Industria y patrimonio en la ría de Bilbao (II)
LA MINERIA
La exportación del mineral de hierro atrajo sobre todo capitales de inversores extranjeros que se invirtieron en infraestructura (ferrocarriles mineros, cargaderos, planos inclinados,…). Los autóctonos denunciaron minas con el fin de arrendarlas, lo que les aseguró el mineral necesario para sus fábricas a bajo precio o explotarlas utilizando los medios de transporte montados por los extranjeros o por la Diputación de Vizcaya (Ferrocarril Minero de Triano). Las sociedades extranjeras más importantes fueron Orconera y Franco-Belga. Los beneficios obtenidos en la explotación de las minas fueron a parar de forma mayoritaria a manos de extranjeros[1].
Entre las infraestructuras construidas para facilitar la exportación del mineral, hasta veinte cargaderos llegaron a estar activos en la Ría en los años dorados de la minería vizcaina. De todos ellos solamente permanece en pie el cargadero de Orconera Iron Ore. Este, como fueron la mayoría de los cargaderos, es una planchada palafítica de madera creosotada y arriostrada, orientada en sentido perpendicular a la corriente que soportaba unos raíles en pendiente por los que las vagonetas llegaban hasta el extremo volado de la estructura volviendo por una segunda vía, tras volcar manualmente la carga. El mineral caía por una tolva a un canal-vertedera, sostenido por un castillete, por el que se deslizaba en la bodega del barco. El cargadero de la Orconera Iron Ore C. L. es el único que queda de un grupo de cinco que la compañía inauguró en 1877 en Lutxana (Barakaldo), donde desembocaba el ferrocarril minero que transportaban el mineral procedente de las minas que explotaba la compañía en Triano y Matamoros.
Aunque el de Orconera es el único que mantiene buena parte de las instalaciones originales, también existe una réplica de uno de los cargaderos de la Compañía Franco Belga. Se trata de una restauración mimética llevada a cabo por Bilbao Ría 2000, empresa encargada por las instituciones públicas de la gestión de los suelos «liberados» de usos portuarios e industriales en torno a la Ría, especialmente Abandoibarra (Bilbao) y Urban-Galindo (Barakaldo).
Pero si la minería fue relevante, la siderurgia será la clave del éxito industrial. Capitalistas españoles de origen diverso realizaron importantes inversiones para montar a principios de 1880 modernas fábricas como San Francisco, La Vizcaya o Altos Hornos de Bilbao, que introducirán a Vizcaya en la era del acero. Si bien el lingote producido por las fábricas era competitivo a nivel internacional, se estaba vendiendo en una fase recesiva de la economía y cuando algunos países empezaban a adoptar políticas proteccionistas. El recrudecimiento de la competencia internacional y la incapacidad de mantenerse en los mercados exteriores indujeron a los siderúrgicos vascos a presionar al gobierno para que modificase la política económica. Se pensaba ya en los beneficios que reportaría una política de sustitución de importaciones que colocaría en el mercado interior lo que antes vendían fuera. El arancel de 1891 vino a colmar las aspiraciones de los industriales. El proteccionismo afectó a los bienes de equipo y de consumo dando lugar al nacimiento de una serie de empresas. Talleres de Deusto, Sociedad de Tubos Forjados, Talleres de Construcción de Zorroza, Alambres del Cadagua, Santa Ageda, etc[2].
Pero el proteccionismo también afectó a otros sectores como el hullero. El encarecimiento de los inputs, sobre todo de la energía y de los medios de transporte, hizo que las medidas proteccionistas no sólo favorecieran una cierta tendencia al monopolio sino que también estimularan el desarrollo de integraciones verticales, a las que se unirán en el gozne de los siglos empresas aseguradoras, de crédito y banca[3]. En Vizcaya y a comienzos del siglo XX surge de la unión de AHB, La Vizcaya y La Iberia, Altos Hornos de Vizcaya. Esta empresa siderúrgica situada en la misma ribera de la Ría en jurisdicciones de Barakaldo y de Sestao prolongará su hegemonía hasta 1920 constituyéndose en la mayor siderurgia del sur de Europa.
