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Cí­rculos, Batzokis y Casas del Pueblo (inicios del siglo XX)

Cí­rculos, Batzokis y Casas del Pueblo (inicios del siglo XX)

Los centros sociales de los partidos polí­ticos o de algunos sindicatos consti­tuyeron además de un espacio de militancia, lugares de sociabilidad lúdica. No faltaron los intentos de crear proyectos culturales que presentasen una intención globalizadora: escuelas, bibliotecas, grupos teatrales, orfeones, etcétera. Ofrecí­an una dinámica intermedia entre la sociabilidad popular y la estricta­mente polí­tica. No existí­an diferencias fundamentales en las tácticas utilizadas por los distintos partidos para atraerse nuevos correligionarios, ni en los actos organizados por cada una de sus sedes.

El objetivo de estas secciones, especialmente de los coros y grupos teatrales era doble: por un lado, distraer y formar a los miembros inmediatos de los mis­mos; por otro, dinamizar reuniones y manifestaciones, popularizando consig­nas y estrategias, animando los actos polí­ticos y sociales con canciones e him­nos adecuados al caso. Estos centros que fueron surgiendo a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX continuaron funcionando, con la excepción de los nacionalistas y de los anarquistas durante la Dictadura de Primo de Rivera, para iniciar un nuevo periodo de expansión en la II República.

La cultura de izquierdas en Barakaldo

La hegemoní­a polí­tico-electoral de nuestro municipio estuvo, salvo durante el periodo comprendido entre 1931 y 1937, en manos de fuerzas conservado­ras. Sin embargo, los diferentes grupos de izquierda, y en menor medida los nacionalistas, tuvieron la iniciativa en lo que respecta a la sociabilidad popular, marcando muchas de las pautas que definirí­an con posterioridad las caracterí­s­ticas del baracaldés. Republicanos y socialistas conformaron el núcleo mayori­tario de esa cultura de izquierdas, pero anarquistas, comunistas y librepensado­res participaron, en mayor o menor medida, en su configuración y expansión. De hecho, es problemático intentar diferenciar aquellos elementos que consti­tuí­an propiamente una subcultura socialista o la republicana de aquellos otros que conformaban una cultura de izquierdas genérica, a pesar de las diferencias existentes entre ambos grupos.

Si los socialistas, que contaban con una agrupación estable, una estructura organizativa claramente delimitada y unas construcciones teóricas más o menos definidas (aunque su percepción entre los militantes de base fuese muy subje­tiva), podí­an ofrecer un conjunto hasta cierto punto coherente; no era este el caso de los republicanos, pese al predominio del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux hasta mediados de la Segunda República. Esta diversidad ideológica y organizativa les daba, al mismo tiempo, fortaleza y debilidad. Por debajo de la representación oficial, existí­a un republicanismo popular y obrero y todo un mundo de inter-relaciones entre republicanismo, laicismo, librepen­samiento y obrerismo. Las fronteras entre estas corrientes eran extraordinaria­mente móviles. La subcultura de izquierdas se caracterizaba por una combi­nación de aspectos formalizados, sociedades polí­ticas, recreativas y sindicales con los rasgos propios de la cultura popular, creando espacios, momentos, len­guajes y rituales propios.

Muestra clara de esta comunión era la coincidencia en la celebración de determinados actos; en particular, la conmemoración de la Comuna parisina (18 de Marzo), pero también otros. El 13 de abril de 1921, el anarquista Aquilino Gómez dio una conferencia en los locales del Cí­rculo republicano, con el tema «El Hogar y la familia». Los maestros republicanos Liborio Peña y Manuel Picaza dieron conferencias en la Casa del Pueblo. Durante la huelga en AHV de marzo de 1923, las reuniones se celebraron en la Sociedad de Inquilinos. La Agrupación Republicana de Alonsótegui celebró el Primero de Mayo con veladas teatrales, mientras que la de El Regato celebró en 1918 un mitin y una gira a la que asistieron 300 personas, a pesar de no ser una fiesta especí­fica­mente republicana.

