea del ferrocarril, obras conclui¬das en enero de 1887, embarcando en el viaje inaugural 802 t en el vapor Bercka. Ese año, apenas arrastró 120.741 t; ahora bien, la rehabilitación de la línea coadyuvó a que otras sociedades la utilizaran.
Hasta entonces la distancia y lo escarpado del terreno dificultaban y encarecían el aca¬rreo, y el transporte se hallaba supeditado a las condiciones climatológicas, por lo que ni siquiera se había intentado la puesta en explotación de numerosas concesiones mineras:
En el trayecto de Retuerto hasta llegar a El Regato se hallan denunciadas muchísimas minas de hierro, de las cuales se hallan en explotación algunas que radican próximas al ferrocarril de la Compañía Luchana Mining…
De todos modos, aunque fuera temporal¬mente, también se trabajaron minas en la margen derecha del río, alejadas de la línea férrea, como la llamada Santa Vicenta, cuyo arrendatario en 1890, el británico Ridley, lle¬vaba todavía su pequeña producción a los puertos en carros tirados por caballerías.
Entre las primeras compañías que utiliza¬ron los trenes de Luchana Mining encontra¬mos a San Feliciano Iron Ore con concesio¬nes en San Salvador del Valle (Oculta, San Feliciano) y Otto Kreizner para sus minas de Galdames (Buena y Princesa).
Ambas sociedades hicieron pianos incli¬nados y tranvías aéreos que servían de enla¬ce con los depósitos y estaciones en El Regato. La primera de ellas construiría en 1888, con un presupuesto de 4.800libras esterlinas, un tranvía aéreo bicable del sis¬tema ideado por J. P. Roe capaz de trans¬portar 220 t diarias; la segunda solicitaba al ayuntamiento de Barakaldo, en junio del mismo año, unos terrenos «para la prolon¬gación de la vía del piano de los Sres. Florentino de Castaños y Cía». También debió instalar un cable aéreo, pues las arcas locales ingresaban poco después 25 pesetas anuales por el use de terrenos comunales en su tendido.
En las canteras de la explotación, el arras¬tre de minerales y escombros se realizaba con vagonetas, previo desmenuzamiento y carga en cestos por los peones. Las vagone¬tas eran arrastradas por cuadrillas de jorna¬leros y caballerías hasta sencillas vertederas de madera, o bien a pianos inclinados y tran¬vías aéreos, y desde ellos a los depósitos o al tren.
Los depósitos de descarga automática se generalizarían a lo largo de la década de los ochenta. Hasta entonces los vagones se habí¬an cargado con cestos por un número elevado de trabajadores. En la estación de la Diputación, en Ortuella, en estos meneste¬res se empleaban de día y de noche unos 300 jornaleros. Una carga manual que retrasaba el movimiento de tre¬nes y, en consecuencia, encarecía el precio final.
Luchana Mining obligaba a las empresas que utilizaban su ferrocarril a construir depósitos en terrenos señalados por ella. Para evitar litigios sobre la propiedad, el dueño del mineral solía pagar una simbólica renta anual de una peseta. Una vez rescindi¬do el contrato de transporte, las instalacio¬nes pasaban a la compañía británica. Con el tiempo, los contratos suscritos con compañí¬as explotadoras de las minas a orillas del arroyo Cuadro, entre los municipios de Galdames y San Salvador del Valle, contribu¬yeron a su rentabilidad.
Mineral transportado por Luchana Mining
Años Toneladas Años Toneladas
1886/90 1.305.000 1906/10 1.034.000
1891/95 1.646.000 1911/15 876.000
1896/00 1.447.000 1916/20 647.000
1901/05 747.000 1921/30 238.000
Fuente: Escudero. Minería e industrialización.
Mientras que el coste para la compañía suponía alrededor de 0,12 pesetas por tonelada kilométrica, la tarifa exigida a otros mineros multiplicaba esa cantidad, aunque naturalmente variaba en función del lugar donde se encontrara el depósito. No era lo mismo cargar en Manuelas, punto más leja¬no de la línea, que en Gorostiza, oscilando el precio convenido en los contratos entre 3,50 pesetas y 1,30 por tonelada.
De los cerca de ocho millones de tonela¬das transportadas a lo largo de la existencia de Luchana Mining, un porcentaje impor¬tante pertenecía a otras empresas del valle de El Regato, entre las que sobresalen San Feliciano, Felicidad y Lejana, con mínimos anuales que superaban las diez mil tonela¬das, cada una. Pero quizá el contrato más importante fuera el firmado con Tomas Allende para Elvira y Precavida a partir de 1910. En este caso, el precio (2,875 pesetas) era ventajoso para ambas partes. Pero, tras los fuertes incrementos de los costes duran¬te la Primera Guerra Mundial, este conve¬nio, firmado hasta agotar existencias o cie¬rre de Elvira, se convirtió en un quebradero de cabeza para la sociedad inglesa.
Para el arrastre, la empresa británica con¬taba, en principio, con dos locomotoras de gran potencia, a las que paulatinamente se añadieron otras de la casa Sharp & Stewart, bautizadas con los nombres del personal directivo: Alfonso, Pochin, Withworth, Prangley etc. En cada viaje solían enganchar veinte vagones basculantes de cuatro toneladas cada uno, los de menor capacidad de la cuenca minera vizcaína como consecuencia del sistema empleado en el cargadero del muelle.
Si a estas limitaciones le añadimos la jor¬nada laboral de los obreros, las mareas, el tipo de buques, entenderemos por que se embarcaban 400 t diarias –lo mismo estipu¬laba The Bilbao Iron Ore para las compa¬ñías que utilizaban el ferrocarril de Galdames– cuando la capacidad teórica de su cargadero era de L800 toneladas.
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