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Barakaldo hacia 1864

Barakaldo hacia 1864

vista-9Los astilleros de Deusto y Abando con su agitado movimiento, el Dique y la Cordelerí­a se van presentando poco a poco, hasta que el barrio de Olaveaga con sus blanquí­simas casas, sus apiñados buques de variados pabellones y sus afanosos habitantes, realzan el animado cuadro del viaje de Bilbao a la mar. Concluidas las dos hileras de casas de una y otra orilla, cuya calle principal es el rí­o, y por el que el viajero ha de atravesar embarcado, cierra esta perspectiva un monte no muy elevado, pero sombrí­o, a la manera que en el teatro oculta el telón de boca otras decoraciones tendidas en pos de él. Tuerce en este punto la rí­a describiendo una curva violentí­sima, como para exponer de pronto un vasto pero precioso panorama, acaso el mas bello de los que se descorren durante la navegación. ¿Pero qué significa esa vieja torre cuyos pies lamen las mansas aguas del rí­o que aquí­ comienzan a agitarse, y ese negro monte que la defiende, y ese puente de la opuesta orilla por cuyos arcos atraviesa otro rí­o que se reúne al Nervión?

Este es el puente de Luchana, y esa torre, la torre vieja del mismo nombre, con sus desmantelados cubos, y sus arruinadas almenas, y sus secos y marchitos recuerdos que el tiempo y el hombre han borrado a porfí­a. Y esa torre y ese puente son una viva historia de sucesos mas o menos trágicos, aquella en los románticos tiempos que la poseyó el condestable de Castilla don Bernardino Fernández de Velasco, duque de Frí­as, y en la serie de sus sucesores, y éste en los modernos, entre los que descuella la mas famosa batalla de la Guerra de los Siete Años, la de Luchana, que salvó a Bilbao de su ruina, y colocó sobre el timbre de don Baldomero Espartero una corona condal. ¡Y cómo nos duele pasar en silencio algunos bellí­simos episodios de la ruinosa torre de Luchana! Más ya que por la í­ndole de este libro no nos sea permitido escribir su historia, digamos al menos lo que era esta torre en los siglos XV y XVI, cuando aun la mar embravecida se estrellaba contra sus cimientos, y flotaban no lejos de sus troneras abultados cetáceos que emigraron para no volver jamás.

Sin detenernos en la investigación del origen de la torre de Luchana y de dar cuenta de las vicisitudes que atravesó en los primeros tiempos de su fundación, la vemos al principiar el siglo XV dependiendo del condestable de Castilla don Pedro de Velasco, duque de Frí­as y de la misma familia en los siguientes, hasta el siglo actual, que pasó a manos de propietarios distintos. Era entonces, según el contexto de una escritura coetáneas «la torre é fortaleza de Luxana, que son dos torres cuadradas de piedra, con un cuarto entre la una e la otra, é un pasadizo que está entre dicho cuarto é la torre que bate la mar con sus dos barbacanas del lado del mediodí­a, é su fosa, é puente por el dicho lado, que es el lado principal donde entran a la dicha fortaleza por la tierra, é entre las dichas torres hay su plaza de armas, mucho capaz, e muy holgada, é por todas partes sus ateras, é su escala, é embarcadero por la parte de la mar con su puerta, con su escudo de armas en un cubo que está sobre la dicha escala que son de S. E., en la cual dicha fortaleza é  torres tiene S. E. su alcaide, y tiene piezas de fierro de artilleria en la dicha fortaleza, con balas e otros pertrechos para las dichas piezas…»

Sábese también quiénes fueron sus alcaldes y sus tenientes de alcalde, cuáles los pleitos-homenajes que se hací­an a la llegada de cada heredero, cuáles las divisas, pertenencias, tributos que cobrara la torre de sus feudos, y, en fin, hasta los curiosos y largos pleitos que sobre diferentes causas sostuvo la casa de Frí­as con la anteiglesia de Baracaldo.

