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RECORRIDO HISTÓRICO 40: Barakaldo tuvo su franquismo

RECORRIDO HISTÓRICO 40: Barakaldo tuvo su franquismo

Los dos recorridos anteriores nos han servido para situar la anteiglesia en los trágicos y penosos años de la guerra civil. Es muy posible que la población viviese dichos años adormecida por la vorágine de los acontecimientos, anestesiada por imágenes que pasaban con excesiva rapidez por sus retinas.

La inmediata posguerra comenzó a hacer consciente a las gentes no solo de lo ocurrido entonces sino de un presente inimaginable. Nos dejaremos llevar en este tinerario por las recientes aportaciones de Hilario-Rodríguez[1].

1.- LA POSGUERRA INMEDIATA

El día 21 de junio de 1939 el Oficial Mayor del Ayuntamiento, Nicolás de Santurtún, en funciones de Secretario, da fe solemnemente de la entrada franquista en Barakaldo:

«A las once y treinta tres minutos de la mañana de hoy entran triunfalmente en Baracaldo las Fuerzas Nacionales del Glorioso Ejér­cito Español, liberando a la Anteiglesia del dominio rojo-separatista. Cesó pues, hoy, fecha histórico feliz en los anales de Baracaldo (que vuelve a ser la Muy Noble y Muy Leal Anteiglesia), el dominio rojo-se­paratista que ya sufría el pueblo del llamado Frente Popular desde antes del 18 de julio de 1936, fecha del Glorioso Alzamiento Nacio­nal; y quedan, pues, impuestos en Baracaldo por las armas y heroís­mo nacionales, estos ideales: «Dios y España», que desarraigarán de sus moderadores la antipatria y el marxismo inculcado por los malos españoles»

Decía Napoleón que lo peor de una guerra comienza cuando ésta acaba. Tanto para Bizkaia y en concreto para Barakaldo esta frase parece estar hecha a medida. Tras la llamada «liberación» barakaldesa, raro era el hogar en donde no había algún muerto en el frente o prisionero en los campos de concentra­ción franquistas y si no vecino o conocido al caso. Si el hambre apretaba du­rante el conflicto bélico, la escasez se agudizó en los últimos años puesto que ni se recibía ni se podían enviar alimentos fuera del País Vasco, empeorando la situación al estallar la Segunda Guerra Mundial, durante el período aquí conocido como «los años del hambre», especialmente 1941.

La vida diaria estaba muy marcada por los ademanes y símbolos del nue­vo régimen. Cualquier vecino era obligado en plena calle, por falangistas o requetés, a cuadrarse firme y con el brazo en alto cantar el «Cara al Sol», sien­do golpeados sin piedad si se negaba o si no lo sabía, y agredidos por hablar en euskera. A las mujeres acusadas de «rojas» se las cortaba el pelo al cero y eran paseadas por las calles de Barakaldo para vergüenza pública, teniendo que escuchar los insultos de sus convecinos por el simple delito de haber te­nido ellas o sus familiares ideología de izquierda.

De igual manera los partes de Radio Nacional se escuchaban mediante altavoces colocados en las plazas del municipio sonando el himno nacional y debiendo ponerse firmes los que en dicho sitio se encontraban. En los cines, al comienzo y al final de las películas, salía la imagen del Caudillo debiéndose el público levantarse repitiendo su nombre con el brazo en alto. En los patios de las escuelas y colegios se formaban a los chavales al estilo militar, ento­nándose el citado «Cara al Sol» antes de comenzar las clases[2].

De los denominados «rojos», muchos cumplieron más de cinco años de servicio militar, no computándose el servicio de armas prestado en el bando republicano. Esto hacía que las madres, abuelas y hermanas mayores tuvieran que hacerse cargo de los más pequeños, resucitando el conocido contrabando o estraperlo. Estas mujeres ocultaban los paquetes de comida entre sus ropas y, con riesgo de su vida, se subían y tiraban de los trenes de cercanías en mar­cha, amén de ser descubiertas y detenidas por la Guardia Civil.

