
Los Unzaga y las fanderías de Barakaldo (II)

LAS FANDERÍAS
Es frecuente oír la frase, referida a Barakaldo, de que “antes que los Altos Hornos Hornos fueron las ferrerías”. Esto es indudablemente cierto, pero casi siempre se olvida que entre los unos y las otras existieron las fanderías.
Las fanderías, también llamadas funderías, henderías o ferrerías partideras, tenían como finalidad estirar y cortar hierro en varios grosores o líneas, para la fabricación de productos elaborados del hierro, como clavazón, herraje y flejes de arcos para barriles. Trabajaban por medio de cilindros y diversos juegos de cuchillas, y con la utilización de hornos de reverbero.
La primera fandería de este tipo existente en Euskadi –y también en todo el Estado- fue construida en Renteria (Gipuzkoa), en el año 1769, por Simón de Arangorri, marqués de Iranda. La segunda se instaló a finales del año 1775 por Juan Antonio de Unzaga en Barakaldo, en el lugar de Arriluze (en Errekatxo). Además de la fandería propiamente dicha, esta fábrica contaba con un molino de cuatro ruedas que aprovechaba la misma fuerza hidráulica que aquella. A estas fanderías siguieron las de Iraeta (en Deba), Oñate y La Mella (Zalla).
Posteriormente, en el año 1796, Juan y Máximo de Unzaga, hijos de Juan Antonio Unzaga, iniciaron la construcción de una segunda fandería en Barakaldo, aprovechando las instalaciones de la ferrería de Aranguren, situada a escasa distancia de la de Arriluze, dando lugar a que en el municipio apareciese el topónimo “camino de las fanderías”, que se mantuvo en uso hasta principios del siglo XX. Como en el caso anterior, también esta fandería tenía un molino asociado a ella.
La guerra contra Francia y la primera guerra carlista impidieron que las fanderías de Barakaldo pudieran desarrollar su trabajo de forma continuada, de manera que su actividad se redujo durante varios años a las labores imprescindibles para que no se perdieran.
Desconocemos hasta qué años prolongaron su actividad. La fandería de Arriluze desaparece como tal de la documentación en el segundo decenio del XIX, aunque su molino se mantuvo activo. Por lo que respecta a la fandería de Aranguren es posible que siguiese trabajando hasta, aproximadamente, mediados de dicho siglo, casi hasta el mismo tiempo en que los Ybarra crearon la fábrica del Carmen, en la Vega de la Punta, junto a la desembocadura del río Galindo, en el año 1854.
LOS UNZAGA Y SUS PRIMEROS AÑOS EN BARAKALDO
Juan Antonio de Unzaga nació en Okendo en el año 1720, era hijo de Tomás de Unzaga y de María Antonia de Esnarriaga. A mediados del siglo XVIII se avecindó en Barakaldo, lugar en el que lo podemos situar ya en el año 1755 como proveedor del vino foráneo y como arrendatario de la sisa del vino consumido en el municipio. En el año 1757 tomó a su cargo la administración de la ferrería de Aranguren, que era propiedad de José Ramón de Novia, dueño del mayorazgo de Aranguren.
Este mismo año, Unzaga contrajo matrimonio en Llodio con María Elena de Acha Luja, natural de aquel valle y, seguidamente, la pareja decidió fijar su residencia definitiva en Barakaldo. Con este propósito, siguiendo las disposiciones del Fuero a este respecto, Unzaga hizo presentación de su expediente de genealogía, por el cual sabemos que se hallaba estrechamente emparentado con personajes de reconocido prestigio, entre los que se contaban, entre otros, Luis Unzaga, gobernador de Luisiana, Baltasar Hurtado de Amézaga, marqués de Ricalde Alegre y teniente general de los ejércitos, así como varios caballeros de la orden de Santiago.
Juan Antonio de Unzaga y María Elena de Acha fueron padres de: José Mauricio (Barakaldo, 1760), María Dorotea (Barakaldo, 1763), Máximo Francisco (Barakaldo, 1765), Diego Francisco (Barakaldo, 1768), Dominica Saturna (Barakaldo, 1771), Pablo Ramón (Bilbao, 1774) y María Lorenza (Barakaldo, 1776).
