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La iniciativa privada en la construcción de casas baratas en Bizkaia entre 1911 y 1936

La iniciativa privada en la construcción de casas baratas en Bizkaia entre 1911 y 1936

La implicación de la iniciativa privada en la construcción de casas baratas en Bizkaia entre 1911 y 1936: Altos Hornos de Vizcaya y la  Sociedad de Casas Baratas de  Baracaldo y Sestao.

Domingo Hernández, Mª del Mar

Asentado el proceso de industrialización a finales del siglo XIX en la Margen Izquierda, el alojamiento de la población trabajadora se convirtió en una cuestión de suma trascendencia. Altos Hornos de Vi z c a y a, la mayor empresa de la zona fundada en 1902, tuvo que hacer frente a un angustioso panorama que diezmaba la calidad y la esperanza de vida de su mano de obra. La falta de higiene y sanidad en muchas viviendas, el hacinamiento, la transmisión de enfermedades infecto-contagiosas y la carencia de habitaciones económicas dignas hicieron reaccionar a su Dirección, buscando una mayor productividad. De ese modo y guiada del paternalismo burgués que impregnaba la sociedad de la época la Compañí­a fomentó e invirtió en materia de vivienda, siguiendo la estela de las empresas que le precedieron en el tiempo, Nuestra Señora del Carmen y Altos Hornos de Bilbao. Alquiló inmuebles a otros propietarios o intervino en su construcción para luego arrendar los alojamientos resultantes a sus trabajadores. De hecho, esta actitud y la promulgación en 1911 de la Primera Ley de Casas Baratas animaron la constitución de la Sociedad de Casas Baratas de Baracaldo y Sestao, bajo la tutela de la fábrica. Sin embargo, Altos Hornos de Vizcaya no fue la única empresa vizcaí­na que reaccionó ante este impulso legislativo, otras entidades privadas como la Antigua Jabonera de Tapia y Sobrino en Bilbao y la Sociedad Española de Dinamita en Galdakao, también lo hicieron, aunque el cómputo final de viviendas realizadas resultó realmente escaso e insuficiente.

1 . CONDICIONES DE VIDA DE LA POBLACIí“N TRABAJADORA EN BARAKALDO Y SESTAO ENTRE 1876 Y 1936

Concluida la II Guerra Carlista, en 1876, Barakaldo y Sestao, sedes de Altos Hornos de Vi z caya, experimentaron una profunda revolución industrial y demográfica. Tradicionalmente considerados como núcleos rurales pasaron a despuntar en el panorama nacional e internacional como importantes centros siderometalúrgicos. En este tránsito resulto clave desde mediados del siglo XIX el establecimiento de un conjunto de instalaciones industriales con cierta entidad (Nuestra Señora del Carmen, San Francisco de Mudela, Astilleros del Nervión, Altos Hornos y Fábricas de Hierro y Acero de Bilbao, Sociedad Metalúrgica y de Construcciones La Vizcaya, La Iberia, Aurrerá S.A., Altos Hornos de Vizcaya, Sociedad Española de Construcción Naval, Bacbock & Willcox,…) en torno a las cuales se dispusieron medianas y pequeñas empresas transformadoras del metal como demandantes de hierro y acero. Así­ mismo, esa concentración industrial provocó la aparición de una serie de economí­as de escala que derivaron en la disponibilidad de un amplio sistema de infraestructuras, equipamientos, servicios a la producción e interrelaciones empresariales, a la vez que un cuantioso mercado de mano de obra, capital y consumo.

Precisamente, el elevado volumen de puestos de trabajo generado hizo que Barakaldo y Sestao se transformaran en un poderoso polo de atracción para gentes de lejanos parajes, provocando un intenso crecimiento poblacional desde finales de la centuria decimonónica. No obstante, esta evolución demográfica en ningún momento se vio correspondida con un incremento de viviendas obreras e infraestructuras urbanas. Al nulo interés mostrado por las autoridades locales y estatales en la construcción de habitaciones para clases modestas, se vino a sumar la escasa actividad empresarial. Dos razones explicaron este último comportamiento.

