Transcurrir en la vida del minero
Si tenemos en cuenta que los pueblos de la comarca carecían de la infraestructura básica para acoger a los propios vecinos, incluso antes de la llegada de la explotación de las minas, podemos darnos cuenta de que con la de la necesidad de mano de obra, los servicios que ofrecían los pueblos brillaban por su ausencia, siendo la vida de los nativos aún más difícil si cabe.
La mayoría de las viviendas carecían de servicios básicos como agua corriente, aseos y, en muchos casos, no tenían ni alumbrado eléctrico.
Con este panorama, los mineros pernoctaban en casas llamadas de peones, y en barracones que eran construidos para poder albergarlos.
De la misma manera, se provisionaban en cantinas que eran de sus capataces. Las comidas tenían como base las alubias, patatas, tocino, tasajo y bacalao. Los dormitorios, por llamarlos de alguna manera, eran en su mayoría un local sin ningún tipo de ventilaciónSi a esto añadimos que regularmente dormían con la misma ropa que usaban para trabajar (en verano, sudada; y en invierno, mojada), y además colgaban del techo el tocino, el bacalao y el tasajo, no podemos imaginarnos cómo se podía descansar en tal ambiente.
Otro problema añadido surgía a la hora de comprar, ya que debían hacerlo en la cantina de su capataz, de lo contrario eran despedidos.
Enseguida, el capataz corría la voz para imputarle cualquier hecho. El caso es que ningún otro contratista estaba dispuesto a darles trabajo. Por tanto, como vemos, estas personas que ejercían de capataces hacían y deshacían todo a su antojo.
En las cantinas, los productos de consumición estaban apilados sin ningún tipo de higiene. Por ese motivo y por la falta de ventilación adecuada, el estado de los alimentos era el más deplorable que uno se puede imaginar.
El horario de trabajo era agotador: 10 horas y media, en invierno; y 13 horas, en verano. Incluso trabajaban los domingos.
Cualquier persona que conozca un poco el entorno de las minas, y teniendo en cuenta que algunos mineros necesitaban hasta dos horas para llegar al trabajo, puede sacar alguna conclusión sobre el sacrificio de estas gentes, que, además de todo esto, tenían que soportar los factores climatológicos.
Después del madrugón y la caminata (había personas que vivían en Zierbena, y que subían hasta Triario) tenemos que tener en cuenta que si al llegar a la mina se ponía a llover, no se podía trabajar, y los obreros tenían que volver a casa con las manos yacías y sin salario. Ese día no había nada para comer.
El invierno era una estación climatológica adversa en todos los términos para el minero.
La labor era manual, las piedras estaban mojadas y frías, los mangos de las hen–a-mientas se llenaban de barro, los cuerpos estaban agarrotados por el frío, las ropas de baja calidad, y el calzado, aún siendo nuevo, con el constante pisar de barro y agua, estaba frío. Los calcetines, en el mejor de los casos, eran unos trapos enrollados a los pies.
Ya vemos que con este panorama, no es de extrañar que se hiciera popular aquella canción que decía: «A la mujer del minero, se la puede llamar viuda, porque el minero trabaja, haciendo su sepultura».
Para colmo de desdichas, llegaban las epidemias. El mejor campo de actuación para ellas, ya lo hemos descrito. Personas sin una manutención normal, sin aseo, mojaduras mal secadas…
Muchas de las veces, mataban sus penas con una especie de veneno que pagaban como vino, así que a nadie ha de resultarle extraño que por aquellas fechas el promedio de vida de un hombre fuera de 38 años.
Las epidemias que se declararon en aquellos años fueron el tifus, la varicela, las fiebres tifoideas y el cólera.
Esta última fue devastadora en 1.885. Los muertos se contaban por decenas, y la epidemia revolucionó y conmocionó a toda Bizkaia.
En unos estudios hechos por el Doctor Areilza, quedó constancia de que para atajar la enfermedad, no eran suficientes las construcciones de Lazaretos, ya que además había que cambiar todas las formas, costumbres y medios de vida de las personas más desfavorecidas.
