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Lope Garcí­a de Salazar (1399-1476)

Lope Garcí­a de Salazar (1399-1476)

torre_salazarEn el valle de Somorrostro, de Vizcaya, se encuentra el castillo de San Martí­n de Muñatones, que fue construido en el siglo XV. Mucho tiempo antes existí­a allí­ una torre, que pertenecí­a a la fami­lia de los Muñatones y sobre la cual se levantó el castillo.

La familia de los Muñatones tení­a su origen en la Casa Real de  Asturias, de la cual se derivaron los Reyes de León. El primer Señor de Muñatones, don Jimeno, era hijo de Galindo Gastón de Nor­beña. Este último se disgustó con el Rey de León y sirvió al Señor de Vizcaya. Su hijo, don Jimeno, vino a poblar Muñatones y tomó este nombre. Entre sus descendientes estuvo doña Teresa de Mu­ñatones, quien se casó con Ochoa de Salazar y Zamudio.

Don Ochoa era biznieto de Lope Garcí­a de Salazar y Calderón de Nograro, Prestamero Mayor de Vizcaya y propietario de tierras que se extendí­an desde Valdegobí­a, en Alava, y comprendí­an Me­dina de Pomar, Espinosa de los Monteros y otros lugares próximos, pertenecientes a Burgos. Fue expulsado de sus posesiones cuando Enrique de Trastámara mató en Montiel a su hermanastro Pedro I de Castilla, pues Lope Garcí­a de Salazar era partidario del monarca muerto.

Aquel Lope Garcí­a de Salazar era un hombre de terrible histo­ria: además de los legí­timos tení­a ciento veinte hijos naturales; el primero lo tuvo a los quince años con una moza de Nograro. Era de extraordinaria corpulencia, por lo que se le dio el sobrenombre de Brazos de Hierro. Estando al servicio de Alfonso XI, murió en la  conquista de Algeciras, el año 1344.

El mayor de los hijos bastardos de Lope Garcí­a de Salazar fue Juan López de Salazar. Este pasó a Vizcaya y se estableció muy cerca de Somorrostro, pues su padre le aconsejó que se aproxi­mara cuanto pudiera a la mar, pues en ella hallarí­a siempre «con- ducho para amatar la gana del comer». Fue el abuelo de Ochoa de Salazar y Zamudio.

Este, como dijimos antes, se casó con doña Teresa de Muña­tones, séptima Señora de esta casa. Hijo de ambos fue Lope Garcí­a de Salazar, que llevó el mismo nombre y apellidos de su terrible tatarabuelo, si bien él mereció el sobrenombre de el Sabio. Nació en la casa-torre de San Martí­n de Muñatones el año 1399. Fue un hombre gigantesco, medí­a dos metros y diez centí­metros de altura. Su vida – larga, pues murió con más de setenta años- le podrí­a convertir en protagonista de una tragedia griega.

A los diecisiete años tomó las armas por primera vez en una batalla de banderizos: los Marroquines de Samano y sus partida­rios desafiaron a Ochoa de Salazar y a los suyos. A partir de enton­ces, Lope Garcí­a de Salazar intervino, casi sin interrupción, en las luchas que los bandos mantení­an entre sí­.

En 1425 se casó con doña Juana de Butrón y Múgica, hija del señor de Butrón. En obsequio a ella, Lope Garcí­a de Salazar re­construyó la torre de Muñatones y tomó como modelo el castillo de Butrón. Le dio el aspecto que actualmente tiene y convirtió la casa-torre en castillo. Tuvieron seis hijos varones y tres mujeres. Siendo ya anciano, tuvo varios hijos naturales. í‰l lo dice en su mo­numental obra Las bienandanzas e fortunas: «Después que su mu­jer doña Juana morió (1469) hubo fijos e fijas bastardos e na­turales».

Ochoa de Salazar falleció en 1439 y su hijo Lope heredó el castillo de San Martí­n de Muñatones. El rey Juan II le concedió 20900 maravedises al año, con la obligación de servirle en todos los casos de guerra con una lanza y tres ballesteros. En los años si­guientes se le aumentó la merced a 160700 maravedises y la ser­vidumbre, a varias lanzas y ballesteros. En 1451 consiguió la auto­rización real para fundar Mayorazgo y lo hizo a favor de su hijo Lope de Salazar, segundo de nacimiento. Enrique IV agregó a este mayorazgo la Prebostad de la villa de Portugalete.

Lope Garcí­a de Salazar fue el hombre más poderoso de su tiempo en Vizcaya. Terrible en las luchas de banderizos, que ensan­grentaban todo el territorio. Vencí­a a sus enemigos en una batalla tras otra. Los Velasco, condestables de Castilla, tení­an la misión de imponer la paz entre los bandos rivales. Eran descendientes de los Velasco que habí­an arrojado de sus tierras de Alava y Burgos al Lope Garcí­a de Salazar contemporáneo de Enrique de Trastámara y Pedro el Cruel. El tataranieto de aquél, Lope Garcí­a de Salazar el Sabio, los derrotó repetidas veces, cuando fueron contra él inten­tando obligarle a pactar la paz.