Por un lado, la inversión en vivienda obrera no alcanzaba una tasa de ganancias similar a la percibida en la industria. Por otro, el constante déficit de viviendas modestas y el monopolio ejercido por un sector minoritario de la población, propiciaba el mantenimiento de altos alquileres y el incremento del valor de los inmuebles existentes. Una situación agudizada aún más por la complicada orografí­a y el control de los espacios llanos por parte de la industria.

De esta manera, la población trabajadora se aglutinó, principalmente, en los barrios del Desierto (en Barakaldo) y Urbinaga (en Sestao), en bloques de pisos de tres o cuatro alturas y planta baja, con una elevada densidad. Impotentes ante la carestí­a del suelo urbano y ante las subdivisiones sin autorización que los propietarios realizaron en busca del máximo beneficio, convivieron en «(…) dormitorios que daban a patios cerrados, lóbregos y sucios donde el aislamiento del hogar no existí­a y los vecinos del 2º piso respiraban los gases que se desprendí­an del primero y los secretos de la vida í­ntima, eran traí­dos y llevados a través de los suelos.»

Dí­a a dí­a miles de obreros, y sus familias, desenvolvieron su vida en una atmósfera cargada de materias volátiles en la que escaseaba el aire puro. Segregados en el espacio urbano, sufrieron los efectos negativos de la proximidad de las fábricas, al tiempo que desarrollaron largas jornadas de trabajo y padecieron carencias alimentarias. Todo ello en un ambiente degradado en el que la higiene brillaba por su ausencia, las infraestructuras eran algo casi desconocido y la utilización de aguas contaminadas por filtraciones residuales industriales y domésticas era algo corriente. Así­, no resulta extraño la rápida propagación de enfermedades epidémicas (viruela, cólera, sarampión, tosferina, meningitis,…) y de enfermedades transmitidas por el aire (catarros, resfriados, neumoní­as, pulmoní­as, bronquitis,…), el agua y los alimentos escasos y en mal estado (gastritis, enteritis, diarreas,…). Como consecuencia directa, el í­ndice de mortalidad experimentó a finales del siglo XIX y principios del XX un elevado incremento en las dos localidades, especialmente dramático entre la población infantil. De la misma manera, la esperanza de vida en el área industrial de Barakaldo y Sestao disminuyó conforme aumentaba la saturación de sus cascos urbanos, la mezcolanza de usos industriales y residenciales, la miseria, la criminalidad, el alcoholismo,…

Pronto, esas carencias y necesidades de la clase trabajadora en materia de trabajo, alojamiento, sanidad, higiene,… chocaron con la opulencia de la burguesí­a, lo que suscitó numerosas protestas. El hecho de que estos altercados fueran a más, ya fuera en número, intensidad o repercusión, motivó que se identificara problema obrero con cuestión social. Un «inconveniente» al que tuvieron que hacer frente las elites polí­ticas y económicas en todo el estado, pero principalmente en las zonas más industrializadas. En este sentido, el disfrute de una vivienda digna resultó ser una de las principales exigencias obreras que la burguesí­a trató de solucionar mediante actuaciones individuales y disposiciones legislativas.

2.  LA INTERVENCIí“N PATRONAL Y ESTATAL ANTE EL PROBLEMA DE  LA VIVIENDA OBRERA

Lo cierto es que procurarse un hogar ha sido desde siempre una de las principales necesidades humanas. Sin embargo, muy pocas veces, salvo en el caso de los grupos económico-sociales poderosos, se ha disfrutado de un alojamiento que contase con unas condiciones de habitabilidad óptimas. Más aún, el desarrollo industrial y la consiguiente concentración fabril y humana contribuyeron a agravar la situación, amontonando a la población obrera en reducidos espacios, generalmente hacinados e insalubres. Pero pese a todo, la carencia de viviendas dignas no conllevó la gestación de una conciencia colectiva que denunciase esta dramática realidad hasta el siglo XIX. Fue entonces cuando la burguesí­a, hasta ese momento impasible, comprendió que habí­a que prestar una atención vital al alojamiento obrero.

