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El euskera en barakaldo, el testimonio de Bonaparte (I)

El euskera en barakaldo, el testimonio de Bonaparte (I)

La historia del euskera está escasamente documentada, por lo que es imposible saber cuándo se perdió en algunos lugares de nuestra geografía. Sin embargo, tenemos elementos para afirmar que el euskera fue la lengua propia de Barakaldo. Así lo demuestra, por ejemplo, la toponimia, que sigue “hablando” dicha lengua, e igualmente los testimonios de vascoparlantes originarios de esta anteiglesia que, de forma ininterrumpida, podemos encontrar en la documentación histórica y aún en la actualidad. Casos como el del barakaldotarra Pedro de Allende Zaballa, intérprete de euskera en el ayuntamiento de Portugalete en el siglo XVIII, o el de Concepción de Tellitu, en el mismo siglo, ambos perfectamente documentados, no deben ser considerados hechos aislados. Ese fino hilo de transmisión de la lengua no llegó nunca a romperse, como demuestra, aún hoy día, Juanita de Agirre, una de las últimas habitantes del barrio de Larrazabal, bajo Santa Águeda. Ellos han convivido con las nuevas generaciones que, tras aprender el euskera siendo adultos, lo han transmitido a sus hijos.

Louis Lucien Bonaparte (1813-1891)

Para analizar con más precisión la historia del euskera en Barakaldo es imprescindible conocer el contenido de dos cartas que, en 1864 y 1866, escribió Fray José Antonio Uriarte Adaro a Louis Lucien Bonaparte. Este último, fundamental en la historia de nuestra lengua, es conocido (en el mejor de los casos), por ser el nombre de una calle, o por su sonoro apellido que hiciera famoso su tío, el emperador de Francia.

Louis Lucien Bonaparte Bleschamp (Thorngrove, Inglaterra 1813 – Fano, Italia 1891) fue un inquieto europeo, nacido en Gran Bretaña de padre francés y madre británica. Vivió a caballo entre esos dos países e Italia, pero viajó a multitud de lugares del continente, entre ellos a Euskal Herria, llevado por su afán de conocimiento, en un principio sobre la ciencia y, posteriormente, sobre la filología.

Era hijo de Luciano Bonaparte, hermano de Napoleón, y de Alexandrine de Bleschamps Jouberthou de Vamberthy y, consecuentemente, sobrino del emperador Napoleón. Cuando él contaba un año de vida, la familia fijó su residencia en Canino, en la provincia de Viterbo (Italia). En el año 1815 fue declarado Príncipe Imperial, aunque no lo fue efectivamente hasta 1853. Unos años antes, en 1848, abandonó Italia para trasladarse a Francia, donde había sido elegido diputado de la Asamblea Nacional por Córcega. Un año después lo fue por el departamento de Sena. Tras la caída de su primo Napoleón III en 1870, se trasladó a Gran Bretaña. A lo largo de esos años en que se dedicaba a la acción política, también realizaba aportaciones a la química, a la mineralogía y a la lingüística, siendo esta última la que le ganó el paso a la historia.

Louis Lucien Bonaparte viajó a Euskal Herria en cinco ocasiones entre 1856 y 1869. Fruto de esos viajes, en los que alcanzó un gran dominio del euskera y sus dialectos, y de un trabajo ímprobo, para el que contó con la ayuda de colaboradores vascos, realizó la clasificación de los dialectos vascos que prácticamente se ha usado hasta el siglo XXI. De los trabajos publicados destacan “Cartes des Sept Provinces Basques montrant la délimitation actuelle de l’Euscara et sa division en dialectes, sous-dialectes et varietés” (1866)y “Le verbe basque en tableaux” (1869). En su clasificación se recogen tres grandes grupos, ocho dialectos, veinticinco sub-dialectos y hasta cincuenta variedades. No sólo se dedicó al euskera. También promovió la traducción del Evangelio de San Mateo al gallego y estudió los dialectos ingleses, italianos, sardos y albaneses.

En el caso del euskera, los colaboradores de Bonaparte fueron Jean Duvoisin, el principal, nacido en Ainhoa en 1810, quien le escribió 176 cartas; Bruno Etxenike, nacido en Urdazubi en 1819, traductor del Evangelio de San Mateo al euskera de Baztan; Claudio Otaegi nacido en Zegama en 1836 pero que vivió en Hondarribia hasta su muerte en 1890 y que emparentó políticamente con Bonaparte al contraer matrimonio su cuñada con el investigador francés. Otros fueron, por citar los más conocidos, el padre Ibarnegarai de Baigorri, Emmanuel Intxauspe de Zunharreta, el padre Joan Eloi Udabe, el sacerdote Cazenave de Mithiriña, A. Salaberri y el que tiene más interés para nosotros, Fray José Antonio Uriarte.

Bonaparte encargó traducciones de textos religiosos, normalmente de los Evangelios, y realizaba encuestas para fijar los límites de los diferentes dialectos, así como el uso del euskera correspondiente a cada localidad. Claudio Otaegi dio testimonio de su tesón con la siguiente anécdota: Bonaparte había celebrado una reunión con sacerdotes cerca de Pamplona, a fin de profundizar en el conocimiento del euskera de la zona. A la salida, había sido tan estricto el “interrogatorio”, que uno de los sacerdotes le dijo a Claudio: “Fortuna, que no le ha dado a éste, como a su tío, por la guerra; porque, si no, ni Dios para en este mundo”.

En la materia que nos ocupa, Barakaldo, se conservan dos cartas enviadas por José Antonio Uriarte a Bonaparte. En ellas recoge el uso del euskera en Barakaldo. La primera es de 1864, y la segunda dos años posterior, de 1866.