Esta torre, que según se desprende de algunos documentos que hemos examinado, estuvo en todos los tiempos perfectamente abastecida, empezó a repararse notablemente en 20 de enero de 1605, reparación que duró tres años, hasta 1608. La obra de canterí­a costó 900 ducados con 10 por 100 de promedio y la ejecutó el maestro Pedro de Larrea, 1.480 la carpinterí­a, fabricada por Domingo de Ugarte. Por las escrituras de los remates de entrambas obras se colige lo sólida, lo vasta, lo rica que debió ser esta fortaleza, y un dato harto curioso que corrobora nuestra opinión emitida ya en otra parte, sobre lo mucho que se retira el mar de nuestra costa, Dice una condición de la escritura… «Y no ha de tener salitre (la piedra de la obra) ni otra calidad gastadiza para el agua, sol y aire y a lo menos hasta doce pies de los cimientos de la dicha torre y cubos, que es donde llega la marea, se ha de fabricar forzosamente con dicha piedra de Ganguren o Galdácano»… de lo que se infiere que no alcanzando hoy la mayor pleamar a lamer las ruinas de la obra exterior, que con gran diligencia hemos examinado, para que llegase el agua a cubrir los doce pies de la torre que señala la condición citada, era necesario no tan sólo que quedasen anegadas las vegas de Baracaldo y Deusto sino que subiese aquélla a una altura extraordinaria, comparada con la altura a que hoy asciende.

La torre, pues, ha venido decayendo apresuradamente hasta nuestros dí­as: durante la Guerra de la Independencia la pegaron fuego; en la Guerra Civil fue también incendiada; algunas balas de cañón de la batalla de Luchana desmoronaron sus ennegrecidas paredes; y la incuria y el abandono, azotes más temibles que las balas y el fuego, han demolido el más gallardo castillo Vizcaí­no, situado sobre las orillas de un rí­o pintoresco, que, como avanzado centinela, defendí­a su entrada, a la manera de los que erguidos campean en las márgenes del poético Rhin.

Si la vista se extiende desde Luchana sobre las mismas márgenes del rí­o, divisará, como cerrando la vasta perspectiva, en último término, una montañuela en cuya cresta hay un edificio. El que ignore lo que signifique y examine su forma y las paredes y otras obras que le circuyen, le tomará por un castillo y, sin embargo, es un convento. Verdad es que hubo allá en otros tiempos conventos que se semejaban a castillos, como hoy hay castillos con la apariencia de conventos. El que ahora nos ocupa es el «Desierto», mansión privilegiada, incomparable, que reúne cuantas comodidades puede apetecer la vida, de la que, al ocuparse el tierno y ameno fabulista vascongado Samaniego, en una sátira inédita, donosamente exclama:

En el más sano clima de España,
una fértil colina,hermosea y domina
al mar y a la campaña; un rí­o tortuoso
con las marinas aguas caudaloso
le presenta sus naves y le baña.
Coronan su eminencia
un templo entre cipreses, y a su lado,
en un bosque frondoso,
un humilde edificio colocado
apenas a la vista descubierto.
De veinticuatro estáticos varones
grandes por su retiro y penitencia
ésta es la habitación, éste el desierto.
Ni escarpados peñones
que formen precipicios espantosos;
ni grutas habitadas por leones
entre bosques umbrosos;
ni aullidos de demonios ni de diablos,
como entre los Antonios y los Pablos,
ni objeto que conspire
que la soledad horror inspire
hay en este retiro penitente.

 

Suelo, mar, clima, cielo, puntos de vista sorprendentes, todo reúne el Desierto. La vega que lleva su nombre es celebrada por sus hortalizas y frutas, por sus ricas pesquerí­as, por la caza que abunda en ella. Este convento que pertenecí­a a la Orden de Carmelitas Descalzos, se halló perfectamente fortificado durante la Guerra Civil: jamás los carlistas se atrevieron a atacarle formalmente. Cierto es también que su posición es casi inexpugnable; y como nunca falta en su cómodo fondeadero una crecida embarcación de guerra, extranjera o nacional, los defensores del Pretendiente le miraban con fundado respeto. El prestó en la batalla de Luchana la más acertada cooperación para coronar el éxito de la salvación de Bilbao: en sus playas se improvisaron las balsas que desembarcaron las tropas de la reina cerca del puente de Luchana: los tiros de sus canales y los de la baterí­a improvisada construida a espaldas de la torre frontera al puente, sofocaron los de las baterí­as enemigas del Monte de Cabras, mortí­fero escalón que después de salvado apresuró la toma del baluarte de Banderas, desde cuyo punto y casi sin oposición entró el ejército de Espartero en la Villa invicta; Y finalmente, en él se despidieron por última vez de sus demás compañeros, Ulibarrena, jefe de la expedición, y otros pundonorosos militares que en la tarde y noche del 24 de diciembre de 1836 adquirieron prez sobrada de hidalguí­a española, como también la adquirieron nuestros bravos montañeses, que en número reducido sostuvieron con la mayor pujanza los repetidos ataques de las mejores tropas del ejército liberal.

