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Los Unzaga y las fanderías de Barakaldo (IV)

Los Unzaga y las fanderías de Barakaldo (IV)

LA FANDERÍA DE ARRILUZE

Las primeras labores se iniciaron en el año 1775, en el lugar de Arriluze, sin que, al parecer, llamasen la atención más allá de la propia anteiglesia de Barakaldo. Tanto es así que la empresa estuvo a punto de finalizar sin apenas haberse comenzado. La razón era que ese mismo año, dos comerciantes madrileños llamados Juan Machón y Joseph Gil, presentaron al rey Carlos III un proyecto para construir en las cercanías de Santoña una fandería semejante a la del marqués de Iranda y, dada la innegable utilidad que esta fábrica representaría para el conjunto del Estado, solicitaban una serie de ventajas y privilegios, entre los que figuraba en primer lugar “que no pudiese construirse igual fábrica de su clase en diez leguas de distancia de la que establecieren estos interesados”. El desconocimiento de que Unzaga ya estaba construyendo su fandería hizo que no se apreciase inconveniente alguno en la propuesta de Machón y Gil pero, no obstante, la Junta General de Comercio, a quien se había remitido el proyecto de Orden Real, quiso oír la opinión del Corregidor de Bizkaia sobre este asunto, y le pidió que se informase acerca del perjuicio que se pudiese causar a las ferrerías vizcaínas. De esta forma, las indagaciones llevadas a cabo por el Corregidor le pusieron al corriente de la existencia de las obras de Unzaga, por cuyo motivo pasó a Barakaldo para confirmarlo personalmente. Una vez allí, el propio Unzaga y sus operarios le aseguraron que la fandería “estaría concluida y en proporción de servir en todo el mes de noviembre de dicho año de 75”. En consecuencia, se desestimó la propuesta de los madrileños, y Unzaga pudo continuar adelante con las labores iniciadas. 

Precisamente, la visita del Corregidor nos proporciona los primeros datos sobre algunas de las peculiaridades de aquella fandería:

“…notó en esta fábrica una cosa bien particular, y es, que, componiéndose de solas dos ruedas que habían de mover la máquina, éstas habían de mover al mismo tiempo dos piedras para moler trigo o maíz, y asimismo dos fraguas, la una para calentar el fierro que se había de extender en la máquina hasta ponerlo en el grueso de la hoja de lata u de otra qualquiera figura que se necesitase para clavazón, aunque fuese de alfaquia mayor o de cuenta, o de otra cualquiera calidad; debiendo servir la otra fragua para perfeccionar el clavazón y ponerlo en los términos que se necesiten para su destino.

Que como no era maquinista no podía asegurar si conseguiría su dueño el fin a que la dirigía, pero que le dixo que en ello no había dificultad, y que lo haría demostrable siempre que le mandase.

Que quedó admirado de ver que la tal máquina y además quatro piedras de molino para trigo y maiz que ya se hallaban corrientes y usuales estaban puestas y fabricadas en una sola piedra de buena calidad, de lo que se seguía que concluida dicha máquina sería durable, y ahorraría su dueño todos los reparos y hechuras a que otras de este género están expuestas y son de mucho costo para su manutención; añadiendo el Corregidor haberle asegurado el dueño de la fábrica se cortarían en la referida hendería en cada minuto doscientas libras de fierro, y en cada año 30.000 quintales”.

Al parecer, el proyecto de Unzaga no guardaba referencia ni contemplaba como modelo a la fandería construida por el marqués de Iranda y, si damos crédito a sus propias palabras, ya existía en su mente desde casi el mismo momento en que llegó a Barakaldo y se hizo cargo de la ferrería de Aranguren. De hecho, en una relación que escribió en enero del año 1776, dirigida al rey para solicitar su apoyo y ayuda económica, aseguraba que, ya desde hacía unos quince años atrás, todos sus esfuerzos se habían encaminado a ese propósito, y exponía que “he tenido los maiores desvelos, pasando fuera del reyno para efectuar mi pensamiento, mirando todo género de fábricas”, hasta que finalmente se decidió a “poner en egecuzión la idea de la máquina que se reduce a cortar el fierro en bruto, poniéndolo en disposizión para todo género de obra de erraxe, clabo, barilla y flexes, y otra qualquiera cosa con tanta suavidad, brevedad y abundancia que con quatro oficiales se adelgazará y cortará a las líneas que uno quiera…”.

