MUJERES y MEMORIA DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN LA MARGEN IZQUIERDA (II)
Un ejemplo muy representativo de la participación extendida de todos los sectores sociales en la represión son las denuncias sin base argumental ni legal, gestionadas de forma irregular, que tenían terribles consecuencias para la persona denunciada: el asesinato o fusilamiento, la prisión, el castigo público, el saqueo de sus bienes…
El contexto de criminalización hacia la población que permaneció fiel al gobierno republicano, el fomento de los odios y rencores, y el propio miedo a ser acusados en un ambiente de impunidad ciega y extendida, animaba a denunciar a gente del propio entorno:
«Aquí, todo el mundo pasar por las rejas de Larrinaga, porque no hubo más que envidias, odios y malos quereres (…) Los más amigos te denunciaban, porque una que si era esotérica, la otra comunista, el otro nacionalista, ala, río revuelto, la ensaladilla rusa (…) Y si eras más guapa que ella te denunciaba.» Teresa (Lemona, 1914)
Las denuncias podían venir de la propia familia, cuando había opciones políticas diferentes, lo que enrarecía la convivencia familiar durante décadas.
Dado que los representantes del régimen no conocían al detalle la militancia a nivel local, en las pequeñas localidades tuvieron gran incidencia algunos miembros de la propia comunidad que asumían el papel de informadores a cambio de ciertos privilegios o beneficios. Juan Villanueva (Sestao, 1928) recuerda a uno que «llevaba informes a la Guardia Civil y al Ayuntamiento de todos los que andaban por ahí, que pensaban ellos que eran de izquierdas, por dónde creían que andaban y quién se movía y quién no se movía».
El regreso del exilio era un momento delicado, ya que los retornados eran sospechosos de desafección y se les sometía a un estricto control policial. La Guardia Civil tuvo un papel primordial en la investigación detallada sobre la ideología y actuación de cada persona, interrogando a la vecindad. Como recuerda Miren Begoña Sánchez Aranzeta, su madre tuvo que presentarse todos los domingos a la Guardia Civil en Portugalete durante dos años al volver de Francia en 1939. Ella había huido por temor a los bombardeos, era militante del PNV y había trabajado en el hospital para heridos en el frente, lo cual la convertía en una persona bajo sospecha.
La vigilancia continuaba tras la salida de la cárcel: si se les consideraba especialmente peligrosos eran detenidos regularmente por el Primero de Mayo y recluidos en el cuartel de la Guardia Civil durante esa noche; como le sucedía al padre de Palmira Merino (Sestao, 1944), comunista y sargento del ejército republicano. Ella recuerda la angustia y la inseguridad que eso generaba en la familia.
Participaron del control y denuncia los policías municipales (los alguaciles de entonces) y los propios civiles adeptos al régimen, que actuaron con total impunidad para amedrentar a los oponentes al régimen a lo largo de toda la dictadura. En 1960, cuando murió en el exilio José Antonio Agirre, primer lehendakari vasco, se celebró un funeral en la parroquia de Santa María de Sestao; las personas que asistieron a él fueron atacadas por elementos falangistas y carlistas del propio pueblo:
« Les estaban esperando falangistas y carlistas de Sestao y les hicieron levantar un brazo en alto y cantar el Cara al Sol. Mi madre estuvo allí delante, y les pegaron porque no querían levantar el brazo, no querían cantar el Cara al Sol. Y recibieron palos, además de gente conocida de Sestao, lo que es todavía mucho más agravio.» Arantza Garaikoetxea (Sestao, 1949)
- ETIQUETAS QUE FACILITAN LA REPRESIí“N
Todavía hoy, en algunos espacios de comunicación, se hace uso de la etiqueta «rojo» para referirse a gente de izquierdas. Esta marca se impuso sistemáticamente durante el franquismo a cualquier persona a quien se atribuía alguna afinidad con el Frente Popular o con movimientos anarquistas que se sumaron a la lucha contra el fascismo. El estigma de ser «rojo» afectaba a toda la población y se hizo presente en todos los aspectos de la vida cotidiana, incluso en los juegos de las niñas y niños en el barrio.
Buena parte de la población participó atribuyendo o autoimponiéndose el estigma. Una vez generalizado el uso de esta etiqueta verbal y psicológica, no fue difícil extender la represión a toda la población que la portaba: negándole ciertos derechos, facilitando las acusaciones falsas sobre ellos o ellas, o aislándola socialmente.
«Yo me acuerdo que un día fui a misa y había una maestra…. Estábamos para entrar y dice «todas éstas son rojas, mejor que se marcharan, a la iglesia no tienen que entrar».» Felisa Martínez (Sestao, 1918)
La persecución y criminalización del nacionalismo vasco y catalán se traducirá en el estigma de «rojo separatista». Incluso en el ámbito de la escuela algunas maestras hablaban en términos despectivos de los padres delante de las alumnas, refiriéndose a la ideología nacionalista de éstos.
- SOMETIMIENTO A SALUDOS Y PROCLAMAS FASCISTAS
La Guerra Civil de 1936-1939 y los primeros años del franquismo coinciden con el momento álgido del fascismo en Europa, lo que permite a Franco contar con apoyos y cobertura para afirmarse. El franquismo, al igual que el régimen de Hitler en las zonas ocupadas por Alemania y el de Mussolini en Italia, impuso a toda la población (niños y niñas incluidos) el saludo fascista (el brazo derecho en alto, con la mano extendida y los dedos unidos) dirigido a los representantes del régimen militares o civiles, o ante símbolos del Estado franquista como la bandera o el himno nacional. Las comunicaciones escritas para superar la censura debían llevar la proclama «¡¡Arriba España; Viva Franco!!», saludo que también debía gritarse al levantar el brazo.
La obligación de usar estas formas básicas de adhesión representaba un sometimiento ideológico y una humillación extendida a toda la población. En espacios públicos y cotidianos como el cine se incluía una pieza de propaganda del régimen, y ante la imagen del dictador Franco el público debía levantarse y hacer el saludo fascista:
«Me contaba mi madre que estaba ella con una amiga en el cine. Y había más gente, porque el cine de Portugalete, todo el mundo conocido, imagínate. Sale Franco… Y mi madre no se levanta. Y le decía un amigo: «¡Mari Carmen, levántate, que nos llevan a todos! ¡Levántate!». Y le decía mi madre: «Si es que estoy mala, es que me duele la pierna» (…). Se tuvo que levantar. Eso era el franquismo.» Miren Begoña Sánchez Aranzeta (Barakaldo, 1935)
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