Prácticamente todos los sectores económicos se vieron beneficiados por la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial. El proceso de sustitución de importaciones en el mercado interior, la demanda de material de guerra y de otros suministros y el abandono de los tradicionales mercados de exportación por parte de los países beligerantes supuso para los empresarios españoles y vascos en particular la obtención de cuantiosos beneficios[4]. Finalizada la contienda la industria vizcaína se encuentra desfasada técnicamente, pues no se habían renovado los equipos ni las instalaciones. La baja productividad y la alta cotización de la peseta perjudicó la competitividad de los productos vizcaínos. Los sectores del hierro y del acero atravesaron dificultades por el exceso de chatarra tras la guerra. La exportación de mineral también se resintió como consecuencia de la competencia de los mercados de Suecia y del norte de ífrica, así como por la lenta marcha de la industria del acero británico.
El arancel proteccionista de 1922, la política económica de fomento de las obras públicas durante la dictadura de Primo de Rivera y el cambio de coyuntura internacional favorecieron la recuperación de la actividad económica. Algunos de los capitales acumulados en el periodo bélico se invirtieron para modernizar las instalaciones. En este sentido se aceleró el proceso de electrificación de algunas fábricas y talleres. Así las cosas, estas y otras medidas hicieron que para 1924 la situación de crisis se hubiera superado. Los felices años 1920 se extendieron hasta 1929, último año próspero. Iniciada la década siguiente cayeron los pedidos y la producción. Las fábricas redujeron la jornada, AHV pasó de tres turnos de 8 horas a dos y en otras instalaciones cercanas a la Ría se dieron recortes de plantilla.
Los años 1930 anuncian problemas de superproducción y la incapacidad del mercado interior para absorber la creciente producción siderúrgica. Durante los años 1940 la escasez de divisas derivó en problemas de abastecimiento de inputs necesarios, a lo que se añadió, mediada la década, la carencia de energía eléctrica. La intervención del Estado sobre los precios del ouput y su distribución que caracterizó esos años empezó a ser cuestionada a finales del decenio justo en el momento en que el INI planteaba el nacimiento de una nueva siderurgia (la futura ENSIDESA) y empezaba a llegar una menguada ayuda americana[5]. AHV, la empresa insignia de Vizcaya y de la Ría, realizará durante los años 1950 importantes proyectos de ampliación y mejoras de sus instalaciones, como fueron la construcción de dos altos hornos y el montaje de dos nuevos trenes de laminación uno de ellos para chapa fina[6].
La siderurgia de la zona y en especial AHV tuvo que hacer frente a la puesta en marcha de ENSIDESA y a la liberalización de las importaciones. Para ello la sociedad más grande de la Ría de Bilbao buscó la colaboración financiera y técnica de una empresa estadounidense United Status Steel Cº (1964), firmó acuerdos con la banca privada y consiguió la concesión de un primer crédito público dentro del Plan de Acción Concertada del Estado. La ayuda técnica y financiera hizo posible la introducción de mejoras que se materializaron en la ampliación de la acería LD desde 1966. Pero con todo AHV no logró ser competitiva a nivel internacional y a la altura de 1974 se adivinaba ya un panorama poco prometedor[7].
La crisis mundial del petróleo afectó muy duramente a las industrias de la ribera del Nervión. La siderurgia se vio influida por la crisis de los sectores demandantes (astilleros, automóvil, construcción) y a pesar de ser subvencionada y de recibir un trato especial no logró remontar. La superación de estos problemas propició los denominados planes de reconversión, cuyo objetivo principal fue salvar el sector industrial. El planteamiento implicaba ajustar la producción a la demanda, incrementar la productividad y sanear las empresas. La aplicación de estas medidas tuvo en ocasiones un excesivo coste social. El aumento del número de parados ante el recorte de las plantillas disparó los niveles de desempleo y originó fuertes protestas de los trabajadores. La Administración Autónoma y la Central se implicaron para tratar de contener la situación y relanzar de nuevo el sector industrial. En mayo de 1981 un RD fijaba las «medidas de reconversión de la siderurgia integral» y diversas resoluciones de rango provincial crearon entre otras las Zonas de Urgente Reindustrialización (ZUR) con ayudas financiadas por la Comunidad Europea, o la Sociedad de Promoción Industrial (SPRI) para configurar una nueva trama industrial. Las medidas planteadas por el RD para superar la crisis industrial contemplaban en primer lugar un saneamiento financiero que afrontara el reto de la modernización del aparato productivo. De hecho AHV se vio favorecida por los recursos que llegaron de la iniciativa privada y del Estado. Fijaban igualmente acuerdos entre empresas al objeto de establecer la producción de acero, la distribución de productos y la coordinación de las importaciones y exportaciones siderúrgicas, Se planteaba el cierre de instalaciones obsoletas y el objetivo de modernizar el resto, adoptando finalmente medidas de carácter laboral que ajustaran las plantillas a las nuevas condiciones[8].
