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Margen Izquierda (Patrimonio Industrial)

Margen Izquierda (Patrimonio Industrial)

bilbao-frabrica-sefanitroLa margen izquierda de la Rí­a del Nervión ha constituido, desde finales del siglo XIX una de las mayores concentraciones industriales de Europa contribuyendo de forma fundamental a configurar las señas de identidad de la Sociedad vasca y a la percepción que de ella se tiene desde fuera. Los momentos de radical transformación y reconversión que se producen en ésta (como otras zonas industriales de toda Europa) cuestionan el futuro de toda una tradición productiva y de unas formas sociales que perderán vigencia.

Las actuaciones urbaní­sticas que están previstas realizar sobre espacios y paisajes caracterizados por su dedicación industrial deben contemplar un entramado urbano capaz de conservar elementos y paisajes que mantengan en la memoria futura una imagen suficientemente evocadora del pasado. Un pasado que no nos ha legado ni grandes abadí­as románicas ni deslumbrantes catedrales góticas, pero del que se ha heredado un Patrimonio representado tanto por instalaciones fabriles y mineras como por las viviendas, los servicios públicos y el paisaje que se ha configurado en su entorno. Un Patrimonio constituido por edificios y máquinas de vida tan efí­mera como útil, que lamentablemente pierden su razón de existir cuando extinguen su función productiva, pero provistos en muchos casos e valores intangibles, proporcionados bien sea por su simbolismo y singularidad bien por su capacidad para aportar información. Aspectos éstos que deberí­an ser tenidos en cuenta en el momento de decidir sobre su conservación; especialmente con aquellos elementos que nos remontan a una era especí­fica de Civilización y Desarrollo tecnológico, que, por estar basados sobre principios mecánicos, poseen alto valor didáctico al mostrar la comprensión de su funcionamiento de manera mucho más simple que sus análogos recientes asentados en la Electrónica. Elementos que constituyen, además, un valioso testimonio de las condiciones de vida de las clases subalternas y colaboran a la democratización de la

Historia, compensando por otra parte los vací­os con frecuencia evidenciados por los documentos escritos.

Desde un punto de vista estrictamente arqueológico, nada puede reemplazar la inestimable fuente de información que representa una fábrica antigua restaurada o dejada en su contexto original y, si es posible, social, pero la mayorí­a de las veces representa un esfuerzo inviable en nuestra realidad social y económica.

Algunos intentos, hasta ahora frustrados, se están llevando a cabo en nuestro ámbito, en la Ferrerí­a del Pobal y en la Fábrica de Boinas La Encartada de Balmaseda por citar los más próximos.

Otra alternativa se encuentra en la selección de las máquinas y herramientas para su exposición en Museos que, observando criterios multidisciplinares y didácticos, no aí­slen el objeto de su contexto para privarle de gran parte de su significado. En este terreno existen dos viejos proyectos museí­sticos, el Museo de la Técnica de Euskadi en Lutxana y el Museo Minero de Gallarta, ya abierto y en espera de la conversión definitiva.

Por último, la reconversión de usos de viejos edificios industriales es perfectamente posible tanto desde el plano arquitectónico como financiero. A diferencia de muchas construcciones modernas, los edificios industriales ofrecen una imagen de solidez y permanencia que valoriza el paisaje urbano; y su conservación permite preservar técnicas y materiales de construcción imposibles de utilizar hoy en dí­a. Además, los costes de materiales y energí­a son menores, reutilizan infraestructuras ya existentes y las labores, más cortas, se pueden realizar por fases y en mejores condiciones de confort y seguridad.

La Siderometalurgia, caracterí­stica especí­fica industrial de la margen izquierda, ha dispuesto desde el punto de vista arquitectónico de un modelo de edificio (la nave) muy versátil y capaz de acomodarse a distintos usos.

Son abundantes los casos de grandes superficies comerciales que

se han alojado, o se han inspirado en su construcción, en viejos talleres industriales valiéndose de su indiscutible funcionalidad, auténtica esencia de la Arquitectura industrial.

En la nave prima, por encima de todo, la diafanidad de su espacio interior y de las estructuras soportantes con su planta libre de obstáculos que facilita el transporte interior mediante grúas-puente y la estabilidad para la máquina pesada.