Según aseguraba, el lugar elegido no lo había sido al azar. Arriluze se encontraba cercano al mar y a una legua de los puertos de Bilbao y Portugalete, y a menos distancia aún del astillero de Zorrotza y de los minerales del monte de Triano. Y continuaba: 

a levantar en semejante sitio me han obligado, y a estas descubiertas bien consideradas utilidades, quanto la reflexión de que el agua corre mui liquidada y tiene más espíritu y fuerza que otras, y al mismo tiempo mucha suavidad y dulzura para hacer un fierro de suio el mexor, como que aquellas aguas las bomitan las mismas montañas de dichos minerales de Triano, y acompañan los arbolares o bosques de madroñales y bortales, cuio carbón es de tanta suavidad que dulzifica el fierro al tiempo de la fundizión del metal –y el de otros le exaspera- de forma que el fierro es el mexor que se descubre…”

La idea de Unzaga constituía en sí misma toda una proeza, pues no se limitaba a construir la fandería, sino que pretendía que el edificio albergase al mismo tiempo un molino de nada menos que de cuatro ruedas, de manera que la misma fuerza hidráulica que movía sus ruedas accionase indistintamente la maquinaria de uno u otro ingenio. Una empresa colosal y, hasta entonces, inaudita en todo el País. 

DIFICULTADES DESDE EL INICIO

La mayor parte del vecindario de Barakaldo no se oponía a la instalación de fábricas en su término, antes al contrario, las consideraba “conducentes al beneficio común”, pero las obras que Unzaga llevaba a cabo en Arriluze causaban numerosos perjuicios al camino público y a las personas que transitaban por él. En condiciones normales el problema hubiese podido arreglarse de mutuo acuerdo, pero la inquina que se guardaban los Unzaga y los Echavarri dio al traste con cualquier posible solución. Juan José de Etxabarri había fallecido en 1774, y le heredó al frente de sus mayorazgos su primogénito, José Ramón de Etxabarri, a quien Unzaga reclamaba una deuda por unos 24.000 reales en razón de ciertas cargas de carbón y unas partidas de hierro labrado. Casualidad o no, en cuanto Unzaga dio comienzo a las obras y surgieron los primeros problemas José Ramón de Etxabarri fue designado fiel de la anteiglesia de Barakaldo, e inmediatamente, actuando como su representante, denunció a Unzaga ante la Diputación General por “obra nueva” y porque “sin pedir permiso alguno ni licencia de la anteiglesia, empezó a construir el edificio en terreno común y concejil, porque hizo zanjas para la conducción de las aguas, en el camino público que hay en el paraje y dejándolo sin poder transitar en invierno sin un reconocido peligro de perderse o ahogarse”.

Unzaga se defendió demostrando que él era dueño por compra de lo que la anteiglesia reclamaba como suyo, y aseguraba que, conforme al Fuero, había ganado el derecho sobre el terreno y las aguas para levantar su fábrica. En consecuencia, por auto de 5 de agosto de 1775, se condenó a la anteiglesia en las costas del proceso pero, al mismo tiempo, considerando que los daños causados en la carretera eran tan evidentes, la Diputación ordenó a Unzaga que se hiciese cargo de reponer los caminos a su estado previo y a depositar una fianza por si se causasen nuevos destrozos. 

Echavarri reclamó la sentencia, pero buena parte del vecindario no estaba dispuesto a seguirle y, reunidos en el Ayuntamiento, la gente chilló y juró contra él, diciendo que había que quitarle el chuzo de fiel. Sin embargo, en la misma medida que Unzaga avanzaba en las obras, el camino se iba deteriorando, de manera que llegó un momento en que se hizo realmente intransitable. No podían pasar por él médicos ni curas, imposible a caballo y dificultosamente a pie. Finalmente, se nombraron peritos para que dictaminasen sobre los posibles daños y la forma en que debían componerse los caminos para que en adelante no hubiese mayores problemas.

