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Conjunto de El Pobal

Conjunto de El Pobal

672953_es-muskiz-enkarterri-bizkaia-pobal-lEl conjunto de El Pobal se halla situado en el lí­mite de los municipios de Muskiz y Galdames, en un recodo del rí­o Barbadún, en su margen izquierda, junto a la cuenca minera de Enkarterriak. Cuando El Pobal se hallaba en plena producción esta localización le permitió gozar de grandes ventajas, por ejemplo, de la facilidad para hacer acopio de mineral, de la cercaní­a a las ví­as de comunicación marí­timas y terrestres, y de la proximidad a grandes masas de árboles con las que elaborar el carbón vegetal. A ello se añadí­a, en el aspecto humano, la posesión de una mano de obra especializada tras siglos de dedicación a la minerí­a y a la industria ferrona. En el mismo entorno, aguas abajo, se situaban las ferrerí­as de Bilotxi y Santelices, y aguas arriba las de La Olla, Valdibián, Llantada y El Pendiz. También existí­an restos de ferrerí­as en El Arenao, Rionegro y Lazilla. Un ámbito más amplio, aunque todaví­a próximo, nos permite situar a El Pobal en la órbita de los Montes de Triano, uno de los máximos exponentes de la cultura del hierro en todo el mundo.

La ferrerí­a fue edificada a mediados del siglo XVI por Juan de Salazar, descendiente del famoso banderizo y cronista Lope Garcí­a de Salazar. La hizo construir en un lugar resguardado para sustituir a una ferrerí­a anterior a la que desmantelaban una y otra vez las sucesivas crecidas e inundaciones del rí­o Barbadún. También a Juan de Salazar se debe la construcción del puente que une ambas orillas del rí­o y la presa.

De los Salazar pasó, por breve tiempo a los Avellaneda y de estos  la adquirió, en el año 1699, Simón de La Quadra, quien ordenó una serie de modificaciones que constituyen la mayor parte del edificio actual. De su fábrica original apenas conserva algunos restos: un paño del muro, que mira al rí­o, en el que se abre un pequeño acceso de arco apuntado, parte de la cimentación del taller y el horno primitivo que se halla junto al martinete. La ferrerí­a se vinculó por el nuevo propietario a su mayorazgo familiar cuyos descendientes ostentarí­an el marquesado de Villarí­as.

En el primer cuarto del siglo XIX la ferrerí­a de El Pobal pasó a ser explotada por la familia Ybarra a través de una sociedad creada al efecto en el año 1827, con el nombre de Ybarra, Mier y Compañí­a. El año1942 fue adquirida por sus inquilinos y, finalmente, éstos, los Pérez Ibarrondo, después de mantenerla en servicio para la fabricación de aperos de labranza hasta el año 1952, la vendieron, en el año 1966, a la Diputación de Bizkaia. Se trata, por tanto, de la última ferrerí­a bizkaina en activo. En junio del año 2004, después de nueve años de minuciosa restauración, se abrió al público como museo y con el propósito de difundir la actividad ferrona y minera de Bizkaia en general y, particularmente, de la zona de Enkarterriak en que se sitúa.

El conjunto de El Pobal se reconoció en marzo de 2004 como Bien Cultural Calificado con categorí­a de Conjunto Monumental -aunque con anterioridad ya contaba con la protección otorgada por el decreto de 17 de julio de 1984-, poco después recibió una Mención de Honor otorgada por el Consejo de Europa.

