
RECORRIDO HISTÓRICO 24: A zancadas por el siglo XIX

Viendo las cosas con la perspectiva que nos da la Historia, bien podemos afirmar que el siglo XIX significó un antes y un después en el devenir de la anteiglesia de Barakaldo. Un “antes” rural, un “después” industrial. En medio, una bisagra de unos escasos cien años en los que la instalación de todo tipo de industrias (especialmente las derivadas de la metalurgia) arrasó el componente agrario que había caracterizado el paisaje del entorno desde que tenemos conocimiento de él. Por ello, antes de entrar en consideraciones más detalladas proponemos un recorrido “a zancadas” por este especial siglo XIX.
En el “Cuestionario” remitido por Silverio Joaquín de Retuerto[1] en 1795 a D. Tomás López[2], se dice de la anteiglesia[3]: “Abunda de deliciosas hortalizas y todo género de fruta que se venden en las villas inmediatas con preferencia a las de los demás pueblos y sólo de guinda y cereza produce anualmente más de 30 Dxr (quintales?). Tendrá de largo como dos leguas y una de ancho escaso en que están repartidos 400 vecinos que son poco más o menos el número de su población, labradores que viven en el cultivo de las fresas, excelentes vegas que de junqueras se han reducido a sembradas de treinta años a esta parte con lo que se ha aumentado mucho la labranza. No hay en su jurisdicción feria ni mercado alguno y los vecinos compran y venden en las villas de Bilbao y Portugalete que tienen un mercado diario de granos y de lo demás necesario para la vida humana. El comercio principal es la labranza que coge el grano necesario para el consumo del pueblo. (Cuidan ganado que utilizan para el acarreo de mineral). Conducen 150 y 200 quintales de a 150 libras cada uno del monte con bueyes o mulos; el resto es ganado de cebar vendiéndolo después de gordo para los consumos de las dos citadas villas inmediatas. Por estar este pueblo situado la mayor parte en una llanura y terreno fangoso y tener inmediatos los ríos (antes mencionados) se carece de aguas buenas para beber por lo que reinan en los veranos muchas tercianas aunque no malignas y en los inviernos algunas puntas de costado, en lo demás el aire es sano, el cielo despejado y sus naturales robustos y ágiles. La lengua común es el vascuence y castellano aunque uno y otro mezclado y nada puro. Hay en su jurisdicción dos ferrerías una en el río mayor y otra en el menor con varios molinos, en las primeras se labra el hierro y en los segundos se muele el grano para el consumo de los vecinos, además dos fábricas de curtidos sin uso… También hay en el río menor una fandería donde se corta y adelgaza el hierro labrado en las ferrerías se suerte que queda en proporción para clavos de todos los tamaños”[4].
1.- Barakaldo 1825
En 1825 Barakaldo tenía siete “barriadas”, que agrupaban el hábitat disperso de los caseríos, muy similares en número de habitantes: Irauregui (con Alday) 331; Regato, 333; Retuerto, 335; Burceña (con Cruces, Llano, Luchana y Vitoricha), 311; San Vicente, 259; Landaburu (con Arrandi), 227 y Beurco (con Desierto, casi vacío), 291. En total 2067 habitantes con tendencia al alza desde los años precedentes. El 91,4 % era natural de la anteiglesia existiendo una importante emigración femenina a las próximas villas de Bilbao y Portugalete, especialmente a la primera, para emplearse en el servicio doméstico. Este dato explica que la soltería femenina duplique a la masculina en la propia anteiglesia. Ocupaban los diversos caseríos existentes.
La dedicación fundamental de esta población rural era la agropecuaria como lo había sido en los siglos anteriores. Esta tarea será simultaneada, sobre todo en invierno, con otras temporales como la extracción de mineral, acarreo de vena o tala de bosques. En los inicios del siglo XIX aumentó notablemente la producción agraria merced a la roturación de nuevas tierras obtenidas de la desecación de los abundantes juncales de que disponía la anteiglesia.
En un segundo plano quedaba la explotación de los “montes de hierro” o “zona de las veneras” cuyo mineral, tras ser extraído era transportado por medio de caballerías hasta los pequeños puertos de Galindo, Ugarte y Causo y, desde aquí, hasta el fondeadero del Desierto o la Rentería de Zubileta. Posiblemente algún barakaldés participaría de estos trabajos pero en el censo de 1825 no aparece ningún minero, acarreador de vena o gabarrero. Sí, por contra, se citan 14 carboneros, 8 herreros, 5 claveteros, un arriero y un rementero.
