Los Unzaga y las fanderías de Barakaldo (VII)
EL FINAL DE LAS FANDERÍAS DE BARAKALDO
La Primera Guerra Carlista, iniciada en 1833, atrapó a los Unzaga-Andraka en una situación muy complicada. A la muerte de Máximo Unzaga, fue su esposa quien asumió la responsabilidad familiar, actuando como apoderada de su difunto marido, puesto que sus hijos eran demasiado jóvenes para tomar a su cargo las empresas que había dejado su padre. Sin embargo, los acontecimientos que fueron sucediendo en los años siguientes, especialmente en Barakaldo, forzaron la situación.
Barakaldo, cuya población era mayoritariamente carlista, fue escenario de muchas acciones de guerra. A mediados del año 1834, Cástor de Andetxaga dio fuego al puente de cadenas de Burtzeña, ocasión que vino acompañada por el incendio y destrucción de “dos o tres casas” de Uhagón. La posibilidad de que una acción semejante se produjese con las fanderías, condujo a que los Unzaga-Andraka se decidiesen a solicitar permiso para enviar a Barakaldo a Clemente de Unzaga Andraka, el mayor de los varones, con el “fin de dirigir una fábrica de hierro” . De esta forma, a sus 19 años, se convertiría en el representante de la tercera generación de los Unzaga que dirigía una fandería en Barakaldo. Poco tiempo después, toda la familia se instalaba en la casa de Retuerto, viviendo día a día las complicadas circunstancias que acarreaba la guerra, y condicionados por el temor a represalias de los isabelinos: en junio de 1836, María Antonia de Andraka dirigió un memorial a la Diputación carlista de Bizkaia, informándole de que se hallaba residiendo en Barakaldo “para cuidar de una fábrica que posee en dicho pueblo, cuya fábrica, como también todo el giro de su comercio se halla gobernada por su hijo mayor Clemente de Unzaga”, razón por la que solicitaba que se eximiese a dicho Clemente del servicio de las armas “para defender los legítimos derechos de nuestro adorado rey don Carlos 5º, porque es hijo de viuda (…) sin otro hermano más que uno de menor edad”, y si se le alistase “los enemigos del rey le embargarán todos los bienes, tanto de Bilbao como de este pueblo”.
En condiciones como las expuestas, es fácil comprender la complejidad de la situación por la que atravesaron las fanderías y sus dueños. Parece lógico pensar que las dos existentes en Barakaldo, aunque no llegasen a detener completamente su producción, se vieran obligadas a reducirla considerablemente. La documentación nos muestra que en aquellos años no fueron estas sino los molinos asociados a ellas los que cobraron mayor importancia.
Una vez terminada la guerra, y en el año 1841, ambas fanderías aún se hallaban en funcionamiento -o al menos con posibilidad de trabajar- según deducimos de la solicitud que personas tan vinculas a ellas como son Pedro Novia de Salcedo, J. A. Bildosola, Clemente de Unzaga y Nicasio de Cobreros, entre otros, dirigieron a la Diputación para que apremiase al ayuntamiento de Barakaldo para que repusiese el “puente de Mingolea” que se hallaba en estado ruinoso, e “impide el tránsito a las fábricas tituladas Fanderías del Regato”. El Ayuntamiento por su parte respondió que se hallaba sin dinero y que había pedido a los dueños de “las fábricas que existen en la barriada del Regato de las Fanderías” que contribuyesen con alguna cantidad, pero que estos “contestaron ofreciendo muy poco”.
A partir de estas fechas, en lo que respecta a la fábrica de Arriluze, las menciones a la fandería desaparecen de la documentación, y solamente hallamos las referentes a su molino. En cuanto a la de Aranguren existe la posibilidad de que siguiese trabajando hasta aproximadamente mediados del siglo XIX; al menos esto se infiere de la reclamación que Pedro Novia de Salcedo dirigió en el año 1848 contra María Antonia de Andraka y su hijo Clemente, exigiéndoles el pago de la renta de “la fandería y molino de Aranguren”. Se trata del último documento que hallamos referente a la fandería y, como en el caso anterior, en adelante tendremos noticia únicamente de la actividad del molino.
EPÍLOGO
De esta forma, sin estridencias, se apagaron las fanderías de Barakaldo, dando paso, muy pocos años después a las primeras instalaciones de altos hornos. En la secuencia entre unas y otras fábricas cabe señalar a las fanderías como antecedentes de los trenes de laminación, del proceso de mecanización del hierro y sus productos derivados, y de la introducción del uso del carbón mineral empleado en los hornos de reverbero. Por otra parte, aunque demasiado tarde con respecto a otros países de Europa, las fanderías consiguieron modernizar la momificada industria ferrona vasca, ayudando sin duda a que cambiase la pasiva actitud de los industriales vascos, tan poco dada a introducir novedades. De hecho, el primer intento de crear un alto horno en Bizkaia se produjo en las instalaciones de una fandería, la de Artunduaga, en Basauri.
Por lo que respecta a la familia de los Unzaga, a cuyo apellido quedaron ligadas las fanderías barakaldesas, sabemos que María Antonia de Andraka hizo declaración voluntaria de acreedores en el año 1859, sosteniendo que la realizaba a consecuencia de la guerra, y que, aun a pesar de haber conseguido mantener íntegros sus bienes, estos no produjeron ni lo necesario para cubrir los réditos de los créditos contratados, pues sus deudas habían aumentado. Con este motivo, la casa de Retuerto y las heredades en este barrio, dejaron de pertenecer a la familia, que trasladó su residencia definitiva a Bilbao, villa en la que Clemente de Unzaga se dedicó en adelante a actividades relacionadas con el comercio y la contratación.
Goio Bañales Garcia
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