En el caso de los socialistas, la Casa del Pueblo trataba de reflejar el mundo ideal que pretendí­an los socialistas, enfrentado al mundo popular, centrado en la taberna y la evasión más o menos alienante. El Centro Obrero, como se llamó en un inicio, era el foco de la sociabilidad socialista y la sede de todas las organiza­ciones creadas en torno al PSOE y a la UGT: juventudes, sociedades de oficio e industriales y el Grupo Femenino. Pero también de grupos artí­sticos, orfeones (especialmente en los primeros años del siglo y en la República), sociedades deportivas como el Grupo Alpino Jaurés o culturales corno los Amantes del Libro. El carácter de sede social les hizo afirmar que da casa del pueblo no tiene carácter polí­tico alguno, siendo su misión puramente administrativa de los intereses a ella confiados por las distintas sociedades obreras, las cuales a su vez tampoco persiguen fines polí­ticos ( …) laboran solo y exclusivamente por el mejoramiento de la clase en todos los aspectos de la vida ciudadana». Ello no fue obstáculo, evidentemente, para que sufriese las consecuencias de las actua­ciones de dichas sociedades o de la polí­tica represiva del Gobernador Civil.

Existieron varias Casas del Pueblo en Barakaldo, tanto en los barrios como en el centro de la Anteiglesia. Tras la fundación de la Agrupación Socialista el 30 de enero de 1900, el primer local se instaló en la calle Arrandi, para pasar posteriormente al número 18 de la calle San Juan. Tras estas sedes en alquiler, se decidió construir un edificio propio. De este modo, en junio de 1913 se abrió la Casa del Pueblo en una de las esquinas de la Plaza de los Fueros (donde hoy está situada la BBK). A finales de la década de 1920 se construyó un nuevo local en su solar actual. Fue el primer edificio de Barakaldo construido en hor­migón y costó 210.618 pesetas. Contaba con una planta baja donde se instaló un gran salón de actos capaz de acoger a 1.500 personas, y además otras tres plantas. En la primera se situarí­an las salas de reuniones, en la segunda el café, las distintas oficinas y la biblioteca y en la tercera 4 viviendas en alquiler. Se trataba de que los trabajadores baracaldeses afiliados dispusiesen de un local moderno y en propiedad’. Cuando fue inaugurado, el 20 de marzo de 1932, disponí­a de 4.400 socios, de los que únicamente 150 eran afiliados de la Agrupación Socialista y 270 de las Juventudes Socialistas. El resto Pertenecí­a a los distintos sindicatos. El edificio fue derribado tras la guerra, construyéndo­se sobre el mismo la casa sindical franquista.

La oferta asociativa de los socialistas vizcaí­nos fue una novedad frente a la tradición del PSOE de centrarse en la lucha polí­tica, y era una muestra de la menor rigidez que ofrecí­a esta organización en Vizcaya. De hecho, según Michel Ralle, la creación de este tipo de organizaciones fue consecuencia, sobre todo en Bilbao, de la necesidad de aumentar la base social del partido, superando el grupo de trabajadores de oficio, buena parte del cual ya se encon­traba organizado en asociaciones próximas al republicanismo. Se trataba de conseguir impresionar a la opinión pública y a las autoridades, «ocupar la calle», para atraer así­ a los nuevos obreros industriales. Es el «socialismo de taberna» que criticaban los correligionarios de Madrid, encerrados en las aso­ciaciones de oficio y en una actitud más purista. La utilización de la música, además, no tení­a únicamente un rol movilizador. Obtener una banda o un coro de prestigio era, asimismo, una forma de conseguir el reconocimiento público, cuasi-oficial cuando se trataba de la Banda Municipal, de la presencia socialis­ta en la anteiglesia.

