Otras leyendas en el entorno barakaldés
La tradición oral, así como la literatura decimonónica, nos han hecho llegar diversas leyendas o cuentos populares, cuyo referente temático no permite clasificarlas en los epígrafes específicos de este estudio. Comparten una temática eclesial, en buena medida pretexto para evidenciar las respectivas posiciones de los estamentos sociales de la sociedad tradicional, y las prerrogativas de los patronos de templos.
Una vez más estas epifanías del imaginario se enmarcan en un ciclo de análoga temática y tipo, común a toda la península ibérica e incluso al conjunto de la Europa occidental. Se trata de leyendas de referente topográfico, vinculadas a un territorio, e inscritas en un contexto identitario local. Asociadas más a la memoria colectiva, a la representación de un grupo social sobre su pasado, que a la Historia y a una cronología precisa.
En Tellitu se cuenta cómo los barakaldarras, con anterioridad a la erección de la parroquial de San Bizente, acudían a misa en la parroquial de Erandio, cruzando al efecto la Ría. Los de Tellitu, como barrio más alejado de toda la feligresía, eran los últimos en llegar, por lo que el sacerdote les esperaba para comenzar la misa. En cierta ocasión en que no lo había hecho así, habiendo comenzado el oficio religioso, uno de los vecinos de este barrio le lanzó un zapato.
Según Dolores Salazar Miranda, una señora del barrio de La Quadra acudía a misa a la ermita de Santa Lucía de Llodio. Como en cierta ocasión el cura no la había esperado, la airada señora le lanzó uno de sus zapatos. Se trataba de la patrona que hizo construir la iglesia de San Pedro Apóstol, en la Quadra. Para Aurelio Fuica Otaola, de Saratxo, esta señora moraba en una casa, hoy derruida, enfrente de la de Lazkao, y acudía a la misa en San Román de Okendo.
Una versión literaria, y temáticamente más compleja, es la incluida por Juan E. Delmas en su Guía del Señorío de Vizcaya (1864): “Habitaba la casa fuerte de la Patilla, que está al frente de la de Lazcano al otro lado del río, una rica señora dueña de la torre de su apellido y patrona de la iglesia de la aldea de Oquendoguen. Era por demás altiva y orgullosa, varonil como un escudero de la época, y fornida como los hijos de Ochoa de Salazar, el de los 120, cuyas fuerzas eran proverbiales en el país. Desde la torre de la Quadra hasta la cúspide de Oquendoguena en que estaba situada la iglesia, hay una larga distancia separada por altas montañas de difícil acceso y de mal tránsito, pero que no debían arredrar a esta señora que tenía por costumbre atravesarlas a pie para oír la misa que en ella se celebraba todas las festividades. Llegó un día en que el sacerdote no la había esperado según tenía obligación, y sin despegar lo labios se acercó a él, se quitó un zapato y con él le golpeó hasta hacerlo pedazos. El ministro del Señor jamás volvió a incurrir en semejante falta, temeroso de ser víctima de un nuevo vapuleo de aquel atrevido marimacho”.
Uno de los colaboradores de la revista Euskalerriaren Alde, G. Biona se hace eco, en el número de ésta de 1913 de un suceso protagonizado en una de las lindes de la jurisdicción barakaldarra por el legendario personaje Manuel de Haedo y Retola (a) el Fuerte de Ocharan (1764-1802), en alusión al barrio de Otxaran, del que supuestamente fue originario.
“Una tarde de invierno iban a Bilbao el Fuerte de Ocharan y dos vecinos suyos. Les cogió la noche en el camino y acordaron pasarla en la venta del Borto, que estaba situada en el límite de la jurisdicción de Baracaldo y Güeñes. Estaban el Fuerte y sus amigos entretenidos en jugar al mus cuando entró en la venta una cuadrilla de alborotadores pasiegos que quiso apoderarse por completo del fuego del hogar. El Fuerte se hallaba indignado de la pretensión de los pasiegos, y estos disgustados porque el Fuerte y sus amigos no se retiraban. Cansados de renegar, los pasiegos rompieron de un palo el candil colgado de la campana de la chimenea, y de un puntapié tiraron la mesa. Allá fue lo bueno. El de Ocharan y sus dos compañeros la emprendieron a puñetazos con los pasiegos, pero éstos, armados de palos y muchos másen número, llevaban las de deshacer a los vizcaínos. El Fuerte buscaba inútilmente por los rincones un palo o algún objeto con que romper cabezas, pero nada veía apropiado al caso. De pronto, puso en práctica una idea singular: cogió a un pasiego por las piernas, y pasiegazo por aquí, pasiegazo por allá, hizo a sus contrarios huir de la venta, arrojó el arma a la parte de afuera de la puerta, cerró ésta y volvió junto al fuego a reanudar la partida de mus”.
(KOBIE,Anejo 22)
Comentarios recientes