El racionamiento[3] llegó a límites muy duros hasta asignarse en Barakaldo cada 15 días y por persona cien gramos de aceite, cien gramos de arroz, cien gramos de azúcar, cien gramos de legumbres y cien gramos de jabón. Al día se daba a cada vecino el popular «richi», de cincuenta gramos, teniendo los caballeros tasado hasta el tabaco, al igual que el calzado. El «rubio» era des­conocido existiendo el de caldo y otros de picadura, amén de unos de ínfima calidad conocidos como «mataquintos». Los únicos puros que se vendían en los estancos eran el denominado «porra» y el popular «farias». De las hojas de la patata se llegó a elaborar un sucedáneo que se llamó «tabaco navarro», conocido como traca por los ruidos y chispas que producía al quemarse.

Sin alcanzar a los límites de los sitios carlistas, las mondas de naranja o de patata eran muy apreciadas para hacer una especie de café con achicoria, librando el hambre de no pocos chiquillos los llamados «boniatos». Todo ello con repetidas epidemias de tifus y de piojos, con alta tasa de enfermedad por tuberculosis, así como una especie de poliomielitis producida por una especie de guisantes secos (titos), reflejo de los padecimientos de los baracaldeses durante aquellos años, que la gente comía para matar el hambre incluso en el desayuno.

La gasolina llegó a escasear hasta el punto de que los automóviles utiliza­ban el llamado gasógeno (caldera adosada que funcionaba con carbón de ma­dera). Los tallos de las berzas, así como de las calabazas y del maíz, también calmaban la hambruna pero era difícil encontrarlas porque los dueños de las huertas, hartos de los robos que desolaban las mismas, dejaron de cultivarlas convirtiéndolas en solares vacíos.

Como hitos destacados en los primeros años del franquismo, así como el gusto del alcalde por convocar a los ciudadanos por cualquier acontecimiento tenemos la inauguración en 1939 del Monumento a los Caídos por Dios y por España, conocido popularmente como «El Monumento» en lo que hoy es la plaza Bide Onera, y el traslado el diez de marzo de 1941 de los restos de los «Mártires Baracaldeses de la Cruzada» a un panteón municipal del cementerio de San Vicente. También los recibimientos ofrecidos al dictador en las dos ocasiones que durante esos años acudió a Barakaldo: el 20 de junio de 1939, cuando visitó las instalaciones de Altos Hornos de Bizkaia y el 20 de junio de 1944 en las inauguraciones de la Escuela de Maestría y el nuevo edificio de Correos.

Destacada fue la celebración del Referéndum sobre la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, de 6 de Julio de 1947, poco después de la huelga ge­neral duramente reprimida del Primero de Mayo. Se declaró a España como Reino quedando el general Franco como Jefe del Estado de manera vitalicia. El referéndum se celebró sin ningún tipo de garantías y presionando a los vecinos para que tomasen parte en él. Así, para la renovación de la cartilla de racionamiento se exigía el certificado de voto en la citada consulta. Los resul­tados municipales sobre un censo de 23.896 votantes arrojaron 17.951 para el sí, 1.952 negativos, 728 nulos y 3.365 abstenciones.

El 13 de septiembre de 1936 se había dictado un decreto de la llamada «Junta de Defensa Nacional» que declaraba la ilegalidad de todas las organiza­ciones adscritas al Frente Popular, y la incautación de todos los bienes de los partidos y sindicatos leales a la República. La Casa del Pueblo de Barakaldo fue destinada al Sindicato Vertical, el Batzoki Zaharra de los Fueros fue entre­gado a las religiosas salesianas, que utilizaron como colegio femenino, y el edi­ficio de Acción Nacionalista Vasca fue la sede de la Sección Femenina, versión sexista del servicio militar masculino, en donde se enseñaba a las jóvenes «las labores propias de su sexo». De igual manera el popular Teatro María Guerrero, de la Avenida Juntas Generales, fue rebautizado como Teatro España.

La primera corporación franquista en Barakaldo refleja la clara mayoría de los carlistas en la derecha del municipio, siendo el alcalde y diez conce­jales de esta adscripción política, tres independientes, tres falangistas y uno perteneciente a «Renovación Española». Todos ellos fueron aprobados por el nuevo Gobierno del Estado español. En 1948 se convocaron elecciones muni­cipales siendo reelegido José María Llaneza[4] como alcalde, y nombrados Tenientes de Alcaldía Vicente Bardeci, Luis Ingunza[5] (abogado local y sucesor de Llaneza), Antonio Fernández, José Vega, Luis Plana y Vicente Valcabado. Este consistorio vuelve a reflejar la clara mayoría del carlismo sobre otras opciones políticas de la derecha nacional. La clave del éxito se debe a su integrismo católico, su ideario reaccionario y antiliberal, y su afinidad con el nuevo régimen, todo ello completado con un importante arraigo social. De ello se derivan dos consecuencias importantes para comprender el franquismo barakaldés: la inexistencia de juego político y la marginación de cualquier tradición nacionalista, no siendo sus adeptos perseguidos pero sí relegados a un discreto secreto.

