La iglesia de San Vicente Mártir: fiesta y culto popular (II)
Iglesia de San Vicente Mártir: historia y festividad barakaldesa
La parroquia de San Vicente, tanto en su interior como en sus inmediaciones exteriores, ha constituido uno de los principales puntos de reunión en Barakaldo, con mayor protagonismo antes de la ampliación industrial de la ciudad. Hoy en día perduran pocas de las tradiciones que San Vicente albergó en anteriores siglos, como la Semana Santa o el Corpus, manteniéndose solemnes actos en el Rosario y las fiestas de San Vicente. Asimismo, como hemos subrayado antes, no se conserva gran cantidad del mobiliario litúrgico que pobló el espacio interior entre los siglos XIX y XX. No obstante, para entender su importancia festiva y la promoción de obras artísticas en su interior, basta con remontarnos unos 180 años atrás, cuando el templo tenía una destacable importancia. En este punto se pretenderá destacar esta iglesia como principal motor para el desarrollo de celebraciones que trascendían su carácter puramente solemne para potenciar actividades lúdicas y prácticas artísticas.
Tras la Guerra de la Independencia (1808-1814), en la que la iglesia de San Vicente sirvió como fortín de las tropas francesas, fueron necesarias múltiples intervenciones para que el edificio recuperara su esplendor. Del mismo modo que resurgió el afán por engalanar el templo con su correspondiente mobiliario e imaginería, también se recuperó su carácter como centro neurálgico de las celebraciones populares. Así, la parroquia no sólo financiaba todo lo necesario para que la liturgia fuera adecuadamente oficiada, sino que también se encargaba de aquellas festividades de arraigo popular que la posicionaban como referencia principal de los habitantes de Barakaldo. Esta promoción fomentaría la cercanía respecto a familias locales burguesas así como la creación de nuevas cofradías, las cuales buscarían su representación en el interior del templo.
En primer lugar, centrémonos en las fiestas tradicionales en las que la iglesia de San Vicente participaba activamente; no sólo en los actos litúrgicos en el interior, sino proyectando su entidad como centro de la localidad mediante distintas actividades. Es ejemplo de esto el repique de campanas en honor a Santa Águeda, figura de gran veneración en Barakaldo. En nuestros días se le sigue rindiendo culto en la ermita construida en su honor en la ladera del monte Arroletza, sobre la que Jesús Muñiz realizó un estudio publicado en el primer número de esta revista. Con motivo de las fiestas de esta santa, protectora de las enfermedades de pecho femenino y dolor de cabeza, el sacristán de la parroquia de San Vicente fue el encargado de tocar las campanas en su víspera (cuatro de febrero) entre 1832 y 1861, mientras que entre 1865 y 1874 el repique se trasladó al mismo día de Santa Águeda (cinco de febrero). A partir de esta fecha no se documenta ningún pago al sacristán por el toque de campanas, cosa que no tiene por qué significar que se perdiera la tradición, aunque sí podemos afirmar que no ha llegado a nuestros días. Tampoco han llegado a nuestros días aquellas campanas que sonaban en el siglo XIX, excepto una: la campana de San Vicente, de tipología romana, cuya producción se data en 1778. Las otras dos que completan el campanario se colocaron en 1925. En 1959 se instalaron los electroimanes, finalizando en esta fecha su movimiento manual.
No podía faltar, por supuesto, la festividad de San Vicente, que hoy en día sigue conmemorándose, como resulta lógico, en el templo que nos concierne. Destaca la asistencia de un tamborilero, del que además conocemos nombre y apellidos: Felipe Vélez. Este tamborilero se encargó de amenizar las celebraciones en honor a San Vicente entre 1833 y 1843, para ser sustituido, a partir de 1843, por Nicolás Vélez, que quizá mantuviera parentesco con el anterior. Como ocurrió con el toque de campanas, este acto musical no aparece documentado desde 1848. A partir de 1876, destacan los cohetes prendidos en este mismo día de San Vicente, que se mantuvieron hasta finales de siglo. Por tanto, las actividades del día de San Vicente no sólo destacaban por su protocolario sermón, sino que los barakaldeses podían disfrutar de actos de carácter lúdico: certámenes musicales, como los protagonizados por los tamborileros, y el impacto sonoro de los cohetes, que también incluían el aroma de la pólvora, tan sugerente para el olfato debido a su relación directa con la fiesta.
