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Oficios mineros (Canteros del yeso)

Oficios mineros (Canteros del yeso)

El yeso es un mineral compacto o terroso, generalmente blanco tenaz y dúctil, abundante en la naturaleza y conocido desde la antigüedad. Por sus propiedades (adaptabilidad, fácil a trabajar, duración así como ais­lante, entre otras) está presente en la vida cotidiana.

Este sulfato cálcico hidratado, con una dureza de dos en la escala de Mohs, una vez cocido y molido, tiene la propiedad de endurecerse rápida­mente cuando se amasa con agua, por lo que tiene una notable utilización en la construcción. También es importante la demanda en la agricultura, la industria (sobre todo cerámica y química), la alimentación y la medicina.

Los canteros del yeso han sido tradicionalmente los artesanos encar­gados de su extracción de las canteras o minas y la preparación para su venta a variados demandantes, hasta que la industria moderna acabó sus­tituyéndolos con la utilización de procedimientos mecanizados.

En esta actividad han destacado los canteros alaveses de Paúl, con­junto de casas, disperso en una ladera, situado a casi cuatro km. de Poves y de cuyos «depósitos de yeso» hay referencias desde hace muchos años.

Los procesos tradicionales

Máximo Baroja Pérez de Montoya (Paúl-Poves 1930), manifiesta que «el trabajo en yeso en la zona, siempre ha sido complementario de las la­bores agrícolas y se iniciaba al término de la siembra, en enero/febrero, destinándose en su mayor parte a la venta».

Recuerda que en el pasado era habitual que cada uno de los que se dedicaban a esta actividad, tuviera o al menos explotara una cantera de la que «sacaban el material» para lo que hacían un agujero (barreno) utili­zando una barrena que golpeaban con un mazo. En el orificio obtenido introducían pólvora que hacían explotar desprendiéndose trozos de yeso, en ocasiones mezclado con otros materiales.

Una vez separado el yeso, para lo que se utilizaban porras (o de nuevo barrenos si el tamaño de los trozos lo requería) se procedía a redu­cir los pedazos hasta conseguir las medidas adecuadas para los hornos de calcinación, a donde se trasladaban en carros de bueyes.

Los hornos tradicionales utilizados para calcinar el yeso eran de las mismas características que las caleras (karobiak, karabiak o kisu labeak) en las que se obtenía cal viva, empleando piedra caliza. En Paúl los hor­nos circulares de diversos tamaños los construían con piedras toba y are­niscas revocándolos con arcilla, salvo en la parte superior o tapa (que se colocaba después de cargado el horno) para permitir la salida de humos protegiéndose de la lluvia con una tejavana de una sola agua.

Por las informaciones que hemos recogido entre otros de José Ortiz de Urtaran Díaz (Paúl-Poves 1921), al igual que en el caso de las caleras en la base construían una bóveda apoyada en el fondo que servía de soporte al yeso que se colocaba sobre el mismo. Aunque no lo hemos podido compro­bar, posiblemente también realizaban alguna abertura para facilitar el tiro.

Cargado el horno manualmente, en su mayoría por la parte superior se procedía a su encendido alimentándolo con leña de pino y abrojos así como «iñastras» durante «tres días y tres noches lo que requería una vi­gilancia constante». Inicialmente el humo era oscuro y «cuando salía blanco era señal de que el yeso estaba cocido lo que se comprobaba par­tiendo manualmente algún trozo».

La siguiente operación era reducirlo a pequeñas porciones utilizando mazos y proceder a su cribado.

Durante décadas los artesanos de Paúl, cargaban el yeso en carros que tirados por parejas de bueyes llevaban para su venta a Vitoria, situada a 24,5 km.

La explotación industrial

Las yeseras más importantes fueron las ubicadas en Ribera Alta, entre Poves y Salinas de Añana, en el término municipal de la primera en Paúl.

Ha destacado en su explotación la empresa familiar alavesa Yeserías Zarate, S.A. que básicamente ha contado con la concesión de las minas Felisa (1745) y Roberto (1757) «para yeso y anhidrita» en las que se tra­bajó hasta los primeros años setenta del siglo XX. Sucesivas autorizacio­nes para seguir inactivas han permitido mantener los derechos hasta prin­cipios del siglo XXI. También hay que señalar el arrendamiento de la explotación a la Compañía de Asfaltos naturales de Campezo desde fina­les de 1987 a principios de 1997.

La explotación desde el siglo XIX en la cantera de Fuentesegunda co­nocida como «la vieja» se hizo cada vez más costosa por el creciente nú­mero de materiales no deseados que acompañaban al yeso, lo que obligó a su abandono, concentrándose la explotación en la de Piquillos.

Su extracción siguió llevándose a cabo por métodos tradicionales en la que los barrenadores tenían un papel fundamental (ver nota redactada por Isidro Sáenz de Urturi), así como los especializados en su trituración.

Según los autores de «Arqueología industrial en Alava» (1) «conforme la explotación avanzaba, el nivel de cantera descendió, quedando colgada la plaza de carga construida en mampuesto. Por ello fue necesario reba­jarla y conectar el frente de extracción por medio de un plano inclinado».