Además de todo esto, no tenemos que pasar por alto que los lugareños de aquel entonces, pasaban las mismas miserias que los mineros, aún no siendo mineros.
Los asuntos sociolaborales eran el otro caballo de batalla: se tiene constancia de que en el mes de mayo de 1.890, se declaró la primera huelga minera. Se pedía rebajar la jornada laboral y comprar donde mejor le pareciera a cada cual.
Después hubo otras peticiones, como la suspensión de los trabajos a destajo, pero la inmediata respuesta de los patronos fue tacharlos de hacer propaganda socialista. Uno de los que más impedimentos pusieron fue el contratista Mac Lennan.
Los obreros fueron despedidos, y aquí empezó la huelga propiamente dicha.
La intervención del General Loma fue decisiva, dando parte de razón a los obreros. Tras inspeccionar los albergues y cantinas, manifestó que aquello no servía ni para cuadra de cerdos.
La huelga se dio por concluida ajustándose a lo establecido por el Bando del General Loma, y en esta huelga, se consiguió bajar la jornada laboral, ya que en adelante, iban a trabajar 10 horas en invierno, y 11 horas, en verano. Por lo menos, se rebajó la jornada en 2 horas en verano, y media hora, en invierno.
Los patronos no tardaron en reunirse para concretar unos puntos de acuerdo entre ellos. En el que más énfasis se puso era el que decía: «Los obreros despedidos de una mina por producir desórdenes, no tienen que ser admitidos en ninguna otra.»
Al poco tiempo, ya no se respetaba el horario establecido por el Bando Loma, y los Patronos mineros nombraron una comisión para tomar medidas, por lo que se les avecinaba de nuevo.
Todo esto sucedía en el transcurso del año 1.891.
Los representantes que salieron de esta comisión fueron: Francisco Mac Lennan, Calixto López, Antonio Alzaga y Jacinto Zumalacárregui. En esta reunión, se acordó ratificar el acuerdo anterior y añadir algunos puntos más, de entre los cuales, uno era recordar a propietarios y arrendatarios de Minas que los carteles con esos puntos debían colocarse en un lugar bien visible, para que los mineros no alegasen ignorancia del castigo que suponía su incumplimiento.
Se volvía a recalcar la no admisión de obreros despedidos, mientras que éstos no portasen un documento acreditativo del patrón anterior, y el inmediato despido de los obreros pertenecientes Partido Socialista.
Los primeros despidos se produjeron en la mina Rubia de Pucheta propiedad de Mac Lennan, el 9 de mayo de 1.891. En esta ocasión, fueron despedidos cuatro obreros, por pertenecer al Comité Socialista, en la agrupación de Las Carreras.
Aquí surgió un litigio entre patronos, ya que alguno de estos mineros fue admitido por Agustín Iza para trabajar en la mina San Miguel, sin pedirle ningún certificado sobre su conducta.
En el mes de enero de 1.892, una nueva huelga se comenzaba a gestar en una mina de Orconera, ya que no se respetaba absolutamente nada del Bando Loma por parte de los patronos.
En una reunión del Círculo Minero, se acordó cerrar todas las minas Orconeras. Esto ocurrió el 1 de febrero, pero a los pocos días, se aceptó abrir las minas que estuvieran en el municipio de Abanto y Ciérvana, pero ninguna de la Arboleda. Esta huelga duró hasta el 4 de mayo.
Por esas fechas, ya se estaban gestando unas representaciones por parte de los obreros, y se empezó a hablar de Eduardo Várela, Facundo Perezagua y Facundo Alonso, que, a su vez, eran los representantes de las agrupaciones socialistas de la Zona Minera.
Esta representación se encargaba de llevar las peticiones de los obreros al Círculo Minero y al Gobernador Civil, pero la inmediata respuesta de los patronos fue que ellos no reconocían a estas personas como representantes de los obreros y pidieron al Gobernador que en situaciones de conflicto actuase el ejército, o mejor aun, que estuviese en estado permanente, en régimen de ocupación.