Como remedio drástico, el rey Enrique IV ordenó desmochar las torres de Vizcaya, con objeto de que los propietarios no pudie­ran hacerse fuertes en ellas. A aquéllos los desterró y los llevó a lu­char contra los moros; así­ sus ardores bélicos rendí­an un beneficio, en vez de inutilizarse en luchas fratricidas. A Lope Garcí­a de Sala- zar le destinó al campo de Jimena, en Gibraltar, por espacio de cuatro años. No cumplió este castigo, pues hallándose en Sevilla enfermó de tercianas y pensó que se morí­a. Quiso exhalar su último suspiro en Vizcaya y emprendió el viaje de regreso sin espe­rar el consentimiento del rey. El permiso real le llegó así­ como el perdón.

Curó de la enfermedad; pero por entonces empezaron sus des­dichas que culminaron en tragedia. Su matrimonio fue feliz durante cierto tiempo, mas luego comenzaron disensiones entre los dos es­posos, tal vez porque Lope Garcí­a de Salazar era infiel. Los hijos le desobedecí­an. Fernando, uno de ellos, en contra de su consejo, asaltó la torre de Juan Salcedo de la Quadra, situada en el pueblo de Gí¼eñes, y raptó a la viuda de éste. Se casó con ella, pues habí­a tenido la precaución de llevar consigo un sacerdote, ya que no abrigaba la menor duda de que la dama quedarí­a prendada al ins­tante de tanto amor y valentí­a.

En 1467 Lope Garcí­a de Salazar intentó impedir que sus hijos se aliaran con los Butrón-Múgica para luchar contra los Avendaño. No lo consiguió, a pesar de que les dijo: «Non vayades, mis fijos e parientes, que yo vos lo ruego, e si vais, yo vos echo la mi maldi­ción, e ruego a Dios que vos eche la suya». La batalla se libró en Elorrio; vencieron los Avendaño y en total hubo tres mil caballeros muertos. Entre ellos Ochoa y Gonzalo, hijos de Lope Garcí­a de Salazar.

Otro de los hijos de éste, llamado Lope como él, murió en Tor­desillas luchando a favor de Enrique IV. Entonces el anciano quiso que el mayorazgo pasara a los hijos, todaví­a niños, de su pri­mogénito Ochoa, muerto en Elorrio. Pero doña Juana, su esposa, se inclinó a favor de otro de sus propios hijos, llamado Juan. Las disensiones entre la familia empezaron a ser terribles.

Dos años más tarde, en 1469, murió doña Juana. Lope Garcí­a de Salazar tení­a en su castillo de San Martí­n de Muñatones varias mujeres, de las que eran favoritas Catalina de Guinea y Mencí­a de Avellaneda. Su hijo Juan le jugó una mala pasada enamorando a las dos. Cuando el asunto llegó a oí­dos del anciano, experimentó la más terrible cólera. Expulsó del castillo a su hijo y le desheredó.

Juan de Salazar, ayudado por uno de sus hermanos, puso sitio a la casa de su padre con gran número de gente armada. Hubo combates a las puertas de la fortaleza y muertos. Tal vez no hubie­ran conseguido los hijos su propósito si no hubiese habido traido­res dentro que les abrieron las puertas.

Lope Garcí­a de Salazar, prisionero de sus hijos, se vio obligado a nombrar mayorazgo a Juan. Este consiguió la confirmación correspondiente de Enrique IV, rey de Castilla, en 1472.

Quedó encerrado en el castillo de Muñatoñes. Como él mismo escribió: «preso de los que yo engendré, crie e acrecenté, temeroso del mal bebedizo y desahuciado de la esperanza». ¡Qué lejos es­taba el tiempo en que Lope Garcí­a de Salazar se oponí­a a la volun­tad del Rey de Castilla y le obligaba a rectificar el nombramiento de un corregidor!

En 1471 comenzó a escribir su monumental obra Las Bienan­danzas e Fortunas. Se convirtió en uno de los más eminentes his­toriadores de España. Cronista de las feroces discordias que en­sangrentaron las tierras de Guipúzcoa y Vizcaya en el siglo XV. Re­lata los hechos con una sequedad bárbara y a veces pintoresca, que les proporciona una extraordinaria viveza. El poeta vizcaí­no Es­teban Calle Iturrino escribió que la gran obra de Lope Garcí­a de Sa­lazar «debe ponerse al lado de las Memorias de Benvenuto Cellini, de las tragedias de Esquilo y de los dramas de Shakespeare» por la agudeza con que describe lo que hay de terrible en el alma hu­mana. Consta de veinticinco libros. Los doce primeros tratan de la creación del mundo, de los gentiles, generaciones de los judí­os, de Troya, Cartago, Roma, de Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Milán, Lombardí­a, de Carlomagno, Bernardo del Carpio, del Sabio Merlí­n, etcétera. A partir del tomo XIII expone ampliamente, y por lo general con exactitud, la historia de España desde sus orí­genes hasta los dí­as que él estaba viviendo: las invasiones de griegos, fe­nicios, cartagineses, romanos, godos y árabes. Los seis últimos to­mos describen minuciosamente las luchas de linajes y bandos que se sucedieron en toda la costa cantábrica y en especial en la tierra vascongada.