A lo largo de la centuria decimonónica algunos empresarios europeos y estatales se preocuparon por propiciar viviendas a sus trabajadores. Este interés se englobaba dentro de una amplia polí­tica paternalista que trataba de abarcar, y controla r, todas las esferas de la vida obrera. En los centros productivos el salario directo, los reglamentos y las circulares fueron los mecanismos empleados para someter a la población trabajadora. Fuera de las fábricas, en el tiempo de ocio, los patronos se introdujeron como «socios honorarios» en las colectividades obreras de solidaridad y lucha, disimulando sus intenciones con el velo de la financiación benévola y la dirección magnánima. Igualmente, promocionaron la creación de sindicatos católicos y se valieron del clero y su influencia para trasladar desde la fábrica a la calle una serie de valores como la armoní­a social, la integridad moral, la honestidad, la disciplina, la lealtad, el ahorro,… Sus tentáculos alcanzaron también al hogar obre ro mediante la intervención, directa o indirecta, en la construcción de alojamientos y el despliegue de todo un programa ideológico basado en la moralidad y la religión católica.

La vivienda, un bien caro e insuficiente para la población obrera, podí­a provocar situaciones de inestabilidad residencial y laboral, colocando en el umbral de la pobreza a muchas familias. Su edificación cercana a las instalaciones industriales, la convertí­a en un mecanismo capaz de aunar control obrero e incremento de la productividad. Evitando el abandono del entorno fabril se lograba hacer crecer en el interior de cada operario una dependencia exclusiva hacia la fábrica, eliminando la práctica de una serie de hábitos preindustriales como el absentismo laboral, la pérdida de tiempo, el San Lunes o los sabotajes. Al mismo tiempo, construyendo alojamientos dignos se conseguí­a mejorar las condiciones de vida de la población obrera, disminuyendo la incidencia de las enfermedades infecciosas y en consecuencia el í­ndice de mortalidad. Aunque, no siempre, esta intervención en materia de vivienda respondió a intereses económicos o sanitarios, sino también a motivaciones reformistas burguesas más altruistas, que buscaban el mejoramiento general de las clases obreras.

Por su parte, diferentes estados europeos como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Austria-Hungria, Bélgica, Dinamarca o Italia se habí­an lanzado durante el siglo XIX, con distinta intensidad e incidencia y con desiguales consecuencias, hacia una polí­tica destinada a suplir sus necesidades en materia de alojamiento obrero. En España, tras varios intentos fallidos, el primer acercamiento serio a la cuestión se producí­a a lo largo del primer tercio del siglo XX de la mano de las denominadas Leyes de Casas Baratas. Empapadas del Reformismo Social que entonces recorrí­a toda Europa, su objetivo final fue acercar en propiedad una vivienda al obrero, así­ como mejorar las condiciones de vida de aquél, haciendo coincidir moral, higiene y orden social con felicidad, honradez y laboriosidad. De esta forma, previsión, ahorro y fomento de la propiedad debí­an convertirse en las prácticas a promover entre los trabajadores, puesto que permitirí­an alcanzar el bienestar de ese sector de la población, logrando, al mismo tiempo, fomentar la paz social, tan ansiada por la burguesí­a.

No obstante, pese a todo, este corpus legislativo en cualquiera de sus promulgaciones (1911, 1921 y 1924) y la extensión de sus ayudas a la clase media o funcionarial (en 1925 y 1927) no obtuvieron los resultados esperados. A pesar de todas las ayudas económicas, de las condonaciones tributarias y del esfuerzo institucional por aproximarse a las comunidades a través de las Juntas Locales de Fomento y Mejora de Habitaciones Baratas no lograron solventar la acuciante carencia de viviendas obreras. Como tampoco lo hicieron las actuaciones aisladas de determinados industriales. Valga de ejemplo la limitada incidencia de las construcciones realizadas por Altos Hornos de Vizcaya, la mayor empresa de Barakaldo y Sestao.

3. ALTOS HORNOS DE VIZCAYA Y EL ALOJAMIENTO DE SU POBLACIí“N TRABAJADORA

La polí­tica paternalista desarrollada por los empresarios europeos no era desconocida por los fundadores de la empresa. En sus numerosas y habituales estancias europeas para adquirir conocimientos tecnológicos, asimilaron también tácticas empresariales, como la organización del trabajo y la creación de poblados obreros. En este aspecto, los Krupp en Essen, socios alemanes de los Ybarra, fueron un modelo a tener en cuenta.

