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El Monasterio de Burceña. Orígenes, fundación y desarrollo (I)

El Monasterio de Burceña. Orígenes, fundación y desarrollo (I)

asdNOTICIAS DEL MONASTERIO DE BURCEÑA DEL SIGLO XV AL SIGLO XIX

Buena parte de lo que conocemos del Barakaldo medieval se ha basado en el Libro del linaje de los señores de Ayala, desde el primero que se llama D. Vela hasta mí­ D. Fernán Péres (1371), en la continuación del mismo escrita por su hijo «el canciller» (1398) y en las Bienandanzas e Fortunas (1475) de Lope Garcí­a de Salazar.

Sin embargo, estos textos, escritos para resaltar las hazañas de sus ancestros, también han añadido algo de oscuridad a nuestro pasado. La inextricable maraña histórica urdida por los Ayala y Garcí­a de Salazar, coetáneo éste a la construcción del convento de Burceña y torres de Luchana -que ni siquiera menciona-, perdurarí­a siglos. De ahí­ las contradictorias historias recogidas en Lutxana: Barakaldo. (Lutxana 1995, 13-55).

Ambos acontecimientos (construcción del convento y de las torres) se interrelacionan -de manera errónea como veremos- en la escritura fundacional del convento de Burceña, uno de cuyos frailes, Miguel de Alonsotegui, escribió una Crónica de Vizcaya (1577) de carácter histórico (hoy por desgracia desaparecida), aunque no debí­a aportar noticias relevantes sobre tales hechos.

Paralelamente, desde finales del siglo XVI, los mercedarios hicieron hincapié en la necesidad de conocer y construir la propia memoria, en recoger notas y documentos que permitieran escribir su historia. A partir de Francisco Zumel, la orden nombró cronistas generales a Bernardo Vargas, Jean Latomy, Alonso Remón, Gabriel Téllez (Tirso de Molina), Luis de Salcedo y otros que escribieron -como otras órdenes religiosas- una fabulosa y acrí­tica historia, en ocasiones fundamentada en falsos documentos y cronicones medievales, condicionada por el claro objetivo de conseguir el mayor prestigio y beneficio para la orden.

Con este propósito el provincial de los mercedarios de Castilla, fr. Alonso Sotomayor, ordenó que todos los conventos redactaran una memoria recogiendo sus noticias más reseñables y la vida de los frailes ilustres por su saber o santidad.

El Memorial de sucesos y noticias de ellos…, relativo a Burceña lo hizo en 1652 su comendador fr. Joseph Beltrán y, en la actualidad, se conserva en la Biblioteca Nacional española. Como este informe iba dirigido a fr. Luis de Salcedo, sucesor de fr. Gabriel Téllez como cronista general, omite noticias que supone que ya conoce como prelado de Burceña que habí­a sido. Por esta razón fr. Joseph remite una breve narración en la que apenas cita la presunta fecha (tachada) de fundación del monasterio de Burceña y algunas notas sobre frailes destacados. (BN. ms 2.443-58).

Tiempo después, uno de los cronistas de la orden, Francisco Ledesma, dio a la imprenta en 1709 una Historia breve de la fundación del convento de la Purí­sima Concepción de Marí­a Santí­sima, llamado comúnmente de Alarcón, y del convento de San Fernando, donde incluí­a una copia de la escritura fundacional remitida desde Burceña por fr. Domingo de Zavala (catedrático en Alcalá), con un breve comentario sobre su fecha 1284.

Lo temprano de la fecha (1284) que Domingo de Zavala recoge del documento fundacional provoca que, a partir de aquí­, se inicie en Bizkaia una polémica sobre cuál fue el primer convento de varones y si la presencia mercedaria fue anterior o no a la franciscana (Bermeo, Izaro o San Mamés), en la que intervinieron los escritores Ramón Iturriza y Zavala, Teófilo Guiard y Estanislao Labayru. Sorprende que este último, muy interesado y conocedor de la historia eclesiástica, se contradijera a sí­ mismo quizá desorientado por la lectura acrí­tica de los documentos, crónicas y fuentes antiguas presentados por Delmas. (Labayru, 1968-1971, II: 798n).

LAS í“RDENES MONíSTICAS Y EL CONTEXTO GENERAL DEL SIGLO XIV

¿Pero es posible analizar esta información sin conocer previamente la situación general, la realidad histórica en la que se generaba? En aquella época, mientras las viejas órdenes monásticas se asentaban en medio de grandes extensiones agrarias (inexistentes en Bizkaia), los mendicantes escogí­an recintos urbanos: pequeñas villas los franciscanos, grandes ciudades los dominicos. Quizás por esta razón hasta 1357 no hubo otro convento de varones que el franciscano fundado por los señores don Tello y su esposa en Bermeo, todaví­a el núcleo más poblado.[1]

La necesidad de villazgos en los cuales apoyar el comercio que desde la meseta buscaba salida en el litoral habí­a propiciado en 1300 la fundación de Bilbao. El ahorro de un dí­a de camino con respecto al puerto bermeano convertirí­a con el tiempo a la nueva villa, que apenas contaba con trescientos vecinos, en plaza privilegiada por los mercaderes castellanos. Este tráfico entre Burgos y Bilbao atrajo a artesanos y comerciantes de Castro y Bermeo, antaño poblaciones florecientes, migración que produjo un aumento demográfico en toda la Rí­a. En sus márgenes, sobre territorio encartado, nací­a otra villa en 1322, Portugalete, cuyos habitantes también se afanaron en actividades marineras y comerciales para abastecerse en una comarca fuertemente deficitaria «de todo lo necesario para la vida humana».

Ante esta expansión económica varios de los nobles alaveses, que a cambio del llamado Privilegio de contrato reconocieron como señor a Alfonso XI (1312-1350) y disolvieron la Cofradí­a de Arriaga (1332), pusieron interés en dominar los puntos estratégicos de las rutas abiertas hacia la Rí­a. Su «conquista» del espacio vizcaí­no se acentuó a raí­z de que la peste negra (1348) asolara pueblos alaveses, cuyos labradores solariegos abandonaron las peores tierras que cultivaban. Los Avendaño, Salazar, Ayala y otros poderosos buscaron compensar la merma de rentas extendiendo sus dominios a Arrigorriaga, Somorrostro, Abando, Barakaldo y otros lugares.

[1] La entrada de las órdenes religiosas fue, en efecto, más tardí­a que en otros lugares, retraso que se corresponde con su menor desarrollo económico y social en tiempos medievales, reflejado en el escaso relieve de la vida urbana. (Garcí­a de Cortázar, 1979: 110-113).

 

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Actualizado el 25 de junio de 2024

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