Estas «Catedrales de la industria pesada» se caracterizan, además, por su disposición en horizontal con planta rectangular que puede alargarse o serializarse según convenga a las necesidades productivas. La cubierta, (generalmente a dos aguas y ocasionalmente en diente de sierra) dispone de monteras elevadas sobre la cumbrera para facilitar la ventilación y linternones traslúcidos que introducen en la nave una iluminación cenital. La estructura metálica soportante comprende hileras de poderosos pilares capaces de soportar cerchas de gran luz y vigas carril sobre las que han de circular las grúas puente, que obligan a reforzar la estructura mediante complicados arriostramientos, mostrando un acabado de celosí­a metálica, cerrada perimetralmente con ladrillo visto.

Con esta configuración se conseguí­a un contenedor adecuado para procesos productivos como los desarrollados en trenes de laminación, talleres de montaje, forja o caldererí­a, almacenes, etc, que exigí­an una ejecución horizontal del trabajo y amplios espacios.

Desde que La Vizcaya instalara en 1882, las primeras naves de pórticos metálicos, el modelo se ha repetido a lo largo de todo el siglo XX, incorporándose transformaciones inherentes a los nuevos materiales de Construcción. Las primeras estructuras metálicas utilizaban soportes de hierro colado de sección circular que reproducí­an órdenes clásicos tendiendo a encubrir o falsificar las estructuras materiales. Posteriormente, éstas fueron gradualmente sustituidas por las de hierro y acero laminado con perfiles en I o T. Este tipo de estructuras, unidas por roblonado, se consolidarán definitivamente utilizándose hasta mediados de siglo, época a partir de la cual el uso de la soldadura fue suplantado cada vez con más éxito al roblón.

Igualmente, desde principios del siglo XIX (y sobre todo desde los años 20), las naves de hormigón armado habí­an empezado a coexistir con las estructuras metálicas.

Por otra parte, esta gran arquitectura no necesitaba recursos estéticos que ofrecieran una atractiva imagen de la empresa como valor comercial añadido. Excepcionalmente los detalles ornamentales quedaban relegados a los edificios de oficinas y administración.

El lugar de trabajo tampoco necesitaba ser acogedor para los obreros. Lo que se necesitaba era el espacio unitario y diáfano configurado por la nave para facilitar el control de la mano de obra. Esta formaba parte del denominado «ejército de reserva procedente de la agricultura» con escasa capacidad reivindicativa y considerada como una herramienta más del proceso productivo en el que lo importante era su precisa colocación con respecto a las máquinas.

Además de los procesos desarrollados en el interior de estas naves-contenedor, otros medios de producción no precisaban espacios cerrados. Hornos, chimeneas, grúas, puentes… (lo que se ha venido en llamar arquitecturas máquina) son elementos cuyas funciones no crean un espacio interior real y como tal incapacitados para cualquier reconversión. Sin duda, en ellos es más acentuado el peligro de desaparición una vez extinguido su uso.

Alrededor de estas construcciones fabriles y de las grandes obras de la Ingenierí­a Civil como mercados, mataderos o estaciones, se fue fraguando desde el s. XIX una nueva estética que iba a ser paradigma de los arquitectos de vanguardia y campo de experimentación en el lenguaje arquitectónico.

Entre 1880 y 1920, la margen izquierda de la Rí­a, apoyada en una gran tradición ingenieril, se va a constituir en uno de los marcos geográficos y laboratorio de ensayos de esta Arquitectura de espí­ritu fabril.

Son notorias las construcciones de esta naturaleza que, trascendiendo nuestro propio ámbito, son reconocidas como ejemplares únicos, de gran contenido simbólico y que harán suya la expresión de los nuevos materiales: el hierro y el hormigón.

Además del famoso Puente de Bizkaia, primero en su género, el hierro fue el soporte de innovadores puentes sobre el Cadagua o de grandes tranví­as aéreos hoy desaparecidos en su tiempo como los más importantes de Europa.

En los mismos años, 1897-1900, en los que en Bilbao se construí­a la fábrica de harina La Ceres, primer edificio de hormigón de España, se levantaba en El Regato (Baracaldo) la primera presa fabricada con este mismo material. Años más tarde, en 1919, Babcock & Wilcox edificaba con hormigón las naves de mayores dimensiones hasta entonces existentes en España.

