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RECORRIDO HISTÓRICO 19 (En la sociedad del primer tercio del s. XX)

RECORRIDO HISTÓRICO 19 (En la sociedad del primer tercio del s. XX)

La monolítica sociedad barakaldesa comenzó a quebrarse a mediados del siglo XIX con la implantación de las modernas industrias. Será, sin embargo, en el primer tercio del XX cuando los cambios sean evidentes. Podemos decir que se nos muestra una nueva realidad en la que tanto las mujeres como los hombres del entorno acceden a unas formas de vida desconocidas hasta el momento. Nos dejamos guiar en este recorrido de la mano de Mikel Aizpuru[1].

  1. La sociabilidad femenina

La sociabilidad de la mujer fue la que conoció los cambios más espectacula­res a lo largo del siglo XX, aunque con oscilaciones muy importantes. Si a comienzos de siglo los espacios femeninos se reducían a los directamente rela­cionados con las funciones subalternas que se les atribuían por parte de los hombres (el hogar y actividades derivadas, lavadero, costura y ayuda entre vecinas, y el ámbito religioso), a medida que pasaron los años, veremos cómo aparecieron nuevas formas asociativas entre las mujeres. Hay que recordar que el mundo femenino no está compuesto únicamente por mujeres, toda vez que niños y ancianos forman parte del mismo en la medida en que era responsabi­lidad femenina la socialización de los primeros y el cuidado de los segundos. Las mujeres han sido y son, aún todavía, las principales conservadoras de las redes de parentesco familiares, fundamentales para comprender la vida cotidia­na de cualquier persona. Su papel también ha sido esencial para entender la inmigración a Barakaldo, ya que, frecuentemente, se realizaba mediante bloques familiares o como mínimo, de la misma localidad.

Las tareas domésticas proporcionaron el ámbito de relación preferente de las mujeres. La ayuda entre vecinas era imprescindible para poder sobrevivir en un contexto de total precariedad. Así, en los momentos más críticos, como la enfermedad, muerte o prisión (pensemos en los años inmediatamente posterio­res a la Guerra Civil o los detenidos en las huelgas), las mujeres cargaron sobre sí el peso de encauzar la ayuda para los caídos en desgracia. La compra de los productos necesarios en tiendas y mercados supuso un segundo espacio que unía a muchas mujeres como consumidoras. Las mujeres fueron las principales agentes de las protestas contra la crisis de subsistencias y las que más sufrían las consecuencias del paro obrero o de las huelgas. Un ejemplo de ello fue el mitin celebrado el 3 de abril de 1915 en El Regato contra la carestía de las sub­sistencias y para pedir trabajo, al que acudieron 200 personas, en su mayoría mujeres; y las manifestaciones de 1919 con idéntico propósito. Algunas fábri­cas que empleaban preferentemente personal femenino, Rica Hermanos de Alonsótegui por ejemplo, desarrollaron, asimismo, redes de sociabilidad y soli­daridad que sobrepasaban el simple ámbito de trabajo.

Lavaderos, fuentes y talleres de costura constituyeron tres de los principales núcleos de relación femenina antes de la Guerra Civil. Los lavaderos, instala­dos en distintas zonas de Barakaldo, concentraban a las mujeres dos o tres veces por semana, y eran fuente de informaciones diversas que iban desde la simple maledicencia hasta la transmisión de noticias y datos necesarios para la vida cotidiana. Las fuentes, indispensables para el acopio de agua en una época en la que muchas casas carecían de suministro constante, cumplían idénticas funciones. Los talleres de costura reunían a jóvenes que aprendían a coser antes de casarse o que lo hacían de forma profesional. Las cuadrillas de costureras eran parte importante de fiestas y carnavales, pero también se convirtieron en foco difusor de todo tipo de noticias y costumbres. Así, en una fotografía del periódico local de los años 20, El Galindo, se nos muestra a un grupo de modis­tillas escuchando atentamente a una de sus compañeras que está leyendo en voz alta una revista.

