Avatares de una sociedad obrera
Con el desarrollo industrial Barakaldo recibió cientos de inmigrantes provenientes de diversos puntos de la geografía española. La creación de puestos de trabajo de escasa o nula especialización hizo que éstos, a veces solos, a veces con familias enteras, dejaran las penurias del campo y buscaran en la anteiglesia un futuro más esperanzador. Así, se produjo un crecimiento vegetativo muy fuerte entre 1907 y 1940 que alcanzó la cifra anual de 3’29%.
Sin embargo, la vida no era fácil. Los trabajadores de las minas y las fábricas vivían en condiciones infrahumanas. Había trabajo, pero también mucho descontento y miseria. Este malestar se tradujo en conflictos puntuales que se manifestaban básicamente en el ámbito laboral en forma de protestas colectivas. Nos referimos a las huelgas obreras que, si en un principio fueron tímidas, con el paso del tiempo se convirtieron en el arma indiscutible de trabajadores y sindicatos.
La neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial propició años de bonanza. Los puestos de trabajo crecieron al igual que aumentó el número de inmigrantes. Fueron tiempos de esperanza, una esperanza que se vio truncada con el término de la contienda y el comienzo de la crisis.
Muchos obreros tuvieron que soportar un paro forzoso mientras que otras fábricas se vieron obligadas a reducir la jornada laboral. La situación de la mayoría de las familias era insostenible y la mayoría de las ayudas municipales no resultaban suficientes. En este sentido, se vivieron años duros de huelgas, alteraciones de orden público, vandalismo y marginación.
Tristemente esta situación se recrudeció con el estallido de la Guerra Civil y los años de la posguerra. La sociedad fue testigo del racionamiento de alimentos, del hambre, de la marcha de los niños a otros países, de los bombardeos y de la dureza del régimen. Por si fuera poco, dos epidemias, una de tifus y otra producida por el pienso de los animales, acabaron con la vida de muchos vecinos.
En este contexto no es de extrañar que cada cual se las apañase como pudiera y el estraperlo se convirtiera en el principal modo de subsistencia. Todo se compraba y todo se vendía, cualquier cosa se fumaba y cualquier cosa se echaba uno a la boca.
Tras la Guerra Civil, la industria experimentó un nuevo auge que se tradujo en la llegada masiva de nuevos trabajadores. Durante el periodo de 1950 a 1970, Barakaldo experimentó un crecimiento demográfico con tasas medias anuales del 5%. Un trabajo asegurado y una vivienda digna hicieron que muchos foráneos se asentaran en el municipio.
Pero no todo fueron desventuras, sino que también hubo buenos y entrañables momentos. Los jueves, en el mercado de la «Plaza de Abajo», a donde acudían vendedores ambulantes y los pícaros charlatanes para despachar sus mercancías. Los domingos y martes de Carnaval, la misma plaza se transformaba en un hervidero de gente procedente de Portugalete, Sestao, Santurce, Erandio y Las Arenas. ¿Y el txikiteo? Magnífico txakoli se bebía en los bares y tascas que coronaban las principales calles de la localidad. ¡Buenas canturriadas se echaban entre trago y trago! Las romerías, las regatas, los toros, el fútbol, los chismes, los chapuzones en la Ría, el cine…
Tomado de «Cien años del Valle de Somorrostro».
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