A pesar de poseer una rica vega, la agricultura no alcanzaba, sin embargo, el umbral de la autosuficiencia por lo que se debía recurrir a la importación de granos. La orientación cerealista tradicional (primero trigo y, después, maíz) dio paso en la primera mitad del siglo XIX a la expansión de la vid (siendo espectacular su crecimiento entre los años 1849 y 1877) y los productos hortícolas con fácil salida en los mercados de Bilbao y Portugalete.
La ganadería suponía un complemento básico para la economía agraria. La cabaña ganadera más importante correspondía al ganado vacuno, caballar y de cerda. La necesidad del acarreo de mineral condujo a un desarrollo espectacular del ganado caballar, mular y asnal aunque en los periodos de guerras fuesen los más afectados. La competencia con los vecinos de Trapagaran será habitual y los conflictos por motivos de pastos frecuentes.
Derivada del hierro y sin tanta importancia como, a veces, se presenta existían cuatro ferrerías mayores (producían el hierro en bruto) y algunas otras menores (dos tiraderas[5] y dos fanderías[6]) aunque en épocas más antiguas se contabilizaron bastantes más de las denominadas “de aire”. De las mayores (Bengolea, Aranguren, Urcullu e Irauregui) ninguna llega a 1812. Las dos fanderías (construidas por Guillermo de Uhagón y Juan Antonio de Unzaga) están abiertas pero a un bajo rendimiento. De hecho esta actividad sólo adquirirá importancia con la fundación de Nuestra Señora del Carmen en el Desierto.
El panorama de la actividad económica se completaba con la existencia de 9 molinos (2 en el Regato y uno en Retuerto, Bengolea, Gorostiza, Iguliz, Aranguren, Urcullu e Yráuregui), dos curtiderías (desaparecidas antes de 1828), dos tenerías[7] y cuatro o cinco tejeras (todas en el barrio de Cruces) aunque posteriormente hubo otra ubicada en el barrio de Beurko.
La sociedad barakaldesa estaba configurada por una minoría de “nobles” descendientes de los antiguos linajes (propietarios de las tierras, montes, diezmos, arrendamientos, ferrerías y molinos) y otros “nuevos” ennoblecidos (comerciantes enriquecidos con el tráfico de América); debajo de ellos la gran masa de campesinos con gran movilidad y heterogeneidad y, por último, los mendigos e indigentes que vivían de la generosidad comunitaria.
La vida religiosa de la vecindad gira en torno a tres espacios: la parroquia de San Vicente, el monasterio de los Mercedarios de Burceña y el convento de los Carmelitas descalzos del Desierto de Sestao. Además las Iglesias de Santa Águeda, San Antolín (Iráuregui), San Bartolomé, Santa Lucía, San Martín (Somo), Santa Quiteria (Samundi), San Roque (El Regato), La Concepción (Aranguren) y San Ignacio (Retuerto).
A mediados del siglo XIX, contaba Barakaldo únicamente con dos escuelas: Retuerto y San Vicente, regentadas por dos maestros (Domingo de Convenios y José de Gorostiza) y dos maestras (Francisca Eguiluz y Florencia de San Miguel).
2.- Barakaldo 1887
Las barriadas son nueve habiéndose añadido a las existentes en 1825 Luchana (con Vitoricha) y Desierto. La población es de 8.868 habitantes. Todas las barriadas aumentan su población salvo Beurco que se ve perjudicada por el asentamiento del Desierto. Iraúregui, 577; Regato, 817; Retuerto, 991; Burceña (con Cruces y Llano), 533; San Vicente, 483; Landaburu (con Arrandi), 504, Beurco, 182 y Desierto, 3912. En núcleos dispersos (Alday, Tellitu, Santa Águeda, Castaños, Zamundi, Susunaga, Amézaga, Cariga, Gorostiza, Larrazabal, Llano y Ugarte) habitan 83 personas. Descomunal desarrollo de Desierto (en el que habita el 44% de la población) merced al establecimiento, en su entorno, de las primeras industrias.