Cuando Juan Antonio de Unzaga se instaló en Barakaldo el reparto de la propiedad en la anteiglesia hacía ya mucho tiempo que se había ido concentrando en unas pocas familias, que detentaban en su poder las mejores fincas y todos los medios de producción. Por lo que respecta a las fábricas de ferrerías y molinos que aún permanecían en activo, estas eran propiedad de los Echavarri, los Novia y los Aranguren, excepto los molinos de Bengolea y de Retuerto que pertenecían al monasterio de Burceña. En la cuenca del Cadagua, la ferrería de Aldanondo pertenecía a Antonio Zacarías de Otañes, y la de Irauregi a Pedro Manuel Ortiz de la Riba. Las propiedades del primero se situaban especialmente en Alonsotegi, y las del segundo en el entorno y montes de Irauregi.
Además, resultaba prácticamente imposible tratar de crear nuevas fábricas porque todos los recodos, curvas y pequeños meandros existentes en el curso del Castaños y del Cadagua habían sido aprovechados desde tiempo inmemorial: en la cabecera del primero se hallaban las masuqueras, ya abandonas de Castaños, y algo más abajo, en el límite de Galdames y Barakaldo, las ruinas de la ferrería de Urdandegieta. Ya en territorio de Barakaldo se encontraban la ferrería y el molino de Urkullu, a pleno rendimiento, y el martinete de Arraoxineta. En Eskauritza se hallaban las ruinas de la ferrería de este nombre y más abajo el molino y la ferrería de Aranguren, que como la de Urkullu también se encontraba en activo. A continuación se hallaban los molinos de Gorostiza, y más adelante el molino de Bengolea, que con anterioridad también había sido ferrería. En Retuerto se había habilitado un embarcadero, donde se encontraban las lonjas para almacén de hierros. A continuación, se hallaba el molino de mareas (San Juan). Si contemplásemos sobre un plano la situación de cada una de estas fábricas, podríamos observar fácilmente que todos los lugares que reunían las condiciones precisas para instalar una ferrería o un molino habían sido ocupadas y, aunque no se encontrasen en activo, sus propietarios seguían manteniéndolos en su poder.
UNZAGA Y ETXABARRI. DOS FAMILIAS ENFRENTADAS
Entre Eskauritza y Aranguren, cercano al camino de acceso a Mazerreka y en el término llamado Arriluze, existía un pequeño recodo en el río, pero, como su nombre indica, se trataba de un largo peñasco de roca viva, que se prolongaba desde la parte inferior de la ladera de Santa Lucía hasta el río; un lugar donde aparentemente no era posible instalar ningún tipo de edificio. Sin embargo, este fue precisamente el adquirido por Unzaga con el propósito inicial de fabricar un molino. Se trataba de una tarea que, dadas las características del lugar, se presumía ingente, pues, para llevarla a cabo había que edificar en un espacio tan estrecho que una de las paredes debía integrarse en el límite del camino y, previamente, dinamitar la peña, contener la carretera, excavar a fuerza de pico en la roca el curso de la acequia o canal por la que se desviaría el agua del cauce principal y conducirlo a la antepara.
Unzaga era un visionario, al menos así lo consideraron sus contemporáneos y así lo demuestran sus hechos, de manera que las dificultades no suponían para él un obstáculo sino un reto que había que vencer. De esta forma, en el año 1760, colocó dos bidegazas o mojones sobre el terreno en cuestión, con las que señalaba los extremos del circuito en que se construiría el molino y sus elementos anexos, aunque con ello no establecía un plazo determinado para dar comienzo a la obra que, como veremos, se atrasaría por diversas razones más de 15 años.