Con anterioridad habí­a escrito otra obra titulada Crónica de Siete Casas de Castilla y Vizcaya. La cultura necesaria para crear aquellas obras, él explica que la obtuvo por estas razones: «Desde mi mocedad hasta aquí­, trabajé por tener libros e historias de los hechos del mundo. Los hice buscar por las provincias e casas de los reyes e prí­ncipes cristianos, de allende la mar e de aquende por mis relaciones con mercaderes e mareantes. E a placer de nuestro Señor alcancé de todos ellos lo que tuve en la memoria…».

Siete años más tarde, en 1476, halló la oportunidad de esca­par de su prisión descolgándose por una soga. Un testigo contó más tarde que «topó en una alborada así­ amanescido al Lope Garcí­a de Salazar, yendo este dicho Lope sin zapatos e desbocado e corriéndole la sangre por los pies».

Llegó a Portugalete, donde se escondió en la Torre de Salazar, que era también de su propiedad. Otro de sus hijos, el que estaba conjurado con Juan, le descubrió y le puso preso en la misma torre, dejando como guardianes a sus criados.

Unos dí­as más tarde, un criado, compadecido de él, le dejó es­capar. Desesperado, sin tener dónde esconderse, temiendo que sus hijos le mataran, entró en la iglesia de Santa Marí­a, lugar sa­grado de donde no podrí­an sacarle. Subió a la torre y tocó a rebato las campanas. El pueblo de Portugalete, inquieto y curioso, acudió en masa y se reunió delante de la iglesia.

Lope Garcí­a de Salazar, desde lo alto de la torre de la iglesia, con voz de trueno, contó los grandes agravios y sufrimientos que sus hijos le habí­an hecho padecer. Dijo que desheredaba a Juan y que el mayorazgo pasaba, por su voluntad, a otro de sus hijos ino­centes o a su nieto Ochoa. Tení­a el rostro ensangrentado y pálido, el cabello revuelto y hecha tiras la ropa.

Juan y su hermano Pedro, desde abajo, le gritaban que cam­biara de opinión o le matarí­an. Pero Lope Garcí­a de Salazar, con voz poderosa y sin vacilaciones, siguió insistiendo en que jamás pasarí­a el mayorazgo a Juan.

Nadie entre el pueblo reunido allí­ se atrevió a intervenir en de­fensa del anciano, pues tení­an miedo a los servidores y gente de armas de los dos hijos rebeldes. Un criado de Juan de Salazar puso una escalera arrimada al muro de la iglesia y subió al tejado. Quitó tejas y, junto con otros, se metió dentro por el hueco abierto, ya que la pesada puerta la habí­a cerrado por dentro Lope Garcí­a de Salazar. Llegaron al campanario, cogieron al anciano y le bajaron a rastras.

Le llevaron a la torre de Salazar y le encerraron allí­ de nuevo. La sangre perdida y la terrible angustia del momento hicieron que el anciano sintiera sed. Pidió de beber y se lo dieron. Desde el co­mienzo de su prisión habí­a vivido bajo el temor de que sus hijos le envenenaran. Junto a él estaba una hija bastarda, muy joven. Le mandó que bebiera del agua que le habí­an llevado. Al cabo de cierto tiempo, viendo que a la niña no le sucedí­a nada, bebió él también. Pero se habí­a precipitado. Dos horas más tarde la pe­queña habí­a muerto. Muy poco después, acusando a sus hijos de haberle asesinado, murió él también. Era el 9 de noviembre de 1476.

2 Comentarios

  1. EL SEÑOR DE SALAZAR

    YA VA SIENDO HORA, QUE SE RECONOCA A LA LABOR REALIZADA POR ESTIRPE DE LOS SALAZAR A AMBOS LADOS DE LA » MUGA «. EL SEÑOR DE SALAZAR *** *** *** *** *

  2. Martin Daniel de Salazar

    Estoy totalmente de acuerdo con el estimado pariente lejano. mi bisabuelo si bien era de Burgos queria mucho a Euskalerria, sus origenes baskos y obviamente como todos los Salazar al que fuera Prestamero Mayor del Señorio de las Encartaciones de Vizcaya y primer cronista basko, don Lope Garcia de Salazar. Sus libros fueron prohibidos de publicar durante algunos siglos pero despues vieron la luz.
    El escritor Delmas habla muy bien de los Salazar, en el libro «Y sucedií² en la tierra de mi padre».

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