Por lo que hace a la sociabilidad organizada, el periódico anarquista El LÁTIGO[2] en su número 14 (12 de abril de 1913) daba cuenta de la existencia del Grupo Femenino Luz y Armonía en Barakaldo. Por las mismas fechas publicó un artículo de Amalia Fraguela animando a las mujeres baracaldesas a unirse para buscar el pan «para nuestros hijos derribando las instituciones políticas y reli­giosas mediante las cuales los parásitos roban el pan nuestro. No tenemos constancia de que dicho grupo tuviese continuación, y sólo 6 años más tarde, en 1919, se solicita permiso para celebrar una reunión en la Casa del Pueblo para tratar de la Sociedad de Mujeres que se proyectaba constituir en la antei­glesia. Durante la República, conocemos la existencia de Emakume Abertzale Batza que llegó a reunir a 880 mujeres nacionalistas, y de la Juventud Femenina Radical de Barakaldo. Esta última animaba a las republicanas a luchar contra el clericalismo. Todos los grupos políticos baracaldeses contaron con secciones femeninas más o menos activas o numerosas. Pese a ello, hasta los años 60, la principal institución que consiguió motivar y articular a las mujeres baracaldesas fue la Iglesia Católica, a través de diversas organizacio­nes piadosas o sectoriales.

  1. La sociabilidad masculina

Todos los autores coinciden al afirmar la importancia de la taberna y, en gene­ral, de los establecimientos de bebidas, como el lugar por excelencia donde transcurría buena parte de la vida de los trabajadores masculinos. Las malas condiciones de la vivienda contribuyeron a convertir a la taberna y el café en los lugares de ocio propios de las clases populares. Allí acudía la mayor parte de la población obrera para pasar su escaso tiempo libre, jugando, bebiendo y cantando colectivamente, evadiéndose de la realidad. También podía constituir un espacio de formación y de discusión político-social, a través del debate o la lectura o, más frecuentemente, a principios de siglo, la audición de periódicos políticos, deportivos o «sociales». De este modo, la taberna era el ámbito donde se creaban y reproducían referentes culturales básicos (músicas y canciones, estereotipos, ideología y creencias dominantes, etcétera) en la vida cotidiana de los obreros. Existía toda una jerarquía en este ámbito, que iba desde las más humildes tabernas frecuentadas por los peones, hasta los cafés a los que acudían artesanos, trabajadores cualificados y empleados. El mismo ayuntamiento refor­zaba la diferenciación, al establecer, en 1914, que las tabernas cerrasen a las 10 de la noche (a las 9 desde octubre a marzo), mientras que los Salones-cafés lo hiciesen a las 11 y 9, dependiendo del mes.

Aunque la taberna no fuera el único escenario del ocio obrero (también se desarrollaron, por ejemplo, las salas de billar, donde acudían trabajadores y aprendices jóvenes), se demostró que era la más adecuada a las posibilidades de ocio de la clase obrera, tanto en lo referente a horarios como a posibilidades económicas, limitaciones que sí presentaban otros espacios. La taberna no era únicamente el lugar donde se bebía o se jugaba. El tabernero podía servir de prestamista, de contratador de empleo, de amigo e, incluso, de cómplice políti­co. En la taberna se celebraban todos o casi todos los acontecimientos de la vida: los ritos de paso, el cobro de la paga, las alegrías y las penas. López Llamosas lo expresaba de forma tajante: «En ella se cita la gente; en ellas da pie a que se la trate por sí misma, que es como mejor nos gusta ser tratados; en ellas se abre espita a la paz, al sosiego de la comunidad. Su misión en la comar­ca, en lo que afecta al orden social, es vital». Es más, la taberna podía susti­tuir al centro social en momentos de represión política o en épocas de penuria que impedían a los socios dotarse de un espacio propio. Diversas sociedades baracaldesas celebraban sus reuniones en cafés y restaurantes; ya casi en nues­tros días, en 1976, la Asociación de Familias de El Regato tenía su sede en el restaurante Ezkauriatza, mientras que la Asociación de Vecinos Bide Onera de Beurko residía en el bar Ocón.

Los establecimientos de bebidas también fueron el núcleo en torno al cual se desarrollaron diversas formas de conflictividad social, más próximas a la delin­cuencia común que a la protesta organizada o espontánea de las clases popula­res y trabajadoras. El abuso en el consumo del alcohol, tanto dentro como fuera del lugar de trabajo, favoreció las peleas y los desórdenes callejeros. La existen­cia de una alta concentración de trabajadores masculinos solteros y la cercanía del puerto propició asimismo la aparición de centros de prostitución». Diversos periódicos de los años 20 denunciaron el incremento de las casas de citas, tanto en Barakaldo, como en la vecina Erandio, tras un aumento del control de las mismas en Bilbao. Marineros y mineros, especialmente, frecuentaban estable­cimientos de esa índole situados en la parte baja de la anteiglesia. En las épocas de bonanza económica no faltaron tampoco las salas de juego. Todo un submun­do se estableció en Barakaldo a la sombra de la industrialización, encontrando en la inadaptación de muchos de los protagonistas de ésta, en las duras condi­ciones de trabajo de los mismos y en la debilidad del control social existente en la anteiglesia, el caldo de cultivo necesario para su desarrollo.