La entrada en la Comunidad Europea (1986) va a suponer el inicio de una fase expansiva de la economía vasca que prácticamente con algunas excepciones se ha mantenido hasta la actualidad. A partir de esa fecha el sector industrial se fue reforzando paso a paso. La empresa emblemática de la Ría, AHV, en su lucha por sobrevivir, abordará una segunda reconversión, atendiendo a las indicaciones apuntadas por los socios europeos. Con todo, estas medidas no fueron suficientes y AHV pasará al sector público verificando después una reconversión radical que supondrá la puesta en marcha en 1996 de la Acería Compacta de Bizkaia[9].
De la primera época los elementos patrimoniales que se conservan están relacionados mayoritariamente con AHV y son los siguientes:
Aunque originalmente estuvo destinado a satisfacer la demanda de agua dulce de los buques que llegaban a la Ría, el Pantano Viejo, construido en 1897 en el barrio baracaldés del Regato, fue desde inicios del siglo XX explotado por Altos Hornos de Vizcaya. Dispone de una presa cuya construcción significó una gran innovación, no solo por su tipología estructural, sino especialmente por constituirse en la primera presa construida en España totalmente con hormigón sin revestimiento alguno. También en Barakaldo se encuentran las antiguas oficinas de AHV. En realidad se trata de dos edificios adosados, construidos en diferentes épocas por el arquitecto Manuel Mª Smith; uno de gusto secesionista en 1911 y el otro de planta de mariposa en 1946. Actualmente están siendo transformadas en viviendas tuteladas para alojar personas de la tercera edad.
El edificio Ilgner es el único edificio conservado de todos los que en la fábrica de Altos Hornos de Vizcaya (AHV) en Barakaldo se dedicaron a labores productivas. Es un edificio de hormigón, singular por su monumentalismo y su solidez óptica tanto por los materiales de construcción utilizados como por su programa. Fue construido en 1927 para albergar una subestación con dos grupos Ilgner de transformación eléctrica de los que toma prestado su nombre. Su instalación constituyó un hito en el desarrollo tecnológico de la empresa que definitivamente apostaba por la electrificación de su aparato productivo, proceso que se había iniciado tímidamente en los primeros años del siglo XX pero que tardaría en generalizarse, justificado en parte por disponer de una moderna y potente instalación de generadores de vapor a base de la utilización de los gases de los hornos altos. La construcción del edificio que debía alojar las máquinas planteaba problemas de cimentación por carecer de base firme hasta los 27 metros de profundidad el lugar elegido para su emplazamiento. Bajo la dirección de Alfonso Peña Boeuf, ingeniero que posteriormente fue Ministro de Obras Públicas, se llevó a cabo una cimentación experimental con gran éxito; en lugar de pilotes se construyó una gran placa de hormigón armado lanzando, a través de ella, inyecciones a grandes presiones de mortero con escorias. Exteriormente la construcción mostraba su esqueleto de hormigón con los pilares distribuidos entre amplios ventanales verticales. Las proporciones se asemejaban a las de un templo clásico sin concesiones al ornamento pero con una nítida expresión de poder, en consonancia con las nuevas tipologías que las arquitecturas de la electricidad estaban reproduciendo en toda Europa a estas alturas del siglo, temples of power donde la electricidad representaba el confort que esta fuente de energía era capaz de ofrecer. Desde el pasado año 2000 el edificio viene siendo utilizado como sede de un centro de desarrollo empresarial tras haber sido objeto de una transformación que ha preservado parte de la maquinaria original aun existente y su entorno ornamental[10].