Respecto a otras celebraciones como el Corpus Christi o la Semana Santa, también se ha perdido la pompa que se les dedicaba antaño. La celebración del Corpus tuvo gran repercusión en las calles de Barakaldo hasta inicios del siglo XX, en cuya procesión desfilaban los atuendos, cruces, ciriales y estandartes portados por los congregantes. A lo largo del recorrido lucían dos altares que, al tratarse de obras efímeras, no han llegado a nosotros. En el Corpus también tenían presencia los cohetes, ya mencionados en la fiesta de San Vicente. En el caso de la Semana Santa, que actualmente no se celebra en Barakaldo, incluía sus protocolarios sermones y procesiones. En éstas, los músicos de la Banda Municipal se encargaban de proporcionar el goce auditivo, sumándose al fervor causado por las imágenes portadas; la banda era remunerada por la propia parroquia de San Vicente, aunque deja de aparecer documentada a partir de 1933.
En la celebración de la antigua Semana Santa barakaldesa también destacaba el monumento: se trataba de una estructura efímera que se exhibía en el centro del retablo mayor durante el Jueves y Viernes Santo, albergando la custodia o sagrario que contenía la hostia consagrada; se representaba así la presencia del cuerpo de Cristo. En varias ocasiones, la autoría de este monumento es desconocida. Conocemos, sin embargo, nombres de artífices que contribuyeron en la realización de dicha obra, como José de Andraca, aunque en ocasiones, como en el caso de Anselmo Guinea en 1884 (también autor del lienzo que originalmente se encontraba en el ático del retablo mayor), se quedara en proyecto.
Por último, varias cofradías encontraban su lugar de reunión en la iglesia de San Vicente, ocupándose asimismo de la organización de importantes celebraciones. Era el caso de la cofradía del Rosario, responsable de organizar la fiesta de dicha advocación (7 de octubre), con su debida procesión donde no sólo se portaba a la Virgen en andas (al igual que todos los primeros domingos de cada mes), sino que el desfile era acompañado por música de txistus. Como señala Aizpuru, la banda de txisturalis gozaba de prestigio dentro del municipio, y además de participar en desfiles oficiales, también se ocupaban de amenizar, junto a la banda municipal de música, los “bailables” de los domingos, festivos y romerías. Además, la presencia de los cofrades en las procesiones era de capital importancia para “dar mayor esplendor a la fiesta”. En el interior de la iglesia, el día del Rosario se oficiaban sermones. Como festividad propia de esta cofradía, es destacable el día de la Rosa, celebrada en mayo, donde además del correspondiente sermón se tocaba el órgano de la iglesia. Estas celebraciones se detuvieron en el año 1931 con motivo de la proclamación de la Segunda República.
La cofradía de las Ánimas también gozaba de una importante presencia en la parroquia de San Vicente, ya que debía celebrarse una función mensual en su honor, sumándose a ésta la celebración anual del día de las Ánimas o Todos los Santos, que no estaba exenta del habitual sermón. El repique de campanas que anteriormente veíamos en la víspera y día de Santa Águeda, se repetía asimismo el día 2 de noviembre, costeado por la propia cofradía de las Ánimas.
Dado el carácter mayoritariamente obrero de la sociedad barakaldesa, la ciudad se caracterizó por el anticlericalismo a partir de finales del siglo XIX. Esto generó que la mayoría de estas tradiciones se diluyeran durante el siglo XX, pese a que en los años de gobierno franquista se luchara por su mantenimiento. No obstante, a través de estos testimonios podemos comprender el protagonismo que la iglesia de San Vicente tuvo, hasta mediados del siglo XX, en la celebración de múltiples festividades religiosas. La actividad del templo, de este modo, salía de sus muros para inmiscuirse en la acción y ceremonia religiosa en las calles de Barakaldo.
Ander Prieto de Garay
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