La vivienda (marginando al viejo caserío) adquirirá una singular importancia mostrándose tres tipos fundamentales: los poblados mineros[8] (que sustituyen a los barracones colectivos[9]) de La Arboleda o Arnabal, las viviendas obreras bien de tipo “corredor” (Zunzunegui en la calle El Carmen, La Bomba…) o “pisos” (Uría, Loizaga, Arrázola…) y las viviendas del personal más cualificado de algunas empresas (Luchana, Orconera…).
La primera traída de aguas se hizo de los manantiales del monte Mendibil aunque pronto la cantidad suministrada fue insuficiente. De hecho, en 1889 algunos barrios muy poblados carecían todavía de ningún tipo de suministro. La situación del municipio de Baracaldo, que en 1887 se acercaba a los nueve mil habitantes, era preocupante. El suministro de agua de Luchana y Desierto, los barrios más densamente poblados, se hacía mediante la utilización de pozos, surtiéndose el resto de vecinos de los manantiales que discurrían por la jurisdicción. O dicho de otra manera, la mayor parte del agua consumida como potable procedía del subsuelo, sin tener en cuenta que era allí, precisamente, donde se descargaba buena parte de las deyecciones humanas procedentes de los pozos negros, afectados en su totalidad por filtraciones originadas en su pésima construcción. La situación de los ríos no era mejor, contaminados por los vertidos urbanos e industriales.
Suministro de agua e instalaciones sanitarias estaban íntimamente ligados, por lo que las carencias no tardarían en tener consecuencias nefastas para la salud de la población. De poco serviría el aviso emitido por el alcalde de Baracaldo en octubre de 1885, prohibiendo terminantemente el uso de las aguas de los ríos Cadagua y Nervión, así como de la procedente de «todos los pozos y arroyos que existan en esta Anteiglesia», cuando hasta entonces se había mostrado total indiferencia y tolerancia al consumo exclusivo de un líquido que, con toda seguridad, estaba repleto de impurezas.
Transcurrido el período de excepcionalidad provocado por la epidemia de cólera, en el que debieron surtir al vecindario mediante el uso de aljibes, la corporación municipal iniciaba los primeros movimientos para suministrar agua potable. La traída definitiva se efectuó desde manantiales del Monte Mendibil. No obstante, la cantidad suministrada no debía ser suficiente a tenor de las afirmaciones del arquitecto municipal Casto de Zabala, quien señalaba en 1890 que «con el aumento constante de Baracaldo, se siente una suma necesidad de más agua potable», de ahí que se iniciaran nuevas prospecciones para aumentar el caudal. De hecho, en 1889, algunos barrios muy poblados carecían todavía de ningún tipo de suministro. Así, aprovechando unas obras de construcción de aceras en las zonas urbanizadas, indicaba a la Corporación que «sería muy interesante, útil y conveniente de necesidad, la conducción de aguas potables de la cañería a la plazuela de Retuerto, evidenciando que hasta entonces se servían únicamente de las procedentes del Río Cadagua. En cualquier caso, el suministro no debió atenuar las necesidades, toda vez que las quejas del vecindario no cesaron.
Pese a la precariedad de las instalaciones y no tener asegurada una cantidad de agua suficiente para cubrir toda la demanda, desde 1895 se venía prestando el servicio a domicilio, disfrutado únicamente por una mínima parte de la población.
En cualquier caso, el hecho de que sólo sesenta y tres personas se dieran de alta y, que únicamente setenta y ocho inmuebles de Baracaldo dispusieran de agua potable, contrasta con los más de trece mil habitantes que el municipio tenía en 1900 a tenor de los datos arrojados por el padrón municipal y con los casi mil inmuebles. Si acudimos al detalle, podemos observar que barrios como Alonsótegui, Iráuregui o El Regato carecían de inmuebles que tuvieran agua potable instalada. O que la totalidad de las casi mil personas alojadas en los trece inmuebles de la calle Arana no tuvieran agua en sus casas, debiendo acudir a las fuentes públicas. Esta situación contrasta con la de la calle Murrieta, donde habitaban buena parte de los ingenieros y empleados de la fábrica siderúrgica Altos Hornos de Vizcaya, todas ellas dotadas de agua. Precisamente en estos inmuebles estaban instaladas tres de las cinco bañeras existentes en el municipio. Destaca también el escaso número de inodoros y los apenas ocho establecimientos comerciales dotados con este servicio. No es necesario insistir en las repercusiones de la escasez de inodoros en la población. Y es que buena parte de la población aún se alojaba en casas que no disponían de ningún dispositivo para recoger las materias fecales, por lo que eran recogidas a diario por el servicio de recogida de basuras.