Bajo el largo mandato de Llaneza se promulgaron numerosos bandos de alcaldía que regulaban la vida pública del Barakaldo ocupado por los nacio­nales. Se establecía el toque de queda a las 12 de la noche y el total desar­me de la población. También la devolución de todos los bienes requisados durante el período republicano y el uso obligatorio de tarjetas postales y la prohibición de cartas en sobre cerrado, para facilitar la censura del correo. Una muestra del dominio carlista en el municipio fue la imposición de la boina roja en el uniforme de los guardias municipales y no la boina azul con el yugo y las flechas como se usaba en otras localidades. Llaneza defendió el sombrero vasco colorado manifestando: «Nuestra boina roja no tiene matiz político. Es característica del país».

En estos años se inicia la tímida reorganización de los partidos y sindi­catos ilegalizados tras la guerra a medida que los presos van saliendo de las cárceles, o muchos de ellos de campos de concentración o batallones de castigo (la mayoría habían regresado a sus casas para mediados de 1942). De todas formas, el temor fundado a una violencia brutal hizo que la resistencia clandestina quedase en Barakaldo en manos de círculos pequeños, a veces fichados por la policía del régimen y que no adquiriese, hasta la huelga de 1947, un carácter general.

El alcalde Llaneza durante sus 25 años de alcalde sometió a los barakaldeses a una intensa españolización y cristianización, con un ligero barniz popular obrerista. Muy amante de los actos solemnes, aprovechaba cualquier ocasión para celebrar misas de campaña al aire libre y homenajes al Generalí­simo, al ejército y a la jerarquía católica. Aun así, su vis paternalista hizo que defendiera ante instancias superiores la excarcelación y vuelta de los presos barakaldeses a la localidad para cubrir la mano de obra en las empresas loca­les, tan escasa desde la entrada de los nacionales.

Incluso con motivo de la visita de Franco en 1939 a Bizkaia, el alcalde expuso al dictador ante 20.000 obreros, la necesidad de impulsar el carácter social del Régimen y la necesidad de la colaboración interclasista en la tarea de la reconstrucción. Todo ello se desarrollaba ante la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial que hizo nacer esperanzas de la vuelta a la legali­dad republicana a sus adeptos, y la promulgación de los decretos generales de indulto de 9 de octubre de 1945 y 27 de diciembre de 1946 que hicieron volver a Barakaldo a la mayoría de sus presos ausentes. Aún así, muchos de ellos fueron detenidos nuevamente al poco del retorno, no fueron admitidos en sus anteriores empleos y permaneciendo en peligrosa situación hasta 1961.

La década de los 40 fue tremendamente represiva. Las autoridades locales se esforzaron por controlar todas las esferas de la vida de los habitantes de Barakaldo, no solamente sus opiniones políticas, sino también sus actitudes privadas como el lenguaje, la forma de amar o de vestir. De ahí los decretos de alcaldía que obligaban a las mujeres a usar medias en el municipio. Éstas, cuando acudían a bailes fuera de él en el tren de cercanías, se quitaban o po­nían las medias antes de bajar puesto que, de lo contrario, serían multadas y los caballeros, en caso de usar camisa de manga corta, ésta debía de disponer de bolsillo.