En Sestao se conservan las naves que fueron construidas en 1913 para ubicar el tren continuo de laminación para perfiles comerciales de AHV; una verdadera catedral de estructura metálica de planta profunda con cuatro crujías de gran luz y diafanidad. Actualmente reutilizadas como almacenes comerciales por otras firmas.
Entre las fábricas que surgen en esta época, aun se conservan las instalaciones de Talleres de Zorroza que desde 1898 se asientan en la punta de Zorroza, entre la ría y su afluente el río Cadagua. Empresa que se dedicó a las construcciones metálicas y que nació bajo la tutela de capitales ingleses, cuya influencia se percibe incluso en la peculiar estética de su edificio de oficinas. En 1998, abandonada ya la producción, el Gobierno Vasco incoó expediente de Conjunto Monumental visto el interés arquitectónico y configurador del territorio de los Talleres de Zorroza.
En 1918 se construyeron las naves fundacionales de Babcock & Wilcox en Sestao empresa pionera en el Estado en la construcción de talleres industriales a gran escala. El edificio, en parte inspirado en naves que la misma empresa poseía en Renfrew (Escocia)[11], se convirtió en la instalación industrial de hormigón armado de mayores dimensiones del Estado. Otras construcciones pioneras en la utilización del hormigón armado como elemento constructivo fueron la bilbaína Fábrica de harinas La Ceres (1900), y sobre todo la fábrica de Grandes Molinos Vascos en Zorroza (1924) además de la recientemente desaparecida Central Térmica de Burceña (1926), dos obras realizadas por el arquitecto Federico de Ugalde.
El elemento patrimonial más reciente relacionado con la siderurgia es el Horno alto nº 1 de Sestao perteneciente a Altos Hornos de Vizcaya. Fue construido en 1958 por la casa alemana Gutehoffnungshí¼tte (G.H.H.), dentro del plan de mejoras realizadas en la fábrica durante esos años para poder afrontar la competencia de la siderurgia asturiana con la recién creada ENSIDESA. Es un horno de tipo americano, es decir, se apoya sobre viga circular o madrastra, con crisoles de 6,5 metros de diámetro, 21 metros de altura y un volumen útil de 757 metros cúbicos. Dispone de 14 toberas por las que se inyecta aire calentado en una batería de tres estufas Didier que con sus 31 metros de altura tienen una superficie de caldeo de 21.247 metros cuadrados cada una. El horno se apagó en 1995, después de seis campañas de trabajo ininterrumpido y cinco reconstrucciones que no transformaron de manera significativa su estructura original[12]. En septiembre de 1998 le fue incoado expediente de Bien Cultural con sus estufas, depurador y nave de colada. Actualmente, el horno está incluido en el Plan Nacional de Patrimonio Industrial del Ministerio de Cultura existiendo ya un proyecto de restauración y mantenimiento que en breve se llevará a cabo, pendiente de una musealización posterior.
[1] Fernández de Pinedo (1988); Valdaliso (1988) y Escudero (1998).
[2] Fernández de Pinedo (1988), pp. 109 a 113.
[3] Fernández de Pinedo (1989), p. 226.
[4] Sobre la Primera Guerra Mundial y años 1920 véanse Fernández de Pinedo (1998), pp. 116 a 118 y (1986), pp. 44 y 45.
[5] Fernández de Pinedo (1998), p. 119.
[6] Fernández de Pinedo (2003), pp. 36 a 38.
[7] Fernández de Pinedo (2003) pp. 38 a 40 y 44.
[8] Fernández de Pinedo (2003), pp. 46-47.
[9] Fernández de Pinedo (2003), p. 47.
[10] Oterino y Villar (2000).
[11] Ibáñez, M.; Santana, A. y Zabala, M (1988).
[12] Villar (1996)
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