Pabellón Ilgner
Al comenzar el siglo XX ya funcionaban en todo el mundo bastantes trenes de laminación eléctricos. La demanda se vio incrementada a partir de 1903, año en el que Karl Ilgner desarrollaba por primera vez el accionamiento eléctrico reversible para trenes de laminación, que resultaba un 75% más barato que los accionamientos de vapor. Una vez tomada la decisión de introducir el accionamiento eléctrico en Altos Hornos de Vizcaya, se eligió el sistema Ilgner, encargándose el suministro del grupo y equipo eléctrico completo a Siemens Schuckert Industria Eléctrica.
La escasez de terreno se resolvió proyectando la instalación al otro lado de la carretera, en un terreno de muy difícil cimentación por carecer de base firme hasta los 27 metros de profundidad y ser terreno pantanoso. El ingeniero Alfonso Peña Boeuf, experto en consolidación de terrenos se hizo cargo de la obra llevando a cabo una cimentación experimental con gran éxito; construyó una gran placa de hormigón armado lanzando a grandes presiones, a través de ella, inyecciones de mortero con escorias.
En 1927, tres años después de su inicio, se inauguraba el edificio. Ejecutado en hormigón armado, con excepción de la cubierta de cerchas metálicas, respondía a las necesidades constructivas que imponía el soporte de la pesada maquinaria. Su planta basilical era compartida por una nave central diáfana de 55 metros de longitud y 20 de luz, que albergaba la sala Ilgner con la maquinaria y el tablero de mandos, y dos naves laterales a diferente nivel, la de mayor altura con la instalación de distribución y la menor con las instalaciones de transformadores y rectificadores
En su interior la sala presentaba una gran riqueza decorativa, poco corriente en las construcciones de la siderurgia. Los zócalos de baldosa cerámica en los que se intercalaban siete puertas de arco rebajado y el piso acabado en terrazo con diferentes motivos ornamentales, son todo un ejemplo de deferencia hacia un espacio de calidad donde la fábrica dejaba de ser un antro infernal para dar lugar a la fábrica-catedral, capaz de combinar utilidad y estética. Exteriormente la construcción mostraba su esqueleto de hormigón con los pilares distribuidos entre amplios ventanales que verticalizaban sus fachadas, en contraste con el ladrillo visto de cierre de los muros y las líneas horizontales de la cornisa y el tímpano. Las proporciones se asemejaban a las de un templo clásico sin concesiones al ornamento, pero con una nítida expresión de poder, solidez óptica y monumentalidad, en consonancia con las nuevas tipologías que las arquitecturas de la electricidad estaban reproduciendo en toda Europa a aquellas alturas del siglo. í‰stas se encaminaban hacia la búsqueda de unas formas propias de una auténtica estética industrial a partir de una nueva interpretación de los recursos histórico-eclecticistas. Soluciones arquitectónicas donde la electricidad se convirtió en expresión del poder ─temples of power─ y del confort que esta fuente de energía era capaz de ofrecer, elevada al rango de mito de una nueva edad de oro.
Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública (AVPIOP)
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