Eran años de imposible negociación entre empresarios y trabajadores. Ante esto, la fuerte subida de precios de 1946, en contraste con los escan­dalosos beneficios de las industrias locales, motivaron la huelga de Mayo de 1947. La presión fue generalizada. Muchos trabajadores fueron despedidos obligándoles a firmar después hojas de readmisión que suprimían importan­tes conceptos salariales como antigüedad, seguridad social o descuentos en economatos. En definitiva, los años 40 fueron para Barakaldo, además de los años del hambre, los años del terror puesto que la Falange y los integristas re­ligiosos sometieron a la población a una constante vigilancia, en los ámbitos públicos y privados de la vida. A este respecto señalar la muerte en un control de la Guardia Civil de un joven falangista barakaldés, Javier Batarrita Elexpuru y la de su acompañante quienes fueron baleados, sin mediar palabra, al encontrarse una pistola en su coche. Aquel recibió 19 impactos de bala y el copiloto nueve. En 1946 un listado de la policía gubernativa recogía a 153 barakaldeses que se encontraban bajo control de la Junta de Libertad Vigilada. Antiguos penados comunistas y socialistas suponían el 60% de ellos. No hay que olvidar que a los pocos días de la entrada de los nacionales en Barakaldo se había confeccionado un listado de «enemigos del Régimen» en el que figuraban ciento ocho vecinos. Y hay que tener en cuenta el impor­tante sector de derechas en el municipio que suponía el 15% de los votantes, así como numerosos católicos y nacionalistas que vieron el Alzamiento con cierta simpatía como freno a los desmanes anticlericales. Este sector aumentó con las inevitables «adhesiones al Régimen», por los motivos que fuera, así como la población inmigrante, excampesinos que habían combatido durante la guerra en el bando nacional. La depuración también llegó al personal y funcionariado del ayuntamiento cuya limpieza provocó la expulsión de casi el 50% de su personal.

2.- A MEDIADOS DEL SIGLO XX

Si en los años 50 la Dictadura se hallaba absorta en superar a duras penas el aislamiento internacional de la postguerra mundial por medio de la repre­sión y la propaganda, el País Vasco-Navarro contó con apoyos internos y externos, esperanzado en el regreso de la democracia y la restauración del Es­tatuto de Autonomía de 1936. Euzkadi tuvo una fuerte continuidad institucio­nal, cuya imagen visible era la supervivencia del Gobierno Vasco en el exilio, que agrupó, salvo al Partido Comunista, a todos los partidos democráticos. A ello contribuyeron la férrea organización del PNV y el PSOE y el carisma del lehendakari Aguirre que hasta su muerte en 1960, no sólo mantuvo en activo a su Ejecutivo sino que, influyendo en la política republicana española en el exilio, incluso le fue ofrecida la presidencia de la misma, que rechazó. Los servicios secretos franquistas se esforzaban por anular o disminuir esta labor vasca, haciendo en ocasiones al Lehendakari esconderse en diferentes países.

Se calcula que cerca de 80.000 vascos, cruzaron la muga con Francia, tras la caída del frente norte. La mayoría fueron repatriados a Cataluña, en buena medida por la política del PNV que favorecía el regreso a España de los que no tenían responsabilidades políticas. Gran resonancia del trabajo del exilio vasco, fue la celebración en París en 1956 del Congreso Mundial Vasco, que a pesar de las presiones y protestas del régimen de Franco, constituyó un no­table éxito y que transmitió al foro mundial, la situación de los exiliados, su valor y energía y denunció sin tapujos a las autoridades de la Dictadura. En Euzkadi nada se supo de este acontecimiento, salvo los que se arriesgaban a escuchar de noche las clandestinas emisiones radiofónicas realizadas desde Francia.

Socialmente la consecuencia más relevante de la Guerra Civil fue la de­nota de los trabajadores ante los intereses del capital. El derecho de huelga y los sindicatos fueron prohibidos, realizándose hasta 1945 el fusilamiento o la prisión de líderes o militantes obreros, imponiéndose un sindicato vertical del todo ajeno a la ideología de la clase trabajadora. Euzkadi fue durante estos duros años el único lugar del Estado donde se produjeron movimientos contra el Régimen. En el aniversario de la República, el 14 de abril de 1947, se con­centraron en el Arenal de Bilbao miles de obreros que, en silencio, fumaban alegremente sus buenos puros. Aún así ha de señalarse que un componente importante de las protestas laborales, no eran políticas sino basadas en sala­rios y condiciones de trabajo, lo que no impedía que la oposición clandestina al Régimen manipulara la situación.

Una forma solapada de huelga consistía en que los trabadores se recluían en sus casas sin ir al trabajo, sin ocupar o pasear por las calles, lo que des­concertaba a las autoridades gubernativas. En la margen izquierda en 1950 la jornada de huelga del mes de octubre, movilizó en este sentido a 20.540 trabajadores, siendo 396 las empresas afectadas. A consecuencia de ello fue­ron detenidos 6.000 operarios que fueron recluidos en la plaza de toros de Vista Alegre de Bilbao, entre ellos el principal líder de la protesta en Barakaldo, el nacionalista Piris.