Como resultado, Altos Hornos de Vizcaya supo desplegar un amplio programa paternalista, abarcando una extensa gama de intervenciones en diferentes esferas. En el terreno de la enseñanza construyó y sostuvo varias escuelas: una de párvulos para niños y niñas, otra de primera instrucción y otras más de artes y oficios. Su inserción en la economí­a familiar vino dada con el desarrollo de una caja de ahorros, dos sociedades cooperativas y bonificaciones extraordinarias en años crí­ticos en forma de carbón para uso doméstico y subvenciones al aumento del precio del pan. La asistencia médica a sus obre ros se garantizó con dos hospitales y personal sanitario. En el plano espiritual erigió una capilla. Recurrió también al auxilio de numerosas familias en épocas delicadas, como por ejemplo en la enfermedad y la vejez, con la constitución de una sociedad de socorros y una caja de pensiones. Continuaba, de esta forma, la polí­tica emprendida por Altos Hornos de Bilbao y la Vizcaya, asegurándose, igualmente, el mantenimiento del orden social con el establecimiento cercano de la Guardia Civil al que contribuí­a económicamente.

Esta amplia red de instituciones benéficas completada con unos salarios comparativamente superiores a los del resto de trabajadores de la comarca y la estabilidad en el empleo convirtieron a Altos Hornos de Vizcaya en la gran empresa en la que todos los obreros de la zona deseaban trabajar. No resulta difí­cil, por tanto, suponer la dura competencia por entrar en la Compañí­a y la generación de un sentimiento de fidelidad hacia ella. Sin embargo, habí­a que asegurarse la disposición de una oferta de trabajadores holgada y evitar al máximo el riesgo de movilizaciones obreras. En este sentido, la fijación de la población trabajadora en el espacio próximo a la fábrica podí­a resultar trascendental, a la vez que beneficioso económicamente al tratarse de una inversión basada en un constante déficit de viviendas obreras. No en vano, el mayor constructor de Barakaldo fue Cristóbal Murrieta, socio de Nuestra Señora del Carmen y perfecto conocedor del mercado inmobiliario en áreas industriales tras su prolongada estancia en Londres .

En 1867 la Sociedad Ybarra y Cí­a., promotora de Nuestra Señora del Carmen , poseí­a 28 viviendas en el barrio baracaldés de Beurco y se habí­a preocupado por alojar a 74 obreros en viviendas propiedad de Cristóbal Murrieta. Unos años más tarde serí­a Altos Hornos de Bilbao quien promocionase la edificación de viviendas modestas, atrayendo a constructores  e inversores. Juan Ybarra, Gabriel Mª Ybarra y Cosme de Zubiria, arrendaron o vendieron sus terrenos próximos a la empresa con la expresa condición de que en ellos se levantaran viviendas para obreros. Se erigieron, así­, a finales de la década de los 70 y principios de los 80 del siglo pasado las «Casas de Uria» en Pormetxeta y las «De la Bomba» en Ramón y Cajal.

De igual forma, hasta 1890 existieron acuerdos entre la Compañí­a y algunos propietarios para alquilar sus viviendas y recaudar la correspondiente renta. Altos Hornos de Bilbao retení­a el importe de los alquileres de los jornales de sus trabajadores asegurando, al mismo tiempo, a estos últimos un alojamiento y a los propietarios la rentabilidad de sus inversiones.

Más aún, en momentos crí­ticos este control empresarial le permití­a mostrarse como el guardián de los intereses obreros, tal y como ocurrió en 1888 cuando el mayor propietario de Barakaldo, Francisco de Arana y Lupardo, intentó, sin éxito, aumentar los alquileres. La Sociedad amenazó con dejar de percibir los arrendamientos, por lo que dicha iniciativa no prosperó. No obstante, la intervención de Altos Hornos de Bilbao no se quedarí­a ahí­, puesto que en 1891 pasarí­a a arrendar directamente una serie de viviendas a este propietario.