Aún más, incluso las presiones externas para modificar los hábitos de consu­mo del tiempo libre popular y las frecuentes alusiones en la prensa baracalde­sa a la cantidad de bares y tabernas, a las grandes cantidades de vino que se consumían en la anteiglesia, y a la mala calidad del mismo, poco pudieron hacer contra la taberna. Los mismos espacios (casinos, centros regionales, bat­zokis, ateneos o casas del pueblo) que pretendían ofrecer una propuesta alter­nativa de vivir el tiempo libre alejada de la taberna; esto es, los centros vincu­lados a actividades o identificaciones políticas, sindicales, sociales, a aficiones o instrucciones, también tuvieron que recurrir a un espacio dedicado a café o bar, para poder atraer nuevos socios.

Deporte organizado y excursionismo eran ofertas impulsadas por sectores enfrentados ideológicamente pero que coincidieron en su deseo de separar a los trabajadores de formas de ocio vinculadas con el alcohol, los juegos de azar y en ocasiones la prostitución, alejadas del modelo de vida establecido por la doctrina cristiana, pero también del ideal de «obrero consciente», impulsado por socialistas y, sobre todo, por los militantes anarquistas. Otras instancias, como la Diputación insistieron, desde muy temprano, en las degradantes consecuencias físicas del alcoholismo’.

3.- La Educación

Durante más de una década los proyec­tos para ampliar o crear nuevos centros no pudieron realizarse. Los salarios reales de los trabajadores habían bajado durante la época de la Gran Guerra (1914/18), así co­mo su capacidad de ahorro y gasto, y la cri­sis económica (1920/23) que la sucedió tra­jo consigo un agravamiento de la situación. Si en los momentos de expansión económi­ca los presupuestos de instrucción habían sido bajos, mucho más lo serán en épocas de crisis.

Pero de los 25.000 habitantes de 1919 se había pasado a las 30.000 almas de 1926. El descenso de la mortalidad infantil y la am­pliación de la escolarización obligatoria has­ta los 14 años en 1923 incrementaron la de­manda de plazas escolares. Desde las pági­nas del semanario El Galindo (1924), varios maestros desarrollaron una campaña de concienciación ciudadana a favor de la crea­ción de escuelas nacionales. Segundo Mu­ñoz, colaborador habitual del semanario, se­ñalaba cómo la política municipal era uno de los problemas más graves de la enseñanza:

Locales inhabitables, maestros mal pa­gados, enorme exceso en las matrículas, muchos niños sin escuelas adonde acu­dir, esto es a grandes rasgos el mal que urge remediar a todo trance. Nada que agradecer, sí mucho que censurar, tiene el pueblo respecto a la gestión de los concejales actuales y de las mayorías que hasta la fecha han regido tan deplorable­mente los destinos municipales (EG 16-3­1925).

La elaboración del proyecto de Urbaniza­ción, Reforma y Extensión de Baracaldo (1925), que preveía un vasto programa de obras públicas (plaza de mercado, traída de aguas y, sobre todo, escuelas) se puso en marcha a partir de 1927 con los fondos del Instituto Nacional de Previsión, administra­dos por la Caja de Ahorros Vizcaína, a la que el Ayuntamiento solicitó un importante crédito.

Por primera vez, y gracias a la conjunción de estos factores, se aprobó la creación de escuelas con la subvención del Estado y el préstamo de la CAV, aunque por lo compli­cado de la tramitación las obras no conclui­rán hasta el período republicano. En apenas cuatro años se duplicaron las aulas exis­tentes (29), y se avanzó en la graduación de la enseñanza: Arteagabeitia, San Vicente -recién construidas- y Rajeta y las munici­pales de Vilallonga[3].

[1] AIZPURU, Mikel. Barakaldo. Una ciudad industrial. Auge y consolidación (1900-1937), Bilbao: Beta III Milenio, 2010.

[2] Ver el recorrido 47.

[3] Pedro SIMÓN “La enseñanza pública en Barakaldo 1857-1957”. ARBELA, 2000, pp.23-28

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