El Gobernador comunicó a los patronos que la Ley no diferenciaba entre patronos y obreros, a la hora de legitimar la libertad de expresión. Además, les recordó que la Asociación Círculo Minero no estaba legalizada como tal Asociación, y que, por lo tanto, no tenía carácter. público para tratar con él.
El Gobernador estaba un tanto harto, porque los patronos le evitaban, y cuando les convenía, trataban directamente con el General Loma.
En la huelga de 1.905, el Comité Central de la Federación de Obreros de Bizkaia, ya era el encargado de hacer todas las peticiones de mejoras laborales.
El Comité recordó a los patronos el horario que tenía que regir desde mayo a agosto. Esta petición estaba firmada por Lesmes Bargas y el secretario Bartolomé González, pero la contestación de los patronos a esta petición, fue que ellos cumplían el Bando Loma.
El 20 de julio, se inició una huelga, pero los patronos seguían desprestigiando al Socialismo, y llevaron la campaña hasta Madrid, tratando a los socialistas de perturbadores de la paz.
En 1.906, la Franco Belga insistía en los beneficios que aportaban a los obreros los trabajos a tarea. En Orconera nadie trabajaba a tarea.
En una reunión de obreros celebrada en Ortuella sobre el mes de abril, se acordó hacer una. petición de dos puntos al Círculo Minero:
- El horario de trabajo sería de 9 horas durante todo el año
- La total abolición de las tareas
Estas reclamaciones fueron hechas por la Federación de Obreros Mineros de Biz-kaia, pero el Círculo Minero no respondió a esta petición ni en un sentido, ni en otro, y su proceder fue hacer oídos sordos.
En junio del mismo año, la Federación celebró un mitin en La Arboleda, ya que quería saber si tenían suficiente apoyo de los obreros para ser representados por dicha Federación.
La Federación fue aceptada por unanimidad, e inmediatamente, se volvió a hacer la misma petición acordada en Ortuella en el mes de abril. Eso ocurrió sobre el–día 23.
En el mes de agosto, los obreros del ferrocarril de Triano se declararon en huelga, que, a la postre, fue motivo suficiente para una huelga general, acordada en un mitin celebrado en La Arboleda el día 19.
El día 22, el Gobernador declaró el estado de glena, y el día 23 se publicaron unas instrucciones para ser seguidas por la población.
El Ministro de Marina y el Capitán General Zappino, se entrevistaron con concejales socialistas y obreros mineros. Lo que más le dolió al Círculo Minero fue que el Capitán General Zappino concertara una reunión de obreros mineros con S. M. el Rey, en el puerto de Bilbao.
En esa entrevista, el Rey prometió revisar el Bando Loma, y con esta alternativa del Rey, se dio por finalizada la huelga.
En esta huelga, se consiguió reducir la jornada media hora diaria, y una declaración, en la cual el ejército no iba a abrir fuego contra los obreros que ejerciesen coacciones. Los patronos, por su parte, pidieron que las fuerzas armadas estuvieran permanentemente en la Zona Minera.
Como los patronos no cumplieron las normas, en 1.907, se fue tramando otra huelga.
Según informaciones, parece que en Galdames, Gallarta y Matamoros se estaba organizando una huelga para el día 4 de marzo, o entre el 7 y el 10 del mismo mes.
Los patronos denunciaron al Gobernador la falta de dinamita en las minas, y se rumoreaba que los obreros querían volar máquinas del ferrocarril.
También denunciaron que en un mitin en Castro Urdiales, el 29 de marzo, el dirigente socialista Perezagua excitó a los obreros para que no se metieran con el ejército, y que fueran directamente a por los intereses de los patronos.
Otra vez los patronos, dejando a un lado al Gobernador, fueron directamente a Madrid a entrevistarse con Maura, quien ya se había reunido con Pablo Iglesias y con la Federación de Obreros Mineros.