La situación no cambiaba ostensiblemente con el paso de los años. El número de abonados al servicio de aguas a domicilio en 1910 (ver cuadro n.° 3) era de apenas 162 y 158 los inmuebles, cuando la población de Baracaldo se situaba en torno a 19.000 habitantes. Si cruzamos la relación de abonados con el padrón de habitantes correspondiente a ese mismo año, observamos nuevamente que son los propietarios, los comerciantes, empleados y profesionales los más numerosos, siendo muy escasos los que se declaran jornaleros o labradores. El agua a domicilio aún continuaba siendo un lujo, por lo que las implicaciones sanitarias eran difíciles de obviar. No obstante, el Reglamento para la Edificación y Reformas de los Edificios de la Anteiglesia de Baracaldo aprobado en 1904 era muy explícito respecto las características técnicas que debían tener los retretes, pero nada se especificaba sobre la obligatoriedad de dotarlos de agua. Situados muy a menudo en las cocinas, consistían en un conducto largo de tosca albañilería, generalmente desprovistos de asientos, carentes de sifones en los empalmes al retrete, siendo habitual, por lo tanto, que exhalaran olores nauseabundos. La falta de agua corriente a domicilio impediría limpiarlos en debidas condiciones, o que descendieran los excrementos con la rapidez deseada hacia el pozo negro, propiciando de este modo la obstrucción de las tuberías. A pesar de estas deficiencias, el precio de una instalación no sería moderado, ni fácil su abastecimiento, si hemos de hacernos eco de las guías comerciales de la provincia. En definitiva, razones esgrimidas como suficientes por parte de los propietarios a la hora de negarse a instalar un saneamiento que llevaba aparejado el servicio de agua corriente y no pocas obras acometimiento. Otro tanto podemos decir del escaso número de establecimientos comerciales dotados de agua, a pesar de que el Reglamento Municipal de Higiene disponía que no se permitiría el funcionamiento de cafés, tabernas o similares que no reunieran buenas condiciones de luz y ventilación o que no se hallaran dotados de agua potable en el mostrador y en el retrete. No será hasta 1919 cuando la imposición de multas y la amenaza de la clausura de negocios, supuso un aumento considerable del número de altas[10].
Comienza a configurarse el casco urbano que en el padrón de 1893 se extiende por las calles Arana, Carmen, Estación, Ibarra, Lasesarre, Murrieta y Pormecheta. En ellas se han ido construyendo viviendas vecinales cuyos principales dueños son Arana (250), los Olaso (112), Rodas (58) y Zunzunegui (54).
A pesar del intento del Plan General urbanístico de 1890 la ordenación de la ciudad siguió una fórmula de alineación parcial de calles. Se abren las calles Carmen, San Juan, Pormecheta, Portu, Ibarra y Arana y las plazas del Desierto y los Fueros. El centro vital de este primer núcleo fue la plaza del Desierto. Dentro de este conjunto urbano se distinguen dos zonas diferenciadas, separadas por las vías del ferrocarril de la Franco-Belga y Bilbao a Santurce, la de abajo, en torno a la plaza del Desierto y la de arriba en derredor de las escuelas de Rageta, sede también del Ayuntamiento a partir de 1899.
La Primera Guerra Carlista (1833-1839) supuso un descalabro sin precedentes. El número de casas quemadas ascendía a la importante cantidad de 118 afectando a todas las barriadas (Yrauregui, 4; Landaburu, 34; Burceña, 22; Regato, 13; Retuerto, 8; San Vicente, 11 y Beurco, 26) y, para colmo de males, en 1837 los “aguaduchos” destrozaron las zonas de cultivo.
El padrón Municipal de 1856 nos detalla el estado de la población.