Con la entrada de las tropas nacionales en Barakaldo, desde el Ayuntamiento se se­guirán fielmente las directrices del Nuevo Estado. Pese a que los conservadores se habían mostrado contrarios a la nacionaliza­ción de las escuelas, el alcalde carlista, José María Llaneza, se mostró conforme «por considerar que su centralización de funcio­nes marcha más en consonancia con los principios de unidad y vigilancia que el Es­tado debe observar en esta materia de edu­cación ciudadana».

Las primeras medidas tomadas por el Gobierno, además de la depuración del ma­gisterio y reposición de símbolos religiosos en las escuelas, irán encaminadas a suprimir las conquistas republicanas, sobre todo, las que avanzaban en la igualdad de oportuni­dades: Instituto de Enseñanza Media y, pau­latinamente, las becas y ayudas a estudian­tes pobres.

El sistema consideraba que la enseñanza era una cuestión propia de cada familia, y que los beneficios de la inversión realizada revertían exclusivamente en el estudiante y su familia que, por lo tanto, debían ser quie­nes la sufragaran. En consecuencia, el Go­bierno apenas intervendrá en la educación, dejando el predominio educativo a la Iglesia. Hasta 1957, a pesar de que casi se había duplicado la población de 1936, ni el Ayun­tamiento ni el Estado construyeron ningún edificio escolar. No es casual, sino conse­cuencia directa de un consciente abandono. Esto explicaría el deficiente equipamiento educativo estatal, único que debía propor­cionar formación gratuita. Además, se inten­tará la sustitución de escuelas públicas por privadas, y que en todos los barrios hubiera un colegio religioso.

Los efectos de esta política no se hicie­ron esperar (Dominicas en Burceña, 1938), pero la mayoría de las órdenes especializa­das en la enseñanza: maristas, escolapios o jesuitas preferían instalarse, por razones económicas, en las ciudades y no en los pueblos obreros. Fueron las órdenes religio­sas asentadas antes de la Guerra civil las que se hicieron cargo de ella en Barakaldo. Mientras se cerraban escuelas públicas, las Hijas de la Cruz en el colegio del Sagrado Corazón de Jesús (1938 y 1945), Salesianos en Burceña (1943), Paúles en El Desierto (1944)[6], Hermanos de la Salle en el colegio de Nuestra Señora del Carmen (1947), Salesianas en Los Fueros (1947), inauguraban o ampliaban sus instalaciones.

A partir de los años cincuenta el aumen­to de la población es espectacular. Es de suponer que las necesidades de escolariza­ción crecieran igualmente, pero todavía se dejará su solución a la iniciativa privada: las Hijas de la Caridad en la Fundación Miranda (1956), El Pilar (1956). Consecuencia directa de esta política fue el incremento de alum­nos en los centros privados, mientras dismi­nuía en los públicos. El propio alcalde reco­nocía en 1955 que las escuelas públicas estaban saturadas y en algunas «no pueden admitirse ya los aspirantes en turno por fal­ta de capacidad».

Con anterioridad a 1948 ya se había plan­teado la necesidad de sustituir los grupos escolares de Rajeta (10 aulas en 1936), de Vilallonga (9 aulas en 1936) y varias provisiona­les por un nuevo centro en Larrea. Pese a las gestiones del ministro barakaldés, Iturmendi Bañales, ante su compañero del Ministerio de Educación no se construirá hasta 1957, y Larrea apenas compensaba las escuelas ce­rradas durante el proceso de tramitación.

Significativamente, la política municipal consiguió el reconocimiento del Régimen. Nada extraño, pues, como se exponía en el III Pleno del Consejo Económico y Sindical celebrado en Bilbao en 1962, la situación de la enseñanza en España era desconsola­dora. Podían servir como disculpa las enor­mes necesidades presupuestarias de re­construcción tras la Guerra civil, pero mien­tras España dedicaba en 1946 menos del 5 por ciento del presupuesto nacional a edu­cación, Inglaterra, que acababa de terminar­la, invertía en los mismos menesteres el 20 por ciento[7].

En estos años la masiva incorporación de jóvenes al mercado laboral, ace­leró el relevo generacional en las clases trabajadoras influyendo en un cambio de ideología. Grupos nuevos como católicos y comunistas desplazan en la margen izquierda al veterano sindicato UGT, muy resentido por el debilitado PSOE a consecuencia de la represión. Sin embargo la cadena de huelgas con­tinúo ininterrumpidamente hasta 1965, año en que la Ley General de Asocia­ciones inició una relativa apertura del Régimen que, a partir de entonces, será conocido como el tardofranquismo.