La celebración del Primero de Mayo era la principal jornada festiva de los socialistas locales. El de 1918 se inició por la Casa del Pueblo de Barakaldo con un mitin el dí­a 29 de abril y una velada teatral y un pasacalle el 30. El dí­a 1 empezó con una diana, al mediodí­a se celebró un mitin y por la tarde una romerí­a en la Plaza de los Fueros, para continuar los festejos con otro baile en la Casa del Pueblo hasta las 12 de la noche, todo ello en un ambiente festivo. Para ello, solicitaron a todas las empresas que ese dí­a diesen asueto a sus trabajado­res, exceptuando aquellos trabajos que no pudiesen paralizarse. En el mitin, los socialistas se quejaron de la poca organización existente entre los trabajadores de Barakaldo y aconsejaron a los allí­ congregados que se asociasen a la Casa del Pueblo.

La música ocupó un puesto importante en los rituales de las organizaciones izquierdistas de toda la Margen Izquierda. El Primero de Mayo, dí­a del Trabajo y la fiesta obrera por definición, se iniciaba con una alborada del orfeón socia­lista local, acompañado por músicos y simples militantes, y las actuaciones musicales se repetí­an en varias ocasiones a lo largo de la jornada. Dolores Ibarruri señalaba para Gallarta que las canciones interpretadas por el orfeón del Centro Obrero, «saliendo a la calle, extendiéndose por minas y barriadas, pene­trando en hogares y lugares de reuniones populares, se hací­an carne y sangre de las masas y eran un medio eficaz de agitación y de reagrupamiento de los trabajadores, especialmente de la juventud». Varias canciones, especialmente La Internacional y la Marsellesa, transcendieron el marco polí­tico, para conver­tirse en canciones verdaderamente populares en las zonas del territorio vizcaí­­no con amplia presencia socialista. Algunos de estos himnos han quedado guar­dados en la memoria colectiva de los que vivieron la época republicana. Los vinculadas al Primero de Mayo son los más conocidos:

Hoy es Uno de Mayo,

fiesta de los trabajadores

abandonemos las labores

los pueblos trabajadores

guardan sus costumbres

más populares.

La música fue también medio de transmisión del rechazo de este grupo a unas fuerzas de seguridad que no se distinguí­an por la contención a la hora de utilizar medios violentos para reprimir las manifestaciones de oposición al gobierno:

Si no quieres trabajar, métete guardia de asalto,

comerás buenas chuletas, calzarás buenos zapatos

llevarás el uniforme del ejército de los vagos.

La difusión musical estaba relacionada, en sus inicios, con las canciones difundidas por las Juventudes Socialistas (JJSS) en sus excursiones dominica­les de propaganda. Conviene recordar, asimismo, que fueron los socialistas bil­baí­nos, Tomás Meabe en concreto, los fundadores de la organización juvenil socialista. Las actividades de la JJSS complementaban, como en el resto de las organizaciones juveniles del momento, las tareas especí­ficamente polí­ticas con las de esparcimiento, realizando además gran alarde de los signos de identidad pública del movimiento socialista. Fueron las Juventudes las que contribuyeron a fijar las nuevas formas de presencia pública con las banderas rojas, pañuelos del mismo color, himnos, etcétera.

Muchas de las actividades, sin embargo, eran más tranquilas y lúdicas. Excursiones, giras, reuniones, conferencias y veladas a las que acudí­an los socios y sus familias ocupaban la mayor parte del tiempo de dichas organiza­ciones. Las fiestas convocadas por las organizaciones socialistas adquirieron rápidamente rituales tí­picos de las celebraciones tradicionales, penetrando en el calendario popular como un festejo más. Algo duramente criticado por los anar­quistas, que denunciaron el carácter festivo que se le daba al Primero de Mayo, dí­a de reivindicación y de lucha. Aunque en alguna de las conmemoraciones anarquistas de dicha fecha en el barrio de Zaramillo (Gí¼eñes) no faltase el baile.

Los anarquistas, aunque partí­cipes en esa cultura de izquierdas manifesta­ban rasgos propios. Una clara muestra de ello lo tenemos en alguna de sus can­ciones:

Agarra el fusil, escupe metralla

coloca petardos y empuña la Star

no tengas conciencia de aquellos canallas

que explotan tu cuerpo, sin tener piedad.