Cuando Maura remitió a los patronos al Gobernador, éstos no lo pudieron aguantar, y empezaron a utilizar todas sus armas y dinero.
Publicaron en prensa y lanzaron folletos por todas las partes, con el objeto de desprestigiar a los obreros de la Zona Minera, e incluso hicieron un cuadro comparativo por municipios de la cantidad de obreros que había y cuántos pertenecían al Partido Socialista.
De los 10.600 obreros, sólo 968 eran socialistas, pero no tuvieron en cuenta que al mitin de Ortuella acudieron 3.000, y en el de La Arboleda, pasaron de 5.000. Con estos datos en su contra, se desvaneció su estrategia.
Se creó un Instituto de Reformas Sociales para alcanzar los objetivos laborales del Partido Socialista, y en unión con U.G.T., desarrollar un programa de reclamaciones.
La primera petición se hizo el año 1.909 y los puntos eran los siguientes:
- La jornada laboral sería de 8 horas todo el año
- Un salario mínimo de 3,50 pesetas
- Todos los agentes armados puestos por los patronos, desaparecerían de la Zona Minera
Los patronos, como siempre, dieron largas al asunto. Corría el año 1.910.
El Instituto volvió a la carga con las mismas peticiones, pero los patronos siguieron con sus normas de desprestigio y con sus folletos y notas de prensa, para que la opinión pública tornara posiciones en contra de los obreros mineros.
El 14 de abril, se celebraron algunos mítines, en los que los obreros de Orconera y Mac Lennan pidieron la subida de jornal, De todas maneras, como esas peticiones fueron denegadas, ya estaba servida la chispa necesaria para empezar la huelga, que comenzó un jueves y fue seguida por unos 400 obreros. –
El viernes ya se formaron grupos para ir a Galdames, Cotorrio, Franco Belga, Parcocha, Lutxana, Ferrocarril de Triano, Barakaldo.
Como los grupos estaban por todas partes y cada vez se sumaban más obreros, la fuerza pública no era suficiente para controlar aquella avalancha humana.
Esta huelga fue durísima, sobre todo por el tiempo que duró. Estuvieron comprometidas todas las familias al completo, ya que mientras los hombres hacían piquetes, las mujeres y los niños ocupaban las minas y ferrocarriles, apresando a capataces y esquiroles.
De nuevo, los patronos abusaron de los obreros locales al amenazarles diciendo que las casas donde vivían eran de ellos, y que, por lo tanto, o atendían a aquellas gentes llegadas de fuera, o se les quitaba la vivienda.
Era el 27 de diciembre de 1.910, y no habían alcanzado ningún acuerdo. Los problemas continuaron hasta el año 1.919, en el que se fijó la jornada laboral de 8 horas, concretamente el 1 de octubre.
Entre el año 1.910 y 1.919, también hubo algunas huelgas, donde se obtuvieron una serie de mejoras, como por ejemplo, el cobro cada 15 días, en vez de en mensualidades, o el derecho a comprar donde cada uno quisiera.
Con la guerra europea, el precio del mineral subió, y los sueldos se devaluaron. También en ese momento lucharon por la subida de los sueldos, pero no lo consiguieron, puesto que los patronos necesitaban mineral por la fuerte demanda del mercado, y tampoco estaban tan unidos. Eso sucedió en 1.916.
La Federación Nacional de Obreros Mineros se disolvió el 22 de enero de 1.917, para dar entrada a otros Sindicatos Provinciales.
A partir de estas fechas, el auge laboral había pasado a las empresas modernas construidas a lo largo de la Ría. Estas empresas absorbían la mayoría de mano de obra, y las minas daban los primeros signos de agotamiento del mineral. Los conflictos mineros pasaron a un segundo plano.
Desde los años 1.800, el trabajo de las minas era temporal, pero en los años 1.850, se estabilizó, y a partir de 1.880, la estabilidad de las personas en la Zona Minera, ya era algo habitual.