En los años anteriores en cuanto atañe al nacionalismo vasco el PNV baracaldés se había reorganizado realizando fundamentalmente reparto de propa­ganda a la que ayudaban ANV y ELA-STV. En 1961 llegaron a la anteiglesia varios miembros del grupo EKIN (futura ETA), en donde dieron charlas de formación a militantes nacionalistas. Ocho de estos pasaron a la nueva or­ganización captándose posteriormente a diversos estudiantes. Entre 1959 y 1964 se embadurnó varias veces de pintura el Monumento a los Caídos y en 1963 será detenido el primer etarra barakaldés. Durante la primera mitad de la década de los 60, varios dirigentes socialistas locales se destacaron por su actividad contra el Régimen y en defensa de los derechos de los trabajadores, lo que motivó sus repetidas detenciones y encarcelamientos por parte de la entonces Policía Armada, hoy Policía Nacional.

De este elenco de barakaldeses socialistas destacamos a Ramón Rubial, Eduardo López, Agustín Alday, Pablo Chueca, Pablo Iglesias, Félix Fanjul y Nicolás Redondo. El motivo de ser descubiertos y fichados fue la indiscreción de un joven detenido en las Siete Calles de Bilbao, quién facilitó a la poli­cía el anterior listado y siendo requisado en Barakaldo material clandestino como cajas de imprenta, una multicopista, un magnetofón y gran cantidad de propaganda. En varias de las detenciones se apreciaron a los detenidos golpes y hematomas en espalda, rodillas y piernas, siendo recogidas por el médico forense del Juzgado de Guardia pero no tenidas en cuenta a la hora de pasar a los detenidos a disposición judicial.

En estos años surge la figura de un magnate que, además, fue empresario industrial y político español. Se trata de Horacio Etxebarrieta Mauri, nacido en Bilbao el 15 de septiembre de 1870 y fallecido en Barakaldo el 20 de mayo de 1963 a la edad de 92 años. Su padre fue Cosme Etxebarrieta Lascurain, insigne político republicano vizcaíno, quién en 1869 firmó como apoderado de Bizkaia el llamado Pacto Federal de Eibar. Horacio heredó de su padre no sólo su fortuna (varias minas de hierro, dos hectáreas de terreno en el ensanche de Bilbao y participaciones en empresas nacionales), sino su pensa­miento republicano, participando en política como parlamentario hasta 1917. Hombre serio y de palabra, como buen vasco, llevó con éxito las negociacio­nes para liberación de los presos españoles en Marruecos tras el desastre de Annual, lo cual le reparó un gran prestigio. Sus ideas republicanas no fueron obstáculo para mantener una estrecha relación con el rey Alfonso XIII que llegó a ofrecerle el título de Marqués y que rechazó amablemente.

Con el abandono de la política como diputado de la conjunción republica­na-socialista, se dedica en exclusiva a los negocios privados, especialmente tras la muerte de su socio Isidoro Larrinaga, con quién compartía sociedades y empresas. Participó en la construcción y urbanización bilbaína y madrile­ña así como financió el metropolitano barcelonés, destacando en la industria naval y de armamento, así como fundando el periódico ‘El Liberal’, la Unión Radio (la actual cadena Ser), la aerolínea Iberia y la empresa Saltos del Due­ro, actual Iberdrola.

De su actividad naviera destaca la fundación de los Astilleros de Cádiz, hoy Astilleros Españoles de donde salieron barcos como el Juan Sebastián Elcano y el submarino E-1, el más avanzado de su tiempo. Residió durante años en el barrio getxotarra de Neguri en el edificio conocido como las galerías de Punta Begoña, el cual ha estado años muy degradado sobre la playa de Ereaga y hoy en restauración. Horacio Etxebarrieta se casó en 1900 con María Madaleno Zárraga de cuya unión nacieron 7 hijos (José María, Horacio, Rafael, Cosme, María del Carmen, Juan Antonio y Amalia Etxebarrieta Madaleno).