No tenemos referencias continuadas sobre las organizaciones anarquistas baracaldesas. Tras algunos mí­tines en la zona minera a finales del siglo XIX, se sucedieron los grupos de esta ideologí­a. No obstante, ellos mismos insistí­an en que:

«Se impone que fomentemos la asociación libre, no en las organizacio­nes presidenciales de centros y comités directivos sino en fraternales grupos, donde por afinidad de caracteres, simpatí­as, vecindad, medios de oficio, cada productor y productora se entienda, conferencie y junte con las personas que más le agrade, (…) haciendo todo por simpatí­a y nada por obediencia».

Tras varias campañas de propaganda realizadas a finales de la década de  1910, el anarquismo cobró nuevo impulso, muestra de ello fue la aparición en  1919 del Sindicato íšnico del Arte del Hierro. Pero dos años antes ya se habí­a  producido una muestra del influjo anarquista con la creación de un Grupo  Esperantista (1917). Esta asociación que sigue manteniendo su existencia combinó las clases en su local de la Plaza de Villalonga, n° 38″ con las conferencias en las que diferentes oradores explicaban las ventajas del esperanto, haciendo votos por su utilización inmediata, sin esperar a que fuese declarado lenguaje universal. En 1918 se formó la sucursal baracaldesa de la Sociedad Vegetariano-Naturista de Vizcaya, con la asistencia de unas 100 personas a la conferencia a cargo de Ricardo G. Gorriarán sobre vegetarismo y naturismo. El 22 de diciembre de 1918 se celebró otra conferencia sobre las ventajas del vegetarismo y perjuicios del alcoholismo. Desde los años finales de la Dictadura de Primo de Rivera los nudistas frecuentaron la zona de Bengoelea. Aunque estas asociaciones no estuvieran formadas únicamente por anarquis­tas, los libertarios eran muy sensibles a estas corrientes moralistas que pre­conizaban una nueva sociedad con nuevas costumbres, en las que los excesos corporales y, particularmente el abuso del alcohol estarí­an proscritos. De hecho, cuando en la década de los años 30 se propugnó la unificación del movi­miento anarquista peninsular se señalaba que:

En cada localidad existirá, según las posibilidades y la extensión de las fuerzas anárquicas, una Federación Local anarquista compuesta por un miembro de la federación local de grupos especí­ficos y de acción, otro por los grupos juveniles, otro esperantista, otro por los naturistas, desnu­distas, excursionistas, otro por escuelas racionalistas y otro por ateneos libertarios, más un secretario general, tesorero y contador.

La cultura nacionalista vasca

De un modo semejante al resto de los partidos polí­ticos, las acciones cotidia­nas de las organizaciones nacionalistas baracaldesas estaban más próximas a la de una sociedad recreativa, que a la de un partido polí­tico tal como lo entende­mos hoy en dí­a. Muchos de los actos convocados por los nacionalistas carecí­an de elementos polí­ticos expresados de forma abierta y reproducí­an elementos de la cultura tradicional vasca, adaptados a un nuevo mensaje. El aspecto lúdico de su actuación, no obstante, no nos puede hacer olvidar que la intención últi­ma de cualquier actividad nacionalista, como la de cualquier otra organización sociopolí­tica del momento, era eminentemente polí­tica.

Los nacionalistas presentaban un doble nivel organizativo: la Junta Municipal, que representaba la autoridad polí­tica; y el batzoki, sede social, cen­trado en la ejecución de todo tipo de actividades. En el caso de Barakaldo, el nacionalismo respetó en la medida de sus posibilidades la distribución espacial de la población y, uno tras otro, distintos barrios de la anteiglesia vieron cómo se creaban sociedades de diferentes nombres, Sociedad Euskalduna, la más antigua, en San Vicente, Batzoki de Burceña, Centros Vascos de Alonsótegui y Barakaldo, Juventud Vasca, etcétera. Todos ellos de connotaciones inequí­voca­mente nacionalistas. Los batzokis, por utilizar un término genérico, fueron el principal medio de expansión del nacionalismo. Los objetivos que pretendí­an conseguir con su creación eran constituirse en lugar de reunión y de formación de los nacionalistas, convertirse en centros difusores de propaganda mediante veladas, mí­tines, excursiones y ser ejemplo e imagen del pueblo euskaldun.