Pero, además, con un material de construcción tan tradicional como la madera, nos encontramos las extraordinarias muestras de los cargaderos de mineral de la Rí­a y la nave de fosfatos de Fesa-Ercros. El uso de la madera como material de construcción fue perdiendo importancia mas no por ello se dejó de utilizar. Las estructuras realizadas con este material (aunque con coeficientes de resistencia menores a las metálicas) obedecí­an a los mismos principios estructurales: su poco peso le hací­an adecuado para terrenos poco firmes, además de su casi insensibilidad a la acción de ácidos y sales.

Tal es la importancia de todas estas construcciones, que se convierten en centro de atención de publicaciones de época; y entre las que cabe destacar la obra escrita de Pablo de Alzola, polifacético ingeniero y buen conocedor de estas realizaciones, pues no en vano habí­a sido responsable de los proyectos de ferrocarriles de Orconera y Bilbao-Portugalete, y ostentando cargos directivos en A.H.V.

En su obra «La estética en las obras públicas», seguramente uno de los primeros ensayos aparecidos en el mundo sobre este tema y desde luego el primero en España, Alzola aplaude el uso de la piedra de toscos relieves en las obras públicas, al gusto de lo que se hací­a en Gran Bretaña.

Los sillares sin desbastar eran materiales que imitaban la obra de la naturaleza y se integraban óptimamente, sin agresividad, en el paisaje del cual procedí­an.

Los restos de viaductos, planos, frentes de túneles, puertos de mineral, muros de contención… que salpican nuestra zona minera confirman las apreciaciones de Alzola.

Son las ruinas arqueológicas de un paisaje transformado durante décadas de explotación del territorio y en cuyas huellas podemos leer e interpretar su pasado productivo y extractivo. Canteras, rozas, cortas y trincheras fueron excavadas para despojar al medio natural de todo el mineral que se hallaba entre la ganga improductiva. Producto de ello, afloraron los macizos calizos de formas puntiagudas; y, como fruto del lavado y selección del mineral, los fondos de los valles se rellenaron con lodos sedimentados (balsas de decantación) mientras chirteras o escombreras de materiales poco valiosos cubrí­an muchas de sus laderas

El abandono de las labores extractivas trajo consigo una nueva transformación del medio. Al mismo tiempo que una vegetación residual se recuperaba de forma espontánea, sobre las calizas impermeables de los pozos se fueron acumulando aguas drenadas desde los niveles freáticos formando caracterí­sticos lagos como los que actualmente colindan La Arboleda o los de la mina Confianza en Putxeta y Amalia Vizcaí­na en Covarón. Por otra parte, en los pueblos de la margen izquierda, el paisaje urbano ha estado, desde finales del s. XIX, determinado por ocupar suelo residual no deseado por las grandes implantaciones industriales, alternando con espacios de iconografí­a rural.

Los cascos urbanos  de Barakaldo y Sestao se asentaron como pudieron en los montes circundantes, amurallados por las fábricas que, con gran despilfarro de suelo, aprovechaban los terrenos llanos limí­trofes a la Rí­a y sus afluentes.

Actualmente, sobre estos suelos se asientan un rosario de arquitecturas y estructuras diversas que han perdido su uso industrial pero no su carácter evocador de épocas pretéritas. Algunas de estas arquitecturas son especialmente valiosas y en su salvaguarda se deberí­an dedicar mayores esfuerzos. Su conservación no es incompatible con los nuevos proyectos de ordenación del territorio que proponen acercar la ciudad y los ciudadanos a la Rí­a y crear suelos de oportunidad que faciliten el desarrollo económico de la zona.

En muchas regiones europeas con tradición industrial se llevan a cabo planes de reordenación territorial y, al mismo tiempo que se preservan y rehabilitan edificios aislados o conjuntos integrales, se crean museos y ecomuseos, se fundan oficinas y centros de divulgación financiados por la Instituciones públicas y privadas, se publican guí­as para la promoción de circuitos turí­sticos y educativos, etc.

En este contexto, este libro, mediante una pretendida focalización sobre aquellos elementos más notables, aspira a contribuir a la difusión y conocimiento del Patrimonio Industrial

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