P e ro todas estas actuaciones habí­an sido colaterales. La empresa no habí­a intervenido directamente en la construcción de viviendas obreras, aunque Altos Hornos de Bilbao habí­a edificado en Barakaldo, en los años 80, casas de elevada calidad arquitectónica para su personal más cualificado1 6. Con la intención de que pudieran atender en cualquier momento y con gran rapidez las contrariedades que pudiesen producirse en la fábrica se habí­an levantado en sus inmediaciones unos alojamientos que contrastaban con el resto de viviendas del lugar.

Finalmente, en 1913 Altos Hornos de Vizcaya poní­a en marcha un nuevo proyecto: la construcción de un barrio obrero. Para su desarrollo fue necesaria la elaboración de un informe previo que señaló como fórmula más beneficiosa «(…) la intervención de una sociedad independiente de la de los Altos Hornos, que al efecto se puede constituir, para evitar de este modo los inconvenientes diversos que en determinados casos como huelgas pudieran suscitarse«. De esta manera, el 29 de diciembre de 1914 se constituí­a en Barakaldo ante notario la Sociedad de Casas Baratas de Baracaldo y Sestao S. A., con un capital social de 125.000 pesetas representado por 1.250 acciones de 100 pesetas, cada una de valor nominal.

Con el objetivo de «(…) procurar el bienestar material y moral de su personal, (…)«, la mayor parte de sus acciones fue suscrita por la empresa.

El proyecto preveí­a la construcción de 46 casas doble con 92 viviendas, estableciéndose un gasto de 5.000 pesetas por vivienda y 25.000 pesetas más en la urbanización y saneamiento de la zona. La iniciativa despertó recelos entre los propietarios de la localidad que hicieron llegar hasta la Dirección de la empresa una airada queja solicitando se desistiese en el empeño de construir el barrio obrero, o en su defecto, se redujeran sus dimensiones «(…) a fin de no causar perjuicio a la edificación existente en Baracaldo.« En cuanto a sí­ recibieron, o no, el apoyo de las instituciones, es conveniente señalar que la Sociedad en ningún momento recurrió a los auxilios estatales de la Ley de Casas Baratas, pese a que si obtuvo la aprobación de sus estatutos y de sus terrenos, así­ como la calificación condicional de sus viviendas en 1921 cuando ya las tení­a erigidas.

Encargada la proyección de estos alojamientos por Altos Hornos de Vizcaya a Manuel Mª de Smith, fueron realizados en dos fases. En la primera de ellas (1916) se proyectaron trece inmuebles a lo largo de un solar en «L», entre las calles Francisco Gómez y Elexpuru. Se trató de unas construcciones de dos o tres alturas y planta baja, adosadas, con jardines del a n t e ros decorativos y patios zagueros de uso doméstico. La segunda fase (1918) recogió el legado de la anterior, respetando su repertorio formal, aunque perdió ese espí­ritu de ciudad jardí­n inglesa que las primeras dejaban entrever. Las catorce nuevas casas, erigidas en las calles Francisco Gómez, Elexpuru, Elejalde y un camino particular, respondí­an a una tipologí­a de vivienda de triple altura, siguiendo la alineación marcada por aquella primera fase.

Igualmente, parece ser que existieron posteriormente tentativas para ampliar esta promoción a otras dos manzanas más y una segunda hilera de casas, aunque finalmente no progresaron.

Según M. Paliza Monduate no era la primera vez que Manuel Mª Smith seguí­a los preceptos de la Ciudad Jardí­n de E. Howard, aunque sí­ la primera que los aplicaba en un proyecto destinado a obreros y empleados. Antes, habí­a diseñado las casas de alquiler de Lucas Urquijo en Peñota (Santurtzi) y los chalets de Ondategui (Getxo), enfocadas las primeras a la clase media acomodada y los segundos, nunca realizados, a miembros de la clase alta. En ambos proyectos se adoptaba un estilo similar a las urbanizaciones inglesas rodeadas de jardí­n delantero y zaguero, rezumando sanidad e higiene, apacibilidad, confort y conjunción armónica entre lo natural y lo arquitectónico.

