Ferrería y Alto Horno (textos)

«La ferrerías de montaña tenían la ventaja del escaso coste de sus instalaciones y la posibilidad de escapar al control fiscal, circunstancias que beneficiaban especialmente a Ias pequeñas comunidades de campesinos y pastores independientes, que seguirían utilizándolas para autoabastecerse de aperos, herramientas e instrumentos de cocina, eludiendo así la monetarización de sus pobres recursos y escabulléndose del monopolio de producción y comercio del metal detentado por la aristocracia rural.
La construcción de una ferrería fluvial planteaba problemas técnicos bastante más complejos que sus antecesoras. La inversión de capital que requerían hacían de ellas bienes patrimoniales de la nobleza local. Difícilmente podía permitirse la mayor parte de la población rural su ejecución. La posesión de hornos y martinetes para elaborar hierro identificaba, mejor que cualquier otra propiedad, al sector más acomodado de la sociedad vizcaína del Antiguo Régimen, desde los linajes banderizos medievales a los mayorazgos solariegos de los siglos XVI-XVIII. Al margen de las ganancias monetarias que les reportaba la comercialización del metal, la ferrería constituía el vehículo ideal para rentabilizar la abundante madera que producían sus bosques de roble, encina y madroño» (Mayte Ibáñez).
«Del Fuero Vizcaíno : Que ningún natural ni extraño, así del Señorío de Vizcaya como de todo el reino de España, ni de fuera de ellos, pueda sacar a fuera de este Señorío, para reinos extraños, vena, ni otro metal alguno para labrar hierro o acero, so pena que la persona que lo sacara, sea desterrada perpetuamente de estos Reinos, y pierda la mitad de sus bienes, y la nave en que sacase la mercancía, y la misma mercancia se pierda, y de todo ellos la tercera parte será para reparación de carreteras de este Señorío, otra tercera parte para el acusador, y la otra tercera parte para Ia Justicia que lo ejecutare«. (Adarra «Aproximación a Ia Historia del P. Vasco»)
«Previamente ha de prepararse el mineral por calcinación en hornos apropiados, dejándolo luego extendido a Ia acción de los agentes atmosféricos, y sometiéndolos después a un fuerte desmenuzamiento; después se criba, separando los diferentes tamaños y recogiendo los trozos similares a una nuez.
El polvo y los menudos eran poco útiles para la operación, por obstruir con facilidad la circulación del viento.
Los ferrones colocan en el fondo del crisol un cesto de carbón, de tamaño grueso para facilitar la corriente de aire; encienden el fuego por el procedimiento de la yesca y el acero, o partiendo de otro fuego anterior cuidadosamente conservado, y lo dejan arder durante unas cuatro o cinco horas, si es primera vez, para que el horno se seque bien y vaya adquiriendo Ia temperatura adecuada.
Amontona el operario el carbón encendido con un espetón en el lado del horno por donde se inyecta el viento, junto a la tobera, hasta una altura de 56 cm. En el horno navarro y lo aprieta fuertemente, golpeándolo con el dorso de una pala de hierro, procediéndose ya a la operación definitiva. Colocados los cestos del mineral en el muro de contraviento, se va echando el mineral poco a poco, con suavidad, alternando con carbón encendido, cuidando de no que se llegue a obturar el orificio de la tobera. Terminada la carga, se llena el horno totalmente de carbón y se le da viento con el fuelle o la trompa de agua.
El fundido riega frecuentemente el carbón de la superficie, para concentrar el calor y evitar un consumo inútil; lo resuelve sin cesar y lo amontona en medio del horno; limpia sin descanso la parte de la salida del viento, sondea el fondo del crisol para comprobar la presencia de grumos de hierro libre y comprueba la fluidez de la escoria que se adhiere a la barra metálica del instrumento de trabajo. Se añade carbón a medida que el anterior se va consumiendo y se aumenta poco a poco el viento, de forma que (legue a su plena fuerza al cabo de dos horas, dando más agua a la rueda de los fuelles o a la trompa.
La escoria, líquida, flota y se va reuniendo junto al orificio de la tobera, donde la combustión del carbón es muy rápida. Se sangra de vez en cuando por la parte delantera, dejándola fluir libremente.
En el fondo del crisol se van formando masas esponjosas de hierro mezcladas con escoria y restos de carbón y mineral de hierro; el fundidor con su espetón, va juntando todos estos grumos de metal libre, formando un bloque más compacto, de mayor tamaño, de color blanco, blando, pero resistente todavía a la penetración de la punta del instrumento de trabajo ; al cabo de cuatro horas se puede dar por terminada la operación, se cierra la mampara de los fuelles y se retira todo el carbón ardiente hacia la parte trasera del horno.
Descubierto el tocho o lupia, se le clava el espetón, se le sacude vigorosamente y se le da vueltas para expulsar la escoria líquida que le acompaña, fuera ya del horno y colocado sobre el yunque, comienza a operar el martillo«. (4.3. Adarra , id, pp.57-58).
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