El inicio de la explotación industrial del yeso supuso cambios muy importantes con la llegada de los taladros perforadores y posteriormente, hacia mediados del siglo XX, iniciar la obtención del yeso en mina con la instalación, en la boca, de un martillo triturador.

Avances tecnológicos

En 1947 Roberto Zarate y Angulo solicita autorización que le fue concedida (B.O. de Alava n° 126 del 21.10.1947) «para establecer una lí­nea eléctrica de alta tensión a 5.000 voltios con objeto de conducir ener­gía a sus instalaciones en las canteras y fábrica de yeso de Paúl, así como el suministro de fluido para alumbrado y fuerza motriz a los pueblos de Paúl y Arbigano, ambos del Ayuntamiento de Ribera Alta».

Justifica su demanda manifestando «que siendo concesionario de la mina de yeso, la explotación se viene efectuando por medio de barrenos hechos a mano, labor que requiere personal especializado y dada la esca­sez de él, me veo obligado a proceder al arranque por medios mecánicos para suplir esta falta de personal, para lo cual se ha montado un motor de gasolina de 22 H.P. para accionar un compresor de aire con su depósito correspondiente y martillos perforadores»

La fábrica

La familia Zarate instaló una fábrica con sus dependencias a pie de carretera a unos dos kilómetros de la mina de Piquillos, justo en los lími­tes de Paúl y Arbigano donde se procedía a la calcinación, molienda, mez­clas y envasado del yeso. Esta última operación que exigía el cernido con criba, es considerada por los trabajadores veteranos, «como la tarea más dura».

La fábrica disponía de reducidos medios materiales según un expe­diente de registro de 1940 del Distrito Minero de Guipúzcoa del que, en la época, dependía Alava. Pero en 1947 «se monta otro motor de gasolina de 30 H.P. para complemento de la fuerza de que disponemos que viene restringida y es insuficiente para poder fabricar las cantidades de yeso que las obras a que suministramos nos requieren».

En la ya citada «Arqueología industrial en Alava», en la fábrica, primero se instalaron dos hornos intermitentes de ocho metros de altura y planta circular, revestidos de ladrillo refractario y forrados de cascajo y mampostería, con carga superior y descarga manual inferior a los que los primeros años veinte del siglo XX se añadió un tercero de las mismas ca­racterísticas. Junto a los hornos se organizaban las dependencias de tritu­ración (molino de martillo), ensacada y almacenaje; además de las próxi­mas casas del encargado y oficinas».

Según las informaciones oficiales disponibles en 1969, la inversión en capital fijo superaba ligeramente los dos millones de ptas. que llega­ron a 2,6 en 1977.

El transporte del yeso que se había llevado a cabo con carros de bue­yes desde la cantera hasta la «carretera general», hoy A. 2.622, y desde allí a la fábrica, inicialmente en leras, tiradas por mulos se vio profunda­mente alterado por la instalación los primeros años del siglo XX de la lí­nea de baldes soportaba inicialmente en una veintena de caballetes de madera entre quince y veinte metros de altura que fueron sustituidos en algunos casos, por otros metálicos.

Miembros de la Asociación Minera de Gallarta recuperando el martillo triturador situado en la boca­mina de Piquillos (C.U. 02/03).

José Ortiz de Urtaran Díaz, informante al que anteriormente nos he­mos referido, recuerda que era frecuente que de los baldes que pendían de los cables aéreos se desprendiera yeso que recogían los lugareños, transportándolo hasta sus casas en carros de bueyes para cocerlo utili­zando leña de pino en la boca del horno de pan. Tras cribarlo, el yeso más fino lo utilizaban o vendían para revocar paredes y el más grueso para la construcción de suelos.

La importancia de la explotación

Esta explotación tuvo importancia a juzgar por la cantidad de resi­duos acumulados en sus proximidades, verdaderos montículos y sobre todo por la gran cavidad cuya bocamina, tiene un frente de unos treinta metros, y más de veinticinco de alta con galerías de más de trescientos metros que han quedado al extraerse el yeso.

En 1966 según los datos oficiales la producción llegó a 6.489 tonela­das «de yeso blanco y negro, y tres años más tarde a 12.000».

Según las autoras de la repetidamente citada obra «Arqueología in­dustrial de Alava» su importancia fue notable pues con la ampliación de un tercer horno llegaron a facturar hasta 15.000 sacos de 40 kg., con destino a los mercados de Vitoria-Gasteiz, Bilbao y Miranda de Ebro.

Condiciones laborales

Las condiciones laborales en la mina, fueron las habituales de cada época en la zona, reduciéndose paulatinamente las interminables jornadas laborales de principios de siglo XX. Los trabajos en el interior siempre supusieron situaciones medioambientales no precisamente favorables, y el esfuerzo físico desarrollado era notable.

Según las informaciones que hemos podido recoger en 1966 el nú­mero de empleados era de 21 que tres años después de habían reducido a 16 que trabajaban 46 horas semanales y 223 días del año, aunque eran frecuentes jornadas mucho mayores. En la zona se afirma que se llegaron a ocupar a una treintena de trabajadores.

Según los informantes, el salario de los canteros hacia 1940, era de cuatro pesetas al día «de sol a sol» que pasaron a unas treinta en 1960.

Carmelo Urdangarin

José María Izaga

 

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Actualizado el 29 de mayo de 2025

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