Al afirmar en su carta de 1866 que había estado en Barakaldo, debemos suponer que en 1864 no viajó a la anteiglesia, recogiendo la información de forma indirecta. Probablemente, el viaje en 1866 serviría para verificar aquella primera información. Curiosamente, los datos aportados en las cartas, pese a ser de diferentes autores, son similares. Esto no es extraño si observamos quién fue Uriarte y la meticulosidad de sus trabajos y su entrega a los mismos.

José Antonio Uriarte Adaro nació en Arrigorriaga en 1812 y falleció en el convento de los Franciscanos de Zarautz en 1869. En 1829 entró en el convento franciscano de Bermeo y, tras estudiar en Labastida, se trasladó a Bilbao. Posteriormente, como consecuencia de la Guerra Carlista y las exclaustraciones, marchó a Azpeitia, donde tomó los hábitos en 1836.

Este año Euskal Herria vivía en su tercer año de guerra, una guerra en la que la iglesia no era neutral. Es necesario recordar que buena parte del clero era partidaria de la causa carlista, por lo que en marzo de 1834 el gobierno ordenó la supresión de todos aquellos conventos en los que sus monjes (al menos una sexta parte), hubieran dejado el claustro para unirse a la “facción” (el carlismo). La medida afectaba igualmente a aquellos en los que se hubiera fabricado armas, o pertrechos de guerra, y los que hubieran alojado juntas subversivas. Poco después, en octubre de 1834 se ordenó la supresión de todos los conventos situados en descampado, en las provincias de Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra, “para facilitar el exterminio de las facciones y por convenir a la pacificación de las provincias sublevadas”. Finalmente, en 1836, se suprimieron todas las casas de religiosos varones, con la única excepción de los tres colegios reservados a la formación de los misioneros con destino a Asia, así como los hospitalarios y los escolapios.

Uriarte en 1840, acabada la Guerra y aplicado el último decreto de Exclaustración1 que cerró los últimos cinco monasterios abiertos en Azpeitia, Lazkao, Loiola, Sasiola y Zarautz, abandonó el convento y recaló en Markina, en la casa de Conde de Peñaflorida, donde profundizó en el conocimiento del euskera, lo que le llevó a ser traductor de Juntas Generales. Además, por su condición de excelente orador, se dedicó a las “misiones”, esto es, ir de pueblo en pueblo predicando, no a otros países.

En 1856 Bonaparte escuchó un sermón de Uriarte en la iglesia de San Nikolas de Bilbao, y lo convirtió en su colaborador. Como consecuencia de la alta consideración en que le tenía, Bonaparte le encargó la traducción de la Biblia… ¡al dialecto de Gipuzkoa! Lamentablemente, la publicación, iniciada en 1859 como “Biblia edo Testamentu zar eta berria Aita Fray Jose Antonio de Uriartec latiñezco Vulgatatic lembicico aldiz Guipuzcoaco euscarara itzulia”, no llegó a publicarse en su totalidad.

En 1858 Uriarte viajó a Londres con el encargo de supervisar la impresión de diversos trabajos de Bonaparte.

En 1859 se reabrió el convento de Bermeo y, un año después, Uriarte volvió a la vida monacal. Siguió trabajando para Bonaparte, aunque con gran dificultad, por la oposición de su superior. Testimonio de esta hostilidad constituye una carta que remite en octubre de 1864. En ella pide a Bonaparte que interceda ante el Obispo de Vitoria. Bonaparte le escribiría, aunque sin éxito. Sin embargó Uriarte no se rindió y, en 1862 retorna a Londres para continuar con el trabajo que tenía encargado. Lamentablemente, al empeorar su salud, se traslada en 1867 a San Millán de la Cogolla, con la intención de restablecerse. Allí sigue trabajando, casi a escondidas, hasta 1868, en que envía sus últimas traducciones. Al año siguiente, ya gravemente enfermo, marcha al convento de Zarautz, donde fallece el 20 de enero.

Con el fin del Segundo Imperio francés y la instauración de la Tercera Republica en Francia Bonaparte perdió en 1868 su jugosa pensión que le permitía sufragar sus investigaciones. En consecuencia, el resto de los trabajos de Uriarte, así como otros, no consiguieron ser publicados.

Los trabajos más conocidos de Uriarte son “Marijaren illa edo Maijatzeco illa” (1850), muy usado en servicios religiosos, y “Jesus Sacramentaduari eta Ama Doncella Mariari Visitac” (1856). La mayoría de los publicados en Londres por Bonaparte, desgraciadamente, tuvieron una escasa difusión por su pequeña tirada y alto precio, ya que, aun siendo mayoritariamente textos religiosos, se publicaron por razones de estudio de la lengua.

Es de destacar que Uriarte, además, realizó una recopilación de poemas escritos en el dialecto de Bizkaia por diferentes autores. Lamentablemente dicho volumen no vio la luz hasta 1987 con el título de “Poesía Bascongada”.

Uriarte trabajó para Bonaparte en una sociedad convulsa, en proceso de cambio, entre dos guerras civiles (1833-39 y 1874-76) que desangraron y arruinaron el país, tras una exclaustración, sobreviviendo a la epidemia de cólera de 1855 (que acabó con el 4% de la población de Bizkaia), y con una salud precaria. Además de hacer traducciones, aprovechaba el tiempo de las misiones, que solían durar quince días (en las que daba dos sermones diarios de una hora de duración y confesaba a todo el vecindario), para recabar información acerca del dialecto que se hablaba en cada lugar, y sobre el uso del euskera.

El euskera en barakaldo, el testimonio de Bonaparte

 

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Actualizado el 05 de noviembre de 2024

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