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La iglesia de San Vicente Mártir: fiesta y culto popular (IV)

La iglesia de San Vicente Mártir: fiesta y culto popular (IV)

Aquilino de Amezua y el órgano de la iglesia de San Vicente de Barakaldo

El órgano inaugurado en 1891 es la pieza más notable que atesora la iglesia de San Vicente, hoy ubicado sobre el coro construido en la reforma de 1962. Es obra de Aquilino de Amezua, el principal representante del conocido como “órgano romántico” en la España de finales del siglo XIX y principios del XX, despegándose de la tradición barroca aún arraigada en la organística española del XIX. Nacido en Azpeitia en 1847, fue miembro de una saga de organeros, donde su abuelo Diego y su padre Juan sentaron las bases del prestigio del taller. Tras formarse inicialmente en su localidad natal, salió al extranjero para intentar ingresar en talleres más prestigiosos, como en el de Aristide Cavaillé-Coll, asentado en París, en 1863. Amezua fue rechazado del taller que a la postre sería su principal competencia en el panorama vasco.

Posteriormente pasó por Londres y viajó a países donde se estaban dando los primeros avances hacia la electrificación del órgano, aprendizaje que le sería clave para llegar al máximo rango entre los organeros españoles. El órgano presentado en la Exposición Universal de Barcelona en 1888, pionero en España por su funcionamiento mediante un sistema eléctrico y neumático, sería el que lo llevaría a la cumbre en la organística española. Nos consta que previamente había pasado por el taller de su familia en Valencia, que había huido de la Tercera Guerra Carlista que con tanta violencia se fraguó en el País Vasco entre 1872 y 1876. Finalmente, a partir de 1881 se asentó en Barcelona, donde recibiría el encargo del órgano para la Exposición Universal.

De todos modos, donde mayor protagonismo tuvo su producción fue en Valladolid, con especial importancia del órgano que se le encargó para la Catedral. Inaugurado en 1904, se ubicó en el coro central del templo, el cual se removió en 1928 para definitivamente trasladarlo a una cancela sobre la puerta de los pies de la Catedral. Amezua fue el principal impulsor y creador en España del órgano que conjugaba materiales y técnicas de calidad con nuevos métodos musicales que indagaban en sonidos “redondos y dulces”, como dice Palacios. Tras esta obra le llegarían múltiples encargos de diversos templos y órdenes de la capital vallisoletana, como la parroquia de Santiago, la iglesia del Sagrado Corazón de los jesuitas o la iglesia de la Compañía de María, al igual que de otras localidades castellanoleonesas como Soria, León, Salamanca o Medina de Rioseco.

En el País Vasco no llegó a destacar tanto, ya que competía con el taller de Cavaillé-Coll, como anteriormente se ha señalado, aunque destacan obras como las que realizó para la iglesia de Santa María de la Asunción de Amorebieta, Santa María la Real de Zarautz o el Sagrado Corazón de Donostia, ésta última en el mismo año del órgano de Barakaldo. En Navarra dejó importantes ejemplos en San Cernín de Pamplona o San Esteban de Bera. Aquilino de Amezua falleció en 1912, mismo año en el que pronunció el discurso titulado Necesidad de la unificación del órgano, donde, además de realizar un breve resumen de la historia de este instrumento, determinó las características que en la disciplina organera se debían instaurar, con la finalidad de establecer un modelo único exclusivamente reservado a la ceremonia litúrgica.

Una vez expuestos estos datos en torno a la importancia del autor del órgano de la iglesia que nos atañe, podemos entender mejor su gran valor patrimonial. Su encargo, fechado en 1890, es anterior a sus grandes realizaciones y remodelaciones de las catedrales de Valladolid, Sevilla, Oviedo o Santander, aunque posterior a su salto a la fama en la Exposición Universal de Barcelona. El órgano de Barakaldo es de funcionamiento mecánico. Se compró por un valor de 10.000 pesetas, a las que se sumarían, en los años siguientes, los pagos a los fuelleros y afinadores del órgano, que debía estar en constante mantenimiento. En muchas ocasiones, los afinadores provenían del entorno cercano de Amezua, como es el caso de Lope de Alberdi, discípulo suyo y encargado de la afinación del órgano en 1894. La labor de accionar el fuelle del instrumento dejó de ser necesaria a partir de que en 1941 se diera el cambio a la corriente eléctrica75, aunque los trabajos de mantenimiento y reparaciones continuaron siendo necesarios, desembolsándose significativas partidas en 1955 y 1969.

Lo que volvemos a traer a colación en la compra de este órgano es la contribución popular para su adquisición, ya que tan sólo 1.810 de las 10.000 pesetas totales fueron abonadas por la propia iglesia. 1.270 pesetas provenían de la Cofradía de Ánimas, 280 de la del Rosario, 870 de la cofradía de la Soledad, 370 del altar de San Antonio y 400 del altar de San Bartolomé, mientras que el restante, es decir, la mitad exacta del precio total, tenía que prestarlo o donarlo el pueblo. Su precio resultó más bajo que los órganos de otros lugares, a mencionar la gran pieza de la Catedral de Valladolid, adquirida a 31.500 pesetas, o incluso aquellos de tamaño similar, como el de la parroquia del Sagrado Corazón de Donostia-San Sebastián, costeado en 16.000 pesetas. De todos modos, el hecho de que 5.000 pesetas de las 10.000 totales que requería la compra del órgano proviniesen de donaciones populares, y otras 3.190 lo hiciesen de las arcas de las cofradías, es muestra de la importancia que tenía la feligresía y las entidades no pertenecientes a la fábrica de la iglesia para el equipamiento artístico de su interior, constituyéndose así como pieza patrimonial de todos los habitantes de Barakaldo.