Entre las actividades desarrolladas y promovidas por los mismos, se mezcla­ron las conferencias sobre la cultura vasca y las charlas formativas sobre el nacionalismo, con veladas vespertinas, tanto musicales, como teatrales, cla­ses de euskera, enseñanza de bailes y canciones vascas, romerí­as y excursiones. Las cintas rojas y las fajas verdes distinguí­an en los actos festivos a los nacio­nalistas baracaldeses. En los años 20 se crearon además varios clubs de fút­bol, entre ellos el Euzkotarra y el irrintzi, cuyos nombres indicaban, por sí­ mismos, la inclinación polí­tica de sus componentes.

El objetivo que perseguí­an las actividades organizadas por los nacionalistas era triple. Por un lado, realizar labor de propaganda, movilizando a los nacio­nalistas de distintas poblaciones, intensificando los lazos entre los mismos, mostrando su fuerza ante el público apolí­tico, lo que contribuirí­a a atraer a nue­vos seguidores. En segundo lugar, dar ejemplo de catolicismo, defendiéndose así­ de las acusaciones de liberalismo realizadas por carlistas e integristas. Por último, no faltaba un aspecto lúdico, nada desdeñable en la sociedad baracalde sa que cada vez concedió mayor importancia al deporte y, en concreto, al fút­bol y al montañismo. Los bailes que se incluí­an dentro de las romerí­as serví­an, asimismo, para formar nuevas parejas. El ví­nculo nacionalista quedaba así­ reforzado con los lazos familiares.

Por lo general, el ciclo de actividades seguí­a un ritmo estacional. Un par de veladas literario-musicales o funciones teatrales iniciaban el año. A partir de 1913, diferentes grupos salieron para celebrar la Ví­spera de Santa ígueda, cos­tumbre que se estaba perdiendo en las zonas urbanas y que fue uno de los ele­mentos caracterí­sticos del nacionalismo vizcaí­no. Las estrofas se cantaban en euskera, destinando los fondos a fines propios o benéficos. Desde 1920, los coros de la Juventud Vasca baracaldesa acudieron a la ermita de la santa con acompañamiento de txistularis, dantzaris y la bandera de la sociedad para cele­brar una comida. Visto el éxito, en los años sucesivos, les acompañarán el resto de las organizaciones locales y algunas de Bilbao, añadiendo al acto un mitin y una romerí­a. La Cuaresma marcaba un alto inexcusable. La primavera daba paso al periodo de excursiones que se extendí­an a lo largo de Vizcaya. En la época anterior a la primera celebración del Aberri-Eguna (1932), el dí­a de San Ignacio, 31 de julio, constituí­a el dí­a grande de los nacionalistas. Dicha festivi­dad se conmemoraba con una romerí­a acompañada por una velada nocturna en el Batzoki. Tras la asistencia al, generalmente, único gran mitin anual celebra­do en verano volví­an a iniciarse las conferencias y las clases. El aniversario de la muerte de Sabino Arana, 25 de noviembre, y algunas veladas teatrales cena­ban el ciclo de actividades del año.

El periodo republicano vio cómo se aceleraba el ritmo de movilizaciones. Las actividades deportivas tuvieron en esta época un importante incremento, así­, por ejemplo, se celebró el campeonato interbatzokis de ciclistas y, en 1936, la I Vuelta a la Encartación. Aumentó asimismo, el número de excur­siones por distintas zonas del paí­s, especialmente a Gernika, pero también a Navarra, ílava o cualquier sitio donde se realizase un acto nacionalista. Los diferentes Aberri-Eguna contaron con la asistencia de numerosos nacionalis­tas baracaldeses.

Mikel Aizpuru Murua

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