El Conjunto de El Pobal se compone de un caserí­o, que fue vivienda de los ferrones, al que por su porte se denomina «casa-torre» o «casa-palacio». En su primera planta se halla la sala de exposiciones y de recepción de visitantes. En su parte trasera, con acceso a través de un pequeño patio cerrado, se encuentra un molino de dos muelas, cuyos elementos se han recreado imitando a los de un molino tradicional encartado. Entre el molino y la «torre» se hallan las cuadras, y al frente, separados por el camino, los hornos de pan.uy cercana, apenas a unos metros de distancia, se localiza la ferrerí­a que es, sin duda, el elemento más significativo del conjunto. En su exterior, al lado izquierdo, está el depósito de agua o antepara, con capacidad para unos 70 metros cúbicos de agua. Un sencillo mecanismo de compuertas permite que el agua caiga a voluntad, con mayor o menor intensidad, sobre las aspas de las ruedas, imprimiendo a éstas la cadencia de rotación adecuada que, mediante un eje (o árbol) se trasmitirá al martinete. El agua llega a esta antepara -y a la que surte al molino- a través de un canal artificial de 300 metros de longitud que nace en una presa asentada en territorio de Galdames.
La fuerza hidraúlica es la encargada de mover los distintos ingenios de que consta la ferrerí­a. El agua destinada a mover las palas de las ruedas, que hacen rotar el árbol y con él los dientes encargados de accionar el martinete y los fuelles de los barquines, llega desdela presa.uando no es necesario el uso del agua retenida en la antepara se le permite proseguir su camino a través del mismo cauce artificial hasta que vuelve a reintegrase al rí­o.

La función que hoy dí­a cumple la ferrerí­a es eminentemente didáctica, por ello el acceso natural, que usaban los ferrones, se ha cambiado por otro, ubicado al costado derecho de la ferrerí­a. Esta sala, antiguo almacén, es la que abre la exposición mediante gráficos, maquetas y paneles explicativos, intentado ofrecer una idea del conjunto. De este lugar se pasa a un local inmediato, la carbonera, donde se amontonaba el carbón de madera. De aquí­ se pasa a la nave principal, en la que se halla el corazón de la ferrerí­a, destinada a la reducción del mineral de hierro y su transformación en barras. En ella se hallan los elementos más llamativos de todo el conjunto de El Pobal: los émbolos -encargados de insuflar aire al horno, semienterrado-, y el martinete, con su yunque. También en esta sala encontramos un pequeño local, que serví­a como «oficina» para llevar la contabilidad. En otra estancia, contigua a la ferrerí­a aunque claramente diferenciada de ella y con su suelo algo más elevado, funciona una fragua de herrero que se levantó en el siglo XIX.

El horno es el instrumento de la ferrerí­a destinado a reducir el mineral de hierro y separarlo de las impurezas. La masa resultante se denomina agoa o zamarra.
El sistema utilizado en El Pobal para reducir el mineral de hierro no podí­a diferenciarse mucho del que describió A. Barba en el año1649: Primeramente los pedazos grandes de metal de hierro se quebraban y reducí­an a menores -del tamaño de nueces o manzanas- para que el fuego los traspase y quemase más fácilmente. Se quemaban en hoyos construidos al efecto, que tení­an en su parte inferior receptáculos para que el metal fundido no se compactase en una sola plancha. Posteriormente se asentaban filas de leña sobre una base de paja, de más gruesa a más fina, dejando siempre en el medio una cavidad o hueco para mantener la lumbre. Sobre la leña se echaba el metal y se daba fuego. Se obtiene de esta manera un metal a medio fundir, que era el destinado a fundir en los hornos. En ellos, sobre una base de carbón, se añadí­an sucesivas paladas de aquel metal precocido y de carbón. Se daba fuego recio, con ayuda de los barquines, accionados por las ruedas que moví­a el agua. El metal, convertido en un «gran pan», se vaciaba de escorias por la boca que para ello tiene el horno. Acabada la fundición, y frí­o el hierro, se sacaba del horno con unas levas, se sacudí­a la escoria restante, con grandes tajaderas se cortaba en pedazos que eran vueltos a caldear con el martinete, y, finalmente, se guardaban en forma de begajones o planchas.