NATURALEZA y SEXO |
Nacionales | Extranjeros | Total | TOTAL | ||||||||
Establecidos | Transeúntes | Establecidos | Transeúntes | ||||||||
V | H | V | H | V | H | V | H | V | H | ||
1306 | 1350 | 6 | 4 | 16 | 6 | – | – | 1328 | 1360 | 2688 | |
POR ESTADO CIVIL |
Varones | Hembras | Ambos sexos | TOTAL | |||||||
Soltero | Casado | Viudo | Soltero | Casado | Viudo | Soltero | Casado | Viudo | ||
748 | 514 | 66 | 737 | 508 | 115 | 1485 | 1022 | 181 | 2688 |
POR INSTRUCCIÓN |
Leen /Escriben | Leen/No Escriben | No leen/No escriben | |||
Varón | Hembra | Varón | Hembra | Varón | Hembra |
90 | 93 | 412 | 122 | 826 | 1145 |
La Estadística Territorial de 1863 indica la existencia de tres fábricas denominas Nª Sra. del Carmen en el Desierto (Ybarra, 1856)), la Fábrica de Hierro de Irauregui (Mwinckel, Arregui y Cía, 1861), la Fábrica de Santa Águeda (Chalbaud y Cía, 1862) y la escabechería de Burceña propiedad de José Mª de Escauriza[11]. Han desaparecido las curtiderías y se mantienen dos tejeras (Irauregui y Cruces) y una fábrica de conservas alimenticias (Burceña). Un elemento muy significativo será el establecimiento de lugares de embarque. Si durante el periodo de antiguo régimen fueron los pequeños puertos de Galindo, Ugarte y Causo ahora serán los embarcaderos junto a la ría. En 1871 habrá instalados en Luchana trece cargaderos de mineral. Varios ferrocarriles acercarán el mineral hasta los lugares de embarque: The Bilbao River (1870), Triano (1865), Luchana Mining (1887), Orconera Iron Ore (1877) y Sociedad Franco Belga (1880). Aunque no estrictamente minero también discurría por parte del municipio el ferrocarril de La Robla (1898).
El aumento de indigentes, inadaptados e inválidos motivo el engrosamiento de una masa de mendigos, ladrones y vagabundos. La respuesta a este problema (que no era nuevo) fue la creación de la Junta de Beneficencia (1863). La construcción de un Hospital-Asilo tendrá que posponerse a 1902 (Róntegui) aunque en la década de los noventa la fábrica de los Ybarra disponía de un cuarto de socorro y hospital de seis camas atendidas por las Hijas de la Cruz.
La educación mejora sensiblemente con el establecimiento de varios centros educativos: Colegio Francés de las Hijas de la Cruz en el Desierto (1872), Escuelas mixtas de Rágeta (1889), Escuela de párvulos de Luchana (1890), Escuelas de Landaburu (1891), Escuela Salesiana (1897)… Junto a esta perspectiva nacen las primeras asociaciones obreras de corte sindical (Oficios Varios, 1898) aunque ya existían dos de Socorros Mutuos (La Primitiva, 1885 y San Vicente de Paúl, 1889). La organización pionera caritativa baracaldesa fue la Sociedad de Señoras de San Vicente de Paúl (1896), cuya primera presidenta fue doña Rafaela de Ybarra. En 1884 se constituyó una Sociedad Cooperativa de Consumos entre obreros de la fábrica del Carmen que hasta 1897 únicamente ofertó comestibles de primera necesidad.
El desplazamiento de la población hacía las proximidades de la fábrica y el paternalismo religioso de los Ybarra motivaron que se levantase desde los inicios del establecimiento una capilla para la atención de las gentes de la zona (capilla de Nuestra Señora de El Carmen). La Parroquia de San Vicente quedaba alejada. El aumento de la población trabajadora y la lejanía de la Parroquia hicieron que la capilla se quedase pequeña y se proyectase la construcción de una nueva Parroquia que estaría bajo la advocación de San José. Se hicieron los planos y se iniciaron las obras que no sobrepasaron el nivel de la cimentación.
Algunos edificios o equipamientos públicos levantados en la segunda mitad de siglo son el Mercado de la plazuela de Murrieta (1887) que sufrió diversos avatares hasta la definitiva construcción del existente en Juntas Generales (1930), las diversas Alhóndigas (Burceña, 1864; La Punta, 1871; Desierto, 1883, Arnabal…), Matadero (La Punta, ampliado en 1891), acondicionamiento del fuerte de Rontegui para Hospital (1881), Puente de piedra de Burceña (1869) sustituido por una de hierro en 1879, Campo santo (1889), Lavaderos de Lutxana (1889) y Rontegui (1890)… Al mismo tiempo se introducen algunas mejoras urbanas como la traída de aguas para las fuentes públicas (1888), alumbrado eléctrico de las calles (1894), alcantarillado (1889), depósitos de agua de Rontegui (1898)… Permanecen como vestigios el pasado las casas-torre de Zuazo, Llano, San Martín, Burceña, Bengolea Zubileta, Lurquizaga y Susunaga, habiendo desaparecido otras siete señaladas en la fogueración de 1796 además de la torre de Luchana. Igualmente se mantiene en pie el llamado “palacio Larrea” emplazado en el solar de una antigua casa-torre.