Durante la Primera Guerra Mundial exporta el apreciado hierro vizcaíno de sus minas al Reino Unido y Alemania, en su propia flota de marina mer­cante. De su actividad en el extranjero destaca la fundación de Cementos Portland y como promotor del tranvía aéreo sobre las cataratas del Niágara, llegando a comparársele en Estados Unidos a Howard Hughes o William Randolph Hearts, conocido como Ciudadano Kane en el film de Orson Wells.

Durante la Segunda Guerra Mundial se dedicó al espionaje, siendo cola­borador con Wilhelm Canaris, almirante y jefe de inteligencia de la Kriegs-marine y la Wehrmatch, quién habiendo participado con el régimen nazi en varias conspiraciones contra Hitler, especialmente en la del 20 de julio de 1944, de la que fue procesado y ejecutado en la horca. Como típica imagen del espía de entreguerras, Horacio intervino de forma activa en la Gran Gue­rra, convirtiéndose en héroe local al conseguir mantener a la flota británica durante meses, tras salvar su barco el «Dresde», en la batalla de las Malvinas.

También destacó en los deportes consiguiendo el primer premio en la re­gata internacional de Yachts a vela Plymouth-Santander, en 1925, con la em­barcación «María del Carmen», donde sacó 6 horas de ventaja al segundo.

Durante la II República y ante la política pacifista de la misma, perdió sus negocios armamentísticos frustrando la creación de la Fábrica Nacional de Torpedos de la cual fue compensado económicamente. Este bache económico le obligó a vender buena parte de su patrimonio y tras la Guerra Civil el go­bierno franquista le expropió los astilleros de Cádiz, aunque posteriormente le fueron devueltos.

El 11 de septiembre de 1934 Echevarrieta y su amigo, el ministro Indalecio Prieto, son detenidos en la localidad asturiana de San Esteban de Pravia, al desembarcar del mercante «Teresa» un cargamento de armas para los res­ponsables de la Revolución de Asturias. Juzgado y encarcelado en la cárcel modelo de Madrid, coincidió en prisión con el dirigente comunista Santiago Carrillo.

En 1951 el gobierno de Franco le incauta definitivamente sus empresas y negocios, por lo que se retira a su palacio de Munoa, en el barrio de Burceña, en donde se recluye hasta su muerte. Dicha casa familiar es un edificio del siglo XIX levantado en 1860 por el abuelo de Horacio, Juan Manuel Echevarrieta y Gorocica, de estilo Segundo Imperio francés, con una superficie de 62.651 metros cuadrados, declarada en la actualidad monumento protegido. En el año 2014 y tras un largo proceso judicial, el ayuntamiento baracaldés se hace con la propiedad de la finca tras pagar a los herederos de Horacio Echevarrieta 18 millones de euros. En la primavera de 2015 el palacio, tras su urbanización, se convierte en parque público.

Por último es de reseñar la figura de Simón López Sanz, conocido popu­larmente como «Don Simón». Nació en Barakaldo el 24 de enero de 1902 y falleció el 1 de noviembre de 1980. Fue ordenado sacerdote el 25 de julio de 1927 siendo destinado como capellán del «Colegio de las Hijas de La Cruz», sito en la calle Landaburu. Se licenció en filosofía, teología y derecho canó­nico. Fue párroco de la iglesia de San José desde el 10 de marzo de 1947 y en 1972, Arcipreste de Barakaldo. Fundó la Orden de las «Misioneras Seculares de San José Obrero», en honor a la parroquia de la que era titular creando el colegio de la Inmaculada, en la calle La Florida conocido hoy día como las «Simoninas». La congregación se extendió pronto por otras provincias dedi­cándose casi en exclusiva a la enseñanza. Don Simón también creó la primera emisora de radio local en Barakaldo que mayormente transmitía programas vaticanos.

 

 

[1] Ramón HILARIO-Iker MARTÍNEZ “Barakaldo a través de los tiempos” 2016, pp. 239-249.

[2] Debemos recordar que estas cuestiones eran similares a las impuestas en cualquier rincón de España.

[3] Ver el Recorrido 61

[4] Una breve biografía puede leerse en ARBELA 2004, pp. 27-29. Jaime CORTÁZAR.

[5] Una breve biografía puede leerse en ARBELA 2004, pp. 29-30. Jaime CORTÁZAR.

[6] Puede leerse un breve artículo en “La Congregación de la Misión en Bizkaia”, 2016. Mitxel OLABUENAGA.

[7] Pedro SIMÓN “La enseñanza pública en Barakaldo 1857-1957”. ARBELA, 2000, pp.23-28

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