  1. Barba añadí­a que podí­a evitarse el precocido del mineral juntando a este en el horno con cal viva, pero, afirmaba, que no era el procedimiento que comúnmente se usaba.
    Los fuelles o barquines, estaban destinados a avivar el fuego y elevar la temperatura obtenida en los hornos. Al principio estaban fabricados en cuero y madera, razón por la que su vida útil era reducida además de que estos materiales suponí­an un considerable gasto anual en mantenimiento. Su diseño fue mejorando con el tiempo llegandose a inyectar hasta 22 pies cúbicos de aire en cada impulso. A mediados del siglo XVII se introdujeron las aizearkak, que podí­an producir corrientes continuas de aire cuya intensidad se regulaba a voluntad. El mecanismo consistí­a en desplazar agua por un sistema de tubos hasta un depósito receptor, desde el cual se expulsaba el aire a través de toberas dirigidas al horno. Las aizearkak, que suponí­an una considerablemente mejora, no llegaron a adoptarse en las ferrerí­as bizkainas a pesar de que fue precisamente en este territorio donde, en 1633, pretendieron instalarse los primeros modelos, pero se desistió por acuerdo de la Junta de ferrones de 1640, que consideró que su instalación iba contra el Fuero. Los émbolos de piedra, como los existentes en el Pobal, comenzaron a instalarse en el siglo XIX -los de El Pobal lo hicieron en 1852 (los de la relativamente cercana ferrerí­a de La Iseca, situada en Guriezo, en 1839), y compensaban su coste con un mantenimiento mí­nimo.

En los primeros años del siglo XIX el marqués de Villarí­as mantuvo un pleito con el concejo de Galdames sobre los lí­mites de su propiedad. Los documentos y escrituras que ambos litigantes presentaron se acompañaron con gráficos que ilustraban la situación de la ferrerí­a del Pobal y su entorno.

Estos planos se hallan en la Real Chancillerí­a de Valladolid. De ese archivo están tomadas las dos imágenes que figuran a continuación. La resolución no era muy buena así­ que la trascripción que hago de la leyenda que les acompaña puede tener algún error que acompaño con el sí­mbolo (…).

Las ferrerí­as hidraúlicas, del tipo de las de El Pobal, que aprovechaban la fuerza de los rí­os con el fin de desarrollar la fuerza necesaria para mover las palas de las ruedas sustituyeron, a partir del siglo XV, a las ferrerí­as de viento, haizeolak (o agorrolak = ferrerí­as de seco).

Sabemos muy poco acerca de las primitivas haizeolak. Podí­an ser simples cavidades u hornos muy sencillos en los que se obtení­a el hierro utilizando minerales muy puros que se asentaban sobre camas de madera, en varios estratos. El hierro no llegaba a fundirse y el resultado era una masa esponjosa que se compactaba a base de golpes propinados con mazos, operación con la que, además, se desprendí­an las impurezas.

Esta técnica tan sencilla podí­a mejorarse desmenuzando y tostando previamente, a unos 800 o 900 grados, la masa de mineral, para reducirlo, finalmente, a una temperatura que alcanzaba los 1300 grados. Hornos con cierta sofisticación podí­an disponer de una tobera por la que se expulsarí­a el hierro fundido que como antes decí­amos, se compactarí­a mediante golpes.

Las ferrerí­as se dividí­an en mayores y menores. En las primeras, llamadas zearrolak, se obtení­an las masas de hierro. En las segundas, llamadas tiraderas, el hierro se laminaba y se fabricaban los clavos, herrajes, etc. Según Villarreal de Bérriz hubo una fase de expansión de las ferrerí­as mayores a las que siguió otra en que se multiplicaron las menores porque la experiencia indicó que el hierro que producí­an estas era de mayor calidad. Las mayores fundí­an masas de 12 a 16 arrobas, haciendo con cada una cuatro barras de hierro o tochos, que se adelgazaban en las menores. En éstas, por otra parte, podí­an obtenerse fundiciones de cinco arrobas.

La importancia que tuvo el abastecimiento de material, tanto de mineral como de carbón de madera, hizo que durante algún tiempo la clasificación de las ferrerí­as se hiciese atendiendo a si se surtí­an de estos materiales por mar o por tierra. En la junta de ferrones del año 1628 se denominaba a las primeras ferrerí­as marí­timas -o de «barra de fuera»-, y a las segundas ferrerí­as de tierra adentro.

 

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