3 – ¿Qué ha pasado en estos cincuenta años?
Leyes liberalizadoras del siglo XIX que provican una fuerte afluencia de capital extranjero y un aumento espectacular de la producción y de la exportación de mineral.
Además, en la parte baja de Barakaldo, en la zona del Desierto, se instala la “Fábrica de Nuestra Señora del Carmen” (1854) y en la Punta “la San Francisco del Desierto”. Posteriormente se convirtió en “Altos Hornos y Fábricas de Hierro de Bilbao” (1882) que daría lugar, años más tarde, a los Altos Hornos de Vizcaya (1901) y con ello una proliferación de nuevas industrias (Fábrica de Hierro de Yraúreguí, la Santa Águeda…), ferrocarriles mineros (Franco-Belga, Orconera, Luchana-Mining), tranvías aéreos, planos inclinados, edificios públicos (Ayuntamiento, Alhóndiga, Escuelas…), y, sobre todo, viviendas obreras.
El número de casas[12] aumenta considerablemente en la segunda mitad de siglo.
1840 | 1860 | 1877 | 1887 | 1897 | |
Retuerto | 76 | 61 | 85 | 129 | 164 |
San Vicente | 48 | 48 | 53 | 72 | 84 |
Irauregui | 39 | 65 | 57 | 70 | 53 |
Beurco | 47 | 50 | 154 | 190 | 225 |
El Regato | 59 | 79 | 87 | 85 | 142 |
Burceña… | 83 | 78 | 107 | 131 | 251 |
TOTAL | 352 | 381 | 543 | 677 | 919 |
La mayoría de las viviendas presentaba un estado lamentable y no reunía los mínimos imprescindibles para el desenvolvimiento de la vida y eran un peligro para la salud de sus moradores. Las denuncias en 1878 acerca de las casas de la fábrica del Carmen y las de la calle Portu (propiedad de Paulino Echevarria) son una muestra de ello. “Más parecen cuadras que habitaciones destinadas a seres racionales, con escasa ventilación, bajos techos, pues algunas no llegan a los dos metros de altura, húmedas, otras sin entablación en el piso y todas sin revoque de ninguna clase en las paredes…”.
El agua consumida provenía de manantiales (que surtían de agua no mediante tuberías sino mediante caños abiertos) o pozos artesianos abiertos al efecto (Desierto y Luchana). La recogida de excrementos se realizaba a través de pozos negros o sacando las inmundicias de tiempo en tiempo. El servicio de agua a domicilio se inaugura en 1895 Nada tiene de extraño que en torno a 1900 la esperanza de vida de los baracaldeses no supere los 30 años.
Si la imagen que desprende la vega baracaldesa en 1825 refleja fielmente la realidad de muchos siglos anteriores, la proyectada a finales del siglo XIX es la que ha llegado hasta la última década del siglo XX y que, en pocos años, ha comenzado también a transformarse.
La primera traída de aguas se hizo de los manantiales del monte Mendibil aunque pronto la cantidad suministrada fue insuficiente. De hecho, en 1889 algunos barrios muy poblados carecían todavía de ningún tipo de suministro. La situación del municipio de Baracaldo, que en 1887 se acercaba a los nueve mil habitantes, era preocupante. El suministro de agua de Luchana y Desierto, los barrios más densamente poblados, se hacía mediante la utilización de pozos, surtiéndose el resto de vecinos de los manantiales que discurrían por la jurisdicción. O dicho de otra manera, la mayor parte del agua consumida como potable procedía del subsuelo, sin tener en cuenta que era allí, precisamente, donde se descargaba buena parte de las deyecciones humanas procedentes de los pozos negros, afectados en su totalidad por filtraciones originadas en su pésima construcción. La situación de los ríos no era mejor, contaminados por los vertidos urbanos e industriales.