Concretamente, en esta ocasión se repetí­a el mismo esquema, aunque readaptándola a la condición socioeconómica de sus ocupantes. El estilo elegido fue el Old English y sirvió para albergar construcciones unifamiliares, dobles y triples, todas ellas con sala, comedor, cocina, water closed y tres dormitorios. Del mismo modo, sintonizando con las corrientes de la época y los deseos de la empresa, Manuel Mª Smith defendió siempre la vivienda unifamiliar frente a los bloques de vecindad, porque favorecí­a el correcto desarrollo de la institución familiar. Aunque esto no quiere decir que nunca los proyectase, llegando incluso a edificar en 1928 uno para sí­ mismo en la Avenida de Neguri en Getxo.

El deseo aleccionador de la Sociedad quedó patente desde el primer momento, incluso en el diseño interior y exterior de las viviendas. El pequeño jardí­n o huerto delantero, delimitado por una simple cerca, sí­mbolo indiscutible del derecho de propiedad, aparecí­a como el espejo en el que desde la calle poder observar la vida en armoní­a de la familia obrera. En el interior, la cuidadosa distribución y disgregación de sus dependencias se encargaron de transmitir los valores de la época. En todos los alojamientos se separaron los dormitorios, por sexo y edad, pero no se les dio autonomí­a. En las viviendas unifamiliares se diferenció entre las estancias de carácter diurno (recibidor, cocina, sala y retrete), proyectadas en la planta baja, y los dormitorios, de carácter privado, en el piso principal.

En estos inmuebles se trató de garantizar al máximo la correcta iluminación y ventilación desde el exterior, a la vez que se adoptaron gran parte de las innovaciones tecnológicas producidas a lo largo de todo el siglo XIX: progresos en los sistemas de calefacción, ventilación, alumbrado, vidrierí­a,… Todo un conjunto de avances que re d u n d a ron en pro de un mejor equipamiento y un mayor confort que el resto de viviendas obreras de la localidad no poseí­an.

En este aspecto, la introducción del water closed en la vivienda fue tal vez uno de sus logros más sobresaliente. Por esa época, el re t rete comenzaba a disponerse en el interior de los alojamientos, aunque lo más frecuente fue encontrarlo en los patios, corrales o pasillos de los inmuebles modestos. Buscaban los constructores la mayor rentabilidad, aprovechando al lí­mite el espacio o restando dimensión a las viviendas. Razón por lo cual, la instalación de retretes comunitarios reducí­a el capital desembolsado en este tipo de inversiones.

Inclusive la situación topográfica de estas viviendas fue cuidadosamente estudiada. Relativamente alejadas de la fábrica y sus efectos negativos (contaminación ambiental y acústica, conflictos sociales, alcoholismo, prostitución, criminalidad,…), se dispusieron lo suficientemente cercanas para que sus ocupantes pudieran desplazarse a pie hasta su puesto de trabajo en una época marcada por la carestí­a de los medios de transporte y la exigí¼idad de los salarios.

El control ejercido por Altos Hornos de Vizcaya quedó también materializado con la introducción en el Consejo de Administración de la Sociedad de Casas Baratas de Baracaldo y Sestao de varios delegados: Gregorio Prados Urquijo (sustituido en 1918 por Juan Marí­a de Goyarrola y Aldecoa); Alfonso Churruca y Calbetón; Casimiro de Basaldua e Ibieta; Domingo de Sagastagoitia y Aboitiz; y Martí­n Fernández de Villaran y Fernández Cormenzana (sustituido en 1917 por Lorenzo Vivanco y Ortiz). De esta forma, la empresa penetró en la organización de la Sociedad y en la construcción de sus viviendas, interviniendo en todos y cada uno de pasos bajo la disculpa de la financiación y la dirección altruista y desinteresada.