Se formaron familias, y vivían en casas particulares. De esta manera, empezó a desaparecer la miseria que rodeaba a los mineros que vivían solos.
Con esta introducción quiero comenzar por dar un voto de valor a las mujeres, que trabajadoras y bravas
como ellas solas podían ser, además de trabajar en labores de la mina, donde más estaban era en los lavaderos de mineral, careando gabarras o subiendo planchadas, que a veces muy empinadas dependiendo de la marea, con los cestos de mineral a la cabeza, o en ocasiones de sirgueros, tirando de una sirga (cuerda) para arrastrar las gabarras por los ríos.
Después de todo esto, hacían las labores de casa, y se ocupaban del cuidado de sus hijos. ¡Con qué valentía se tumbaban en las vías de los ferrocarriles y de los planos inclinados, para parar toda actividad que estuviera perjudicando el movimiento reivindicativo de sus maridos!
Grandes animadoras, en los momentos en que sus maridos o hijos sufrían algún percance, por un accidente laboral, o por estar en la cárcel por pedir lo suyo. Les cantaban las cuarenta a los comerciantes, cuando éstos se querían exceder en el precio de algunos alimentos, daban cobijo a todo aquel que era perseguido por su forma de pensar, que normalmente era en contra de los patronos.
Cuidaban tanto de sus hijos como de los de alguna vecina que se encontraba en apuros. ¡Qué solidarias!
Las casas donde vivían eran de construcción pobre. No había agua ni saneamientos. En muchos casos, ni siquiera luz eléctrica.
En esa situación, resultaba muy costoso mantener un mínimo de higiene, por lo que llevaban el agua desde unas fuentes públicas. Estas mujeres de hierro conseguían lo que hiciese falta.
Uno de los problemas más acuciantes y duros era, sin duda, el lavado de la ropa, ya que, como queda dicho, en las casas no había agua, y tenían que acudir a unos lavaderos comunales.
Esos lavaderos existían en todos los pueblos, y en los más grandes, había más de uno. A pesar de que estaban a la intemperie, había que acudir en todas las estaciones del año, tanto si hacía frío o calor, como si nevaba o helaba.
Esto último era lo peor que podía ocurrir, porque si sucedía, tenían que romper muchas veces el hielo para poder lavar.
Además de que las ropas eran de baja calidad, no había medios económicos para muchas alegrías. Su confección parecía estar hecha a propósito para coger toda la suciedad.
Los detergentes sólo se usaban en las casas de los patronos, y los jabones de los mineros eran de muy baja calidad para aquel tipo de suciedad, por lo que las mujeres solucionaban el problema a fuerza de restregar.
Al menos, el lavadero era el sitio donde se encontraban a menudo más mujeres juntas, y de esta manera, podían correr la voz si surgía algún contratiempo. Todos sabéis a qué me refiero.
Cuando las epidemias aterrizaban por la Zona Minera, podemos imaginarnos el papel que jugaban los lavaderos. Aunque fuera simplemente una epidemia de piojos, según nos contaban las abuelas, éstos se paseaban por todo el lavadero embarcados en la espuma del jabón pero ellas, las mujeres, no tenían tiempo para hacer ascos. La comida estaba en el puchero a fuego lento, y se aproximaba la hora de que el hombre llegara a casa, o los niños salieran de la escuela, o de llevar a Fernandito a la consulta, ya que tenía unas anginas a punto de reventar.
Con buen tiempo, la ropa se secaba al verde (en una campa), pero cuando llovía el problema era mayor. Luego llegaba la plancha, ya que así se llamaba a un trozo de hierro con un asa.
Así es cómo se arreglaban aquellas mujeres, además ya hemos comentado la clase de ropas que usaban aquellas gentes. Si era una chaqueta, había que mirar bien donde la colgaban, y de las coderas mejor no comentar nada. Si se trataba de un pantalón, era mejor no sentarse. Las rodilleras que le salían decían por sí solas qué nivel económico era el de aquella persona. Las camisas no tenían gran problema, aunque parezca mentira, pero tenemos que decir que carecían de cuello y puños.