Suministro de agua e instalaciones sanitarias estaban íntimamente ligados, por lo que las carencias no tardarían en tener consecuencias nefastas para la salud de la población. De poco serviría el aviso emitido por el alcalde de Baracaldo en octubre de 1885, prohibiendo terminantemente el uso de las aguas de los ríos Cadagua y Nervión, así como de la procedente de «todos los pozos y arroyos que existan en esta Anteiglesia», cuando hasta entonces se había mostrado total indiferencia y tolerancia al consumo exclusivo de un líquido que, con toda seguridad, estaba repleto de impurezas.
La primera traída de aguas se hizo de los manantiales del monte Mendibil aunque pronto la cantidad suministrada fue insuficiente. De hecho, en 1889 algunos barrios muy poblados carecían todavía de ningún tipo de suministro. La situación del municipio de Baracaldo, que en 1887 se acercaba a los nueve mil habitantes, era preocupante. El suministro de agua de Luchana y Desierto, los barrios más densamente poblados, se hacía mediante la utilización de pozos, surtiéndose el resto de vecinos de los manantiales que discurrían por la jurisdicción. O dicho de otra manera, la mayor parte del agua consumida como potable procedía del subsuelo, sin tener en cuenta que era allí, precisamente, donde se descargaba buena parte de las deyecciones humanas procedentes de los pozos negros, afectados en su totalidad por filtraciones originadas en su pésima construcción. La situación de los ríos no era mejor, contaminados por los vertidos urbanos e industriales.
Suministro de agua e instalaciones sanitarias estaban íntimamente ligados, por lo que las carencias no tardarían en tener consecuencias nefastas para la salud de la población. De poco serviría el aviso emitido por el alcalde de Baracaldo en octubre de 1885, prohibiendo terminantemente el uso de las aguas de los ríos Cadagua y Nervión, así como de la procedente de «todos los pozos y arroyos que existan en esta Anteiglesia», cuando hasta entonces se había mostrado total indiferencia y tolerancia al consumo exclusivo de un líquido que, con toda seguridad, estaba repleto de impurezas.
[1] Cura párroco de la Anteiglesia
[2] Nació en Madrid en 1730. Fue enviado a París en 1752 por el marqués de la Ensenada para aprender de J.B. Bourgignon d´Anville las técnicas de grabado. Regresó a España en 1760, dedicándose a la formación de mapas por recopilación de anteriores, sin trabajo de campo, ni cálculos de ninguna clase. Se conserva el Cuestionario que remitió a “obispos, curas y párrocos”, pidiendo los datos necesarios para localizar los lugares, en el que rogaba le remitiesen “unas especies de mapas o planos de sus respectivos territorios en dos o tres lenguas en contorno de su pueblo, donde pondrán las ciudades, Villas, Lugares, Aldeas, Granjas, Caseríos, Ermitas, Ventas, Molinos, Despoblados, Ríos, Arroyos, Sierras, Montes, Bosques, Caminos, etc, que aunque no estén hechos como de mano de un profesor, nos contentamos con sólo una idea o borrón del terreno; porque los arreglaremos dándoles la última mano”. Murió en Madrid. En 1802. http://www.geoinstitutos.com
[3] Hacia 1766, Tomás López, a la vista de las dificultades que encontraba para la formación de los mapas de las distintas provincias de España, se dirigió oficialmente, con autorización del ministro correspondiente, a los obispos, curas párrocos y funcionarios civiles, enviándoles un cuestionario de 15 preguntas en el que se les solicitaban datos relativos a sus diócesis o parroquias. El cuestionario, interrogatorio como le llamó Tomás López, se acompañaba de la siguiente carta:
“Muy señor mío: Hallándome ejecutando un mapa y descripción de esa Diócesis, y deseando publicarle con el acierto posible, me pareció indispensable suplicar á V. se sirva responder a los puntos que le comprehenda del interrogatorio adjunto. Es muy propio en todas las clases de personas concurrir con estos auxilios a la ilustración pública, y mucho más en los graduados por su saber y circunstancias como V. y como otros le ejecutaron en otros Obispados. Por este medio discurro desterrar de los mapas extranjeros de las descripciones geográficas de España, muchos errores que nos postran: unos cautelosamente, otros ocultando nuestras producciones y ventajas, para mantenernos en la ignorancia, con aprovechamiento suyo y por un fin de cosas que V. sabe y no es asunto de esta carta. Si V. lo permite, daré cuenta de su nombre y circunstancias en el protocolo de la obra, como concurrente en su mediación y trabajo, sin olvidar todos los sujetos que ayudan a V. en el encargo. Se servirá V. poner la cubierta al Geógrafo de los dominios de Su Majestad que firma abajo. Dios guarde la vida de usted muchos años. Madrid…….. B. L. M. de V. su más atento servidor”.