Pero, ¿qué se escondí­a detrás de esa tutela magnánima y humanitaria? Altos Hornos de Vizcaya, al igual que otros muchos patrones, pretendí­a combatir con estas viviendas, como ya se ha señalado, la inestabilidad residencial y laboral, la escasez de viviendas, el descontento social, el desorden sexual y moral, el elevado í­ndice de mortalidad y enfermedades, la i m p revisión y el gasto desordenado en vicios como la taberna, el alcohol, la prostitución,…

Además, con esta inversión, se conseguí­a sembrar diferencias entre sus operarios. Entendidos como parte de ese «salario indirecto» estos alojamientos sirvieron para segregar a la población trabajadora en función de su disfrute.

Ciertamente, con estos inmuebles la Compañí­a lograba de forma indirecta garantizar los tres objetivos del paternalismo señalados por J. Sierra ílvarez. En primer lugar, aseguraba el reclutamiento de mano de obra, fijándola en las cercaní­as de la fábrica. En segundo lugar, el hogar, después de la fábrica, se convertí­a en un espacio pedagógico que facilitaba el aleccionamiento de todo un conjunto de valores burgueses, redundando en pro de un adiestramiento productivo de sus obre ros. Y por último, se le apartaba de la autoorganización, al llevar la Compañí­a el peso de la organización de la Sociedad y la edificación de las viviendas.

Con todo esto se conseguí­a un doble objetivo: producir al «obrero modelo» y al «hombre nuevo». De hecho, en ningún momento se pretendió con ellas atender las necesidades de alojamiento de toda la población trabajadora, que en 1920 alcanzaba en Barakaldo y Sestao, conjuntamente, la cifra de 3.5002 9. Más bien al contrario, sirvieron para quebrar la solidaridad obrera y garantizar la lealtad de un grupo de operarios.

Incluso la forma en que fueron entregadas a esos obre ros, en alquiler, resultó una clara manipulación, pese a que Altos Hornos de Vizcaya intentaba disimularlo, señalando que la «(…) intención primera de esta Sociedad, fué la de que los arrendatarios pudieran llegar á constituirse en propietarios de las viviendas arrendadas, pero los abusos que la experiencia demuestra á que esto ha dado lugar, por las condiciones que de ordinario los nuevos propietarios suelen señalar para los arriendos ó subarriendos, la han movido á la determinación de conservar, en todo momento, la propiedad de las casas, como medio más eficaz de mantener fiscalización directa, haciendo que el arrendamiento responda en un todo á la finalidad de la Ley y el Reglamento de Casas baratas, persigue».

El alquiler, mes a mes, hizo crecer en el interior de cada uno de sus ocupantes una dependencia y un sentimiento de lealtad hacia la empresa. Se transformó en una práctica eficaz para combatir la creciente autonomí­a de las masas obreras, cada vez más influidas por las nuevas teorí­as sociales y apartadas de los valores tradicionales y religiosos.

4. LA IMPLICACIí“N DE LAS EMPRESAS VIZCAíNAS EN LA CONSTRUCCIí“N DE CASAS BARATAS

De las más de cincuenta sociedades cooperativas de casas baratas surgidas en Bizkaia desde la promulgación de la Primera Ley de Casas Baratas en 1911 hasta el inicio de la Guerra Civil en 1936 sólo en tres ocasiones la empresa privada actuó directamente: Altos Hornos de Vizcaya en Barakaldo, la Jabonera Tapia y Sobrino en Bilbao y la Sociedad Española de Dinamita en Galdakao.

En 1924 la Antigua Jabonera de Tapia y Sobrino iniciaba los trámites para la edificación de una barriada de casas de renta reducida con el objetivo de alquilarlas a trabajadores con una larga trayectoria en la empresa y familia numerosa. Se levantaron, así­, 28 viviendas unifamiliares distribuidas en tres filas con huerto en su parte zaguera, cocina, comedor y wáter closed en la planta baja y tres dormitorios en el piso principal.

Dos años después, en 1926, se firmaba el proyecto de construcción de un grupo de casas baratas por parte de la Sociedad Española de Dinamita que finalmente no pudo acogerse a los beneficios de la legislación. En un principio se estipuló que las viviendas levantadas deberí­an ser entregadas a sus ocupantes en alquiler con promesa de venta a los 30 años mediante la organización de una cooperativa. Aunque esto no llegó a suceder, por lo que sus habitantes debieron resignarse al pago mensual de un alquiler. Respecto a la tipologí­a adoptada, es preciso señalar que se optó por las viviendas unifamiliares, dobles y triples, estableciendo en su interior las mismas dependencias, aumentándose incluso el número de dormitorios, según los distintos modelos edificatorios.