Los peritos designados para reconocer el estado del camino y proponer las medidas que debían adoptarse establecieron una serie de normas. Su análisis nos sirve para conocer algunos aspectos de la obra en conjunto y los inconvenientes que aquella ocasionaba al pueblo. El canal que conducía el agua desde la presa hasta la fandería discurría pegado al extremo del camino que venía por debajo de Mazerreka hasta llegar a la fandería y, al no existir resguardo alguno, los peritos consideraron necesario que se fabricase un pretil o escudal desde el puentecillo de Allende, con el fin de que protegiese a las personas de caer al río. Asimismo se reconvenía a Unzaga para que reparase la entrada del camino que llevaba a la casería de Mazerreka, pues, de no hacerlo a la mayor brevedad posible, se temían “una desgracia en todo aquel paraje, por el inminente peligro y ser tránsito para serbidumbre de la casa de Maserreca, barrio de Urcullu y gente que van y bienen de los montes con bena y carbón, particularmente cuando el río va algo crecido y los bados están impracticables”. De la misma forma se le exigía que urgentemente protegiese con pretiles el camino que desde la fandería continuaba por Anbia y, finalmente, dado que se sospechaba que el tránsito de carros iba a ser continuo, tanto el de los productos elaborados como el de carbón de piedra para su consumo, se reconvenía a Unzaga para que, a sus expensas, se encargase de mantener siempre en buen estado el tramo que llevaba desde la fábrica hasta el embarcadero de Retuerto.

El paraje y condiciones del terreno en que Unzaga levantaba la fandería no eran, desde luego, las ideales, pero sí las únicas posibles. Había sido preciso picar la roca viva para rebajarla y conseguir una base edificable en el estrecho espacio, y al mismo tiempo utilizar la propia roca como pared del edificio, integrando en ella parte de los elementos de la maquinaria. Unzaga lo expresaba así: “… de tal arte que es de una sola piedra y en ella misma –que viene a servir de pared- se hallan sacados a golpe de pico todos los depósitos de agua, chiflones, ondascas y demás condutos, como tamvién el suelo de todas las havitaciones y almacenes de fierros y granos, sin gastarse una sola madera sino la de los texados…”.

MUERTE Y  RUINA

Los gastos en la obra de la fandería propiamente dicha, el correspondiente a sus anexos (presa, acequia, antepara…), el acondicionamiento de las calzadas, además de los sueldos del maestro constructor y de los oficiales que la atendían, sobrepasaron con mucho las previsiones de Juan Antonio de Unzaga, hasta el punto de que se vio necesitado de recurrir a solicitar diversos préstamos, gravando sus propiedades como garantía de pago. En su búsqueda de recursos, Unzaga intentó obtener ayuda económica del Estado, para lo cual, en mayo de 1780, presentó un memorial dirigido a la Junta General de Comercio y Moneda de Madrid, en el que hacía constar sus enormes gastos y la utilidad y beneficio que su fábrica reportaba al reino. 

Su principal prestamista fue Guillermo Uhagon Oditegi, con tres créditos por valor de 75.000, 46.681 y 54.922 reales.

Posteriormente, Unzaga escrituró dos hipotecas, una de 67.844 reales a favor de su hermano Manuel, y otra de 68.235 reales, a favor de Francisco Antonio de Escuza, marido de su hermana Josefa. Se trataba de cantidades que pertenecían al legado de su hermano fallecido en Indias, y que Juan Antonio de Unzaga había tomado prestadas para diversos fines:

mediante haver entrado en poder del dicho Juan Antonio las remesas de dinero y efectos que de los que quedaron por muerte de dicho don Domingo han remitido sus albaceas testamentarios con cuio producto a comprado y favricado el referido don Juan Antonio una fandería de crecido valor, una casa en el puesto de Retuerto y otra con sus pertenecidos en el puesto que llaman Munua, todos con sus molinos en dicha fandería, radicantes en jurisdición de esta dicha anteiglesia”.

Un mes después de realizada la anterior escritura, el 27 de julio del año 1780, Juan Antonio de Unzaga fallecía en Bilbao, a la edad de 59 años. 

La viuda, hijos e hijas de Unzaga se vieron de pronto ante el desolador panorama de que la mayor parte de sus propiedades estaban hipotecadas. En los meses siguientes José y Máximo, los dos hijos mayores, de 20 y 15 años respectivamente, decidieron mantenerse al frente de la fandería, pero los pedidos de material eran muy inferiores a su capacidad de producción y, por tanto, sus ingresos, aún sumados a las rentas que les proporcionaban sus casas y fincas, no eran suficientes para pagar los plazos de los acreedores. 