[4] El Cuestionario puede verse en www.historiadecovaleda.wordpress.com
[5] Centros menores o Tiraderas: Dedicaban sus actividades a la manufactura de tales lingotes para la producción de aperos, herramientas, armas y otros utensilios férricos a veces de consumo local.
[6] Fábrica de fundición. Un interesante artículo es el titulado “La Fandería de Aragorriola en el siglo XVIII” de Mª Lourdes ODRIOZOLA. www.errenteria.net.
[7] Fábrica o taller donde se curten y trabajan las pieles.
[8] En estos poblados mineros las calles carecían de aceras, aunque existía un mínimo servicio de recogida de basuras y un alcantarillado de mampostería y cal. Las viviendas solían ser de planta baja y un piso, con un excusado, aunque las condiciones higiénicas eran tan solo ligeramente mejores que las de los barracones, careciendo de luz y ventilación suficiente en la mayoría de ellas. El hacinamiento estaba asegurado al igual que el realquiler y el pupilaje. “Vivienda obrera en el último tercio del siglo XIX” pp. 44-45.
[9] El crecimiento desordenado del entorno conllevó, entre otras cosas, un grave problema de vivienda. En la zona minera esta situación adquirió caracteres más dramáticos. Para resolver el problema de viviendas las compañías mineras procedieron, a partir de 1876, a la creación de barracones, de residencia obligatoria para los trabajadores.
[10] Pedro A. NOVO “Agua potable a domicilio ¿Una innovación?…” pp. 5-9
[11] La fábrica Nuestra Señora del Carmen, propiedad de los señores Ybarra, fue levantada en la zona del Desierto desde 1856; base efectiva de Altos Hornos de Bilbao, destacó por la mejora constante de su tecnología, su importante producción, su consumo de energía y su elevado número de empleados (en 1877 daba ocupación a 510 hombres, 150 mujeres y 40 niños). En el barrio de Yráuregui la sociedad Mwinckel, Arregui y Cía empezó a levantar una fábrica de fundición de menores dimensiones en el año 1861; envuelta en todo tipo de dificultades, fue liquidada en el año 1868. En el año 1862 la sociedad Facundo Chalbaud y Compañía levantó la fábrica de Santa Águeda en Castrejana; es el prototipo de empresa en pleno declive por su retraso tecnológico y financiero; en la Estadística Fabril e Industrial de 1877 aparece como Olaechea y Compañía ocupando a 108 hombres, 4 mujeres y 12 niños. La escabechería en el barrio de Burceña del mayor propietario agrícola de la anteiglesia, Jose María de Escauriza, se esconde en la documentación; al parecer estaba alquilada a Lorenzo de Latorre desde una fecha próxima a 1860, se incluye en el censo de riqueza territorial de 1867 pero ya no aparece en 1877, con lo que cabe ponerla en relación con el intento frustrado de establecimiento de industrias alimentarias de nueva planta en Vizcaya. Rafael RUZAFA “Resistencias y colaboraciones tradicionales a la industrialización: Baracaldo 1841-1882”. p.127
[12] No podemos olvidar la importante masa inmigrante. Miles de trabajadores llegaron en sucesivas oleadas: la primera, que abarcó los años 1857 a 1875, procedía fundamentalmente de Bizkaia y las provincias periféricas (Gipuzkoa, Álava, Logroño, Burgos y Cantabria); la segunda, que fue de 1876 a 1886, aumentó la emigración periférica a la vez que aparecieron nuevos contingentes de emigrantes procedentes de la Submeseta Norte, Asturias, Navarra, Aragón y Madrid; la tercera, que comenzó en 1886, coincidió con el despegue de la producción minera y siderúrgica de las dos últimas décadas del s. XIX. Los emigrantes procedían de las zonas ya mencionadas, a los que hay que añadir los de Castilla la Vieja, León y Madrid, cuyo nivel de participación aumento bastante.
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