Como puede observarse, en estas dos ocasiones se aplicó un esquema similar al desarrollado por Altos Hornos de Vizcaya, viviendas en alquiler recordando a sus ocupantes, mes a mes, quien era el propietario de las viviendas que ocupaban; inmuebles cuidadosamente distribuidos según las corrientes de la época; obre ros con estabilidad laboral y con numerosas cargas familiares, poco proclives a los conflictos callejeros,… Se dio, no obstante, una tercera iniciativa que no llegó a fructificar. En 1920 la S.A. Echevarria, con sede en Barakaldo, solicitaba permiso para construir un edificio destinado a habitaciones para obreros en el barrio de Castrejana (Bilbao). El proyecto no llegó a buen puerto, al embarcarse la empresa en la ampliación de sus instalaciones, aunque tres años más tarde, varios de sus trabajadores organizaron la Sociedad Cooperativa de Casas Baratas de Castrejana que entre 1923 y 1926 edificarí­a 30 viviendas acogidas a dicha legislación.

Reflexiones finales

Tal y como se ha señalado, Altos Hornos de Vizcaya se situó en la avanzadilla del proceso constructivo de casas baratas en la segunda mitad de la década de los 10, para luego desligarse de cualquier otro tipo de intervención. No volvió a involucrase en la construcción de casas baratas, pese a que en Barakaldo y Sestao se constituyesen casi una veintena de sociedades cooperativas integradas mayoritariamente por obre ros de sus talleres. El cambio de actitud vino a coincidir con el desvanecimiento del programa paternalista en Europa. Justamente, la conclusión de la I Guerra Mundial marca su punto final y el comienzo de una nueva época caracterizada por la creciente unificación de las economí­as nacionales y su integración en el mercado mundial; la consolidación de actividades monopolí­sticas; el cambio en la concepción burguesa de la población trabajadora tras los acontecimientos de la Revolución Rusa y los movimientos revolucionarios que sacudieron Europa.

Sí­ntoma evidente de la nueva polí­tica emprendida a partir de 1923 por la Dirección de la empresa la cesión en el patronato de sus cooperativas de consumo. Sin embargo, facilitó con sus jornadas de trabajo a turnos el que sus obre ros dispusieran de tiempo para llevar a cabo labores como la explanación y afirmado de los terrenos, la urbanización de su espacio, etc. e incluso proporcionó gratuitamente algún material para la urbanización, pero nada más.

No obstante, lo que sí­ logró Altos Hornos de Vizcaya con estas construcciones fue reflejar en su estructura la sociedad de la que eran fruto. Estos inmuebles sirvieron para transmitir a la clase obrera un conjunto de valores predicados por el paternalismo burgués. El hogar debí­a de ser entendido como la fortaleza natural del núcleo familiar y la institución básica reproductora del saber y del amor al trabajo. El mantenimiento del orden y la paz social, el acceso a la propiedad de la vivienda, la familia como elemento cardinal y organizador de la vida en sociedad, la esperanza en un futuro próspero, laboriosidad y honradez, disciplina y fidelidad… eran algunos de los mensajes divulgados por la legislación de Casas Baratas como ideal de todo individuo.

Lemas burgueses que pretendí­an obtener unos mayores rendimientos económicos y mantener el orden social establecido, quedaron inculcados en la cultura trabajadora a través de su perpetuación en la fisonomí­a interna de la vivienda o en su callejero .

1 comentario

  1. Juan Ignacio Bureba Matilla

    Francamente interesante, por lo menos para mi.
    Nieto de obrero de Altos Hornos, me tocó vivir con mi abuela en su casa de La Humanitaria en Sestao de los cuatro a los seis años. Recuerdo perfectamente la casa con su cocina económica y su retrete…
    Estaba indagando estos dí­as acerca de Sestao y me he encontrado este estudio sobrio e ilustrativo. Se agradece.
    Saludos.

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