En esta tesitura Guillermo Uhagón propuso a Elena de Acha “jirar entre ambos el comercio de clavazón y corte de fierro de la fandería”, además, se ofreció a posponer el pago de los réditos que se le debían hasta finales de año y, con este fin, en 23 de enero de 1781, formalizaron la correspondiente escritura ante el notario de Bilbao Francisco de Barroeta. A pesar de ello, cercana la fecha en que debía cumplirse el plazo estipulado, Elena de Acha seguía sin poder hacer frente a los pagos de las deudas contraídas, y Uhagón nuevamente se mostró dispuesto a aplazar el pago, incluso sin intereses, pero a cambio impuso condiciones leoninas: Elena de Acha debía hipotecar todos los bienes que aún mantenía libres y, además, sus otros acreedores (especialmente Manuel de Unzaga y Francisco de Escuza) debían obligarse a ceder a su favor la antelación en las hipotecas, de manera que no pudieran pedir su paga hasta que Guillermo Uhagon no hubiese cobrado. La cantidad a pagar a Uhagón se tasaba en 198.000 reales, que se deberían pagar: 33.000 dentro de tres años; otros 33.000 dentro de cuatro años; otros 33.000 a los cinco años, y los 99.000 restantes dentro de seis años. En consecuencia, a las propiedades ya hipotecadas, se sumaban ahora las siguientes:

“…expecial y expresamente hipoteca como vienes propios suios el quarto de casa con su correspondiente lonja y camarote en que la misma doña María Elena hauita, notorio en el varrio de Allende el Puente de esta dicha villa [de Bilbao]; vna vega en la Sendeja, junto a la torre de Luchana; vn arbolar que se halla arriva de la presa; la heredad de Ballejo y viña de Retuerto, que confina con pertenecidos de don Enrique de Arana; vn arbolar joven que se halla de Zavalaencampa hacia Susunaga que confina con los pertencidos de don Domingo de Lazeval y Soviñas; las tierras que trae Vizente de Zavalla; vn arbolar joven que se halla tras de la casa nueva de don Manuel de Maguna y confina con los pertenecidos de este; otro arbolar que se halla en Vrcullu Errequeta, comprado de la casa de Josef de Vrcullu el de Gorostiza; vnos castaños y varios árboles jóvenes que se hallan en el camino de Santa Águeda hiendo por dicha ferrería; vna viña comprada que se halla en el varrio de Zuaso y govierna Josef de Escauriza; las tierras compradas que se hallan en dicho varrio de Zuaso y trae Vizente de Zavalla: los quales dichos terrenos están citos y notorios en la citada anteyglesia de Baracaldo”.

El 11 de octubre del mismo año, ante el citado escribano, María Elena de Acha hizo cuentas del alcance de lo adeudado a sus cuñados, Manuel de Unzaga y Francisco Antonio de Escuza, que habían ido ascendiendo considerablemente: adeudaba al primero 99.366 reales y 13 maravedís, y al segundo 99.624 reales y 4 maravedís. Lo cual, junto con las cantidades que debían sumarse de gastos y demás, ascendía a 198.990 reales y medio de vellón. Elena de Acha se obligaba a pagarles en un plazo de diez años y, con este fin, hipotecó nuevamente todas sus propiedades, aceptando como condición que, si viniese alguna remesa de la Nueva España, de la herencia de Domingo de Unzaga, los dichos Manuel y Francisco Antonio recibirían lo que correspondía a María Elena de Acha, aunque fuese antes de los diez años.

En estas condiciones, los Unzaga-Acha consiguieron que las propiedades se mantuviesen en su poder durante unos años más, pero la situación era absolutamente precaria para la familia, como lo demuestra el hecho de que se viesen en la necesidad de enviar a México a Diego Francisco, el tercero de los varones, con tan solo 15 años de edad, para que intentase actuar allí como factor de sus hermanos y tratase de concertar pedidos sobre el material que estos fabricaban.

Finalmente, después de afrontar diferentes reclamaciones en los juzgados y de tratar de retrasar en el tiempo el inevitable concurso de acreedores, el corregidor sustituto del Señorío de Bizkaia, Juan Antonio de Morales, dictó sentencia definitiva en 30 de octubre de 1789, por la que ordenaba que se hiciese el pago de costas a aquellos en los bienes raíces. Los peritos encargados de valorar las propiedades de los Unzaga-Acha estimaron su valía en 262.098 reales y 30 maravedís. La fandería y el molino se tasaron aparte, valorándose en 264.352 reales y un maravedí. Las deudas reclamadas con Uhagón ascendían a 329.061 reales y 24 maravedís. 

Goio Bañales Garcia

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Actualizado el 29 de mayo de 2025

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