El órgano, cuya consola está exenta de la caja, presenta una fachada sobria pero monumental, suponiendo el segundo punto de atención del interior de la iglesia, enfrente del retablo mayor. Consta de dos cuerpos, que contrastan por su gran diferencia en la ornamentación. El cuerpo bajo tiene la fundamental función de caja de resonancia, por lo que apreciamos una estructura compacta dividida en cinco módulos verticales cajeados, sin mayor decoración que las discretas franjas verticales de puntos entre los módulos. En el friso entre el cuerpo inferior y superior distinguimos seis pequeñas figuras de arpas doradas, ubicadas justo encima de las separaciones entre las calles verticales del cuerpo bajo.

En el cuerpo superior, separado del inferior por una tubería horizontal, ya destaca especialmente la decoración dorada, que aunque más profusa, se mantiene en armonía con la sobriedad decorativa del cuerpo inferior. Seis grupos de tres acanaladuras separan los distintos módulos verticales del cuerpo superior, mientras que éstos están enlazados decorativamente con ménsulas que presentan formas de carácter barroco. Estos motivos decorativos vegetales y mixtilíneos se transforman en los pabellones laterales, enmarcándolos en su parte superior. Éstos son rematados por un frontón ahuecado que se completa con la pequeña figura de un ángel, para finalmente disponer una guirnalda en su extremo superior. Este último elemento se repite, con mayor tamaño y profusión, en el pabellón central. Como remate de los módulos entre los dos pabellones laterales y el central, apreciamos un conjunto de crestería igualmente dorado. Por tanto, este ejemplo destaca por un aspecto generalmente sencillo, pero ornamentado con una serie de elementos decorativos que dignifican la obra aportándole un carácter elegante, en consonancia con las tendencias eclécticas de la época en la que se fabricó.

Francisco Pérez de Viñaspre, en ese momento organista de la Catedral de Santa María de Vitoria, tocó el órgano de Barakaldo en su acto de inauguración. El órgano se tocaba en ocasiones solemnes, al igual que en nuestros días puede disfrutarse de sus sonidos entre dos y tres veces al mes, así como en las principales celebraciones religiosas. La parroquia de San Vicente aún dispone de algunas obras sobre el método para tocar dicho instrumento así como algunos libros del siglo XX con partituras que serían interpretadas en el órgano. Sin la necesidad de dar un gran salto en el tiempo, tan sólo remontándonos 62 años atrás, el fiel no sólo disfrutaba del patrimonio artístico del interior del templo; también era imbuido por el olor proveniente de las flores de los jarrones y las velas ubicadas en los distintos retablos de la iglesia, y por supuesto, por el solemne sonido del órgano en ocasiones especiales. Lo que hoy encontramos exento de profusión decorativa y gran parte de la actividad ceremonial de antaño, en una época no muy lejana a nosotros, se generaba una atmósfera de profunda religiosidad, que por medio de mecanismos visuales, olfativos y musicales, constituía una herramienta de imposición religiosa e ideológica, aunque del mismo modo podía generar una sensación de disfrute multisensorial.

Conclusión: la iglesia de San Vicente de Barakaldo, escenario e historia popular

De esta manera, llegamos al final del breve recorrido histórico-artístico por la iglesia de San Vicente Mártir de Barakaldo. Edificio que no sólo hemos analizado desde sus formas arquitectónicas y artísticas, sino como espacio y motor de la ceremonia religiosa y fiesta popular. Hasta que en la reforma de 1962 el templo perdiera gran parte de su esplendor decorativo interior y las tradiciones religiosas fueran desapareciendo en las primeras décadas de la segunda mitad del pasado siglo, el templo de San Vicente y el pueblo de Barakaldo estuvieron en constante diálogo. De todos modos, no debemos olvidar que esto traía consigo un proceso de control ideológico, especialmente durante la dictadura de Franco. La Iglesia y el Estado tuvieron que reforzar la unión con el pueblo incentivando su participación en los actos religiosos, en una época en la que el socialismo, el comunismo, el anarquismo y diversas facciones liberales suponían una amenaza para su poder.

Mientras que la fábrica de la iglesia era la encargada de financiar los cohetes del día de San Vicente o la banda que tocaría en Semana Santa por las calles de la localidad, por ejemplo, las donaciones populares harían posibles importantes adquisiciones como el órgano de Aquilino de Amezua. Los barakaldeses y barakaldesas, asimismo, se reunían bajo los techos del pórtico de la iglesia en días de lluvia o mucho sol, al mismo tiempo que contemplaban las imágenes de los retablos interiores mientras escuchaban la música del órgano. El propio patrimonio artístico de la iglesia se proyectaba no sólo dentro de sus muros, sino en las calles de la ciudad cuando procesionaban algunas de sus imágenes y objetos de orfebrería.

De este modo, aunque lo que a nosotros ha llegado haya sido una pequeña parte de todas las festividades y obras que hemos expuesto en este texto, la iglesia de San Vicente ha sido destacada, en este artículo, como un testimonio material de la historia de Barakaldo. Al tratarse del edificio más antiguo que mantenemos en la ciudad, sus muros, techos, ventanales, tallas, altares y, por supuesto, documentación escrita, son reflejo de cómo el templo se ha presentado ante el pueblo a lo largo de la historia, y cómo el pueblo se ha implicado en las actividades y patrimonio del templo. Por tanto, la iglesia de San Vicente se alza, en su pasado, presente y futuro, como historia viviente de Barakaldo, su patrimonio y sus gentes.

Ander Prieto de Garay

 

 

 

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Actualizado el 29 de mayo de 2025

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