El rí­o que desemboca al pie del Desierto, es el Galindo; el de Asúa, el que atraviesa por debajo del puente de Luchana; y el Cadagua, el que saliendo de la orilla izquierda del Nervión, sin llegar al puente y la torre, le rinde sus aguas.

Mas antes de llegar al Galindo, y formando un notable contraste con la quietud del Desierto, la mecánica y el vapor, con su estrépito y bullicio, han turbado aquella soledad sentando allí­ sus reales. Ese pardo edificio, calcinado ya por la hulla, vomitando por su bosque de chimeneas el negro aliento de la más rica industria, es la fábrica de hierros del Carmen, En él se funde, se elabora, se manipula este precioso metal en cien formas diferentes: él ha creado una población a su alrededor; él mantiene a su frente una flota preparada a cargar en sus bodegas el mineral labrado, o a recibir de ellas en sus almacenes el pasto que alimenta sus hornos. El sarcástico Desierto de Samaniego se ha convertido en el verdadero infierno de los Antonios y los Pablos.

Las canteras de Axpe son las que se alzan en la orilla opuesta a lo largo y encima del camino; y la anteiglesia de Baracaldo, y Sestao, con su elegante histórica torre de graciosas almenas y suspendidos cubos salpican la orilla izquierda en medio de esa feraz y bellí­sima campiña cuyo horizonte forman los cónicos montes de Serantes y Somorrostro, y cuyos pí­es bate el proceloso mar Cantábrico.

De en medio de las aguas, álzase en el último confí­n de este paseo, Portugalete, villa situada como el atalaya del rí­o Nervión, y Las Arenas, con su molino de viento, y sus movibles dunas, remedo microscópico del Sahara: pero antes de llegar a ellas observará el viajero una lí­nea de tierra que se extiende, a la derecha, sobre el mar. Es la Galea, promontorio en que está enclavado Algorta, con su luminoso faro y sus blancas y alternadas casas, en cuya base y desde el puerto se forma la barra de Portugalete, que, extendiéndose hasta Santurce en toda su longitud, presenta al fatigado navegante con demasiada frecuencia, un dique peligroso que ha de vencer si quiere llegar al término de su viaje que es Bilbao. Es imponentemente bello en algunas mareas de invierno presenciar la lucha de la barra y la nave durante algunos momentos: esta clase de espectáculos no pueden describirse; es preciso contemplarlos para comprenderlos

Al opuesto lado, y en forma de anfiteatro se ve a Santurce, el de las blancas y apiñadas casas, y el monte de Serantes batido por el mar; y hacia el Oeste la costa cantábrica, el saliente cabo del Lucero; las ensenadas de Ciérvana y Poveña, coronando tantas hermosas obras, como remate del paseo, el monte de Triano, el de las entrañas de hierro, el que ha dado armas al mundo desde la antigí¼edad más remota, descrito por Plinio el joven, y que inspiró al maestro Tirso de Molina esta robusta octava:

Cuatro bárbaros tengo por vasallos

a quien Roma jamás dominar pudo,

que sin armas, sin muros, sin caballos libres

conservan su valor desnudo.

Montes de hierro habitan. que a estimallos

valiente en obras, y en palabras mudo,

a sus miras guardárades decoro

pues por su hierro, España goza su oro.

 

Más allá de la célebre montaña se confunden el cielo y la mar: la mar con sus espantosas tradiciones; el paí­s del miedo como la llaman los árabes; la mar de las Tinieblas como llamaron al Océano los navegantes que buscaban el Jardí­n de las Hespérides; el abismo sin fondo como la llamamos los europeos.

Juan E. Delmas

2 Comentarios

  1. Sandra Silveira Artagaveytia

    Estoy interesada en leer todo sobre lo pueda sobre Barakaldo, ya que mis antepasados provienen de ahí­, pero tengo una «interrupción en la cadena de conocimiento» en relación al artagavetyia que vino desde allí­ en relación a mi árbol genealógico.
    Así­ que cualquier información me serí­a útil al respecto. o sea , cuál fue el primer artagaveytia que viajó a Uruguay. Gracias.

  2. JOSU HORMAETXEA URKULLU

    Hola Sandra. Me llamo Josu Hormaetxea y vivo en Bilbao, aunque toda mi familia materna es de Barakaldo. Creo que puedo darte información sobre los Artagaveytia – Arteagabeitia, ya que he investigado la vida de uno de ellos. Mi correo electrónico es hormaj@yahoo.es . Será más fácil comunicarnos de esa manera, creo. Un abrazo.

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