Las cocinas de las casas eran de fogón alto, y lo que más se quemaba era madera, y como la mayoría de las veces no llegaba para comprar carbón, era la mujer la que tenía que ir al monte para traer una carguita de leñas.
Como cocineras, tenemos que decir que eran excelentes. Podían hacer una comida suculenta con la carne de un burra o de un gato. Eso sólo ocurría en días señalados, pero este tema lo trataremos más adelante, cuando hablemos de la juventud.
Asimismo, para ayudar a la economía, se practicaba un poco la agricultura. Se sembraban patatas, alubias, ajos, maíz, se plantaban puerros, cebollas, lechugas, pero todo en pequeñas cantidades.
Se tenía algún conejo, gallina, e incluso había quien tenía una cabra, para tener un poco de leche. De todas formas, el denominador común de todos estos trabajos, era que la mujer era la que se llevaba la peor parte.
Cuando llegaba el domingo o un día de fiesta, se reunían varias mujeres para jugar una partida de cartas. Si el tiempo lo permitía, buscaban un lugar en la calle. Si hacía mal tiempo, se reunían en casa de alguna de ellas, ya que allí también estaban haciendo algo, hasta que llegaban todas para formar la partida.
Normalmente, llevaban una madera que tenía forma de huevo, y con este artilugio, remendaban los calcetines de su marido e hijos. La cuestión era no estar sin hacer nada.
Eran excelentes conocedoras de las enfermedades, por lo que rápidamente preparaban cataplasmas, ponían inyecciones, atendían a las parturientas.
En las jornadas que se celebraban elecciones, ayudaban en lo que podían, o transportaban en burro a los accidentados, o cuidaban de los hijos de las vecinas. La cuestión era votar, aunque siempre sabían de antemano quién era el ganador, pero el justificante de voto era necesario para cobrar los 5,8 o 10 duros que pagaban los candidatos para que les votasen. Era tan grande la necesidad, que a veces se vendía la honradez.
Por todo esto, la mujer, en la Zona Minera al menos, que es lo que creo que más conozco, tendría que haber tenido tratamiento de USIA.
Por otra parte, entrando en el tema de la juventud, los que más o menos estaban en edad escolar, acudían a clase, si en casa no tenían que cuidar al hermano pequeño.
Sus padres trabajaban en la mina, y alguien tenía que estar en casa, y de esta forma, cuando llegaban a la edad de 12,13 y 14 años, los niños iban a la mina, y las niñas, de criadas a casa de los señores.
Los niños empezaban como pinches, y abastecían de agua a los mineros. También transportaban las herramientas, sobre todo cuando había que llevarlas al herrero, para que las afilara, las templara, y las pusiera en condiciones para volver a funcionar con normalidad. El próximo paso ya lo podían ir intuyendo. Sólo tenían que mirar un poco el entorno.
Las chicas empezaban haciendo recados, cuidaban niños, el tema del lavadero… Cuando acudían a servir a las casas de los señores, tenían agua corriente, como se decía en aquellos tiempos, y el lavadero estaba en algún cobertizo de la casa. La plancha era mejor que la de su madre, y en algunos casos funcionaba con corriente eléctrica.
También pasaban por la cocina, y allí era donde aprendían a guisar conejos, pollos, a asar carnes y pescados, a hace buenos cocidos de alubias con costilla, morcilla, tocino del bueno, y de garbanzos con buena aguja y zancarrón, para hacer luego con el caldo una buena sopa.
Allí era donde se fogueaban y aprendían para cuando se casaran y con mucha imaginación y más ilusión, guisar aquella carne de burrito o de gato, asar unos chicharros y preparar cocidos de alubias y de garbanzos viudos, como se suele decir. Pero con un cariño y una entrega que solamente ellas eran capaces de transmitir.
José Mª Díaz Ramos
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