La bidegaza colocada aguas arriba llegaba hasta las proximidades del barrio de Eskauritza, muy cercana al lugar en el que antiguamente se levantaba la ferrería de este nombre y que ahora no era más que un montón de ruinas. Éstas, junto con la casa palacio anexa a ellas, eran propiedad de la familia Echavarri, la que mayor influencia social y económica tenía en aquel tiempo en Barakaldo. Sus referentes principales eran Juan José y José Ramón de Echavarrii, padre e hijo respectivamente, dueños de varios mayorazgos a los que se hallaban vinculados diversos palacios, casas torre, caserías, molinos, ferrerías y fincas rústicas. En ocasiones el vecindario de la anteiglesia se quejaba de que los Echavarri y su extendida parentela, entre la que se encontraban eclesiásticos y dueños de otros mayorazgos, sumados a los numerosos arrendatarios y obreros de sus fábricas y caserías, disponían de un poder en la anteiglesia que era capaz de condicionar cualquier aspecto cotidiano o decisión colectiva que se pretendiese adoptar. Tanto los archivos provinciales como los estatales rebosan de pleitos mantenidos por los Echavarri contra sus vecinos, a veces por las cuestiones más nimias y otras por mantener privilegios, como el que promovieron contra sus convecinos en el año 1766, exigiendo que a la muerte de algún miembro de su familia se tocasen las campanas dobladas en la iglesia de San Vicente, de la misma forma que se hacía con los sacerdotes.
Tan pronto como los Echavarri advirtieron que Juan Antonio de Unzaga pretendía construir su molino en Arriluze, decidieron hacer lo propio y construir otro sobre las ruinas de su vieja ferrería: con este fin colocaron sus correspondientes bidegazas a la parte de Mazerreka. En vista de esta situación Unzaga denunció la pretensión de los Echavarrii como “obra nueva” pues, además de no contar con los correspondientes permisos, la presa que aquellos construirían, con la consiguiente retención de agua, causaría graves daños no solo a su proyectado molino sino incluso a las fábricas situadas aguas abajo, concretamente a la ferrería de Aranguren y a los molinos de Gorostiza y Bengolea. El asunto recorrió todas las instancias judiciales y llegó a la Real Chancillería de Valladolid, donde, en diciembre de 1761, se dictó sentencia favorable a Etxabarri. A pesar de ello no tenemos noticia de que el pretendido molino de Eskauritza llegase a construirse.
La consecuencia más notable de este litigio fue la enemistad que en adelante mantendrían Unzaga y los Etxabarri, concretada en una secuencia ininterrumpida de pleitos; de hecho, ese mismo año, Unzaga acusaba judicialmente a Juan Antonio de Elguero, administrador de la ferrería de Urkullu, perteneciente a los Echavarri, de haberse excedido en el corte de la leña de los montazgos concejiles sin darle la porción que correspondía a la ferrería de Aranguren. Unos años después, en 1765, Juan José de Echabarri y Juan Antonio de Unzaga se acusaron mutuamente por haberse injuriado durante una reunión del Ayuntamiento, y ni siquiera la intervención del comendador de Burceña, que actuó a instancias de Teresa de Echavarri y Beurko Larrea, hermana de dicho Juan José, con el fin de que mediase entre ambos para que hiciesen las paces y se apartasen de pleitos, consiguió resultado alguno, de manera que la denuncia siguió su curso hasta que, finalmente, el Juez Mayor de Bizkaia en Valladolid dictaminó a favor de Unzaga.
Eventualmente Unzaga contó con el apoyo del vecindario de Barakaldo, pues sus intereses eran a veces coincidentes: en 1764 intervino como poderhabiente de la anteiglesia en un largo pleito que mantuvo contra algunos vecinos –entre los que se encontraban los Echavarri- que se habían apoderado de montes, bortales, vegas y heredades. También siguió actuando como rematante de la renta del vino, ocupación que mantuvo de forma ininterrumpida desde su llegada a Barakaldo hasta, al menos, el año de 1765.
Sin embargo, el apoyo más decidido no lo consiguió por méritos propios sino por deméritos de su oponente. En el año 1767 Manuel de Allende, mayordomo y capataz de los operarios contratados por Unzaga, acusó criminalmente a Juan José de Echavarri y a sus hermanos y parientes porque, abusando de la amistad que tenían con el Corregidor, le maltrataron e injuriaron a él y a otros vecinos de Barakaldo, a pesar de que ostentaba el cargo de justicia y fiel regidor de la anteiglesia. Las declaraciones de los testigos presentados dejaron de manifiesto hasta qué punto los arrogantes Echavarri se consideraban por encima y despreciaban al resto de vecinos.
Goio Bañales Garcia
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